domingo, 31 de octubre de 2010

Un beso y una flor


Dejaré mi tierra por ti
dejaré mis campos y me iré
lejos de aquí.
Cruzaré llorando el jardín
y con tus recuerdos partiré
lejos de aquí.
De día viviré
pensando en tus sonrisas;
de noche las estrellas me acompañarán.
Serás como una luz
que alumbre mi camino;
me voy pero te juro que mañana volveré.

Al partir
un beso y una flor,
un te quiero, una caricia y un adiós.
Es ligero equipaje
para tan largo viaje;
las penas pesan en el corazón.
Más allá
del mar habrá un lugar
donde el sol cada mañana brille más.
Forjarán mi destino
las piedras del camino;
lo que nos es querido siempre queda atrás.

Buscaré un hogar para ti
donde el cielo se une con el mar
lejos de aquí.
Con mis manos y con tu amor
lograré encontrar otra ilusión
lejos de aquí.
De día viviré
pensando en tus sonrisas;
de noche las estrellas me acompañarán.
Serás como una luz
que alumbre mi camino;
me voy pero te juro que mañana volveré.

Al partir
un beso y una flor,
un te quiero, una caricia y un adiós.
Es ligero equipaje
para tan largo viaje;
las penas pesan en el corazón.
Más allá
del mar habrá un lugar
donde el sol cada mañana brille más.
Forjarán mi destino
las piedras del camino;
lo que nos es querido siempre queda atrás.

Al partir
un beso y una flor,
un te quiero, una caricia y un adiós.
Es ligero equipaje
para tan largo viaje;
las penas pesan en el corazón.
Más allá
del mar habrá un lugar
donde el sol cada mañana brille más.
Forjarán mi destino
las piedras del camino;
lo que nos es querido siempre queda atrás.
Nino Bravo

domingo, 24 de octubre de 2010

Los moros de la profesora

Te lo voy a explicar en corto, chaval. Sin irnos por las ramas.Esa maestra, profesora, docente o como quieras llamarla, es imbécil. Tonta del culo, vaya. En el mejor de los casos «suponiendo que no prevarique a sabiendas, prisionera del qué dirán», une a su ignorancia el triste afán de lo políticamente correcto. La cuestión no es que te haya reprendido en clase de Historia por utilizar la palabra moros al hablar de la Reconquista, y exija que la sustituyas por andalusíes, magrebíes, norteafricanos o musulmanes. Lo grave es que a una profesora así le encomienden la educación histórica de chicos de ambos sexos de catorce o quince años. Que la visión de España y lo español que muchachos de tu generación tengan el resto de su vida dependa de cantamañanas como ésa. Tienes dos opciones. La primera, que desaconsejo, es tu suicidio escolar. Mañana, en clase, dile que no tiene ni puta idea de moros, ni de Historia, ni de lengua española, ni de la madre que la parió. Te quedarás a gusto, desde luego; y las churris te pondrán ojitos por chulo y por malote. Pero en lo que se refiere a esa asignatura y al curso, puedes ir dándote por jodido. Así que lo aconsejable es no complicarte la vida. Ésa es la opción que recomiendo. 
Tu maestra, por muy estúpida que sea, tiene la sartén por el mango. Así que traga, colega, mientras no haya otro remedio; que ya tendrás ocasión, en el futuro «todos pasan tarde o temprano por delante de la escopeta» de ajustar cuentas, real o figuradamente. Así que agacha las orejas y llama a los moros como a ella le salga del chichi. Paciencia y barajar. Por lo demás, duerme tranquilo. Por muy maestra que sea, eres tú quien tiene razón. No ella. En primer lugar, porque el habla la determinan quienes la usan. Y no hay nadie en España, en conversación normal, excepto que sea político o sea gilipollas «a menudo se trata de un político que además es gilipollas», que no llame moros a los moros. Ellos nos llaman a los cristianos arumes o rumís, y nada malo hay en ello. Lo despectivo no está en las palabras, sino en la intención con que éstas se utilizan. La buena o mala leche del usuario. Lo que va, por ejemplo, de decir español a decir español de mierda. La palabra moro, que tiene diversas acepciones en el diccionario de la Real Academia, pero ninguna es peyorativa, se usa generalmente para nombrar al individuo natural del norte de África que profesa la religión de Mahoma; y es fundamental para identificar a los musulmanes que habitaron en España desde el siglo VIII hasta el XV. Desterrarla de nuestra lengua sería mutilar a ésta de una antiquísima tradición con múltiples significados: desde las fiestas de moros y cristianos de Levante hasta el apellido Matamoros, y mil ejemplos más. Así que ya lo sabes. Fuera de clase, usa moro sin cortarte un pelo. Como español, estás en tu derecho. Aparte del habla usual, te respaldan millones de presencias de esa palabra en textos escritos. 
Originalmente se refiere a los naturales de la antigua regiónnorteafricana de Mauretania, que invadieron la península ibérica en tiempos de los visigodos. Viene del latín maurus, nada menos, y se usa con diversos sentidos. Caballo moro, por ejemplo, se aplica a uno de pelaje negro. En la acepción no bautizado se extiende incluso a cosas «vino moro» o personas de otros lugares «los moros de Filipinas». Hasta Gonzalo de Berceo aplicaba la palabra a los romanos de la Antigüedad para oponerlos a judíos y a cristianos. De manera que basta echar cuentas: la primera aparición en un texto escrito data de hace exactamente mil ochenta y dos años, y después se usa en abundancia. «Castellos de fronteras de mauros», dice el testamento de Ramiro I, en 1061. Por no hablar de su continuo uso en el Poema de Mío Cid, escrito a mediados del siglo XII: «Los moros yazen muertos, de bivos pocos veo; los moros e las moras vender non los podremos». Y de ahí en adelante, ni te cuento. «Las moras no se dejan ver de ningún moro ni turco», escribió Cervantes en el Quijote. La palabra moro está tan vinculada a nuestra historia, nuestra sociedad, nuestra geografía, nuestra literatura, que raro es el texto, relación, documento jurídico antiguo u obra literaria clásica española donde no figura. También la usaron Góngora, Quevedo, Calderón, Lope de Vega y Moratín, entre otros autores innumerables. Y tan vinculada está a lo que fuimos y somos, y a lo que seremos, que sin ella sería imposible explicar este lugar, antiquísima plaza pública cruce de pueblos, naciones y lenguas, al que llamamos España. Imagínate, en consecuencia, la imbécil osadía de tu profesora. El atrevimiento inaudito de pretender cargarse de un plumazo, por el artículo catorce y porque a ella le suena mal, toda esa compleja tradición y toda esa memoria.
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

sábado, 23 de octubre de 2010

Una noche en la Ópera, escena del camarote

Regeneración

Se pregunta el diario ABC cuál es la fórmula para regenerarEspaña, entendiendo que los signos visibles de nuestra decrepitud «crisis económica, corrupción política, pérdida de nuestra conciencia colectiva, etcétera» poseen un común denominador, o siquiera que están íntimamente conectados. Y desde luego lo están; aunque falta determinar cuál es su vínculo, que a veces se menciona con la difusa expresión de «crisis de valores». Pero los «valores» son productos culturales, cuya jerarquía establece cada época en función de sus prioridades e intereses; y cuya vigencia declina a medida que cambian tales prioridades e intereses. Frente a los adventicios y cambiantes «valores» se hallan las inmutables virtudes, que los antiguos invocaban en circunstancias semejantes a las que nosotros ahora padecemos; pero para que tales virtudes puedan ser invocadas, hace falta reconocer un Principio del que tales virtudes emanen, cosa a la que nuestra época no parece dispuesta, pues sería tanto como renunciar a las prioridades e intereses que guían sus acciones. 
A lo máximo que nuestra época puede comprometerse, huérfana de ese Principio de virtud, es a una disciplina ética; pero las disciplinas éticas acaban relajándose tarde o temprano, pues enjuician las acciones por sus consecuencias «criterio de pragmatismo», sin atreverse a reconocer una norma suprema que enjuicie la naturaleza de la acción en sí. Así, por ejemplo, la disciplina ética vigente en nuestra época postula que las personas somos libres para actuar según nuestro deseo; y que tal libertad sólo será reprobable cuando cause un daño tangible a un tercero. No existiendo ese daño tangible, nuestra acción no podrá ser reprobada. El político corrupto que cobra comisiones antes de recalificar un terreno y conceder una licencia, ¿a quién está dañando? No, desde luego, al concesionario de la licencia, que espera sacar de la concesión una tajada mucho mayor que la comisión que el político corrupto se lleva bajo cuerda; y tampoco a quienes luego vayan a comprarse un piso en la urbanización que el concesionario construya sobre los terrenos recalificados, que habrán de hacerlo necesariamente al precio de mercado (precio que, desde luego, no variará porque el político deje de cobrar comisión). Tal vez la disciplina ética del político corrupto pueda calificarse de «relajada»; pero, desde un punto de vista meramente pragmático, no puede afirmarse que esté causando un daño tangible a nadie. Tampoco lo causa quien, en lugar de ingresar sus ahorros en una cuenta bancaria que, al cabo del año, le rinda unos intereses magros, los invierte en brumosas operaciones financieras que se los devuelven multiplicados por cuatro. 
Puesto que el dinero no procrea como si fuese un conejo, parece evidente que ese «pelotazo» o truco de prestidigitación que multiplica súbitamente unos ahorros por cuatro se ha logrado a costa de que alguien haya visto reducido su dinero en la misma proporción. Pero ¿quién es ese alguien? Su existencia es tan brumosa como las propias operaciones financieras que han favorecido la multiplicación del dinero; y, no habiendo daño tangible, nadie podrá condenar ese enriquecimiento rápido. A menos, claro está, que aceptemos calificar la naturaleza moral de nuestras acciones, independientemente de las consecuencias que acarreen. Pero para ello habríamos de restringir nuestra libertad; habríamos de someterla a un freno moral previo. Y esto exigiría reconocer una ley suprema de justicia que no puede ser modificada en atención a nuestras prioridades e intereses; y cuyo castigo no dependa «o sólo dependa a la hora de establecer su graduación» del perjuicio causado a terceros, sino de la ofensa inferida a la ley suprema de justicia. Mientras esa ley suprema no sea restablecida, todo intento de regeneración social será como arar en el mar; pues las disciplinas éticas, desarraigadas de su Principio, acaban engendrando tedio, acaban pudriéndose y sucumbiendo a diversas formas de relajación, para poder seguir satisfaciendo prioridades e intereses personales. A nuestra época le ocurre, en fin, como a los pelagianos en tiempos de San Agustín, que pretendían aferrarse a una moral independiente de todo condicionamiento sobrenatural; y así terminaban sustituyendo el «fín último» que debe guiar toda acción noble por un fin provechoso para sí mismos. Un fin que, a la postre, por muchos afeites y disimulos con que lo disfracemos, acaba siendo degenerado.
Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog

Inicio Desayuno con diamantes

Dios mío, esa vooooooz

No sé ustedes, pero yo me sorprendo a cada rato al descubrir lo irracional que soy. Miren que hago esfuerzos por ser una persona ponderada que se rige por parámetros racionales, sensatos y reflexivos a la hora de formar su opinión sobre otras personas. Sin embargo, en cuanto me descuido, zas, sale el primate que en mí habita y me hace tener unos comportamientos de lo más estrambóticos. 
Tomemos por ejemplo el caso de los olores. Lo que voy a contarles me ocurrió hace años: me sentí atraída por un tipo verdaderamente detestable sin poder comprender qué me gustaba de él. Era todo lo contrario de lo que yo valoro: carca, muy figurón y, para colmo, dueño de una de esas inculturas enciclopédicas que hacen que una se devane los sesos intentando encontrar tema de conversación o, al menos, algún territorio común. Pensarán ustedes que el enganche venía por el lado físico, pero qué va, tampoco en esa área tenía pase el pobre. La solución al enigma fue de lo más freudiana y se me desveló en un sueño. Gracias a él, me di cuenta de que olía igualito que un profesor de Literatura del que estuve platónicamente enamoradísima allá por mis años de internado en Oxford. Sí, como lo oyen, la culpable del malentendido era cierta colonia muy habitual entonces y ahora demodé de nombre Eau Sauvage. Pero verdaderamente sauvage e incomprensible es lo que me pasa no con el sentido del olfato, siempre ligado a la parte más irracional del individuo, sino con el supuestamente más educado sentido del oído. 
En lo que a mí concierne, no existe nada que me raye tanto como una voz. Me explico: hay personas a las que admiro, ya sea por lo inteligentes que son o lo coherentes que resultan en su vida profesional... hasta que abren la boca. Y es que si esa persona maravillosa y extraordinaria habla a lo Gracita Morales (hay muchas más de las que se imaginan, háganme caso, que yo esto lo tengo muy estudiado) o posee una voz de eunuco a lo Humphrey Bogart (¿cómo demonios llegaría a ser un sex symbol con ese falsete?, me pregunto) o si sissssea assssí al pronunciar las essses como cierta ministra, por otro lado estupenda y a la que respeto mucho, si, como digo, una persona habla de cualquiera de esos modos, ya puede ser el hombre más sexy de la Tierra o la mujer más admirable del planeta que a mí, sólo oírla, me produce urticaria. ¿En qué consistirá este fenómeno? ¿Serán ciertas voces desagradables para todo el mundo o la fobia va por barrios? ¿Y qué pasa con los olores? ¿Ocurre lo mismo con ellos? El otro día vi un reportaje científico que sostenía que el oído y el olfato son los sentidos más díscolos y que, así como los otros se pueden educar y, por tanto, moldear, estos dos remiten a partes muy primitivas del cerebro y, por tanto, tienen lo que se podría llamar «ideas propias». 
Es una evidencia que, después de siglos de imperio de la razón,vivimos ahora un reverdecer del imperio de los impulsos, de las intuiciones, de los sentidos en último término. De ahí que mucha gente decida fiarse más de éstos que de lo que les dicta el intelecto. A la hora de juzgar a una persona o una situación, a menudo se dice «esto me suena bien» o «aquello me huele mal» porque los que antaño confiaban en criterios racionales se han ido dando cuenta de que hay muchas cosas que escapan a la lógica, a la razón en última instancia. Y, como ocurre siempre con el ser humano, al darse cuenta de que esto es así, son muchos los que se van al otro extremo del péndulo, a confiar ciegamente en criterios primitivos pensando que son más fiables. Y, sin embargo, como bien advierten las narraciones precisamente más primitivas, no siempre las cosas son lo que parecen, ni siquiera en los instintos. Por ejemplo, en los dos casos que he mencionado antes, basta con darle la vuelta a la historia para darse cuenta de que algo que huele o «suena bien» no siempre es lo mejor. Porque ¿acaso no es evidente que, por mucho que digan los publicistas y los gurús del marketing, nadie se vuelve guapo ni sexy por usar determinada colonia mientras que por muy bella y envolvente que sea una voz jamás ha servido para redimir a un indeseable.
Carmen Posadas
Félix Velasco - Blog

Paco de Lucia - Entre dos Aguas

domingo, 17 de octubre de 2010

Judiones de la Granja

Judiones de la Granja   recetario
Una de las joyas de la gastronomía segoviana, el judión de La Granja, toma su nombre del municipio de La Granja de San Ildefonso.
Allí se cultiva única y exclusivamente la variedad blanca, también conocida por los nombres de “blanco de España” o “judía de España”. Llamado judión por su gran tamaño, esta legumbre sorprende por ser muy tierna y sabrosa, algo que quizá no se espera de ella debido a su gran calibre. El judión ha sido tradicional en la provincia de Segovia aunque su cultivo se ha extendido por otras zonas de Castilla y León .
Se trata de un producto de gran calidad, que “se distingue por su extraordinaria suavidad tras la necesaria cocción, incluso si se consumen varios días después de haberse guisado.
Su origen está asociado a la construcción del palacio de La Granja. La compra por parte de Felipe V de las edificaciones que en estos parajes tenían los Jerónimos, así como las nuevas construcciones realizadas por el monarca a partir de 1721 para acondicionar lo que sería su ‘sitio” de retiro veraniego, trajeron a este lugar a gentes que provenían de distintos lugares de Europa para participar en los trabajos. Parece que fueron los jardineros franceses los que introdujeron en este Real Sitio unas judías procedentes de Sudamérica, cuya principal característica era su tamaño, con el objeto de aclimatarlas y que sirvieran de base para la alimentación del ganado. También se dice que El origen de estas leguminosas se centra en Sudamérica y Centroamérica desde hace más de dos mil años. En España y Europa se introdujeron durante la Edad Moderna con fines diferentes. Cuenta la tradición oral, que el cultivo del judión en La Granja data del siglo XVIII, cuando la reina Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V y muy aficionada a los faisanes, trajo estas legumbres desde América del Sur (Uruguay) para el alimento de estas aves.
Las huertas del palacio y posteriormente el espacio dedicado a vivero para los jardines, sirvieron de base para la siembra de un judión que se segaba en verde y era consumido como forraje por caballos y faisanes. Esos espacios posteriormente fueron parcelados, convertidos en huertas y entregados a los sirvientes de palacio con el objeto de compensar sus rentas y facilitar la producción de hortalizas de estación. En sus manos, la progresiva selección del judión, dio lugar a ese famoso proceso de “aclareamiento”, pues estas legumbres primero fueron de un color morado negruzco, mas tarde morado claro con pintas negras, para pasar después a morado suave, hasta que, finalmente, adquirieron la característica albura que presentan en la actualidad.
A partir del núcleo de San Ildefonso, donde actualmente encontramos la mayor concentración de huertos dedicados a este cultivo, la siembra del judión se ha extendido, por las vegas del Eresma y, secundariamente, por las del Pirón.
Posteriormente alguien decidió probarlas y desde entonces se dedicaron también al consumo humano.
El judión de La Granja es en la actualidad la legumbre más importante de Segovia junto al garbanzo de Valseca. Se cultiva en pocas hectáreas llegando a alcanzar altas cotizaciones.
Hay que acompañarlo con un vino recio, de D.O Toro o un buen Ribera del Duero.
Ingredientes:
  • 500gr de Judiones de La Granja 
  • 1 oreja de cerdo 
  • 2 morcillos de cerdo fresco 
  • 250 gr de chorizo 
  • 1 cebolla mediana 
  • 1 hoja de laurel 
  • 3 dientes de ajo 
  • 80 ml de aceite 
  • Perejil 
  • 1 cucharada de harina y Sal 
Félix Velasco - Blog

Secadores de aire y otras sevicias

No sé quién es el maquiavélico hijo de puta que diseña los servicios públicos de bares, cafeterías y restaurantes. No puede ser casualidad. Rara es la vez que no salgo blasfemando en arameo. Antes, uno abría el grifo del agua, se lavaba las manos con una pastilla de jabón y las secaba con una toalla más o menos mugrienta, puesta en un toallero o en uno de aquellos chismes donde corría por tramos, o en un servidor de toallas de papel de ésos que hacen clic-clac y sale una. Estaba chupado. 
Ya no es así. En algunas tabernas con serrín en el suelo y borracho en la barra, todavía.En locales modernos, ni de coña. Si llegas a un restaurante y sale una pava sofisticada que te tutea, precediéndote hasta una mesa donde, gentileza de la casa, ponen una espuma de erizo deconstruida al jarabe de grosella con virutas de morcilla ibérica, sabes que cuando vayas a lavarte las manos puedes darte por jodido. Siempre que voy al servicio de un restaurante supermegapijo me detengo cauto en el umbral, mirándolo todo como cuando iba a cruzar con Márquez u otros colegas una calle bajo fuego de los malos. A ver dónde están las trampas, me digo. Dónde se esconde el profesor Moriarty: el Napoleón del mal de la fontanería moderna. Diseño incómodo aliado con mínimo esfuerzo y poco desembolso por parte del propietario. Así que, suspicaz, antes de avanzar estudio el lavabo, el toallero, el dispensador de jabón, los pulsadores, y sobre todo las células fotoeléctricas, fotosensibles o como carajo se llamen. Dónde acechan esas malas zorras, considero. Hay días en que me veo como aquel espía de la película Bajo diez banderas, dispuesto a sortear los haces de rayos invisibles que protegían la caja fuerte donde la Kriegsmarine guardaba los secretos del corsario Atlantis. 
La luz es lo primero: ese dispositivo que en teoría se enciendecuando entras y se apaga cuando sales, automáticamente, y que en realidad lo hace cuando le sale de los cojones. Entras a oscuras buscando el interruptor de la luz, pero no lo hay. Te paras, sales a explorar, preguntas al camarero, entras de nuevo y pasas un rato moviendo el cuerpo como un idiota hasta que se enciende, o no. Eso, cuando no se apaga a media faena dejándote sin saber a dónde dirigir el chorro. Que levante la mano el lector varón que no ha tenido que abrirse la bragueta a oscuras, apuntando al buen tuntún en la noche procelosa de un restaurante pijo, o miccionar con un mechero Bic quemándole el pulgar de la otra mano. Porca miseria. 
Lo del agua es otra. Ahora los grifos son automáticos. O sea, que llegas, pones las manos debajo, y teóricamente sale agua. En realidad, cuatro de cada cinco veces no sale una puñetera mierda. Te quedas esperando en seco, a veces con un poco de jabón líquido que tuviste la imprevisión de ponerte antes, moviendo las manos en vaivén, mientras te miras la cara de gilipollas en el espejo, hasta que descubres que si colocas la muñeca izquierda exactamente a 48 grados de latitud norte del puto grifo, sale un chorro. Con el emocionante plus de que, si el lavabo es de diseño moderno, ese chorro de agua rebotará en el borde y se proyectará fuera alegremente, salpicándote de cintura para abajo. 
Lo mismo pasa con los secadores de manos con aire caliente. Lo de menos no es que el aire no salga caliente jamás -aunque algún modelo inesperado puede abrasarte el pellejo en tres segundos-, sino que éste funcione, o no. Por lo general es que no. Como en el grifo, pones las manos mojadas debajo, las mueves de un lado a otro, y verdes las han segado. Otra posibilidad es que haga puuuf cuatro segundos y se apague, y no vuelva a hacer puuuf hasta medio minuto más tarde, tras varios movimientos de manos y atroces juramentos por tu parte. Además, como ya nunca hay toallas para secarte si te refrescas la cara, una bonita variante es cuando te contorsionas con crujido de vértebras para situar el careto bajo el chorro. Ahí pueden darse dos casos: el del chorro abrasador que despelleja, o el intermitente flojito que sale frío. Con lo que sueles volver a tu mesa con las manos y la cara mojadas, y una llamativa mancha de humedad en la salpicada bragueta. La última vez vestía yo chaqueta, corbata y camisa de puños con gemelos; y al presionar con la palma de la mano el dispensador de jabón, éste me proyectó un chorro de gel verde, no sobre la palma, sino sobre el puño blanco de la camisa. Cuando zanjé aquello tenía el puño chorreando; y por supuesto, el secador de aire dijo si te he visto no me acuerdo. Y así volví a mi mesa: secándome las manos con disimulo en el mantel, un puño de camisa mojado y otro no, goteándome la cara y con la bragueta salpicada de agua. Como esos abueletes que no se la sacuden bien al acabar, o tienen el muelle flojo.
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

Huelga



Un amigo me confiesa que no participó de la huelga del pasado día 29 de septiembre porque hacerlo se le antojaba una carnavalada. Reflexionando sobre sus palabras (que tenían mucho de exabrupto) concluyo que, tal vez sin pretenderlo, tenía razón. La huelga es un producto inevitable del Estado liberal, que defendía que los contrastes económicos eran ajenos a su mandato. Obreros y patronos, abandonados en la arena de sus disputas, tenían que medirse en el despiadado medio de la resistencia, sin un código que se pusiese en medio de los contendientes y, con su reconocida autoridad, señalase la línea de lo justo y del derecho. 
Así, por falta de instituciones jurídicas eficaces, el obrerodesamparado confiaba en la fuerza la solución de sus intereses. Pero ahora vivimos en eso que llaman «Estado social», en el que se supone que la autoridad constituida protege los intereses de los trabajadores (cosa más que discutible, si nos atenemos a la crudelísima reforma laboral decretada por este Gobierno) frente a la rapacidad empresarial; vivimos, además, en una época en que el capitalismo empresarial ha cobrado un peso cada vez más residual en beneficio del llamado «capitalismo financiero», una época en la que las pequeñas y medianas empresas sufren la crisis con igual rigor que los trabajadores. De tal modo que a los sindicatos ya no les queda otro remedio sino revolverse contra el gobierno que ampara una legislación laboral contraria a sus intereses y que permite (en connivencia con otros gobiernos) los excesos del «capitalismo financiero». Pero, cuando los sindicatos se revuelven contra el gobierno, no resultan creíbles. Su queja se nos antoja un mero aspaviento; y los propios dirigentes sindicales desempeñan su papel con escasa convicción, conscientes de su escasa credibilidad, o extienden el objeto de su revuelta contra enemigos inconcretos «fuerzas ominosas que rigen el rumbo de los mercados», o contra la muy socorrida «derechona», a la que hacen diana de sus invectivas, en igual o incluso mayor medida que al propio gobierno. 
El drama de los sindicatos, en las modernas socialdemocracias, es que observan una conducta ambigua: por un lado, afirman luchar contra el orden capitalista; por otra, se sitúan en el seno de este orden, lo sostienen, lo apoyan. Se presentan como organizadores de una lucha contra el orden existente, que no es considerado como perfecto, pero que ya no se juzga como fundamentalmente pervertido, y se ofrecen para mejorarlo. Pero, para mejorarlo, en lugar de defender la naturaleza exclusivamente profesional del sindicato, se alían (a veces incluso se adhieren) a posiciones ideológicas que sostiene tal o cual partido político; y así, a la vez que envenenan de ideología su propia organización, provocando la desafección de muchos de sus afiliados (o impidiendo que muchos trabajadores se afilien a sus organizaciones), cuando el partido político que gobierna es el mismo con el que se han aliado o al que se han adherido, sus reivindicaciones pierden toda credibilidad; se convierten, como sostenía expeditivamente mi amigo, en una carnavalada.
Los sindicatos han desfigurado el sindicalismo, torciendo suspolíticos afines; a cambio, eso sí, de un generoso soborno en forma de ayudas variopintas, subvenciones y privilegios escandalosos. Y una organización sindical que, en una amplia medida, ejerce funciones casi oficiales y toma un carácter casi oficial, no puede pretender al mismo tiempo presentarse como adversario, ni rechazar el orden legal establecido por los mismos a los que apoya, por la sencilla razón de que ya forma parte del sistema. El sindicato ha de representar a todos los trabajadores unidos en el terreno profesional para la defensa y protección de sus derechos, y esta unidad de representación se hace imposible cuando se sujeta a la servidumbre de los partidos políticos. Esa servidumbre ha matado su vitalismo y los ha convertido en una especie de sucedáneo que repite todas sus lacras: burocracias hipertrofiadas, parasitismo a costa del presupuesto, etcétera. Así, sus reivindicaciones más legítimas parecen espurias; así, cuando convocan una huelga, incurren trágicamente en la carnavalada. 
Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog

sábado, 16 de octubre de 2010

Las siete distintas clases de españoles

Corría el año 1904 y aquella tertulia, que había abierto el gallego Ramón María del Valle-Inclán en el Nuevo Café de Levante, hervía por las noches con la flor y nata de los intelectuales de la Generación del 98 y los artistas más significados, entre ellos Ignacio Zuloaga, Gutiérrez Solana, Santiago Rusiñol, Mateo Inurria, Chicharro, Beltrán Masses o Rafael Penagos.
Y aquella tarde noche del 13 de mayo de 1904 el que sorprendió a todos los presentes fue Pío Baroja.
Porque cuando se estaba hablando de los españoles y de las distintas clases de españoles, el novelista vasco sorprendió a todos y dijo:
“La verdad es que en España hay siete clases de españoles… sí, como los siete pecados capitales. A saber:
1) Los que no saben;
2) los que no quieren saber;
3) los que odian el saber;
4) los que sufren por no saber;
5) los que aparentan que saben;
6) los que triunfan sin saber, y
7) los que viven gracias a que los demás no saben.
Estos últimos se llaman a sí mismos “políticos” y a veces hasta “intelectuales”.
Félix Velasco - Blog

martes, 12 de octubre de 2010

Vae victis


El historiador romano Tito Livio (muerto el año 17), cuenta en el libro quinto de su gran obra de historia Ab urbe condita como Roma unos 400 años antes fué asediada por los galos. Apareció el hambre en la gran ciudad.
Vae victis es una expresión en latín que significa «¡Ay, de los vencidos!» (también se usa para decir "dolor al conquistado"). Fue pronunciada por el jefe galo Breno que había sitiado y vencido a la ciudad de Roma.
Según la tradición, en 390 a. C., tras su victoria, Breno accedió a negociar su retirada y levantar el sitio de la ciudad mediante un rescate convenido por ambos lados combatientes. Dicho rescate consistiría en un botín de mil piezas de oro, es decir, mil libras romanas en oro (unos 327 kg).
Cuando los romanos percibieron que los galos habían amañado la balanza en que se pesaba el oro, protestaron ante su jefe Breno, quien se limitó a arrojar su espada para añadirla al peso de la balanza mientras decía «Vae victis!», lo que conllevó a los romanos a pagar más oro.
La frase sobrevive hasta nuestros días, usándose para hacer notar la impotencia del vencido ante el vencedor, sobre todo en las negociaciones entre ambos.
Félix Velasco - Blog

miércoles, 6 de octubre de 2010

sábado, 2 de octubre de 2010

Viaje al fondo del mar

No más leña en esa hoguera, por favor

La primera vez que leí el artículo que voy a comentarles hoy, pensé que no estaba de acuerdo en absoluto con lo que decía. Como ya les he confesado en alguna ocasión, no me considero feminista, por lo menos no lo que se entiende por tal. No creo, por ejemplo, en esa actitud femenina de ‘nosotras somos las más guays y los hombres son unos cafres’. Tampoco comulgo con el victimismo de ‘pobrecitas nosotras frente al macho irredento’. Ni siquiera me veo identificada con el feminismo tipo años sesenta, ese que proclama que la guerra entre los sexos es exactamente eso, una guerra. Y es precisamente ese feminismo al que se refiere la autora del artículo al que antes hacía mención. Su nombre es Elisabeth Badinter, nació en Francia en 1944 y, además de filósofa y ensayista, es la autora de un libro que bate récords actualmente en Europa titulado El conflicto. En él habla de la emancipación de la mujer y de los mitos de la biología y sostiene que el movimiento naturista o ecologista ahora tan en boga convierte a las mujeres en primates o, lo que es lo mismo, que vivimos una exaltación desmesurada de la maternidad que no hace sino entorpecer la verdadera liberación de la mujer. Como yo opino que la maternidad es algo extraordinario, al leer esto me puse en guardia, pero debo decir que me duró poco la aprensión. Y es que, aunque su tesis es provocadora y políticamente incorrecta, me parece que tiene un punto en lo que dice. El conflicto sostiene que vivimos una agonía del feminismo porque la postura victimista de algunas mujeres está desvirtuando la lucha por la igualdad con los hombres, al tiempo que convierte a los hijos en los mejores aliados de esta involución. Según Badinter, existe una presión sobre la mujer y madre contemporánea que la culpabiliza agitando el fantasma de la mujer y madre perfecta. Lo curioso, dice ella, es que esta idea no viene propiciada por los retrógrados de siempre, sino por los ecologistas y naturistas, que se consideran la vanguardia de la modernidad, incluso por feministas que piensan que la maternidad es un rol esencial. 
A esta idea, Badinter contrapone esta otra: «No existe el instinto de maternidad –dice ella–; es cierto que, en el momento de amamantar, intervienen hormonas como la oxitocina y la pro-lactina, pero eso no implica que la madre se convierta en un primate, la mujer no es un chimpancé». Después de argumentar que la lactancia es algo sujeto a modas (en el siglo XVIII, por ejemplo, se desaconsejaba amamantar ya que, supuestamente, entorpecía la relación conyugal), Badinter vuelve a arremeter contra los naturistas. «Su punto de vista –dice– es el peor enemigo de la igualdad entre sexos porque, si consideramos que la mujer ha de ocuparse absolutamente del bebé, amamantarlo hasta los dos años, centrarse en él y apartarse de sus expectativas profesionales, no hacemos sino devolverla a la subordinación, a la sumisión.» Fue este último comentario el que me hizo reflexionar sobre algo que siempre me ha preocupado: el verdadero origen del llamado ‘techo de cristal’ de la mujer. Uno que, en mi opinión, levantamos nosotras mismas. Y es que es un hecho que, a pesar de que más del 50 por ciento de los alumnos universitarios son mujeres, a pesar de que somos más entregadas y más responsables en nuestro trabajo, en cuanto el reloj biológico hace tic-tac y se acaba la edad de procrear, lo dejamos todo. La maternidad es una prioridad absoluta para la gran mayoría de nosotras. Por eso, me parece interesante el punto de vista de Badinter. Ella dice que vivimos una corriente de pensamiento que sobredimensiona lo que se entiende por ‘natural’ y eso es una moda, no una realidad. Así, ahora, mujeres destacadas como la modelo Gisele Bündchen propugnan parir sin anestesia, amamantar durante medio año y demonizar a aquellas que eligen no tener hijos. Craso error, porque el amor maternal es un sentimiento, en ningún caso una obligación, y flaco servicio hacemos a la causa de la mujer echando aún más leña a la ya de por sí exagerada hoguera de ese defecto tan femenino que consiste en sentirnos siempre culpables frente a nuestros hijos.
Carmen Posadas
Félix Velasco - Blog

viernes, 1 de octubre de 2010

Llorando por Granada



Dicen que es verdad
que se oye hablar
en las noches cuando hay luna en las murallas.
Alguien habla.
Nadie quiere ir
en la oscuridad
todos dicen que de noche está la Alhambra
embrujada.
Por el moro de Granada.
Dicen que es verdad
que su alma está
encantada por perder un día Granada
y que lloraba.
Cuando el sol se va
se le escucha hablar
paseando su amargura por la Alhambra
recordando y llorando por Granada.
Dicen que es verdad
que nunca se fue
condenado está a vivir siempre
en la Alhambra
y a llorarla.
Al atardecer
cuentan que se ve
entre sombras la figura
de aquel moro
hechizada.
Por perder un día Granada.
Dicen que es verdad
que su alma está
encantada por perder un día Granada
Y que lloraba
cuando el sol se va
se le escucha hablar
paseando su amargura por la Alhambra
recordando
y llorando por Granada (bis)
Félix Velasco - Blog