jueves, 29 de diciembre de 2016

Biblioteca Nacional


Un 29 de diciembre de 1711 el rey Felipe V aprueba el plan de creación de la Biblioteca Nacional.  La Biblioteca Nacional de España (BNE) es un organismo autónomo3 encargado del depósito del patrimonio bibliográfico y documental de España. Dedicada a reunir, catalogar y conservar fondos bibliográficos, custodia alrededor de 30 millones de publicaciones producidas en territorio nacional desde comienzos del siglo XVIII: libros, revistas, mapas, grabados, dibujos, partituras, folletos, etc.
Está situada en el Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales, el número 20 del Paseo de Recoletos de Madrid, compartiendo edificio con el Museo Arqueológico Nacional y tiene además una segunda sede en Alcalá de Henares.
La colección de la Biblioteca Nacional de España es el reflejo de la sociedad española a lo largo de sus tres siglos de historia, de los gustos y la cultura del país. Su antigüedad, y esta representatividad de los avatares históricos, la convierten en una de las más relevantes del mundo, integrada por auténticos tesoros, tanto por sus características literarias y artísticas como por su importancia histórica y bibliográfica. Este patrimonio se ha conservado y ha llegado a nosotros gracias al entusiasmo y el trabajo de un gran número de personas de muy diversa condición, desde bibliófilos y bibliotecarios a simples ciudadanos, quienes con su aportación personal o sus conocimientos han contribuido al desarrollo de una biblioteca excepcional.
Félix Velasco - Blog

lunes, 26 de diciembre de 2016

Restaurador de tapas


Me propone un lector que escriba sobre las tapas que perdimos: "A ver si evoca usted, por ejemplo, la urta al coñac que ponían en la Cafetería Coliseo cuando era de Catunambú". O la maravillosa juliana de lechuga, añado, cortadita con todo primor, que acompañaba a las huevas con mayonesa en Los Corales. O sea, los cielos del paladar que perdimos, huérfanos de sabores clásicos en esta carrera por las rarezas y los rebuscamientos en que se ha convertido el mundo de la tapa desde que se le pegó lo peor de la nueva cocina: la camelancia, el cuento y las paparruchas. Ya he comentado aquí cómo en la tabernilla más cutre, el dueño se las da de gran chef y te ofrece como tapa, aguanten la risa, "huevo de codorniz montadito sobre lascas de jamón ibérico y patatas fritas con aceite de oliva". O vienen en la papela plastificada que te entregan como lista de tapas, siempre con una letra así de chica (que debería venir con lupa incorporada para poderla leer), una relación de tonterías que no me resisto a transcribir, ¡cuánta chorrada!: "Queso rulo de cabra con mermelada de arándanos; Bastoncillos de berenjena fritos con crema de salmorejo cordobés; Lasaña de berenjenas gratinada en horno; Mantecaditos de solomillo al whisky con lascas de jamón ibérico; Lomo de bacalao gratinado a la crema de alioli y miel de caña; Carrillada de cerdo ibérico al aroma del Pedro Ximénez; Solomillo ibérico a la mostaza antigua; Pechuguita de pollo al estilo mozárabe; Solomillo de atún a la plancha con sirope de tomate casero; Queso Bric frito con mermelada de nuestro chef". Y todo esto, insisto, no en Oriza o en Jaylu, sino en un bar de mala muerte. Donde los camareros, obviamente, están todos vestidos de luto riguroso, como si se les hubiera muerto alguien, y donde los platos o bien son cuadrados o, si hondos, Modelo Palangana de Pilatos.
A la hostelería la llaman ahora Restauración. Los taberneros se llaman a sí mismos "restauradores". Menos Rogelio Gómez "Trifón", que exclamó un día muy orgulloso de su oficio:
-- ¿Qué restaurador ni restaurador? ¡Yo soy tabernero!
A mí lo de restaurador, la verdad, me suena a Rafael Manzano y a andamios en la Catedral o en Santa Catalina. Restaurar me suena a lo que dice el DRAE: "Reparar una pintura, escultura, edificio, etc., del deterioro que ha sufrido." Pero en ese "etcétera" le encuentro un "nicho de mercado" (que se dice ahora) a la labor que los restauradores, o sea, los taberneros más o menos distinguidos, pueden hacer con respecto al Patrimonio Gastronómico Tapero Sevillano. Restaurar y volver a poner en circulación las tapas que perdimos; las que sufrieron deterioro y olvido causados por la moda de la nueva cocina. Ahí es donde quiero ver a los restauradores de la hostelería hispalense, restaurando el esplendor de las tapas clásicas que perdimos. Que eran el sota, caballo y rey: los chocos fritos, los calamares a la riojana, las huevas aliñadas, el ragú de ternera. ¿Y aquellos huevos a la flamenca de Casa Calvillo? ¿Se han dado cuenta de que los huevos a la flamenca han desaparecido prácticamente? El restaurador que los restaure, buen restaurador será. ¿Y la ternera castellana que ponían en la Punta del Diamante y luego se llevó Vicente, su autor, al bar que puso en la calle Tomás de Ibarra, donde paraba El Pali? ¿Y la cola de toro que se inventó como tapita en el Bar Cristina de Almirante Lobo? Como ya les conté, María Teresa Pérez, la viuda de Manolo Postigo, y Emilio Guerrero, el nuevo arrendatario, están restaurando las tapas clásicas de La Alicantina para volver a ofrecerlas en su inminente reapertura: los champis, los chipis, las gambas a la plancha... ¿No restauramos los monumentos abandonados, como esos conventos de clausura que se están hundiendo y que clama al cielo el abandono en que los tenemos? Pues igual hay que restaurar las tapas que perdimos, las de toda la vida, simples, sevillanísimas. A ver si al modo del Observatorio de la Ensaladilla (ODER) pronto tenemos el de la Tapa Clásica Sevillana Recuperada. La mía, que sea de sangre encebollada.
Antonio Burgos
FÉlix Velasco - Blog

viernes, 23 de diciembre de 2016

Soplar la bola

Un juego divertido que consiste en soplar a la intensidad necesaria para que la bola se mantenga en el aire sin caer al suelo.  
Félix Velasco - Blog

Jugar al pañuelo

El pañuelo es un juego infantil, y se desarrolla de el siguiente modo: Los jugadores que pueden participar son 6 o muchos más los que quieran.
  1. Se forman dos equipos, a ser posible con el mismo número de jugadores y se colocan a una distancia determinada el uno del otro (por ejemplo, 20 metros) situándose tras una línea.
  2. A cada jugador de cada equipo se le asigna un número diferente en orden correlativo empezando por el uno.
  3. En el centro del campo de juego se pinta una línea separadora y se coloca una persona que mantendrá un pañuelo colgando de su mano justo encima de la línea separadora (a esta persona se le suele llamar "pañuelero").
  4. La persona con el pañuelo dirá en voz alta un número, y entonces, el miembro de cada equipo que tenga dicho número deberá correr para coger el pañuelo y llevarlo de vuelta al lugar en el que estaba.
  5. El primero que lo consiga gana la ronda, quedando el participante del equipo contrincante sin punto.
También queda sin punto aquél que:
  1. Sobrepase la línea separadora sobre la que está el pañuelo antes de que el contrincante lo haya cogido.
  2. Sea tocado por el contrincante tras haber cogido el pañuelo antes de haberlo llevado de vuelta al lugar en el que estaba.
El truco del juego consiste en provocar al contrario para que rebase la línea simulando haber cogido el pañuelo, y correr más rápido que el oponente una vez agarrado el pañuelo.
Félix Velasco - Blog

Seat 800


El SEAT 800 nace del intento por parte de SEAT de competir con el Citroën 2CV y el Renault 4, ambos automóviles dotados de cuatro prácticas puertas y por lo tanto más versátiles que el pequeño utilitario SEAT 600. La factoría Carrocerías Costa de Tarrasa (Barcelona) fue la encargada de llevar a cabo el proyecto del nuevo automóvil y en 1962 presentó un prototipo que no era otra cosa que un SEAT 600 alargado y dotado de puertas traseras.2
El prototipo presentado gustó y la presentación oficial del nuevo modelo se hizo en junio de 1963, en la XXI Feria Internacional de Muestras de Barcelona, usando para ello un segundo prototipo construido durante ese mismo año, incorporando ya los rasgos estéticos y mecánicos del nuevo SEAT 600 D que también se presentaría en el evento. El precio de fábrica del 800 era de 75.000 pesetas en 1964.
La fabricación en serie del SEAT 800 duró de enero de 1964 a junio de 1967, siendo producidas 18.200 unidades a un ritmo bastante lento, debido principalmente al modo casi artesanal en el que se preparaban.
Félix Velasco - Blog

Llave abre latas

Napoleón desarrollaba su política de llevar los derechos de la República a toda Europa. Sus ejércitos requerían disponer de alimentos que no se alteraran durante el tiempo que duraban las largas campañas bélicas. Para ello se estableció un premio en metálico (12.000 francos) al que encontrara un procedimiento de conservación de alimentos en descompocicion o podridos. El maestro confitero Nicolás Appert consiguió este premio en 1810 después de 14 años de experimentación. Su procedimiento consistía en colocar los alimentos en botellas de vidrio tapadas con tapones de corcho sujetos con alambre y sellados con cera o lacre que sometía a un calentamiento en agua hirviendo durante largo tiempo. Con ello inició la técnica de conservación de alimentos por calor, llamada también "appertización". Appert no supo explicar por qué su método alargaba la duración de los alimentos.
Fue Louis Pasteur el que años más tarde atribuiría la conservación a la inactivación de los microorganismos presentes, responsables de la alteración del alimento. Las posteriores invenciones del envase hermético de hojalata y del autoclave para la esterilización a temperaturas por encima de 121 °C. contribuyeron a que las conservas esterilizadas por calor se consolidaran como uno de los sistemas de conservación de alimentos más eficaces y seguros, siendo la industria conservera la que garantiza de una manera fiable la conservación de los alimentos.
Los abrelatas han evolucionado en diversos tipos diferentes desde la novedosa patente de 1870 del estadounidense William W. Lyman. A lo largo de las décadas, el modelo ha permanecido invariable excepto por la introducción de la rueda dentada en 1925 por la Star Can Opener Company de San Francisco. Este principio sigue utilizándose hoy en día y fue la base del abrelatas eléctrico que fue patentado por primera vez en 1931.
Actualmente las latas de conserva están incorporando de forma masiva un sistema de abrefácil y, por tanto, los abrelatas se utilizan menos.
Felix Velasco -Blog

sábado, 3 de diciembre de 2016

Corrección política



    El avance de la corrección política es una señal que nos advierte de la infantilización de la sociedad occidental. La corrección política es producto de ese pensamiento infantil que cree que el monstruo desaparecerá con sólo cerrar los ojos. 
    La maduración personal consiste justo en lo contrario, descubrir que el mundo no es siempre bello ni bueno, en la toma de conciencia de que el mal existe, en llegar a aceptar y encajar la contrariedad, el sufrimiento. En aprender a rebat...ir los criterios opuestos.
    Dado que no todo el mundo opina igual ni posee la misma sensibilidad, no es posible separar con rigor lo que es ofensivo de lo que no lo es, establecer una frontera objetiva entre lo políticamente correcto y lo incorrecto. Hay personas que no se ofenden nunca; otras, sin embargo, tienen la sensibilidad a flor de piel. 
    En la práctica, es la autoridad quien acaba dictaminando lo que es políticamente correcto y lo que no. Y lo hace a favor de los grupos de presión mejor organizados.
    La corrección política es una forma de censura, un intento de suprimir cualquier oposición al sistema, ineficaz para afrontar las cuestiones que pretende resolver: la injusticia, la discriminación, la maldad,... No es más que un recurso de mentes superficiales y buenistas que, ante la dificultad de abordar los problemas, la fatiga que implica transformar el mundo, optan por cambiar simplemente las palabras, por sustituir el cambio real por el lingüístico. Es la manipulación de la persona a través del lenguaje. Ni la discriminación, ni el racismo, ni cualquier otro problema, se resuelven cambiar los nombres y adjetivos. Como mucho, se logra tranquilizar la mala conciencia de algunos.
    Félix Velasco - Blog

sábado, 19 de noviembre de 2016

La amistad

Félix Velasco - Blog

domingo, 6 de noviembre de 2016

Raciocinio


Hay quien no quiere razonar (1), quien no sabe hacerlo (2), a quien no se le permite que lo haga (3), y quien no se atreve a razonar (4).
(1) El primero es un fanático cuyas exigencias son inflexibles y su actitud psicopatológica extremadamente peligrosa: puede llegar a matar en nombre de la ideología que profesa, ya sea social, política, religiosa, deportiva,...
(2) Quien no sabe razonar es un tonto falto de entendimiento, o un terco, vanidoso y petulante: sin principios personales, miembro de la mayoría aborregada en cualquier tema que se plantee.
(3) No se permiten razonar y evitan que los demás lo hagan, convirtiéndose en rehenes de sus propias ambiciones: hacen que la vida sea un continuo "síndrome de Estocolmo" de adhesiones inquebrantables.
(4) El último corresponde a los puritanos, cobardes que consideran que el razonar es una temeridad, que creen que están en una situación privilegiada gracias a sus convicciones: se creen una raza elegida y predestinada.

Félix Velasco - Blog

domingo, 30 de octubre de 2016

Avajo la Rebalida

Como yo no beo la prensa, xq es toda facha, un colega que la mira de bez en kuando me dijo en una asamblea que tubimos en Las Setas que había leido en el periodico que reparten gratis por la mañana en la parada del bus que nuestra jeneracion es la mejor preparada de la historia de España. Por eso era una injusticia que el franquista de Rajoi nos quisiera meter la rebalida. Menos mal q los emos acojonao con nuestra huelga del otro día y con las mobilisaciones populares y no an tenido mas remedio que hecharse atras y anular las rebalidas. Es lo que yo le desía a mi biejo, que tuvo que hacer una kosa que se llamava la Zelectivida para poder entrar en la Uni: ¿a nosotros, ke somos la jeneraciòn mejor preparada de la historia de España nos vais a venir con una Rebalida para poder entrar en la Uni, tíos? ¿Pero es que estáis guillaos? ¿Kómo nos vais a meter una rebalida si pasamos de rebalidas y de esas kosas que invento Franco? Porque la rebalida es un invento de Franco que Rajoi, como es franquista hasta las cachas, quería resucitar, kuando lo que tenía que hacer era dejarse de tanta rebalida y sacar a Franco del Balle de los Kaidos, como manda la Memoria Istorica, pero no lo quieren cumplir, porque el pueblo no se mobiliza para eso, menos mal que nosotros si nos mobilizamos y hisimos la huelga que ha hechado atras la rebalida.
Que es una cosa de los viejos franquistas, que si no botaran verían ustedes si ganavan o no ganavan los nuestros, los vuenos, los de Podemos, que son los que se preocupan de los problemas de la jente, no esa partida de tíos fachas de la casta de los partidos antiguos ke nada más que piensan en dar por saco con la rebalida para que a la Uni nada mas que vayan los niños pijos ijos de los ricos. Tan franquista es todo esto, que mi agüelo tuvo que hacer no una sola rebalida, sino dos, la de Cuarto y la de Sesto, según me a contado, porque Franco no querìa que fuera nadie a la Uni, porque luego los estudiantes se hechaban a la calle pidiendo Libertad y no tenian grises sufizientes para correrlos a caballo por la calle San Fernando, los grises eran los maderos, la pasma de entonces, que los perseguia a caballo para que hicieran la rebalida, porque ellos no querían hacer la rebalda, sino entrar en la Uni directamente, como nosotros emos consegido.
Lo que le faltaba a Rajoi era querer volver a poner la Zelectivida, seguro ke se lo pedia el kuerpo, pero a tanto no se a atrevido. O lo que mi aguelo me cuenta que tubo que hacer después de aprobar la rebalida de Cuarto y la de Sesto, que era un curso entero que le desian el Preu. Yo no sé ke es eso del Preu, seguramente algo tan franquista como todo esto que nos queria meter el govierno del PP para no tener que inbertir en más facus de la Uni ni en I+D+I y gastarcelo todo en gastos militares, en tanques, en abiones de conbate y en varcos de guerra para estar al lado de los yankis, como nos puso Aznar cuando la foto de las Asores, menos mal que Zapatero nos retiró inmediatamente de la guerra de Irak cuando ganaron los que tenían que ganar, si no fuera por el boto de los biejos, que son los que mantienen este sistema hinjusto y caduco donde no cuenta la gente, sino nada más ke lo que quieren los bankeros y las multinacionales, no me hesplico komo el PSOE se va a astener en la inbestidura para que sigan mandando estos franquistas que se moskean cuando Pablo los pone en su sitio, y levanta el puño alli en el Congreso de los Diputados, que es komo si todos los que estamos deseando hechar a estos franquistas de mierda levantaramos tambien el puño, pero para darle en toda la boca a esta partida de fachas que nada mas que acen manipular desde La Trese, que es la tele ke ben mis viejos, que ayi no sale mas que facherio diciendo las kosas que quieren los kuras, que son los que la pagan, para eso kieren el dinero de la cruz del Yerre Pe Efe, para pagarle al Herrera que diga mentiras y para que en La Trese le laben el coco a los que no pertenesen a ningun circulo ni botan a Podemos y se dejan hengañar, sin saber que benimos pidiendo paso la jeneracion mejor preparada que de momento se a cargado la rebalida franquista.
Antonio Burgos
Félix Velasco - Blog

domingo, 23 de octubre de 2016

sábado, 15 de octubre de 2016

La zona de confort


Es difícil enfadarse porque le den el premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, ese poeta judío americano cuyas canciones son parte de la vida de todo Occidente desde hace tres generaciones. Pero es más difícil aún argumentar que Bob Dylan es el literato vivo que más merece un galardón mundial, lo que era al fin y al cabo el objetivo de este premio antes. Antes. Cuando todavía teníamos aquello que llamaban un canon. Aquello que, como Harold Bloom advertía, era un código de calidades y autoridades y un mapa espiritual y moral, creado con la acumulación por los siglos del talento, el conocimiento, la sabiduría y el trabajo de los mejores testimonios de la existencia del ser humano sobre la tierra. Ese canon, otrora instrumento de formación con vocación de código universal es ya solo una vieja referencia para una comunidad letrada menguante y marginal. Bob Dylan gana porque el jurado quiere dar el Nobel a alguien cuyo nombre y cuyas obras no tengan que buscarse en wikipedia. Estamos en la segunda generación en la que pocos individuos leen textos que superen las dos páginas. Otorgar un premio de literatura que sea popular entre gente que no lee es una tarea complicada que se resuelve con Bob Bylan. Cuyos textos son por cierto bellísimos. Todo adecuado a las comodidades de las nuevas generaciones occidentales. Todo debe adecuarse a la zona de confort en la que se consume con buena conciencia, sentimentalismo y superioridad moral. Las sociedades desarrolladas se sienten bien con las certezas y los sentimientos acompasados. Mientras se multiplican las amenazas externas y crece la indefensión de estas sociedades tan dormidas como decididas a combatir con furia todo lo que les moleste el sueño.
Esta zona de confort es una de las consecuencias catastróficas del sesentaiochismo en EE.UU. y en Europa. Que nos ha traído en medio siglo de deterioro permanente a esta situación de perfecta postración intelectual y moral que hoy vemos en los medios de comunicación, en las universidades y en la cultura, todo bajo la vigilancia de un izquierdismo difuso pero implacable. El producto final es la tiranía de la corrección política que es ya la peor amenaza para la democracia y el pensamiento libre. Todo comenzó con la relativización general y obligatoria de todos los valores, empezando por los cristianos. Y hemos llegado ya a la inversión total de los valores de la civilización occidental. En esa zona de confort solo hay que estar de acuerdo en que todo viene a ser lo mismo, Mozart y los Fitipaldis, el perdón cristiano y la venganza musulmana, la libertad y la ausencia de ella, el terrorista de las FARC o su víctima, mentir o decir la verdad, Bob Dylan o Theodor Mommsen. Como lógica consecuencia ya tenemos fuerzas que otorgan más valor a la vida de los animales que a la humana. Y nadie se inmuta ya ante la permanente carnicería del aborto de humanos tan fácilmente asumida como si fuera extirpar espinillas. En el centro de todo se sitúa el bienestar que no es sino dispersa comodidad, y el «pensamiento puré» de la emoción primaria, y la entonación en contraposición al esfuerzo, a la disciplina, a la autoridad, al rigor y a la verdad, y por supuesto en lucha a muerte contra un canon occidental cuyos pilares están en nuestras raíces judeocristianas. En el fondo es por ello el Nobel a Dylan casi tan ofensivo, en todo caso tan significativo, como el Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos por su acuerdo con el narcoterrorismo de las FARC. Ambos son prueba de la imparable quiebra de los valores que hicieron de Occidente la tierra de los hombres libres.
Hermann Tertsch
Félix Velasco - Blog

miércoles, 12 de octubre de 2016

Cristóbal Rodríguez


Esta es la historia del primer español que quiso entender a los indios americanos, un joven marinero andaluz del círculo de confianza de Colón que abandonó a los colonos y se fue a vivir durante unos años en un poblado, hasta que aprendió su lengua, sus costumbres y apreció su visión del mundo.
El personaje en cuestión se llamaba Cristóbal Rodríguez, marinero, natural de Palos. Conoció a Colón en Sevilla, a finales de marzo de 1493, cuando el almirante acababa de regresar de su primer viaje y se dejaba ver por el Barrio de Santa Cruz, junto a Juan Niño y los otros seis indios que trajo con él, al tiempo que enseñaban animales exóticos y artesanías de oro y de hueso de pez a los atónitos hispalenses. Los Reyes llamaron a Colón el 31 de aquel marzo de 1493, y el almirante partió hacia Badalona el 9 o el 10 de abril. Pero en Sevilla ya habían comenzado los preparativos para el segundo viaje. La excitación que siguió al retorno estaba ahora dando paso a la planificación de un viaje más de colonización que de descubrimiento, que se iniciaría en septiembre de ese mismo año.
«Años de industria»
Por entonces Cristóbal Rodríguez tenía solo 18 años y, sin duda, aquel asombro avivó su curiosidad. ¿Qué mundo era aquel? Es probable que no hubiéramos sabido nada de su vida si no llega a decidir, en aquel preciso momento, embarcarse con Colón. Su rastro es tenue, apenas quedan media docena de documentos con su nombre, y no sabemos mucho de sus motivaciones.
Cuenta Fray Bartolomé de Las Casas que Cristóbal Rodríguez «fue el primero que supo la lengua de los indios de esta isla, y era marinero, el cual había estado ciertos años de industria entre los indios, sin hablar con cristiano alguno, por la aprender». Sabemos por los sueldos de marinería que se enroló en la carabela de Diego Rodríguez y que desembarcó en La Española el 22 de noviembre de 1493.
Una vez allí, vivió con los indios, durante cinco o seis años. No hay memoria sobre su inmersión cultural, y no sabemos si seguía una orden del Almirante, aunque cabe pensarlo. La comunicación con los indígenas taínos era una urgencia para los primeros españoles en las Antillas. Y como lo hizo tan bien, pronto se ganó el apodo de «lengua», a veces dicho en masculino, como un mote, a veces en femenino, apelando a su importante función.
La idealizada llegada de Colón en el cuadro del Museo Naval
Colón había empezado a conquistar La Española por señas en 1492, pero enseguida hizo planes para tener traductores. Entre los indios que fueron llevados a España, había uno, capturado en Guanahaní (San Salvador) que había medio aprendido castellano, y al que Colón había bautizado con el nombre de su propio hijo, Diego Colón. Fue el que hizo de «lengua» con los indios al llegar al fuerte Navidad en 1493 y quien tradujo que todos habían sido asesinados por un cacique taíno: Caonabo.
Cristóbal Rodríguez dominó pronto la lengua común de los taínos y sabía casi todo de sus costumbres. De hecho, es el primer abogado de los indios frente a los abusos de los encomenderos que hubo en el nuevo mundo. Como es lógico, ello le trajo graves problemas, e incluso un largo destierro. Su figura se destaca así como una de esas complejidades que rompen en pedazos los prejuicios de la leyenda negra, un español tan interesante como desconocido.
Desterrado, pero tiene un plan brillante
Pero lo cierto es que Cristóbal Rodríguez conocía todos los matices de los casos concretos y por tanto se arriesgó según su propio entendimiento y arregló en 1504 un matrimonio mixto sin el permiso oficial, y así se casó un tal Juan Garcés con una india de la Concepción. Por ello recibió en 1505 una sanción de 100.000 maravedíes, una enorme suma que bastaba para dejarle fuera de combate, y se sumó una pena de destierro impuesto por el gobernador Ovando. 
El «lengua» se adelantó a los acontecimientos y viajó a España para pedir intercesión ante el Consejo de Indias. La cosa llegó al Rey, que supo escucharle, ya que el «lengua» era muy sagaz y no llegaba con las manos vacías: traía una propuesta harto interesante. Había diseñado una reforma para cobrar los tributos a los indios sin intervención de los encomenderos, y aprovechó su ocasión para denunciar los desmanes del sistema de la encomienda de indios, que los esclavizaba en la práctica, a pesar de ser súbditos del Rey. Fernando el Católico envió al «lengua» de vuelta a La Española con instrucciones específicas a Ovando para llevar su plan a cabo: «El diz que tiene con ellos mucha ynteligençia e que en esto me podria mucho servir. Por endo yo vos encargo e mando que lo resçebays e trateys bien e lo ayays encomendado e mires por el como por seruidor mio en todas las cosas que le tocaren, e le oyays en las cosas tocantes a la dicha negoçiaçion que lleva a cargo e le favorescays en ella, porque el se ha ofrecido de la acabar con los yndios».
Órdenes del Rey
Pero Ovando, a tantas leguas, se las ingenió para hacer caso omiso. En la colonia los encomenderos nunca aceptaron la idea y el gobernador aprovechó esa circunstancia. El plan del «lengua» quedó en agua de borrajas. La desconfianza venía de lejos. En los tumultuosos momentos en los que Colón había caído en desgracia, Cristóbal Rodríguez aparecía como su hombre de confianza. Le había puesto al frente de las negociaciones con el rebelde Francisco Roldán en 1499 y le envió a recibir en 1500 en su nombre al pesquisidor Francisco de Bobadilla, que fue quien ordenaría el inmediato arresto de Colón.
Tal vez era mucho más difícil interceder entre adversarios políticos que en medio de dos culturas tan alejadas como la taína y la española.
Este hombre merece sin duda ser recordado como el precursor de una relación mucho más positiva de los conquistadores con la cultura indígena. Si hay algo que merece recordarse hoy 12 de octubre es la maravillosa complejidad de aquel encuentro. 
Tomado de Jesús García
Félix Velasco - Blog

sábado, 13 de agosto de 2016

La expropiación de la mirada



El éxito fulgurante de Pokémon Go no consiste tanto en su innovadora tecnología como en la perspicacia sociológica de sus inventores para aprovechar una de las más absurdas tendencias de la sociedad posmoderna: la de mirar el mundo a través del móvil. Mucho antes de que saliera el juego, la gente había renunciado a sus propios ojos para sustituirlos por el angular del portátil. En los lugares turísticos, en los grandes espectáculos, en el fútbol, en los museos, en los monumentos, en las calles o en la misma naturaleza, el público ya no observa a través de su mirada limpia sino de la pantalla del smartphone, que ha pasado de ser un aparato para conversar a un dispositivo para ver. Ya no es un teléfono capaz de tomar fotos o vídeos sino una cámara que habla; en esa mutación de su esencia es donde los ingenieros de Nintendo han descubierto la devastadora posibilidad de introducir en el paisaje un aliciente virtual. Si la realidad ha dejado de interesar como objeto autónomo para convertirse en un escenario, llenemos ese escenario de personajes. El auge de Pokémon nace del ensimismamiento de un mundo prematuramente aburrido de autocontemplarse.
Así, la propietaria de la aplicación se ha ungido de un poder formidable: el de orientar la mirada (postiza) de sus clientes hacia los objetivos de su propio interés. Ha recibido nada menos que la delegación masiva de millones de personas para decidir qué hay que enfocar y qué no; eso sí que es una investidura. Y aunque los jugadores más avezados crean conocer la técnica para crear nidos de muñecos -gimnasios o paradas, los llaman-, lo que han hecho es entregar de facto una libertad irrenunciable: la de dirigir la vista a cualquier parte. Ni la más siniestra distopía logró imaginar una suplantación semejante.
Esas batidas en búsqueda de monigotes -así los llama el querido Javier Rubio con su contundente semántica popular trianera-, esos multitudinarios safaris de monstruitos, representan nada menos que un proceso de expropiación de la mirada. A través de sus algoritmos de geolocalización, de sus bases de datos o de cualquiera que sea el modo en que se crean los pokémons, el fabricante puede decidir la ruta por donde llevar a los presuntos cazadores. No es difícil imaginar el paso siguiente de ese negocio de clientela cautiva: pronto las multinacionales de la moda, la hostelería o el espectáculo pagarán a Nintendo, si no lo han hecho ya, por sembrar de criaturas fantásticas sus escaparates. Y allí, ante las cajas registradoras, la realidad virtual volverá a convertirse en la realidad mercantil más actual, imperativa y dominante.
Todo empezó el día en que renunciamos a mirar y le trasplantamos la retina al cristal de un telefonillo transportable. Ojalá, al menos, alguien encuentre pokémons entre los anaqueles de las librerías; ese día habrá surgido una remota posibilidad de rescate.
Marcelino Camacho
Félix Velasco - Blog

lunes, 18 de julio de 2016

No era una señora


Ayer me quedé de pasta de boniato. Estaba a punto de entrar en una librería y coincidí en la puerta con una señora. Al menos, creí que lo era. Una mujer sobre los cuarenta años, normalmente vestida, quizá con un punto demasiado juvenil para su edad. Por lo demás, de aspecto agradable. Ni elegante ni ordinaria. Ni guapa ni fea. Coincidimos en la puerta, como digo, viniendo ella de un lado de la calle y yo de la dirección contraria. Y en el umbral mismo, por reflejo automático, me detuve para cederle el paso. Desde hace casi sesenta años –su trabajo les costó a mis padres, en su momento– eso es algo que hago ante cualquiera: mujer, hombre, niño; incluso ante los que van por el centro de Madrid en calzoncillos y chanclas, torso desnudo y camiseta al hombro, impregnando el aire de aroma veraniego; tan desahogados, ellos y la madre que los parió, como si estuvieran en el paseo marítimo de una playa o vinieran de chapotear en la alberca del pueblo.
Me detuve en el umbral, como digo. Para cederle el paso a la señora, igual que se lo habría cedido al lucero del alba. Incluso a mi peor enemigo. Hasta a un inspector de Hacienda se lo habría cedido. Pero mi error fue considerar señora a la que sólo era presunta; porque al ver que me detenía ante ella, en vez de decir «gracias» o no decir nada y pasar adelante, me miró con una expresión extraña, entre arrogante y agresiva, como si acabara de dirigirle un insulto atroz, y me soltó en la cara: «Eso es machista».
Oigan. Tengo sesenta y cuatro tacos de almanaque a la espalda, y entre lo que lees, y lo que viajas, y lo que sea, he visto un poco de todo; pero esto de la señora, o la individua, en la puerta, no me había ocurrido nunca. En mi vida. Así que háganse cargo del estupor. Calculen el puntazo de que eso le pase a un fulano de mis años y generación, educado, entre otros, por un abuelo que nació en el siglo XIX, y del que aprendí, a temprana edad, cosas como que a las mujeres se las precede cuando bajan por una escalera y se les va detrás cuando la suben, por si les tropiezan los tacones, que cuando es posible se les abre la puerta de los automóviles, que uno se levanta del asiento cuando ellas llegan o se marchan, que se camina a su lado por el lado exterior de las aceras –«Que no digan que la llevas fuera», bromeaba mi padre con una sonrisa– y cosas así. Calculen todo eso, o imagínenlo si su educación familiar dejó de incluirlo en el paquete, y pónganse en mi lugar, parado ante la puerta de la librería, mirando la cara de aquella prójima.
Habría querido disponer de tiempo, por mi parte, y de paciencia, por la de ella, para decir lo que me hubiera gustado decirle. Algo así como se equivoca usted, señora o lo que sea. Cederle el paso en la puerta, o en cualquier sitio, no es un acto machista en absoluto, como tampoco lo es el hecho de no sentarme nunca en un transporte público, porque al final acabo avergonzándome cuando veo a una embarazada o a alguien de más edad que la mía, de pie y sin asiento que ocupar. Como no lo es ceder el lugar en la cola o el primer taxi disponible a quien viene agobiado y con prisa, o quitarte el sombrero –porque algunos, señora o lo que usted sea, usamos a veces panamá en verano y fieltro en invierno– cuando saludas a alguien, del mismo modo que te lo quitas –que para eso también lo llevas, para quitártelo– cuando entras en una casa o un lugar público. Así que entérate, cretina de concurso. Cederte el paso no tiene nada de especial porque es un reflejo instintivo, natural, que a la gente de buena crianza, y de ésa todavía hay mucha, le surge espontánea ante varones, hembras, ancianos, niños, e incluso políticos y admiradores de Almodóvar. Ni siquiera es por ti. Ni siquiera porque seas mujer, que también, sino porque la buena educación, desde decir buenos días a ceder el paso o quitarte la puta gorra de rapero, si la llevas, facilita la vida y crea lazos solidarios entre los desconocidos que la practican.
Y, bueno. Me habría gustado decir todo eso de golpe, allí mismo; pero no hubo tiempo. Tampoco sé si lo iba a entender. Así que permanecí inmóvil, mirándola con una sonrisa que, por supuesto, le resbaló por encima como si llevara un impermeable; porque al ver que me quedaba quieto y sin decir nada, cruzó el umbral con aire de estar gravemente ofendida. «Lo he hecho polvo», debía de pensar. Y yo la vi entrar mientras pensaba, a mi vez: No es por ti, boba. Sé de sobra que no lo mereces. Es por mí. Por la idea que algunos procuramos mantener de nosotros mismos. Algo que, mientras te veo entrar en esa librería que de tan poca utilidad parece serte, me hace sonreír con absoluto desprecio.
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco -Blog

sábado, 16 de julio de 2016

Los godos del emperador Valente


LOS GODOS DEL EMPERADOR VALENTE
13 de septiembre de 2015
En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones –entre otras, que Roma ya no era lo que había sido– se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano.
Y es que todo ha ocurrido ya. Otra cosa es que lo hayamos olvidado. Que gobernantes irresponsables nos borren los recursos para comprender. Desde que hay memoria, unos pueblos invadieron a otros por hambre, por ambición, por presión de quienes los invadían o maltrataban a ellos. Y todos, hasta hace poco, se defendieron y sostuvieron igual: acuchillando invasores, tomando a sus mujeres, esclavizando a sus hijos. Así se mantuvieron hasta que la Historia acabó con ellos, dando paso a otros imperios que a su vez, llegado el ocaso, sufrieron la misma suerte. El problema que hoy afronta lo que llamamos Europa, u Occidente (el imperio heredero de una civilización compleja, que hunde sus raíces en la Biblia y el Talmud y emparenta con el Corán, que florece en la Iglesia medieval y el Renacimiento, que establece los derechos y libertades del hombre con la Ilustración y la Revolución Francesa), es que todo eso –Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Newton, Voltaire– tiene fecha de caducidad y se encuentra en liquidación por derribo. Incapaz de sostenerse. De defenderse. Ya sólo tiene dinero. Y el dinero mantiene a salvo un rato, nada más.
Pagamos nuestros pecados. La desaparición de los regímenes comunistas y la guerra que un imbécil presidente norteamericano desencadenó en el Medio Oriente para instalar una democracia a la occidental en lugares donde las palabras Islam y Rais –religión mezclada con liderazgos tribales– hacen difícil la democracia, pusieron a hervir la caldera. Cayeron los centuriones –bárbaros también, como al fin de todos los imperios– que vigilaban nuestro limes. Todos esos centuriones eran unos hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta. Sin ellos, sobre las fronteras caen ahora oleadas de desesperados, vanguardia de los modernos bárbaros –en el sentido histórico de la palabra– que cabalgan detrás. Eso nos sitúa en una coyuntura nueva para nosotros pero vieja para el mundo. Una coyuntura inevitablemente histórica, pues estamos donde estaban los imperios incapaces de controlar las oleadas migratorias, pacíficas primero y agresivas luego. Imperios, civilizaciones, mundos que por su debilidad fueron vencidos, se transformaron o desaparecieron. Y los pocos centuriones que hoy quedan en el Rhin o el Danubio están sentenciados. Los condenan nuestro egoísmo, nuestro buenismo hipócrita, nuestra incultura histórica, nuestra cobarde incompetencia. Tarde o temprano, también por simple ley natural, por elemental supervivencia, esos últimos centuriones acabarán poniéndose de parte de los bárbaros.
A ver si nos enteramos de una vez: estas batallas, esta guerra, no se van a ganar. Ya no se puede. Nuestra propia dinámica social, religiosa, política, lo impide. Y quienes empujan por detrás a los godos lo saben. Quienes antes frenaban a unos y otros en campos de batalla, degollando a poblaciones enteras, ya no pueden hacerlo. Nuestra civilización, afortunadamente, no tolera esas atrocidades. La mala noticia es que nos pasamos de frenada. La sociedad europea exige hoy a sus ejércitos que sean oenegés, no fuerzas militares. Toda actuación vigorosa –y sólo el vigor compite con ciertas dinámicas de la Historia– queda descartada en origen, y ni siquiera Hitler encontraría hoy un Occidente tan resuelto a enfrentarse a él por las armas como lo estuvo en 1939. Cualquier actuación contra los que empujan a los godos es criticada por fuerzas pacifistas que, con tanta legitimidad ideológica como falta de realismo histórico, se oponen a eso. La demagogia sustituye a la realidad y sus consecuencias. Detalle significativo: las operaciones de vigilancia en el Mediterráneo no son para frenar la emigración, sino para ayudar a los emigrantes a alcanzar con seguridad las costas europeas. Todo, en fin, es una enorme, inevitable contradicción. El ciudadano es mejor ahora que hace siglos, y no tolera cierta clase de injusticias o crueldades. La herramienta histórica de pasar a cuchillo, por tanto, queda felizmente descartada. Ya no puede haber matanza de godos. Por fortuna para la humanidad. Por desgracia para el imperio.
Todo eso lleva al núcleo de la cuestión: Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Ni sabe, ni puede, ni quiere, y quizá ni debe defenderse. Vivimos la absurda paradoja de compadecer a los bárbaros, incluso de aplaudirlos, y al mismo tiempo pretender que siga intacta nuestra cómoda forma de vida. Pero las cosas no son tan simples. Los godos seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Están en su derecho, y tienen justo lo que Europa no tiene: juventud, vigor, decisión y hambre. Cuando esto ocurre hay pocas alternativas, también históricas: si son pocos, los recién llegados se integran en la cultura local y la enriquecen; si son muchos, la transforman o la destruyen. No en un día, por supuesto. Los imperios tardan siglos en desmoronarse.
Eso nos mete en el cogollo del asunto: la instalación de los godos, cuando son demasiados, en el interior del imperio. Los conflictos derivados de su presencia. Los derechos que adquieren o deben adquirir, y que es justo y lógico disfruten. Pero ni en el imperio romano ni en la actual Europa hubo o hay para todos; ni trabajo, ni comida, ni hospitales, ni espacios confortables. Además, incluso para las buenas conciencias, no es igual compadecerse de un refugiado en la frontera, de una madre con su hijo cruzando una alambrada o ahogándose en el mar, que verlos instalados en una chabola junto a la propia casa, el jardín, el campo de golf, trampeando a veces para sobrevivir en una sociedad donde las hadas madrinas tienen rota la varita mágica y arrugado el cucurucho. Donde no todos, y cada vez menos, podemos conseguir lo que ambicionamos. Y claro. Hay barriadas, ciudades que se van convirtiendo en polvorines con mecha retardada. De vez en cuando arderán, porque también eso es históricamente inevitable. Y más en una Europa donde las élites intelectuales desaparecen, sofocadas por la mediocridad, y políticos analfabetos y populistas de todo signo, según sopla, copan el poder. El recurso final será una policía más dura y represora, alentada por quienes tienen cosas que perder. Eso alumbrará nuevos conflictos: desfavorecidos clamando por lo que anhelan, ciudadanos furiosos, represalias y ajustes de cuentas. De aquí a poco tiempo, los grupos xenófobos violentos se habrán multiplicado en toda Europa. Y también los de muchos desesperados que elijan la violencia para salir del hambre, la opresión y la injusticia. También parte de la población romana –no todos eran bárbaros– ayudó a los godos en el saqueo, por congraciarse con ellos o por propia iniciativa. Ninguna pax romana beneficia a todos por igual. Y es que no hay forma de parar la Historia. «Tiene que haber una solución», claman editorialistas de periódicos, tertulianos y ciudadanos incapaces de comprender, porque ya nadie lo explica en los colegios, que la Historia no se soluciona, sino que se vive; y, como mucho, se lee y estudia para prevenir fenómenos que nunca son nuevos, pues a menudo, en la historia de la Humanidad, lo nuevo es lo olvidado. Y lo que olvidamos es que no siempre hay solución; que a veces las cosas ocurren de forma irremediable, por pura ley natural: nuevos tiempos, nuevos bárbaros. Mucho quedará de lo viejo, mezclado con lo nuevo; pero la Europa que iluminó el mundo está sentenciada a muerte. Quizá con el tiempo y el mestizaje otros imperios sean mejores que éste; pero ni ustedes ni yo estaremos aquí para comprobarlo. Nosotros nos bajamos en la próxima. En ese trayecto sólo hay dos actitudes razonables. Una es el consuelo analgésico de buscar explicación en la ciencia y la cultura; para, si no impedirlo, que es imposible, al menos comprender por qué todo se va al carajo. Como ese romano al que me gusta imaginar sereno en la ventana de su biblioteca mientras los bárbaros saquean Roma. Pues comprender siempre ayuda a asumir. A soportar.
La otra actitud razonable, creo, es adiestrar a los jóvenes pensando en los hijos y nietos de esos jóvenes. Para que afronten con lucidez, valor, humanidad y sentido común el mundo que viene. Para que se adapten a lo inevitable, conservando lo que puedan de cuanto de bueno deje tras de sí el mundo que se extingue. Dándoles herramientas para vivir en un territorio que durante cierto tiempo será caótico, violento y peligroso. Para que peleen por aquello en lo que crean, o para que se resignen a lo inevitable; pero no por estupidez o mansedumbre, sino por lucidez. Por serenidad intelectual. Que sean lo que quieran o puedan: hagámoslos griegos que piensen, troyanos que luchen, romanos conscientes –llegado el caso– de la digna altivez del suicidio. Hagámoslos supervivientes mestizos, dispuestos a encarar sin complejos el mundo nuevo y mejorarlo; pero no los embauquemos con demagogias baratas y cuentos de Walt Disney. Ya es hora de que en los colegios, en los hogares, en la vida, hablemos a nuestros hijos mirándolos a los ojos.
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

Es la guerra santa, idiotas


ES LA GUERRA SANTA, IDIOTAS
1 septiembre de 2014
Pinchos morunos y cerveza. A la sombra de la antigua muralla de Melilla, mi interlocutor –treinta años de cómplice amistad– se recuesta en la silla y sonríe, amargo. «No se dan cuenta, esos idiotas –dice–. Es una guerra, y estamos metidos en ella. Es la tercera guerra mundial, y no se dan cuenta». Mi amigo sabe de qué habla, pues desde hace mucho es soldado en esa guerra. Soldado anónimo, sin uniforme. De los que a menudo tuvieron que dormir con una pistola debajo de la almohada. «Es una guerra –insiste metiendo el bigote en la espuma de la cerveza–. Y la estamos perdiendo por nuestra estupidez. Sonriendo al enemigo».
Mientras escucho, pienso en el enemigo. Y no necesito forzar la imaginación, pues durante parte de mi vida habité ese territorio. Costumbres, métodos, manera de ejercer la violencia. Todo me es familiar. Todo se repite, como se repite la Historia desde los tiempos de los turcos, Constantinopla y las Cruzadas. Incluso desde las Termópilas. Como se repitió en aquel Irán, donde los incautos de allí y los imbéciles de aquí aplaudían la caída del Sha y la llegada del libertador Jomeini y sus ayatollás. Como se repitió en el babeo indiscriminado ante las diversas primaveras árabes, que al final –sorpresa para los idiotas profesionales– resultaron ser preludios de muy negros inviernos. Inviernos que son de esperar, por otra parte, cuando las palabras libertad y democracia, conceptos occidentales que nuestra ignorancia nos hace creer exportables en frío, por las buenas, fiadas a la bondad del corazón humano, acaban siendo administradas por curas, imanes, sacerdotes o como queramos llamarlos, fanáticos con turbante o sin él, que tarde o temprano hacen verdad de nuevo, entre sus también fanáticos feligreses, lo que escribió el barón Holbach en el siglo XVIII: «Cuando los hombres creen no temer más que a su dios, no se detienen en general ante nada».
Porque es la Yihad, idiotas. Es la guerra santa. Lo sabe mi amigo en Melilla, lo sé yo en mi pequeña parcela de experiencia personal, lo sabe el que haya estado allí. Lo sabe quien haya leído Historia, o sea capaz de encarar los periódicos y la tele con lucidez. Lo sabe quien busque en Internet los miles de vídeos y fotografías de ejecuciones, de cabezas cortadas, de críos mostrando sonrientes a los degollados por sus padres, de mujeres y niños violados por infieles al Islam, de adúlteras lapidadas -cómo callan en eso las ultrafeministas, tan sensibles para otras chorradas-, de criminales cortando cuellos en vivo mientras gritan «Alá Ajbar» y docenas de espectadores lo graban con sus putos teléfonos móviles. Lo sabe quien lea las pancartas que un niño musulmán -no en Iraq, sino en Australia- exhibe con el texto: «Degollad a quien insulte al Profeta». Lo sabe quien vea la pancarta exhibida por un joven estudiante musulmán –no en Damasco, sino en Londres– donde advierte: «Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia».
A Occidente, a Europa, le costó siglos de sufrimiento alcanzar la libertad de la que hoy goza. Poder ser adúltera sin que te lapiden, o blasfemar sin que te quemen o que te cuelguen de una grúa. Ponerte falda corta sin que te llamen puta. Gozamos las ventajas de esa lucha, ganada tras muchos combates contra nuestros propios fanatismos, en la que demasiada gente buena perdió la vida: combates que Occidente libró cuando era joven y aún tenía fe. Pero ahora los jóvenes son otros: el niño de la pancarta, el cortador de cabezas, el fanático dispuesto a llevarse por delante a treinta infieles e ir al Paraíso. En términos históricos, ellos son los nuevos bárbaros. Europa, donde nació la libertad, es vieja, demagoga y cobarde; mientras que el Islam radical es joven, valiente, y tiene hambre, desesperación, y los cojones, ellos y ellas, muy puestos en su sitio. Dar mala imagen en Youtube les importa un rábano: al contrario, es otra arma en su guerra. Trabajan con su dios en una mano y el terror en la otra, para su propia clientela. Para un Islam que podría ser pacífico y liberal, que a menudo lo desea, pero que nunca puede lograrlo del todo, atrapado en sus propias contradicciones socioteológicas. Creer que eso se soluciona negociando o mirando a otra parte, es mucho más que una inmensa gilipollez. Es un suicidio. Vean Internet, insisto, y díganme qué diablos vamos a negociar. Y con quién. Es una guerra, y no hay otra que afrontarla. Asumirla sin complejos. Porque el frente de combate no está sólo allí, al otro lado del televisor, sino también aquí. En el corazón mismo de Roma. Porque -creo que lo escribí hace tiempo, aunque igual no fui yo- es contradictorio, peligroso, y hasta imposible, disfrutar de las ventajas de ser romano y al mismo tiempo aplaudir a los bárbaros.
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

Sobre idiotas, velos e imanes


SOBRE IDIOTAS, VELOS E IMANES
29 de septiembre de 2014 
Vaya por Dios. Compruebo que hay algunos idiotas –a ellos iba dedicado aquel artículo– a los que no gustó que dijera, hace cuatro semanas, que lo del Islam radical es la tercera guerra mundial: una guerra que a los europeos no nos resulta ajena, aunque parezca que pilla lejos, y que estamos perdiendo precisamente por idiotas; por los complejos que impiden considerar el problema y oponerle cuanto legítima y democráticamente sirve para oponerse en esta clase de cosas.
La principal idiotez es creer que hablaba de una guerra de cristianos contra musulmanes. Porque se trata también de proteger al Islam normal, moderado, pacífico. De ayudar a quienes están lejos del fanatismo sincero de un yihadista majara o del fanatismo fingido de un oportunista. Porque, como todas las religiones extremas trajinadas por curas, sacerdotes, hechiceros, imanes o lo que se tercie, el Islam se nutre del chantaje social. De un complicado sistema de vigilancia, miedo, delaciones y acoso a cuantos se aparten de la ortodoxia. En ese sentido, no hay diferencia entre el obispo español que hace setenta años proponía meter en la cárcel a las mujeres y hombres que bailasen agarrados, y el imán radical que, desde su mezquita, exige las penas sociales o físicas correspondientes para quien transgreda la ley musulmana. Para quien no viva como un creyente.
Por eso es importante no transigir en ciertos detalles, que tienen apariencia banal pero que son importantes. La forma en que el Islam radical impone su ley es la coacción: qué dirán de uno en la calle, el barrio, la mezquita donde el cura señala y ordena mano dura para la mujer, recato en las hijas, desprecio hacia el homosexual, etcétera. Detalles menores unos, más graves otros, que constituyen el conjunto de comportamientos por los que un ciudadano será aprobado por la comunidad que ese cura controla. En busca de beneplácito social, la mayor parte de los ciudadanos transigen, se pliegan, aceptan someterse a actitudes y ritos en los que no creen, pero que permiten sobrevivir en un entorno que de otro modo sería hostil. Y así, en torno a las mezquitas proliferan las barbas, los velos, las hipócritas pasas -ese morado en la frente, de golpear fuerte el suelo al rezar-, como en la España de la Inquisición proliferaban las costumbres pías, el rezo del rosario en público, la delación del hereje y las comuniones semanales o diarias.
El más siniestro símbolo de ese Islam opresor es el velo de la mujer, el hiyab, por no hablar ya del niqab que cubre el rostro, o el burka que cubre el cuerpo. Por lo que significa de desprecio y coacción social: si una mujer no acepta los códigos, ella y toda su familia quedan marcados por el oprobio. No son buenos musulmanes. Y ese contagio perverso y oportunista –fanatismos sinceros aparte, que siempre los hay– extiende como una mancha de aceite el uso del velo y de lo que haga falta, con el resultado de que, en Europa, barrios enteros de población musulmana donde eran normales la cara maquillada y los vaqueros se ven ahora llenos de hiyabs, niqabs y hasta burkas; mientras el Estado, en vez de arbitrar medidas inteligentes para proteger a esa población musulmana del fanatismo y la coacción, lo que hace es ser cómplice, condenándola a la sumisión sin alternativa. Tolerando usos que denigran la condición femenina y ofenden la razón, como el disparate de que una mujer pueda entrar con el rostro oculto en hospitales, escuelas y edificios oficiales –en Francia, Holanda e Italia ya está prohibido–, que un hospital acceda a que sea una mujer doctor y no un hombre quien atienda a una musulmana, o que un imán radical aconseje maltratos a las mujeres o predique la yihad sin que en el acto sea puesto en un avión y devuelto a su país de origen. Por lo menos.
Y así van las cosas. Demasiada transigencia social, demasiados paños calientes, demasiados complejos, demasiado miedo a que te llamen xenófobo. Con lo fácil que sería decir desde el principio: sea bien venido porque lo necesitamos a usted y a su familia, con su trabajo y su fuerza demográfica. Todos somos futuro juntos. Pero escuche: aquí pasamos siglos luchando por la dignidad del ser humano, pagándolo muy caro. Y eso significa que usted juega según nuestras reglas, vive de modo compatible con nuestros usos, o se atiene a las consecuencias. Y las consecuencias son la ley en todo su rigor o la sala de embarque del aeropuerto. En ese sentido, no estaría de más recordar lo que aquel gobernador británico en la India dijo a quienes querían seguir quemando viudas en la pira del marido difunto: «Háganlo, puesto que son sus costumbres. Yo levantaré un patíbulo junto a cada pira, y en él ahorcaré a quienes quemen a esas mujeres. Así ustedes conservarán sus costumbres y nosotros las nuestras».
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

Por qué ganan los malos


POR QUÉ VAN A GANAR LOS MALOS
2 de febrero de 2006

De la movida mahometana me quedo con una foto. Dos jóvenes tocados con kufiyas alzan un cartel: Europa es el cáncer, el Islam es la respuesta. Y esos jóvenes están en Londres. Residen en pleno cáncer, quizá porque en otros sitios el trabajo, la salud, el culto de otra religión, la libertad de sostener ideas que no coincidan con la doctrina oficial del Estado, son imposibles. Ante esa foto reveladora -no se trata de occidentalizar el sano Islam, sino de islamizar un enfermo Occidente-, lo demás son milongas. Los quiebros de cintura de algunos gobernantes europeos, la claudicación y el pasteleo de otros, la firmeza de los menos, no alteran la situación, ni el futuro. En Europa, un tonto del haba puede titular su obra Me cago en Dios, y la gente protestar en libertad ante el teatro, y los tribunales, si procede, decidir al respecto. Es cierto que, en otros tiempos, en Europa se quemaba por cosas así. Pero las hogueras de la Inquisición se apagaron -aunque algún obispo lo lamente todavía- cuando Voltaire escribió: «No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero lucharé hasta la muerte para que nadie le impida decirlo».
Aclarado ese punto, creo que la alianza de civilizaciones es un camelo idiota, y que además es imposible. El Islam y Occidente no se aliarán jamás. Podrán coexistir con cuidado y tolerancia, intercambiando gentes e ideas en una ósmosis tan inevitable como necesaria. Pero quienes hablan de integración y fusión intercultural no saben lo que dicen. Quien conoce el mundo islámico -algunos viajamos por él durante veintiún años- comprende que el Islam resulta incompatible con la palabra progreso como la entendemos en Occidente, que allí la separación entre Iglesia y Estado es impensable, y que mientras en Europa el cristianismo y sus clérigos, a regañadientes, claudicaron ante las ideas ilustradas y la libertad del ciudadano, el Islam, férreamente controlado por los suyos, no renuncia a regir todos y cada uno de los aspectos de la vida personal de los creyentes. Y si lo dejan, también de los no creyentes. Nada de derechos humanos como los entendemos aquí, nada de libertad individual. Ninguna ley por encima de la Charia. Eso hace la presión social enorme. El qué dirán es fundamental. La opinión de los vecinos, del barrio, del entorno. Y lo más terrible: no sólo hay que ser buen musulmán, hay que demostrarlo.
En cuanto a Occidente, ya no se trata sólo de un conflicto añejo, dormido durante cinco siglos, entre dos concepciones opuestas del mundo. Millones de musulmanes vinieron a Europa en busca de una vida mejor. Están aquí, se van a quedar para siempre y vendrán más. Pero, pese a la buena voluntad de casi todos ellos, y pese también a la favorable disposición de muchos europeos que los acogen, hay cosas imposibles, integraciones dificilísimas, concepciones culturales, sociales, religiosas, que jamás podrán conciliarse con un régimen de plenas libertades. Es falaz lo del respeto mutuo. Y peligroso. ¿Debo respetar a quien castiga a adúlteras u homosexuales? Occidente es democrático, pero el Islam no lo es. Ni siquiera el comunismo logró penetrar en él: se mantiene tenaz e imbatible como una roca. «Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia», ha dicho Omar Bin Bakri, uno de sus los principales ideólogos radicales. Occidente es débil e inmoral, y los vamos a reventar con sus propias contradicciones. Frente a eso, la única táctica defensiva, siempre y cuando uno quiera defenderse, es la firmeza y las cosas claras. Usted viene aquí, trabaja y vive. Vale. Pero no llame puta a mi hija -ni a la suya- porque use minifalda, ni lapide a mi mujer -ni a la suya- porque se líe con el del butano. Aquí respeta usted las reglas o se va a tomar por saco. Hace tiempo, los Reyes Católicos hicieron lo que su tiempo aconsejaba: el que no trague, fuera. Hoy eso es imposible, por suerte para la libertad que tal vez nos destruya, y por desgracia para esta contradictoria y cobarde Europa, sentenciada por el curso implacable de una Historia en la que, pese a los cuentos de hadas que vocea tanto cantamañanas -vayan a las bibliotecas y léanlo, imbéciles- sólo los fuertes vencen, y sobreviven. Por eso los chicos de la pancarta de Londres y sus primos de la otra orilla van a ganar, y lo saben. Tienen fe, tienen hambre, tienen desesperación, tienen los cojones en su sitio. Y nos han calado bien. Conocen el cáncer. Les basta observar la escalofriante sonrisa de las ratas dispuestas a congraciarse con el verdugo.
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

sábado, 23 de abril de 2016

¿Por qué «El Quijote» es una obra única?


Cuando los homenajes acaben, las exposiciones desmonten por fin sus vitrinas, las funciones teatrales terminen, y la gente devuelva el nombre de Miguel de Cervantes al discreto retiro que supone el olvido, lo que quedará de este aniversario será la «Gran enciclopedia Cervantina», una empresa hecha en silencio, con la discreción que rodea a los trabajos universitarios y de la que hace escasos días se presentó el IX volumen. Una obra ambiciosa, hecha con más voluntad que apoyos ,y dirigida por Carlos Alvar, catedrático, director del Centro de Estudios Cervantinos de Alcalá de Henares y profesor que ejerce la docencia en Ginebra, explica, en este año que conmemora al escritor, las claves para entender su obra magna, «El Quijote», para que esta celebración no quede sólo en un festival de actos.
- ¿Por qué es tan importante «El Quijote»?
«Es la primera novela, la fuente de la que beben todos los escritores. El modelo que sigue la novela durante los siglos XVIII, XIX, XX y XXI. Harold Bloom, que habla del canon occidental, asegura que uno de los pilares es Shakespeare y el otro, Cervantes. Todos los autores reconocen haber aprendido de ellos. “El Quijote” tiene una riqueza extraordinaria que se aprecia de forma diferente cuando eres joven que cuando eres mayor. En la juventud, te quedas con las anécdotas; en la madurez, con los pensamientos, las conversaciones y las reflexiones sobre literatura, de las que está lleno el libro. Al que le gusta “El Quijote”, le gusta a cualquier edad».
- ¿Representa el carácter español?
«Es una discusión que se ha planteado. Hasta qué punto lo representa, pero yo no creo que los españoles sean idealistas. Tampoco creo en los estereotipos. Los ingleses, que fueron los primeros impulsores, vieron en esta obra el delirio belicoso de los españoles y su tendencia a defender causas imposibles. Realmente, “El Quijote” tiene muchas caras. No representa el espíritu de un pueblo».
- ¿Es una burla de los libros de caballería?
«Sí, eso es cierto, pero también es una burla del sistema social, del comportamiento, de una serie de actitudes y, posiblemente, mucho más de lo que vemos... de la ciudad de Toledo y de sus habitantes. Hay una burla de la actitud de los intelectuales, una burla del bachiller, el barbero, el cura... pero también es un libro que funciona a varios niveles. Aparte de las aventuras, cuenta con una extraordinaria riqueza de diálogos. Debemos diferenciar la técnica literaria y el contenido y valorar cómo se adecúan las dos cosas».
- ¿Es un debate entre el idealismo y la realidad?
«Hay un enfrentamiento entre la visión idealista de don Quijote y la mirada realista de Sancho. Es un hallazgo de Cervantes, que presenta dos personajes dispares y establece un diálogo entre ellos».
- En la segunda parte, don Quijote se enfrenta a sus lectores
«En el segundo volumen hay una verdadera novedad técnica y literaria. Lo interesante de esta continuación es que los personajes que aparecen en el libro ya han leído la primera parte de «El Quijote» Para esos lectores, el protagonista del libro era un personaje de ficción, pero, de pronto, se encuentran con él de manera real. De repente, ven, en carne y hueso, el personaje de ficción. Esto es un juego. Una ficción dentro de la ficción. Cuando don Quijote escucha en una venta que uno lee su historia, él se queda muy sorprendido. Se entera de cosas que son falsas, porque es “El Quijote”, de Avellaneda». Por eso dice que se va a Barcelona, en vez de Zaragoza. Hay una técnica de la ficción dentro de la ficción. Es una novedad».
- ¿Hay una influencia de «El Quijote», de Avellaneda?
«La segunda parte de “El Quijote” está escrita a raíz del de Avellaneda. No se puede ignorar. La idea de un falso don Quijote, de que alguien lo ha suplantado, es un elemento importante. Pero casi no habría que hablar de Avellaneda. Es el juego de un falsario, de alguien del círculo de Lope de Vega, que pretende quitarle el prestigio a don Quijote y el dinero a Cervantes. De nuevo, es la literatura dentro de la literatura. Aquí se produce un conflicto en la narración entre el Quijote de Cervantes y el de Avellaneda. Por eso, Cervantes defiende a su persona y a su personaje».
- ¿«El Quijote» influye en la enemistad con Lope?
«No sabemos lo que pudo pasar entre Miguel de Cervantes y Lope de Vega. Fueron enfrentamientos literarios. Eran amigos y, de pronto, surge entre ellos una enemistad, un encono violento, pero no sabemos el motivo. Puede que Lope de Vega sintiera que «El Quijote» se burlaba de él... casi seguro que sí, que había elementos en la novela que no le hacían gracia. De hecho, en el caso de “El Quijote”, de Avellaneda, el prólogo es realmente insultante y la respuesta que hace Cervantes a él es muy dura».
- ¿La Mancha es un territorio figurado?
«Todo puede ser. Ahí cada cual lo puede tomar como quiera. Pero La Mancha es un territorio real y tiene que ser real, porque, de otra manera, la parodia no tiene gracia. La parodia necesita un territorio real. La Mancha no puede pertenecer a un territorio de la imaginación porque se alejaría de los hechos, los acontecimientos. La región de La Mancha, puede ser todo lo amplia que se quiera, casi desde Sierra Morena hasta Toledo, o más restringida, pero realmente es una geografía concreta, lo que no quiere decir que las aventuras sean concretas. Es un absurdo pretender que don Quijote haya ido por unos caminos determinados y que cada día recorra 50 kilómetros. El territorio es real, pero el personaje se puede desplazar 300 kilómetros, si lo desea el autor, para situarlo en un pueblo. Eso da igual. No tiene por qué ser real».
- ¿En qué consiste la locura de don Quijote?
«Tenemos que dividir la locura de don Quijote en dos aspectos. El primero, que se ha vuelto loco por leer libros de caballerías. Desde este punto de vista es lo que hoy llamaríamos un friki. Cuando uno ve, por ejemplo, la serie de “Big Bang Theory”, no dejan de ser una pandilla de locos maravillosos, pero son unos frikis y, esto es lo relevante, no saben qué es el mundo. El doctor House es igual. Pero en el caso de don Quijote también está presenta otra locura, que no es sólo haber leído libros de caballerías y que se crea que es verdad todo lo que se dice en ellas. Esta segunda locura es que se llega a creer que se puede cambiar el mundo según las reglas de los libros de caballerías. Y esto es lo que le hace sufrir y no lo puede cambiar».
«Los adolescentes no leen “el quijote” porque no leen nada»
Carlos Alvar lo dice con claridad: «¿Por qué los adolescentes no leen “El Quijote”? Porque en general no leen nada. No se entiende que no seamos capaces de hacer un sacrificio para la que es una de las obras maestras mundialmente reconocida. Nos hemos acostumbrado a adquirir las cosas sin sacrificio y eso es un error. ¿Por qué ha llegado a ser “El Quijote” tan importante? Porque los ingleses y los franceses, y más tarde los alemanes, encontraron que era una obra interesante. Y es posible que a algún español le parezca lo mismo. Hay gente que lo lee, pero esa aversión que tenemos a nuestros clásicos... podríamos hablar de Lope de Vega. ¿Por qué se programa más a Shakespeare que a él? Lo que se ha hecho de Cevantes en el teatro nacional es poca cosa. No hay una capacidad de apreciar la calidad de “El Quijote’’». Hay dejadez, falta de imaginación y desinterés. Si no aceptamos el pasado, perderemos las raíces y seremos un pueblo sin memoria».
Carlos Alvar, catedrático de Literatura, dirige la Gran Enciclopedia Cervantina
Félix Velasco - Blog