domingo, 26 de abril de 2015

Papamoscas y tonterías

La propagación vírica de la tontería es muy eficiente, por eso hay tanto "papanatas" suelto - Papar (tragar cosas blandas), que no requieren ser masticadas, en uso metafórico de lo que hace el papanatas que da crédito a cualquier asunto sin haberlo sometido a crítica: sin masticarlo ni digerirlo. En cuanto a la segunda parte del vocablo, nata alude a la crema de la leche que se ingiere con facilidad, con lo que en sentido figurado se referiría a la facilidad con la que el papanatas se traga cualquier cosa. Las ideas tontas se también suelen propagarse porque promueven la supervivencia de quienes las enarbolan, aunque sean profundamente falsas, absurdas, delirantes, mentiras o manipulaciones históricas.
Félix Velasco - Blog

domingo, 5 de abril de 2015

Roma, maravillas bajo el suelo




catacumbas
En el subsuelo de Roma siguen encontrándose maravillas. La Ciudad Eterna está todavía en condiciones de desvelar antiguos mármoles, mosaicos, monedas y frescos que han sobrevivido milagrosamente. Con esos tesoros del pasado se acaba de abrir un nuevo museo, el Antiquarium de Lucrezia Romana. Una asociación, Roma Sotterranea, investiga los secretos de esa Roma cargada de historias, misterios y leyendas. Nacida en el año 2000, cuenta con espeleólogos, arqueólogos, geólogos, arquitectos, ingenieros y simples apasionados que colaboran con las más importantes instituciones públicas.
El fundador de Roma Sotterranea, Adriano Morabito, introduce en esa Roma invisible, en las raíces más antiguas de la cultura romana. Para comprender la Roma de la superficie, la que se nos presenta en postales, es necesario conocer la que se esconde bajo nuestros pies, que es menos fastuosa, pero también sugestiva y fascinante. No es casual que Freud, quien conocía muy bien la Roma antigua, pensara que la Roma subterránea es una metáfora de la mente: profundizar en el subsuelo es un poco como adentrarse en el inconsciente. Y a veces, de forma casual, se encuentran tesoros, como el Ara Pacis, célebre altar dedicado a la Paz por Augusto en el 9 a. C., tras volver de su expedición pacificadora de España, que se descubrió en los subterráneos de un edificio de via del Corso en 1568.
Nunca se podrán descubrir por entero esos tesoros de arte y de historia sepultados con el pasar de los siglos, hasta el punto de hacer una ciudad estratificada. Más de 250 lugares subterráneos hay identificados, lo que equivale seguramente a menos del 5% de lo que hay aún enterrado. En cualquier lugar de Roma donde se excava se encuentra un pedazo de su arte y de su historia, restos de una vida precedente. De ahí la dificultad de construir algo en el subsuelo. Por ejemplo, en el actual proyecto de una tercera línea del Metro, Roma será la única capital del mundo sin una estación en su centro histórico. Y es que, si se descubre algo importante en una excavación a 5 metros, debajo pueden existir otras maravillas, porque el nivel del suelo de Roma, desde sus orígenes, ha subido cinco, diez, quince y hasta casi veinte metros.
Grandes ingenieros
Eran grandes ingenieros los romanos y dotados de gran sentido práctico. Así, cuando había que construir algo, se hacía sobre lo que se había destruido o derrumbado, dada la dificultad que existía para deshacerse de los escombros. Cuando Trajano construyó sus termas, lo hizo sobre uno de los palacios más grandiosos jamás levantados, la celebérrima Domus Aurea de Nerón. Curiosamente, solo Nerón, cuando reconstruyó Roma tras el incendio, eliminó ruinas y escombros llevándolos al mar de Ostia, a 30 kilómetros de la capital.
Se explica así que la topografía de Roma haya cambiado sustancialmente desde su fundación, en el 753 a. C. Las siete colinas de Roma, los montes que históricamente formaron el corazón de la ciudad, en los tiempos de Rómulo y Remo, han perdido altura y relieve y los valles se han rellenado. Precisamente, entre los más antiguos vestigios de Roma se encuentran obras públicas construidas bajo la dinastía de los Tarquini, los últimos tres reyes de la Roma etrusca que reinaron desde el 616 al 509 a. C. Son de esta época inmensos templos, murallas, acueductos y sistema de alcantarillado como la Cloaca Maxima, una obra maestra que aún funciona perfectamente.
Hasta el siglo XV, la Roma antigua se consideraba una especie de mina inmensa de la que se extraía todo tipo de materiales para reciclarlos, incluyendo sus estatuas y mármoles. Solo con la llegada del Renacimiento, con su nuevo aprecio por la antigüedad clásica, se cambia de perspectiva. Un ejemplo singular nos lo da precisamente la Domus Aurea, que fue descubierta accidentalmente cuando un joven romano cayó en ella al abrirse una espacio en la colina Oppio a finales del siglo XV. Muy pronto una serie de jóvenes artistas empezaron a descubrirla al introducirse y dejarse caer con cuerdas para descubrir los frescos y decoraciones de la grandiosa e imponente residencia de Nerón. Rafael, Pinturicchio, Miguel Ángel y otros jóvenes artistas romanos descendieron bajo tierra para estudiar, descubrir y difundir lo que era realmente el mundo antiguo.
Estadio domiziano
Hoy la Roma subterránea nos ofrece un panorama casi infinito de ambientes y de escenarios, algunos abiertos al público. Por ejemplo, es posible pasear y redescubrir el mundo competitivo de las carreras, bajo la plaza Navona, entre los amplios arcos del estadio domiziano, abierto después de años de restauración. Construido por el emperador Domiziano (81-96 d. C), el estadio, destinado fundamentalmente al atletismo, podía albergar a 30.000 espectadores. Hoy se puede respirar la atmósfera antigua de los juegos de la capital.
Entre las innumerables iglesias romanas, la más asombrosa, desde el punto de vista histórico, es la basílica de San Clemente, con tres construcciones, una sobre otra, realizadas a lo largo de los siglos. La primera se remonta a la época romana anterior al incendio de Nerón del 64 d. C. En ese mismo lugar fue construido en el siglo II una residencia privada y un templo dedicado al culto de Mitra, el dios de origen persa que pasó a formar parte del imperio romano, una religión ligada al cosmos y a las estaciones, cuyos ritos se celebraban en grutas y cavernas. En el siglo IV, sobre la casa y el templo, se construyó una basílica cristiana, a su vez semidestruida y refundada.
No es infrecuente que al excavar en las iglesias se encuentren templos paganos o necrópolis. En los subterráneos del Vaticano hay una gran necrópolis, con tumbas cristianas y paganas, y se recuperaron una veintena de mausoleos. En el año 2003, al construirse el aparcamiento Santa Rosa del Vaticano se descubrieron cuarenta estructuras sepulcrales y más de 200 tumbas individuales, que se acumularon desde el final del siglo y durante todo el siglo II. En la Basílica de San Pedro, lo profano está bajo lo sacro. Así, no deja de llamar la atención que, bajo la basílica, se encuentren las imágenes de los dioses Horus, Océano, Minerva y Plutón.
En la Roma subterránea ocupan lugar destacado sus catacumbas, que son una treintena. Las más accesibles están compuestas de unos 150 kilómetros de túneles: Pancracio, Agnese, Domitilla, Priscilla, San Sebastián... Al inicio se instalaron en cavidades ya existentes, incluso en columbarios paganos, columbarios que ofrecen a veces sorprendentes arquitecturas funerarias donde se colocaban las urnas cinerarias. Las catacumbas se expandieron durante tres siglos y alcanzaron hasta 20 metros bajo el suelo. Las de San Calixto, por ejemplo, se extienden en 20 kilómetros de galerías distribuidos en cinco niveles en un zona de 15 hectáreas.
Leyendas
No solo a la vida está ligada la Roma subterránea, sino también a la muerte. Un ejemplo del culto a la muerte, que nos lleva a la Contrarreforma del siglo XVI, como símbolo contra la vanidad del mundo, lo representa el osario de los capuchinos, en la iglesia Santa María de la Concepción, en via Veneto, en cuyos subterráneos se conservan los huesos de unos 4.000 frailes, alcanzado la cumbre de lo macabro.
En este mundo subterráneo abundan los misterios y leyendas. La más común y popular cuenta que en muchas iglesias antiguas de Roma hay en el subsuelo un túnel que conduce al Vaticano. Falsa leyenda. Pero a Roma no le será nunca fácil liberarse de sus fantasmas y misterios, y de su relación con la historia y el arte. Por eso es fascinante.
Ángel Gómez
Félix Velasco - Blog

viernes, 3 de abril de 2015

El origen samurai de "el novio de la muerte"

A la más negra y terrorífica historia de España ha quedado ligado aquel enfrentamiento mítico, tantas veces descrito, entre don Miguel de Unamuno y el general Millán Astray. Ese grito del «¡Viva la muerte»!, que sonó a funesta descripción del momento histórico, y ese «venceréis, pero no convenceréis», del viejo pensador, que expiraría poco tiempo después por pura desilusión ante aquel país bárbaro y asesino. España, 1936.
¿Qué clase de persona puede hacer de tal necrófilo grito su divisa? Quizás alguien que pareciese más muerto que vivo. El general José Millán Astray, fundador de la Legión, tuerto, manco y mutilado, casi un cadáver viviente al servicio de la nueva España de Franco.
Pero lejos de la boutade sin sentido y bárbara, que es como ha pasado a la historia para muchos, aquel grito no era casual, sino que contenía una intención concreta, bajo la que subyacía un modo de encarar la existencia, una filosofía que se remontaba a la fundación del Tercio de Extranjeros, nombre primigenio de lo que hoy conocemos como la Legión.
Al general se le encargó en 1920 la creación de un cuerpo de élite, a imagen de la Legión Extranjera francesa, a la que destinar las misiones más arriesgadas dentro de una guerra colonial, la de Marruecos, que se llevaba miles de vidas de jóvenes reclutas, sin preparación ni ganas de combate. ¿Pero cómo movilizar a un puñado de jóvenes, españoles y extranjeros, la mayoría desarraigados, mercenarios y con un pasado oscuro?
Sólo se podía ofrecer una recompensa ante tal riesgo: el valor hasta su máximo grado, el sacrificio hasta la gloria, con la muerte como más digno premio. Se impuso así la necesidad de crear una mística, un espíritu que aglutinase a gentes de diversa procedencia y les proporcionase un ideal colectivo capaz de incitarles a la lucha en la más desesperada de las situaciones.
Fue así como Millán Astray creó un código de honor, el «credo legionario», con una serie de doce mandamientos, o «espíritus», que deben ser memorizados y aplicados por todos los caballeros legionarios. De entre esos espíritus (compañerismo, combate, disciplina…), destaca sin duda el de la muerte: «El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor...»
Esa creencia en la muerte como salvación proviene, como él mismo fundador reconoció, del Bushido, el conjunto de normas que rigen el comportamiento de los antiguos samuráis. Entre sus máximas indica: «El camino del samurái se encuentra en la muerte», ya que cuando el guerrero acepta su trágico final, realiza sus acciones según un principio y no guiado por el miedo. He ahí el porqué de ese noviazgo con la muerte del legionario, más cercano a la compostura estoica ante el peligro del budismo, o de la arrogancia sintoísta ante el más allá, que de una actitud cristiana, como analizan Rafael y Elena Núñez en la obra «¡Viva la muerte!”
Hoy, noventa y cinco años después, más de veinticinco poblaciones españolas, la mayoría en las provincias de Málaga y Almería, pero también de Valencia, Murcia o Albacete, reciben entre vítores a los legionarios para participar en sus desfiles procesionales. En muchos actos se les escucha repetir de memoria este credo, que enlaza a la perfección con otro sonido característico de los desfiles procesionales en los que participa este cuerpo armado: «El novio de la muerte», que muchos confunden de forma errónea con el himno de la Legión, que no es otro que la melodía titulada «Tercios heroicos».
Originalmente «El novio de la muerte» era un cuplé, estrenado por la entonces popular Lola Montes, en el teatro malagueño «Vital Aza». Ante el éxito cosechado, se le invitó a estrenarlo en Melilla, quiso la historia que dicha representación se realizase sólo unos días después de que la Legión entrase en la ciudad, tras el desastre de Annual en julio de 1921, salvándola de caer en manos de los rifeños de Abdelkrim que la asediaban tras producir, según algunos cálculos, más de 10.000 muertos en las filas españolas.
La historia, un legionario que busca la muerte en combate para reencontrarse con su amada fallecida, enlazaba a la perfección con el ideal heroico que Millán Astray quería inculcar a sus legionarios, por lo que pidió que se adaptase su música para la marcha. Posteriormente, la melodía se arregló para poder ser usada durante las salidas procesionales cuando, en 1928, los mandos legionarios encontraron un cristo, cuya advocación resultaba más que propia para convertirse en el protector del cuerpo: El Cristo de la Buena Muerte, también conocido como Cristo de Mena, por haber sido esculpido por el escultor barroco Pedro de Mena.
Empezaba así la vinculación de la Legión con la Semana Santa malagueña, que no se interrumpiría hasta nuestros días. Ni siquiera en 1931, poco antes de la proclamación de la II República, dejó la Legión de acudir al templo de Santo Domingo, instaurándose entonces la guardia legionaria al Cristo, una tradición que perdura hasta hoy, pero que no pudo evitar que, semanas después, con la Legión ya en los cuarteles, se perdiera la imagen tallada por Mena durante la quema de conventos e iglesias de ese mismo año.
Los legionarios acompañan hoy una imagen tallada por Francisco Palma Burgos en 1942, de enorme belleza y serenidad en la propia muerte, como el espíritu legionario evoca, constituyendo una de las estampas más características y curiosas, no ya de la Semana Santa de Málaga, sino de la de todo nuestro país. Conjugándose en las calles, entre los cantos, los vítores y las marchas, la tradición, el fervor, el folclore y el arte, con la modernidad del entrenamiento de uno de los cuerpos de élite de la misma OTAN, que en la actualidad sigue llevando su mística y su Cristo a Mali, a el Congo, a Afganistán, o a cualquier sitio dónde se les requiera, cumpliendo con otro de los espíritus del caballero legionario: «Cumplirá su deber, obedecerá hasta morir».
 
Francis Silva
Félix Velasco - Blog