Mas, que está a un paso de que le adapten una camisa de fuerza, se definió a sí mismo como «el constructor de la libertad de Cataluña». Siendo el constructor ya sabemos a quién tiene la libertad de Cataluña que entregar el tres por ciento de su futura ruina. Pero lo de Oriol Pujol me desorienta. La verdad es que me desorienta toda la familia Pujol, con sus dineros entre montañas y sus inversiones lejanas en México y Argentina. Analizando al revés que los análisis vulgares, se puede afirmar que un nacionalista que invierte fuera de la aldea hace patria. Se da a conocer. Colabora en la expansión del dinero y crea riqueza entre los necesitados de allende las fronteras y allendísimo los mares. De Oriol Pujol, más modesto, sólo se sabe que anda entre talleres de la ITV, poca cosa, y probablemente de ahí venga su ocultamiento de fin de campaña. Se echó de menos al conde de Godó, que debe de estar preparando su campeonato de tenis, ya con Cataluña independizada de España. Godó vive para su torneo tenístico, y es un detalle muy de agradecer.
Momento culminante del mitin clausural. Mas se enfarruca, crece, levita, se emociona y suelta la frase inmortal: «No somos vasallos». Ovación atronadora. Lágrimas a punto de cauce y sollozos contenidos. Con un dominio espectacular de la escena, Mas repite de nuevo su mensaje reivindicativo, digno, rotundo. «No somos vasallos». Y el desmadre colectivo, el despiporre general.
Ignoraba que los nacionalistas catalanes se consideraran vasallos. ¿De quién? Repaso la Constitución y advierto que los catalanes, nacionalistas o no, son unos más de los sujetos constituyentes, como los castellanos, los vascos, los gallegos y los soldados que conforman la dotación de guardia de las islas Chafarinas. No advierto vasallaje por ninguna parte, pero es sabido que una falsedad pronunciada desde la emoción es siempre productiva y se convierte en verdad histórica. Merece la pena que sea recordado el último grito, previo a su suicidio, de un huevero de Baracaldo. Padecía de desajustes mentales, y con anterioridad a lanzarse al vacío gritó: «¡Mi padre, en realidad, se llama Ernesto!». Su padre siempre, desde que fue bautizado, se llamó Arturo, pero a partir de aquel día y el luctuoso suceso, todos sus vecinos le llamaban Ernesto, y él intentaba explicar que aquello no respondía a la realidad, que su hijo tenía ese tipo de ocurrencias, pero nada. Y cuando acudió a renovarse el carné de indentidad, le quitaron el Arturo y le pusieron el Ernesto, y como Ernesto falleció al cabo de los años en olor de bastante santidad.
Es decir, que la contundente sentencia de Artur Mas «no somos vasallos» ha calado también en mi ánimo con hondura. El nacionalismo catalán me lleva adiestrando de un tiempo a esta parte y trastocando mis criterios y escasa sabiduría. Tienen razón cuando afirman que Colón era catalán y no desatinan cuando aseguran que la jota aragonesa tiene su origen en una chica que bailaba la sardana y le entró un pipirleque nervioso. Me considero, y así colaboro con el mensaje del mitin, que los catalanes no son vasallos de nadie. Mejor dicho, los nacionalistas catalanes nunca han sido vasallos. Lo triste es que jamás han sido señores, porque el señorío demanda, como poco, el sentido de la verdad, de la decencia y de la lealtad. Ni vasallos ni señores, y todo queda en un término medio más que aceptable. Y de Oriol Pujol, sinceramente, ni idea.
Alfonso Ussía
Félix Velasco - Blog
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