Con un sorprendente desconocimiento de la historia se pretende encontrar similitudes entre Escocia y Cataluña- Nada más alejado del análisis histórico. Escocia, a diferencia de Inglaterra, nunca fue romanizada. El emperador Adriano, tras su viaje por el Imperio, decidió construir un muro que separara Britania del territorio que hoy conocemos como Escocia, que se reforzó con una segunda muralla construida más al norte por su sucesor, Antonino. Era un territorio agreste, pobre y habitado por los belicosos pictos que no despertaba otro interés que levantar un muro que contuviera los asaltos en busca de botín. La cristianización fue tardía, aunque en 750 el territorio ya estaba evangelizado. Por una parte, estaba el territorio inglés y galés y, por la otra, el de los pictos y los escotos que sería el reino de Escocia. Los reyes ingleses siempre quisieron controlar Escocia incorporándola a su corona, como hicieron con Gales e Irlanda. En 1286 falleció Alejandro III de Escocia y su nieta Margarita, que vivía en Noruega, fue nombrada su sucesora, pero la reina niña falleció durante el viaje. Esto provocó un enfrentamiento entre dos posibles sucesores: John Balliol y Robert Bruce. La nobleza escocesa pidió a Eduardo I que mediara y este aceptó a cambio de que le juraran lealtad. El 17 de noviembre de 1292 coronó a Balliol como rey títere y los ingleses se hicieron con el control del país. Los incidentes fueron constantes hasta que finalmente Balliol fue derrotado en la batalla de Dunbar y se tuvo que exiliar. En los años posteriores, marcados por las luchas y las rebeliones, emergió William Wallace, el gran mito de la historia escocesa popularizado con la película «Braveheart». El asesinato de su padre, un pequeño terrateniente, le convirtió en un rebelde contra la opresión inglesa. En la batalla de Stirling acabó con el mito de la superioridad inglesa y le generó la simpatía de una nobleza que hasta ese momento le había dado la espalda. En 1298 fue nombrado Guardián de Escocia y se iniciaron los contactos para lograr el apoyo francés, algo que sería una constante entre los escoceses a lo largo de la Edad Media. Wallace sería derrotado por Eduardo I en la batalla de Falkirk (1299). En 1305 fue capturado y el 23 de agosto, brutalmente ajusticiado sacándole las entrañas en vivo, para posteriormente ser decapitado y descuartizado en cuatro trozos. Seis meses después, los escoceses se levantaron en armas y coronaron a Robert Bruce como rey de Escocia. En 1314 derrotó a los ingleses de Eduardo II en la batalla de Bannockburn. El territorio que hoy conocemos como Cataluña fue plenamente romanizado y formó parte de lo que Roma denominó Hispania. Tras la caída del reino visigodo, fue ocupado por los musulmanes y posteriormente se formaron una serie de condados que fueron feudatarios del reino franco. El conde de Barcelona nunca fue rey de Cataluña y la denominación de principado no es utilizada hasta finales de la alta Edad Media. Ramón Berenguer se casó con Petronila, hija de Ramiro el Monje, rey de Aragón, y se convirtió en rey de Aragón. A partir de ese momento, los territorios de la dinastía se conocieron como la Corona de Aragón, compuesta por este reino y el condado de Barcelona y el resto de condados catalanes, incluidos los que se encontraban al otro lado de los Pirineos, a los que se unieron por conquista los reinos de Valencia, Mallorca, Sicilia y Nápoles. El conjunto de reyes cristianos compartieron el mismo objetivo de expulsar a los musulmanes de Hispania. El propio Jaime I cedió Murcia a su yerno Alfonso X de Castilla dentro de los pactos acordados entre ambos reinos. No hay ningún conflicto en la Edad Media parecido al mantenido entre Inglaterra y Escocia, que eran reinos cuyas relaciones estuvieron marcadas por la conflictividad. El propio comercio escocés se dirigió siempre en dirección a Francia y el resto del continente. Con el Compromiso de Caspe, la rama menor de la dinastía castellana de los Trastámara será entronizada a la Corona de Aragón. Las dos ramas se unirán con el matrimonio de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, siendo su nieto, Carlos, quien hará efectiva la Monarquía Hispánica, que durante siglos había sido el sueño de reyes y tratadistas medievales. Con la muerte de Isabel I de Inglaterra, que había ordenado la decapitación de la reina escocesa María Estuardo, su hijo Jacobo I unió de forma personal en 1603 unos reinos que siempre habían sido enemigos. Su hijo, Carlos I, sería ejecutado en 1649 por orden del Parlamento inglés tras perder en la guerra civil. Oliver Cromwell se convirtió en Lord Protector de la Commonwealth de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Tras este periodo, los Estuardo recuperaron el trono y el hijo del rey ejecutado gobernó como Carlos II. Le sucedió Jacobo II, que perdió la corona en 1688 al intentar imponer el catolicismo en Inglaterra comenzando las guerras jacobitas, en las que sus sucesores intentaron recuperar el trono con el apoyo del fiel pueblo escocés. Con la Revolución Gloriosa que depuso a Jacobo II, subió al trono su hija y su yerno, María II y Guillermo III, que eran protestantes, y fue excluido su hijo Jacobo. A su muerte subió al trono Ana I, que era también hija de Jacobo II. Con ella se produjo la unificación de los reinos convirtiéndose en reina de Gran Bretaña con el Acta de Unión de 1707. Fue una consecuencia de la crisis financiera provocada en Escocia por el fracaso de Darien, el intento de establecer una colonia en el istmo de Panamá. Esto permitió que Escocia recibiera ayuda económica inglesa para superar la crisis. El fin de las esperanzas de los Estuardo por recuperar la corona acabó en la batalla de Culloden en 1745, cuando los «highlanders», dirigidos por Carlos Eduardo Estuardo, conocido como «Bonnie Prince Charles», fueron derrotados por el ejército inglés comandado por el duque de Cumberland, hijo menor de Jorge II. Desde la Revolución Gloriosa, los dos reinos habían sido gobernados por reyes protestantes mientras que los Estuardo permanecían en el exilio. Una parte importante de los clanes escoceses era fiel a los Estuardo. El príncipe Carlos Eduardo desembarcó en Escocia y proclamó como rey a su padre con el nombre de Jacobo VIII de Escocia y III de Inglaterra. El sueño escocés acabó en Culloden, una batalla tan breve como brutal. Cumberland comenzó una represión desmedida que buscó desmantelar la base de la sociedad escocesa e impedir nuevas rebeliones jacobitas. Las medidas fueron muy crueles. Se confiscó el ganado, se derribaron casas, se quitó la autoridad a los jefes de los clanes, se prohibió el uso del gaélico, utilizar el kilt y la posesión de armas. A lo largo del territorio se construyeron carreteras y puentes con el fin de facilitar los movimientos del ejército para impedir con rapidez cualquier sublevación. El objetivo tras Culloden fue el exterminio de los rebeldes, por lo que las bolsas de resistencia jacobitas fueron eliminadas sin misericordia produciéndose incidentes brutales y atroces. Los prisioneros jacobitas encerrados en Londres fueron decapitados, ahorcados o descuartizados. Un total de 936 fueron deportados a las colonias como esclavos. Los atroces crímenes cometidos tanto en Culloden como después de la batalla consiguieron acabar con el espíritu jacobita. A partir de ese momento, Escocia se convirtió en un territorio fiel a la corona y las tropas escocesas consiguieron un merecido prestigio en los campos de batalla de todo el mundo defendiendo los intereses británicos. En 1885 se restituyó la secretaría de Estado para Escocia y en 1926 adquirió el rango de ministerio. Desde el siglo XIX fue surgiendo un sentimiento autonomista que se vio fortalecido con el romanticismo historicista. El declive del Imperio Británico y el proceso de independencia irlandés dieron un cierto impulso al nacionalismo escocés, aunque sin expresiones violentas como sucedió en Irlanda. En 1945, Robert McIntyre consiguió la primera acta de diputado para el SNP y dos años después el Scottish Convention Movement obtuvo dos millones de firmas a favor de la creación de un parlamento escocés. Comenzaba un proceso que concluiría con la «devolution» a Gales y Escocia que en el referéndum de 1997. Sus partidarios obtuvieron el 74,3 por ciento de los votos, frente al 26,7 de los que se oponían. El nuevo Parlamento fue inaugurado el 2 de julio de 1999 por la reina Isabel II acompañada por su esposo, el duque de Edimburgo, y su hijo Carlos, príncipe de Gales. Con respecto a Cataluña, durante la Monarquía de los Austrias gozó de los derechos que le otorgaban sus fueros, leyes privativas que mediatizaban el poder real en su relación con el Principado. La política exterior de la Monarquía Hispánica se había sustentado en los recursos de la Corona de Castilla, mientras que la contribución de la Corona de Aragón era escasa. Con Felipe IV, la crisis de la hacienda pública era muy grave y el conde duque de Olivares pretendió con la Unión de Armas que el resto de reinos contribuyeran, conforme a su población, al esfuerzo por mantener el imperio. Los errores de Olivares, incluido el de asignar una población mayor de la que realmente tenía Cataluña, condujeron a la rebelión catalana y Pau Claris proclamó en 1641 la república y unos días después entrega el Principado a Luis XIII, que sería conde de Barcelona. Era una gran oportunidad para aumentar sus posesiones y trasladar el conflicto al interior de la Península debilitando a Felipe IV. La experiencia no pudo ser más negativa para los catalanes y para España. La nobleza portuguesa aprovechó la debilidad de la monarquía para entronizar al duque de Braganza como rey de Portugal. Luis XIII perdió su interés por Cataluña tras el Tratado de Westfalia. La actitud del ejército francés de ocupación le había suscitado, además, la animadversión de la población catalana y las tropas reales al mando de Don Juan José de Austria recuperan el territorio. España perdió el Rosellón gracias a la rebelión catalana. Tras la muerte sin hijos de Carlos II, en su testamento designó como sucesor al nieto de Luis XIV, el duque de Anjou. Convertido en Felipe V, las cortes catalanas le juraron fidelidad, pero posteriormente se decantaron por el candidato austriaco, el archiduque Carlos. Tras la victoria en la batalla de Almansa, la corona de Felipe V estaba asegurada y el ascenso de Carlos al trono austriaco tras la muerte de su hermano José en 1711 hizo que la guerra perdiera sentido. A pesar de ello y del abandono de austriacos e ingleses, la rebelión se mantuvo en Cataluña hasta la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714. Nunca fue una lucha por la independencia de Cataluña. Con los Borbones, se abrieron los mercados de América para los catalanes y desde entonces Cataluña se benefició del proteccionismo teniendo en España un mercado cautivo.
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