Sin la mayoría absoluta que busca como salida de su impremeditada fuga hacia adelante, la ola soberanista sobre la que hace surf Artur Mas puede acabar descalabrándolo en la playa. Si las encuestas se cumplen, la convocatoria electoral anticipada sólo servirá para duplicar los escaños y los votos de Esquerra Republicana y de otras fuerzas radicales partidarias de la secesión. Un exitazo. El president habría provocado un corrimiento de tierras en el que todo el mundo se movería alrededor menos él. El resultado que pronostican los sondeos debilita su liderazgo y lo descalifica como estratega político: un dirigente sobrepasado por los acontecimientos que él mismo promueve, capaz de formar un lío descomunal para quedarse en el mismo sitio.
Cada vez está más claro que Mas ha tratado de subirse en la espuma de una marea que no podía controlar. La exaltación emocional de la Diada le ha empujado a improvisar una estrategia rupturista que amenaza con desbordarlo. Se ha puesto en evidencia al recibir un portazo taxativo de la Unión Europea. Ha aflojado con frivolidad impropia de un gobernante los tornillos de la conllevancia entre Cataluña y el resto de España. Ha minusvalorado la respuesta de un Estado cuyos servicios de inteligencia pueden escudriñar los recovecos de sus cuentas corrientes y remover las cloacas de su partido. Ha liquidado el pragmatismo pujolista. Ha despertado la inquietud del empresariado que le veía como factor de moderación y se ha echado en brazos de los talibanes independentistas que forman su círculo pretoriano, algunos de los cuales no se recatan de verbalizar en público que recorrerán el camino iniciado «con el o sin él». Se ha presentado -y tal vez se ha creído- como el Moisés de una transición nacional hacia la tierra prometida y ahora puede encontrarse con que el pueblo cautivo dispersa su confianza en otros guías más decididos. Ha lanzado un desafío suicida cuya primera víctima puede ser él mismo.
El único objetivo que podría justificar su arriesgada pirueta es una mayoría plebiscitaria que a día de hoy parece fuera de su alcance. Si no la obtiene quedará a merced de un soberanismo radical y minoritario, que le convertirá en un rehén político, o tendrá que buscar en Madrid un pacto de salvaguarda. Puede que ése fuera su verdadero propósito inicial pero para eso no necesitaba organizar semejante descalzaperros; ha roto demasiados platos para recomponer la vajilla. Poca confianza merecería un líder que se mete en peripecia tan irresponsable para terminar en un panorama de inestabilidad peor que el del punto de arranque.
De momento ha quedado empapado por las salpicaduras de una pringosa corrupción aflorada en el oleaje. Y no sería el primer surfista que tras encaramarse triunfante en una cresta sufre una dolorosa voltereta para concluir su orgullosa aventura lastimado.
Ignacio Camacho
Félix Velasco - Blog
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