lunes, 26 de septiembre de 2011

Tiempos modernos - Charlot



Félix Velasco - Blog

Los toros en Cataluña ya son historia

Eran cerca de las nueve de la noche cuando un mozo de las almohadillas se me acercó: “Qué, ¿nos vamos?”. “Tire usted, que ahora voy yo”. Llevaba cerca de 20 bajo los dos brazos y eso hizo. Despareció por la bocana del tendido alto del dos –el de capotes– camino de su cuartucho, junto a la puerta de arrastre. Junto a la jodida puerta de arrastre por dondeayer desapareció para siempre el último toro de esta Monumental. Y de allí al desolladero, donde ayer no sólo se trajinaron a los toros sino donde también se despachó una buena parte de la cultura catalana y la voluntad y el ánimo de tantas personas de bien.
“Tire usted, que ahora voy yo”. Algunas señoras de la limpieza se afanaban en sanear las gradas del cielo catalán y algunos rezagados se hacían fotos para el recuerdo y jugueteaban a los toros en el ya histórico coso barcelonés, recogiendo los últimos saquitos de arena. Ahora, dijo el señor alcalde de la ciudad, albergará algún tipo de equipamiento, sea un centro comercial o un espacio natural, ecológico y juvenil destinado a preservar la tribu y a mostrar los errores cometidos en el pasado. Un panteón. Una especie de museo Auschwitz en Cataluña.
Y a todo esto una niña se arrancó armoniosamente a vociferar desde el callejón: “¡Viva Cataluña!”. El último alarido de los muchos que desde el sábado han trufado el coso barcelonés y de los que ya sólo restaba rescatar los ecos que quedarán para la historia y que, sin la menor duda, seguirán escuchando los que dentro de algunos años vengan aquí de compras o a contemplar el horror que albergó durante casi un siglo. Como también se verán, si Dios es justo, las rodillas en tierra del catalán Serafín Marín, besando el albero y llorando como un niño cuando recogía las dos orejas del último toro de esta Monumental de Barcelona. Dudalegre se llamó. Un toro para la historia de la tauromaquia.
Eran las nueve de la noche y aún resonaban en los tendidos y en la arena los ecos y el sentimiento, las lágrimas, la pasión y las emociones de estas dos tardes de gloria en Barcelona. Así terminó el día.
Un día que comenzó como muchos en este septiembre a orillas del Mediterráneo. Soleado y templado. Me dejé abandonar camino de La Monumental de Barcelona. Solo, pesaroso, melancólico, moroso. Diagonal y después calle Marina. En la esquina con Diputació comenzaron a resonar los primeros gritos, el alma al aire de tantos catalanes y tantos y tantos españoles –y hasta franceses–, el sonido de gloria de estos días en la Ciudad Condal: “¡Libertad, libertad, libertad!”. Uno de los muchos sufrientes se arrancó con el corazón: “Esto es lo más bonito que hay en el mundo. Por aquí han pasado cien años de toreo y los mejores toreros. Llevo cuatro o cinco días sin dormir”. Y no me extraña, es de esos que mamó el toreo de la mano de su padre cuando le acercaba a La Monumental de los años cincuenta, para ver, entre otros, al gran Chamaco –el de “Mañana, Chamaco y dos más”–. Gente buena, sin arrugas, sobre la que descargaron toda la saña los de la acera de enfrente. Los 20 –y me quedo largo– que durante estos días no han parado de lanzar improperios sobre los aficionados. Y ayer especialmente: “Adéu”, “Hasta nunca”, “RIP”. Los muy canallas.
Y eran las seis y media de la tarde cuando José Tomás pisaba el ruedo barcelonés para recibir a su primero. De negro luto y oro iba el de Galapagar –el mismo color que el día anterior vistiera el genial Morante–. Antes, volvió a sonar el himno de Els Segadors para acompañar el paseíllo. Y, una vez más, la plaza en pie entre gritos y aplausos, pidiendo al cielo de La Mercè un milagro, que se antoja imposible por el interés de unos y la desidia de otros.
Eran las seis y media de la tarde cuando Tomás comenzó a forjar su antológica faena en la plaza catalana. Y lo hizo en la boca de riego, entrelazando una tanda de verónicas sublimes, templadas, escandalosas, a un buen toro de El Pilar. Con la muleta afianzó toda su faena por el pitón izquierdo con naturales eternos. Para la historia quedará la serie de molinetes rematados con un pase de pecho interminable. Estocada y dos orejas pedidas con pasión, con la misma pasión con la que también se pidió el rabo que, aunque se cortó, el presidente no concedió.
Y parecido delirio se vivió cuando el madrileño brindó su segundo toro al público catalán y a todos los aficionados de España. Su último toro en la plaza de La Monumental de Barcelona. Pero no acompañó. Con mucha menos clase que su hermano, Tomás tuvo que ejecutar pases con cuentagotas. Eso sí, calmados y templados, especialmente sublime fue un pase del desdén último. Saludo final desde los medios y apoteosis.
Pero el barcelonés Serafín Marín tampoco podía salir de vacío de esta plaza, la que más le dio y por la que tanto ha luchado durante este último año. Y fue con su segundo y último de la historia de los toros en Cataluña, que los percherones arrastraron al desolladero con sumo cuidado. El jodido desolladero. ¡Cuántas lágrimas se vertieron ayer en La Monumental! ¡Cuántas emociones desparramadas por la arena! ¡Cuánto dolor y cuánta injusticia! Tanto y tanto que ni soy capaz de vislumbrar ni creo que sea capaz de trasmitir.
Por las calles de Barcelona se llevan a hombros a Mora, Tomás y Marín. Por las calles de Barcelona transcurre el arte infinito. Y un brindis final: para los aficionados catalanes, para la tauromaquia y para este periódico, que me ha dado la oportunidad de vivirlo. Punto y final a los toros en Cataluña.
Javier Sedano
Félix Velasco - Blog

Rejón de muerte... a Cataluña

Si el Tribunal Constitucional o el próximo Gobierno –declaración de Bien de Interés Cultural mediante– no lo remedian, la corrida que se ha celebrado esta tarde en la Monumental de Barcelona habrá sido la última fiesta de la Fiesta Nacional en Cataluña, para regocijo de los odiadores de España, que al aprobar la prohibición sin vergüenza esgrimieron el bienestar del toro: meses después blindarían los correbous, en que al mismo animal se le puede prender fuego, tironear con sogas o arrojar al mar... Porque de lo que se trataba era de España, de darle el enésimo puyazo en el terreno simbólico.
Este domingo, en la Monumental han tocado a difuntos por una tradición catalana que se remonta, cuando menos, seis siglos –hay documentado un correbous en Cardona en el año 1409–; es decir, que en el Principado iban a los toros trescientos años antes de que Rafael Casanova vivara a España en aquel 11 de septiembre (1714) que el establishment catalán conmemora como si de una insurrección independentista se hubiera tratado, y medio milenio antes de que la plaga nacionalista empezara a asolar aquellas tierras.
Con la proscripción de la Fiesta –que no sería la misma sin toreros como Mario Cabré o Joaquín Bernadó, condecorado en 1988 con la Medalla de Oro de Barcelona, ahora oficialmente Ciudad Antitaurina; y sin las pañoladas con las que el respetable pide las orejas, la primera de las cuales tuvo lugar en el coso barcelonés de Las Arenas–, el nacionalismo ha vuelto a demostrar que lo suyo no es el fomento de lo catalán, la preservación de lo tradicional, el amor a Cataluña. Nada más lejos de la realidad: su permanente manipulación de la historia, su fobia al español –lengua materna de más de la mitad de los catalanes–, su obsesión por separar a los catalanes del resto de sus compatriotas revelan que Cataluña no les gusta, que Cataluña les irrita, que Cataluña necesita mordazas, decretos y golpes de hoz –como pide su manipulado himno oficial– para ser como debiera.
"El catalanismo ha castrado a Cataluña", dijo el padre Orlandis el siglo pasado. Hoy, desde la Monumental de Barcelona, y entre gritos de "¡Libertad! ¡Libertad!" de tantos catalanes humillados y ofendidos por sus representantes, podemos asegurar que el nacionalismo la está matando.
Editorial Libertad Digital
Félix Velasco - Blog

Ritos de purificación

Resulta sorprendente que el final de los toros en Cataluña haya coincidido con la agonía del Gobierno de Rodríguez Zapatero y, tal vez, con el final de una manera de hacer política y de concebir la propia sociedad. En Cataluña se han venido haciendo, desde la Transición, cosas mucho más graves que ésta de los toros. La más evidente es tratar al castellano como una lengua extranjera, en particular en la enseñanza, con consecuencias que todo el mundo conoce aunque haya quien no quiera verlas, como es crear una gigantesca subclase (el término lo utilizó el ministro de Educación británico este verano) incapaz de expresarse satisfactoriamente ni en castellano ni en catalán. Son las Jessicas y las Vanessas de las que hablaba Jordi Pujol desde lo más hondo de la actitud nacionalista, ese resto inasimilable que en muchos lugares de Cataluña constituye la mayoría de la población.
La prohibición de los toros presenta un dramatismo peculiar por razones evidentes. No es, como en el caso de la exclusión del castellano o del español, un proceso largo, amparado en justificaciones de tipo histórico. La prohibición de los toros en Cataluña es una decisión política de consecuencias inmediatas, visibles en una sola tarde. Muestra sin lugar a dudas el tratamiento al que se está sometiendo a la sociedad catalana: un rito de purificación en el que se distingue, se separa, se disecciona y se aparta aquello que los nacionalistas no consideran catalán.
Los toros, ha decidido el nacionalismo, son una tradición española y, en consecuencia, no forman parte de la cultura catalana y pueden –y deben– ser prohibidos en Cataluña. De aplicarse el mismo razonamiento en la política moderna, nos encontraríamos metidos en una pesadilla en la que la gobernación de las naciones consistiría en una aspiración a la pureza que iría excluyendo, en virtud de las mayorías políticas momentáneas, aquello que esas mismas mayorías considerarían que les es ajeno. Las sociedades abiertas dejarían de existir y la tolerancia sería un concepto tabú. Da vértigo pensar en lo que esa política, aplicada en cualquier país en la era de la globalización, llegaría a producir. El siglo XX fue muy aficionado a estos experimentos de ingeniería social y cultural, como bien sabemos. Al parecer, el siglo XX ha durado hasta ahora.
Por otra parte, lo que se prohíbe en Cataluña atañe, de forma muy especial, a todo lo que el nacionalismo considera español. Sin embargo, la sociedad, la economía, la cultura, la vida catalanas han estado siempre mezcladas con la vida española. Son indiscernibles, de hecho, y aunque haya rasgos específicamente catalanes, esos rasgos forman parte del conjunto español. Además de la crueldad propia de los ritos de purificación, lo que está en cuestión aquí es la naturaleza del resultado, su calidad, por así decirlo. Barcelona –se ha dicho muchas veces– podría haber sido algo parecido a un Milán español. ¿Será más atractiva, más rica, más poderosa cuando se haya convertido en la representante perfecta del catalanismo limpio de cualquier impureza?
José María Marco
Félix Velasco - Blog

domingo, 25 de septiembre de 2011

Una historia de violencia

Me dan la bronca algunos lectores veteranos porque hace tiempo que no hablo de esos personajes e historias del pasado que a veces, para bien o para mal, ayudan a encajar el presente. Así que, para quienes echan de menos las historias del abuelo Cebolleta, hoy tocamos esa tecla, recordando a uno de esos fulanos sobre los que, de nacer en otro sitio, habría novelas, películas y series de la tele. Pero nació aquí, aunque pasó la vida fuera de España, ganándose el pan con una espada. Así que tenía pocas posibilidades de figurar en los libros de texto de los colegios. Como dijo no recuerdo qué político analfabeto de los que mezclan churras con merinas, la violencia no educa. 
Año 1547. La España del emperador Carlos V tiene al mundo agarrado por las pelotas. Los príncipes protestantes se han puesto flamencos, y les caen encima, entre otros, los tercios de infantería española. La cosa se dilucida en Mühlberg, con el río Elba entre los ejércitos del elector de Sajonia y el del emperador. Se acomete la gente, se retiran los luteranos, y en mitad del pifostio hay un momento delicado. Huyendo ante el empuje de la vanguardia mandada por el duque de Alba, que siega como una guadaña, los alemanes –marcando el paso de la oca, o lo que marcaran entonces– pasan el río por un puente de barcas, lo recogen en la otra orilla, y para defender el único vado y cubrir su retirada acumulan allí enorme cantidad de artillería y arcabuceros. De manera que al llegar los españoles granizan balas sobre los arneses. El de Alba, cabreadísimo, va de un lado a otro sin saber cómo hincarle el diente al asunto, pues los tudescos van a enrocarse tras las murallas de la plaza fuerte, y de allí no los sacarán ni con Tres en Uno. El emperador está a punto de llegar con el grueso del ejército, encontrando el paso bloqueado; y además, los enemigos empiezan a incendiar las barcas. Como para ingerir cianuro. 
Entonces ocurre una de esas cosas que a veces nos pierden a los españoles y otras nos salvan. Algo muy nuestro. Muy de aquí. Porque de pronto, en mitad del carajal, a un soldado del Tercio Viejo se le va la pinza y empieza a ciscarse en los alemanes y en todos sus muertos; y jurando en arameo se pone la espada entre los dientes, echa a nadar por el vado bajo una lluvia de arcabuzazos, llega a la orilla con dos cojones, arremete contra los alemanes echando espumarajos, y mata a cinco. Tras él, por vergüenza torera y porque está feo dejarlo ir solo, se han echado al agua su capitán y nueve soldados, que salen chapoteando y gritando «España, cierra, cierra», como animales. Imagínense el cuadro y las pintas de mis primos, aullando mojados de barro y con ojos de locos, de mucho matar, con sus barbas, espadas, escapularios y demás parafernalia. De ese modo los colegas llegan a tiempo de ayudar al que pelea a la desesperada, acuchillando a mansalva. Así, entre los diez, hacen un escabeche de toma pan y moja. Y mientras los alemanes deciden que es momento de salir por pies a buscar unas cervezas, los españoles, chorreando agua y sangre ajena, apagan el incendio, reconstruyen el puente, y cuando llega el emperador, su ejército lo pasa tranquilamente, alcanza al enemigo, y al elector de Sajonia y a su puta madre les da las suyas y las de un bombero. 
Después, Carlos V pregunta quién fue el majara que cruzó el río. Y le presentan a un oscuro soldado de padres vascos aunque nacido en Medina del Campo, llamado Cristóbal Mondragón. Y allí mismo, sobre el campo de batalla, el emperador lo llama «el mejor soldado del mejor tercio de la infantería española» y lo nombra alférez. Al capitán que lo siguió lo asciende a maestre de campo, y a los nueve soldados les da tanto dinero que Lope de Vega, en su comedia El valiente Céspedes, dirá más tarde que los ha cubierto de oro. 
¿Colorín colorado? Casi. Y no como habría debido ser. Con el tiempo, Mondragón se convirtió en uno de los más destacados militares españoles en las guerras de Flandes. Amado por sus hombres, eso le granjeó –no podía ser de otra manera–, odios y envidias en España. Y Felipe II, al que sirvió con tanta devoción y valor como al padre, se portó con él como un miserable. Cuando ya veterano volvió a su patria y solicitó expediente de nobleza, los jueces se las arreglaron para inventarle antepasados judíos. Humillado, lleno de amargura y vergüenza, Mondragón regresó a Flandes, de donde no había de volver nunca. Acabó con noventa años, digno hasta el fin, ordenando que lo pusieran en la ventana para que sus soldados, que lo adoraban, lo viesen morir. En su testamento pedía, en pago a sus servicios, la castellanía de Amberes para su hijo y una capitanía de lanzas para su nieto. El rey, naturalmente, no concedió ni la una ni la otra. 
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

sábado, 24 de septiembre de 2011

El mito del corazón de Maciá

Una anécdota histórica, no muy conocida, ilustra perfectamente lo que el nacionalismo es, respecto de su tratamiento de la historia. Corrían las últimas semanas de la Guerra Civil y todos los republicanos preparaban su huida de Barcelona. Tarradellas, en esos tiempos de incertidumbre, mandó a un funcionario al cementerio para recoger el corazón de Macià. Cuando falleció el primer presidente de la Generalitat republicana, en una extraña ceremonia de carácter masónico, se decidió preservar su corazón en una urna que se depositó en la misma tumba. Tarradellas, en un arrebato patriótico, decidió llevarse al exilio la urna con el corazón de Macià y enterrar el cuerpo en otra tumba para que no fuera profanado por las fuerzas nacionales. Durante el exilio, la urna y su custodia dieron lugar a todo tipo de anécdotas que acabaron felizmente. Regresado Tarradellas a Cataluña, decidió realizar protocolariamente la entrega del corazón de Macià a su familia el 10 de octubre de 1979. El acto se celebró en el Palacio de la Generalitat, y luego los familiares y Tarradellas, en privado, se dirigieron al cementerio. Lo que ya no se suele contar es la sorpresa que se llevaron al depositar de nuevo la urna.
Resulta que ahí ya había otra con un corazón. El caso es que el funcionario que había enviado Tarradellas en 1939, posiblemente con las prisas, prefirió ir a buscar otro corazón más asequible y colarle un gol al político republicano. Así, Tarradellas estuvo cuarenta años paseando un corazón por Europa, como custodiando la quintaesencia de Cataluña, que ni siquiera era el de Macià. En esta anécdota, como en el propio nacionalismo, la ilusión sustituye la realidad. Cuando la clase política actual, bastante deprimente, habla de Cataluña, uno tiene la sensación de que nada tiene que ver con la Cataluña real.
Javier Barraycoa
Félix Velasco - Blog

El toro de Osborne y la política

Corrían los años noventa del siglo XX. Poco a poco, en Cataluña, especialmente en Barcelona, se puso de moda colocar una pegatina del famoso toro de Osborne en la parte trasera del coche. Este distintivo era especialmente llamativo en los taxis por estar colocado sobre fondo amarillo. Esta costumbre, en principio nada politizada y absolutamente espontánea, fue tomada como un agravio simbólico por parte de ciertos elementos nacionalistas. Un empresario gerundense, del Pla de l'Estany, ideó un contraataque lanzando la campaña Planta't el Burro (colócate el burro). Se trataba de difundir una pegatina del dibujo de un burro autóctono, el burro catalán, que debía representar el espíritu de esfuerzo, constancia y abnegación de los catalanes. Así se contrapesaba el espíritu de la España cañí que representaba el toro. De hecho, los elementos independentistas más radicales habían iniciado años antes una campaña de eliminación de los famosos toros de Osborne, acudiendo a la nocturnidad para derribarlos. Como el que no quiere la cosa, en Cataluña se vivió una guerra de símbolos entre apasionada y absurda. La historia de ambos símbolos no está exenta de significantes que se les escaparon a los iniciadores de la campaña del burro.
El toro de Osborne, tan odiado por la izquierda separatista, fue diseñado por Manolo Prieto para representar el brandy Veterano. Prieto, colaborador de la agencia Azor, era un redomado comunista, que ideó el famoso toro inspirado en los carteles que el valenciano Josep Renau había dibujado para promocionar las corridas de toros en la España republicana durante la Guerra Civil. Sin embargo, sobre la autoría siempre ha habido discusiones. El 9 de abril de 1998 aparecía en El País el siguiente obituario: "El publicista Miquel Monfort, creador del popular toro de Osborne, ha fallecido a los 62 años de edad a causa de una crisis cardiaca. Monfort había nacido en Terrassa y residía en Sant Cugat. Creó primeramente la empresa Dana y más tarde la agencia MMLB, que hizo campañas por España y América Latina."
Pero, sobre todo, Monfort será recordado por crear la figura del toro de la marca Osborne, que desde hace 20 años forma parte del paisaje rural español, está presente en la red viaria y ha sido declarada Patrimonio Nacional. Sin embargo, familiares del dibujante Manuel Prieto, que murió en 1991, reivindicaron ayer para éste la autoría del toro de Osborne.
En cierta medida, hay una explicación a esta reivindicación. Miquel Montfort, desde la agencia MMLB, convenció al grupo Osborne de la fuerza del logotipo de Veterano y les animó para que lo generalizaran a todo el grupo. Gracias a este catalán se inició la difusión de los famosos toros por todo el territorio español. Así, el dichoso toro –tomado ahora como símbolo de lo patriotero y español– tiene algo de izquierdas y algo de catalán.
Javier Barraycoa
Félix Velasco - Blog

Las anécdotas sobre el burro catalán

El burro catalán, una especie muy apreciada por su calidad en muchas partes del mundo, estaba a punto de extinguirse. La historia de su salvación arranca de mucho antes que la aparición de la famosa pegatina. Joan Gassó, en la comarca del Bergadá, inició hace 40 años la labor de recuperación del garañón catalán, que ya estaba prácticamente extinto. Consiguió, deambulando por los pueblos, juntar un grupo de treinta burras, muchas de ellas excesivamente viejas, y ningún macho cualificado para la monta. Desesperado y sin poder remontar la crianza, le llegaron noticias de que el ejército español aún tenía un semental en condiciones. En el antiguo Cuartel de Caballería de Hospitalet ciertamente había un burro catalán propicio para la reproducción.
Los mandos militares se lo ofrecieron de buen grado, y así, gracias al ejército español, se salvó la especie ahora reivindicada como símbolo por los nacionalistas. Esta anécdota no deja de ilustrar, incluso con cierto gracejo, lo fecunda que puede ser la colaboración, y la esterilidad de la aversión y el rechazo.
Pero la historia del burro catalán da más de sí. Una vez aparecieron las famosas pegatinas, pronto emergió el cainismo. Al teórico autor del burro le cayó pronto un pleito por plagio. Un diseñador de Sant Cugat, José María Fernández Seijó, reclamaba la autoría del dibujo. Tras un proceso judicial, el juez dictaminó una sentencia de lo más curiosa: reconocía a Fernández como verdadero autor intelectual del burro y a Sala como legítimo diseñador de la campaña. El juez estipulaba que las imágenes del burro eran algo diferentes.
A la utilizada para la campaña nacionalista se le había suprimido el flequillo y los genitales del dibujo original. Las metáforas son libres para el lector. Un jesuita, el padre Orlandis, maestro del ya mencionado doctor Canals, solía decir: "El catalanismo ha castrado a Cataluña", en referencia a la muerte del espíritu tradicional de Cataluña que comportaba la extensión del catalanismo, sobre todo entre elementos eclesiales. De momento, el que resultó castrado simbólicamente con la campaña fue el pobre burro.
Javier Barracoa
Félix Velasco - Blog

Un día en la vida de un líder progresista

Ser de izquierdas con carácter profesional es un trabajo muy exigente. No por el horario, claro, porque al contrario de lo que se exige a las empresas privadas y sus trabajadores, a los que se prohíbe taxativamente cualquier modelo contractual ajeno a la férrea dictadura del convenio colectivo, el líder izquierdista goza de una flexibilidad absoluta para organizar su vida laboral y familiar.
La jornada comienza muy temprano para el ungido izquierdista. En la cocina del moderno adosado de la mejor zona residencial del extrarradio y bajo un poster enmarcado del Che Guevara, la sirvienta, ciudadana inmigrante a la que algún día habrá que dar de alta en la seguridad social (pero hoy no... mañana), sirve el café y el desayuno para los niños, todos repeinados y con el uniforme del mejor colegio privado de la zona. Porque los niños obviamente no van a la escuela pública; ni siquiera a un colegio concertado, que esos los suelen manejar los curas y no es cuestión de que le metan a las criaturas en la cabeza conceptos morales ajenos a la ciudadanía progresista. Privado, privado, de esos que garantizan la mejor preparación para afrontar la experiencia universitaria que, ocioso es decirlo, realizarán también en una institución privada, preferiblemente anglosajona, por aquello de los idiomas.
Acabado el desayuno, el dirigente izquierdista monta a la familia en el coche, un todo terreno de gran cilindrada, de esos que están acabando con el medio ambiente lanzando gases de efecto invernadero a mansalva. Primero hay que dejar a los niños en el colegio y después a la señora en el centro oficial donde trabaja de asesora contratada a dedo a razón de cuatro mil euros mensuales. A continuación, nuestro héroe llega al "partido" o al "sindicato", donde pasará la mañana defendiendo a la clase trabajadora de los embates del capitalismo.
El resto del día es un ajetreo vertiginoso. En primer lugar hay que organizar las manifestaciones contra los recortes educativos de la derechona. Es cierto que es el PSOE el responsable de los únicos recortes en el sueldo de los docentes, pero ZP es de los nuestros, qué coño, y si lo ha hecho ha sido por imposición de "los mercados", los mismos entes sospechosos a los que nuestro izquierdista imaginario confía sus finanzas, pues sus ahorros los tiene todos repartidos en varios fondos de inversión.
Por la tarde toca manifa violenta frente a un hospital que va a ser visitado por un alto cargo de la derechona, lo que le recuerda a nuestro protagonista que tiene que pedir cita en la clínica privada en la que suele pasar una revisión anual por cuenta del partido o el sindicato.
Ya en casa, la sirvienta a la que un día habrá que legalizar baña a los niños y sirve la cena a la feliz familia. Con las criaturas ya en la cama, el matrimonio disfruta de una velada tranquila viendo la programación de La Sexta. El Che Guevara les observa desde un flanco del salón. Mientras suben al dormitorio, nuestro protagonista rumia para sus adentros "y que haya todavía quien dice que la izquierda lo ha hecho mal estos siete años..."
Pablo Molina
Félix Velasco - Blog

viernes, 23 de septiembre de 2011

Las moscas

A un panal de rica miel
dos mil moscas acudieron
que, por golosas, murieron,
presas de patas en él.

Otra dentro de un pastel
enterró su golosina.

Así, si bien se examina,
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que los domina.
Félix María Samaniego
Félix Velasco - Blog

sábado, 17 de septiembre de 2011

Nuevo diccionario

  • Te extraño: té raro, una especie de té desconocido.
  • Camarón: aparato enorme que saca fotos.
  • Decimal: pronunciar equivocadamente.
  • Becerro: que ve u observa una loma o colina.
  • Bermudas: observar a las que no hablan.
  • Telepatía: aparato de tv para la hermana de mi amá.
  • Telón: tela de 50 metros cuadrados o más.
  • Berro: bastor aleban.
  • Barbarismo: colección exagerada de muñecas barbie.
  • Polinesia: mujer policía que no entiende explicaciones.
  • Chinchilla: auchenchia de un objeto para chentarche.
  • Diademas: veintinueve de febrero.
  • Dilemas: háblale más.
  • Manifiesta: juerga de maníes.
  • Meollo: me escucho.
  • Atiborrarte: desaparecerte.
  • Cacareo: excremento del preso.
  • Cachivache: pequeño hoyo en el pavimento que está a punto de convertirse en vache.
  • Endoscopio: prepararse para todos los exámenes, excepto dos, en esos copio.
  • Envergadura: lugar de la anatomía humana en dónde se colocan los condones.
  • Nitrato: ni lo intento.
  • Nuevamente: cerebro sin usar.
  • Talento: no ta rápido.
  • Esguince: gatorce más uno.
  • Esmalte: ni lune ni miélcole.
  • Inestable: mesa inglesa de Inés.
  • Ondeando: ¿ónde toy?
  • Sorprendida: monja en llamas.
Félix Velasco - Blog

Las diez falacias sobre la política lingüística

1-El catalán es la lengua mayoritaria en Cataluña
Según las encuestas de la propia Generalidad, es la lengua habitual para el 35% de los ciudadanos de esta región. Un 10% menos que en 2003, cuando el Tripartito relevó a CIU en el Gobierno.
2-Las sentencias de los tribunales obedecen a reivindicaciones minoritarias de unas pocas familias
Las tres sentencias del Tribunal Supremo de diciembre de 2010 se refieren, efectivamente, a denuncias concretas de tres familias en particular. Pero no son las únicas familias que han mostrado su oposición a la política de inmersión lingüística. Desde los miles de profesores de secundaria que abandonaron Cataluña en los primeros Gobiernos de Pujol, la respuesta ciudadana a las políticas sobre la lengua del nacionalismo ha sido importante desde el punto de vista numérico. Baste citar el Manifiesto de los 2.300 de 1981 suscrito por intelecutales y profesores o, más recientemente, las 50.000 firmas recogidas por el presidente de Convivencia Cívica Catalana, Francisco Caja, en contra del sistema de inmersión.
3-La oposición a la inmersión responde a razones partidistas.
Al margen de lo dicho en el punto anterior, ocurre más bien al contrario. Han sido los movimientos nacidos en la sociedad civil los que han espoleado a los partidos políticos a tomar postura e incluso a nacer. De lo último da ejemplo la creación de Ciudadanos en 2006, fruto de una plataforma de intelectuales ajenos a las siglas partidarias, como Albert Boadella o Francesc de Carreras. Y de lo segundo se podrían citar muchos casos, pero hay una imagen que vale más que mil palabras: la de Alicia Sánchez Camacho junto a Francisco Caja presentando el pasado junio una instancia en la consejería de educación catalana para que su hijo sea educado en castellano y catalán. Un gesto que repitieron centenares de familias.
4-Se permite la educación en castellano
Para no decir la verdad, los nacionalistas suelen hablar de enseñar el castellano, en lugar de en castellano. El matiz no es superfluo, ya que lo primero se cumple en la actualidad. Basta con que se imparta la asignatura de Lengua Española, que forma parte del examen de selectividad, y sin ni siquiera llegar a la tercera hora que pretendió imponer un decreto del Gobierno central. Enseñar en castellano, por tanto, implicaría impartir en esa lengua varias asignaturas relevantes, como por otra parte se hace en los colegios de élite a los que acuden los hijos de muchos nacionalistas.
5-Los alumnos catalanes tienen un buen nivel de castellano.
Lo que tienen son unos buenos resultados en la prueba de selectividad. En unas pruebas que son mucho más fáciles que las de lengua catalana, pues así las diseñan las propias universidades de Cataluña, con autonomía para ello. Como relató en un artículo en ABC Xavier Pericay, en una de las pruebas se les daba a los examinados un texto de Miguel Delibes y se les hacía la siguiente pregunta: "Escriba todos los nombres de animales que se citan en el texto y clasifíquelos en aves y no aves". Juzgue el lector si es necesario estudiar todo un curso para terminar sabiendo distinguir a un gorrión de un perro. Por lo demás, si fuese cierto que el hecho de que los niños escuchen el castellano en la televisión o en la radio, además de en la calle, les hace competentes en ese idioma habría que preguntarse, por ejemplo, por qué los escolares ingleses se educan en la lengua de su majestad teniendo a mano la BBC.
6-La inmersión garantiza la cohesión social
No parece que lo haga si el niño cuyos padres quieren educación en castellano tiene que ser atendido al margen de sus compañeros. Tratamiento que consiste en explicaciones discrecionales en castellano por parte del profesor señalando al alumno del resto de sus compañeros. Al menos, así reconocen los nacionalistas que sucede. Tampoco si el que acaba de llegar a la región catalana, o está de paso, no puede expresarse oralmente y por escrito en la lengua vehícular de la enseñanza, o si hasta en los recreos se impone el catalán y se excluye el castellano.
7-Es un modelo integrador para los inmigrantes
Al margen de lo que ocurre en la escuela, el nacionalismo ha intentado extender la inmersión a otros ámbitos. Buena prueba de ello es la Ley de Acogida que el año pasado recurrió ante el Tribunal Constitucional la Defensora del Pueblo a instancias del entonces diputado José Domingo. La norma, aprobada con la oposición del PP y Ciudadanos, aseguraba que el inmigrante debe alcanzar las competencias básicas en catalán y castellano, si bien precisaba: "...el catalán, como lengua propia de Cataluña (el concepto que introdujo el nuevo Estatuto), es la lengua común para la gestión de las políticas de acogida e integración" y añadía "el aprendizaje lingüístico ofrecido por los servicios de primera acogida empieza por la adquisición de las competencias básicas en lengua catalana"
8-La señalización viaria respeta el bilingüismo
Los espectadores de LDTV recordarán la cara de pasmo del ex alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, cuando una redactora de esta cadena le preguntó por qué el consistorio prefería no cobrar muchas multas de tráfico a establecer una señalización bilingüe en la Ciudad Condal. El entonces primer edil, del PSC, atribuyó la pregunta a las obsesiones de determinada prensa y aseguró que nunca se le había quejado un ciudadano por esta cuestión. Lo cierto es que en Barcelona no se respeta el bilingüismo en las señales viarias y eso permite recurrir con éxito las multas.
9-El catalán no sobreviviría sin discriminación positiva
En este punto el nacionalismo no deja de caer en una cierta contradicción. Pues si el catalán necesita de la discriminación positiva para existir, como dicen, parece difícil sostener al mismo tiempo que ya es la lengua mayoritaria en Cataluña y que de ahí su preeminencia en la escuela pública.
10-Existen prácticas de discriminación del catalán, particularmente en los medios de comunicación
Cualquiera que haya frecuentado las ruedas de prensa políticas en Madrid habrá observado que el catalán es un idioma muy hablado en los corrillos. Algo lógico dada la gran cantidad de periodistas que trabajan en medios de Cataluña, muchos de los cuales emiten en la lengua catalana. Más allá de la anécdota, cualquier espectador de televisión en España puede escuchar declaraciones en catalán, convenientemente subtituladas, de protagonistas de la vida política o social. Por ejemplo muchas de las palabras públicas del entrenador del Barcelona, Josep Guardiola. Sin embargo, la obsesión por excluir el castellano llevó a TV3 a establecer en su libro de estilo que los mensajes de móvil con los que el público participa en determinados programas se tradujesen de manera automática al catalán.
Mariano Alonso
Férlix Velasco - Blog

Lluvia caldosa

Cada vez que alguien me sugiere algo que le parece interesante, cualquier cosa que supone que podría apasionarme, le contesto que habría sido mucho mejor en otro momento, algún tiempo atrás, cuando de cualquier decisión acertada que tomase estuviese seguro de disponer luego de tiempo para permitirme el placer de recordarla. Considero que en mi vida ha llegado el momento de renunciar a la posibilidad de que me ocurran cosas memorables con cuya evocación pueda disfrutar el día de mañana, así que por lo general mis relativas ambiciones son todas a corto plazo, consciente de que ha empezado a descontar el último tramo de mi existencia y no hay que descartar que me sobreviva el humo del cigarrillo que arde ahora mismo en el cenicero. Esta mañana al repostar en la gasolinera dudé si llenar el depósito o hacer un gasto menor en previsión de que me desplomase sobre el volante del coche nada más salir de la estación de servicio. Aunque no he amasado una fortuna, ni puedo vivir de rentas, seguramente por culpa de esa sensación de fugacidad vital, es por lo que tanto me dan ahora en la vista las placas de los notarios, el taller del marmolista y los aparcamientos de los tanatorios. Mientras circulo por la carretera me distraigo a ratos de lo que se me viene encima, amaino la marcha y miro cómo se desvanecen el paisaje y la vida en el retrovisor del coche, y lo hago con una mezcla de resignación y de nostalgia, como si jamás fuese a pasar de nuevo por esa carretera. La última vez que cené con alguien permanecí un rato ensimismado mientras el camarero esperaba a que ordenase el menú. Me preocupaba que mi futuro ya hubiese prescrito y se me pasó por la cabeza la idea de que lo más sensato sería aligerar los trámites de la cena ordenando que esa noche fuese el postre el primer plato. Ya sé que, en los tiempos que corren, a mi edad ya nadie es demasiado mayor para vivir y que León Tolstoi tuvo agallas para largarse en invierno de casa cuando ya era un hombre octogenario y enfermo. El anciano escritor se sintió indispuesto y murió casi a solas con su aliento en la solitaria estación de trenes de Astapovo. A mí me falta ese arranque viajero, así que no pienso ir demasiado lejos. Carezco también de entusiasmo por el porvenir. De hecho, ahora cada vez que paseo por la calle desisto de quienes van delante y me conformo con emparejarme con las pisadas de quienes me alcancen. Lo cierto es que, ahora que se acerca el invierno, mi plan más ambicioso es soportar estoicamente la humedad de Galicia mientras imagino lo agradable que habría sido recordar algún día lo gratificante que resultaba en la benéfica latitud de Sevilla esa lluvia floral y caldosa que dicen que hidrata el fuego y seca el suelo…
José Luis Alvite
Félix Velasco - Blog

domingo, 11 de septiembre de 2011

Saludando no es gerundio

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No sé si se habrán fijado, aunque supongo que sí. Que se fijan. Cada vez resulta más inusual que alguien, al interpelar a otro en busca de un servicio o una información, recurra a la correctísima y tradicional fórmula «por favor», y mucho menos que anteponga un cortés «buenos días». Por lo común, la peña suele abordarse sin prolegómenos, a bocajarro, en plan compadres que frecuenten el mismo puticlub, sustituyendo el saludo de toda la vida por una frase absurda que en los últimos tiempos ha hecho fortuna en España, y que permite identificar de lejos a un compatriota, o lo que seamos ahora, en cualquier latitud y longitud: ese bajuno «oye, perdona», acentuado por el infame tuteo con que resolvemos, tanto con abuelos como con niños, nuestra vida social. No hace mucho, en un local muy correcto de París, tras escuchar en una mesa vecina un sonoro «oye, perdona», vi a un estirado camarero gabacho hacerse el sueco ante dos turistas españoles ya maduritos. Con mi silencioso, íntimo y –no me avergüenza confesarlo– perverso regodeo. 
En cuanto al «buenos días» cuando nos cruzamos con un presunto semejante, ni les cuento. No hay quien lo extraiga ni con alicates. Naturalmente, no hablo de ir por las ramblas de Barcelona o la Puerta del Sol de Madrid diciendo buenos días a todo cristo, como un imbécil. Hay momentos y momentos. Pero es cierto que cualquier clase de saludo, cuando nos encontramos con una persona sólo vagamente conocida, o con desconocidos a quienes las circunstancias acercan de modo particular, se hace cada vez más raro. Incluso cuando eres tú quien toma la iniciativa y saluda primero, hay muchas probabilidades de que el interpelado no responda y pase por tu lado sin decir esta boca es mía. 
Un ejemplo. Amarro desde hace veinte años en un puertecito mediterráneo de ambiente tradicional. En sus muelles, pantalanes e instalaciones me cruzo con propietarios de barcos, marinos extranjeros en tránsito, marineros y socios de club náutico. Ante ellos, los conozca o no, el reflejo natural es decir «buenos días». Los navegantes extranjeros, habituales o de paso, saludan casi siempre, aunque no te conozcan. Con frecuencia toman la iniciativa, incluyendo una sonrisa amistosa. Los españoles, por el contrario, suelen pasar contemplando el horizonte, interesadísimos por alguna gaviota que allí planee. Ni ven, ni oyen, ni hablan. Y cuando lo hacen casi nunca es por impulso propio, sino en respuesta a tu «buenos días» o «buenas tardes». En lo que a la gente joven se refiere, extraordinario es que digan al menos «hola». Cruzan impasibles sin mirarte, saludes como saludes, a pesar de que, en lo de responder a saludos de vecinos y conocidos, los niños son mejores que los padres; quizá porque el instinto de su poca edad y el colegio reciente los hacen respetar un poco más a los adultos. 
Otro ejemplo personal, aunque transferible: vivo en la sierra de Madrid y camino a diario. A veces encuentro a otros paseantes, y es pintoresca la actitud de buena parte de ellos. Mientras se acercan desvían la mirada, como si no te vieran; y si no dices nada, pasan vueltos hacia otro lado, mudos. Sólo cuando apuntas «buenos días» responden apresuradamente, a veces cuando ya están a tu espalda. Quienes lo hacen. Otros siguen adelante, imperturbables. No va con ellos. La más notable es una señora –la llamo señora con razonables reservas– con la que me encuentro a menudo. La he visto hacerse mayor, dos veces embarazada, y ahora camina con dificultad a causa de un accidente o una dolencia. Ni una sola vez ese trozo de carne con patas respondió al «buenos días» que le dirigí durante veinte años. Hasta que me cansé de hacerlo. 
Pero cada cual tiene su manera de vengarse. A veces, si voy en plan cabroncete y alguien llega de frente, hago como él: mirar con fijeza hacia la lejanía o el suelo, cual si algo allí atrajese mi atención. Y luego, al llegar a su lado, lo miro de pronto y disparo un «buenos días» inesperado, casi agresivo, que suele pillar al sujeto de improviso; saludo ante el que balbucea una desconcertada o presurosa respuesta, mientras yo me alejo riendo entre dientes, arf, arf, arf. Como el perro Pulgoso. 
Supongo que cualquiera de ustedes conoce casos parecidos en los que oficie de protagonista activo o pasivo. Pero no creo que deban atribuirse siempre a grosería o mala voluntad. Muchas veces se trata sólo de incertidumbre y timidez social, fruto de una educación deficiente: la inseguridad de no tener claros, desde niños, los usos elementales de cortesía y convivencia. Y no deja de ser contradictorio, en esta España saturada de demagogia idiota, buen rollito y compadreo cantamañanas, que despreciemos de ese modo las fórmulas que, precisamente, ayudan a que la sociedad de los seres humanos sea soportable.
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

Resilencia o el arte de `rebotar´

Recuerdan los tiempos en los que el verano, informativamente hablando, era un páramo, una larga calma chicha en la que solo flotaba el inefable monstruo del lago Ness? En aquel entonces, ¡qué épocas!, llegábamos al mes de septiembre casi con mono de acontecimientos, de sucesos, de adrenalina. Ahora, en cambio, el mes noveno nos coge exhaustos de turbulencias en todos los frentes: los económicos, los sociales, los políticos. Cómo será la cosa que durante agosto ni siquiera hemos hablado de los temas veraniegos habituales, los romances de la temporada, las petardas en triquini, los escándalos caniculares y demás frivoludeces. Por no haber no ha habido, que yo sepa, ni canción del verano, con lo que me gusta. Y así, entre sobresaltos más propios del invierno, llegamos a septiembre, un mes ya de por sí tristón. Mes, además, de contrición y propósito de enmienda por todas esas comilonas y esos mojitos convertidos ahora en michelín que la abraza a una como boa constrictor (glup). Mes también de vuelta al cole y no solo para los niños, sino para todos nosotros. Porque no sé ustedes, pero yo por estas fechas tengo la misma (y horrible) sensación que a los diez o doce años, cuando, con vestidito veraniego y aún morena de la playa, me llevaban al Corte Inglés para comprar uniforme nuevo, así como un montón de cuadernos, lápices y libros que presagiaban un año dominado por las matemáticas, la lengua y la física y química. Con decirles que aún me despierto a veces aliviadísima al descubrir que por lo menos de esta tortura ya me he librado… 
Por eso este año, que hemos tenido un verano peor que los anteriores, no estoy dispuesta a que me dé el ‘september blues’, que es como los gringos llaman al bajón posvacacional; uno que por lo visto es el causante de multitud de estados depresivos. Sin embargo, como todo tiene su lado bueno, incluso lo más negro, los psicólogos señalan dos datos positivos a todo esto. El primero es que las depresiones son cosas de ricos. Puede sonar cínico, pero es la pura verdad. Y es que la naturaleza humana es tan sabia que solo se permite estar de bajón cuando todo va bien. En efecto, cuando vienen mal dadas, cuando hay un problema serio de verdad, no hay neura que valga, como no hay depresiones entre quienes luchan por sobrevivir o dar de comer a sus hijos. Sin embargo, sin llegar a situaciones tan extremas, existe otro mecanismo extraordinario que solo se activa en tiempos difíciles, lo llaman ‘resiliencia’. La palabra viene del latín, quiere decir ‘rebotar’ y habla de la capacidad del ser humano para sobreponerse a la adversidad y salir adelante. En tiempo de vacas gordas, la resiliencia solo la conocen personas que tienen un drama en su vida: un gran revés económico, una muerte cercana y muy dolorosa... En cambio, el resto de nosotros, a los que no nos ha tocado sufrir, seguimos ahogándonos en nuestro minúsculo y particular vasito de agua, angustiados porque nos ha salido una nueva arruga o porque solo tenemos 200 amigos en Facebook. 
No creo que la situación que nos espera este otoño sea apocalíptica, pero tampoco va a ser un picnic, de modo que me alegra saber que tenemos a mano esa útil herramienta de la resiliencia. Modestamente, puedo decir que en épocas especialmente difíciles de mi vida se ha activado este singular mecanismo y lo que se siente es, sobre todo, una gran lucidez y una gran tranquilidad. Lucidez que le hace a uno ver la realidad en su justa dimensión, sin exageraciones, sin dramatismos, sin histerismos propios de niños ricos y malcriados. Y tranquilidad de saber, curiosamente, que uno es mucho más fuerte de lo que jamás pudo imaginar en las épocas doradas. Porque otra cosa que se descubre en estos casos es que el ser humano está más programado para la adversidad que para la bonanza. Así debe ser porque, si hemos logrado todo lo que hemos logrado hasta ahora, desde luego no es por cómo somos en los tiempos tontos y ricachones, sino gracias a cómo se resiste y ‘rebota’ en los malos tiempos.
Carmen Posadas
Félix Velasco - Blog

Fin de la Historia

El planeta entero se radicalizó a partir de ese día, sin que nos diésemos cuenta. Todo arreció. La lucha contra el terror derivó en guerras que aún se batallan. La fea globalización dejó más beneficios y más perjuicios a partir de entonces.
La seguridad desapareció –aunque puede que nunca hubiese existido–, la ilusión compartida de su existencia se hizo añicos. Las ideologías se extremaron. Las religiones también. Después del 11 de septiembre de 2001, hemos visto cientos de veces las imágenes de la matanza, de la destrucción, sin saber que son la metáfora de la ruina de Occidente, del principio del fin –ahora sí– de la decadencia de Occidente. 
Comenzó ese día un proceso imparable de humillación. USA y Europa han agachado la cabeza. Con el 11-S concluyó el colonialismo –ahora sí–. El Imperio Romano tardó siglos en caer. El occidental empleará mucho menos tiempo en el proceso si nadie lo remedia. 
La televisión es nuestro gran teatro contemporáneo, aquel donde se representa la humillación incesante, voraz y ambiciosa del individuo occidental, de impulsos autodestructivos, que obtiene un extraño placer haciendo públicas sus desdichas, sus llagas espirituales, mentales o físicas, como heridas bañadas por el Sol.
Algunos programas, de corte temático, se ocupan de que estemos al tanto de las variedades infinitas de sordidez que poseemos. Casi podemos asistir a espectáculos titulados con el nombre del «defecto» de los protagonistas: obesidad, orfandad, pobreza, sentimentalismo... Es el gran circo de la carne en mal estado exhibido con una altanera humildad, a lo mejor la «humilité vicieuse» de que hablaba Descartes; tal vez la falsa humildad del necio taimado que confía en la lástima como fuente de ingresos morales, ferozmente igualitaria. 
Sin duda, la moral del esclavo. Dice María Moliner respecto a la humillación: «Le humillan obligándole a obedecer al que antes estaba a sus órdenes». Antes, Occidente mandaba. Ahora, se somete ante los que fueron sus subordinados (Asia, Iberoamérica, Oriente Próximo…). El viejo esclavo se convirtió en su propio amo y se explota a sí mismo (los países emergentes). Y el antiguo patrón está en la ruina, sin esclavos. 
Antes del 11-S, la televisión servía a nuestras órdenes, o al menos a las de nuestros sueños materiales: lujo, poder, riqueza… Hoy, las series y programas televisivos vomitan realidad a borbotones: taras físicas, enfermedad, soledad, estupidez. Los actores ya no viven vidas prestadas por un grupo de guionistas bien pagados. Actualmente, el único guión es el que escribe con renglones torcidos la propia vida. La vida a secas, precaria, despiadada, la que reparte generosamente pústulas, males, fealdad y desorden. 
La que todo lo da para al final quitarlo todo, cobrándose de paso los intereses de su oneroso préstamo «subprime». 
Este aniversario nos recuerda que otro mundo fue posible. Mejor para nosotros. Peor para los otros. Nos recuerda unos tiempos que, seguramente, nunca volverán.
Ángela Vallvey
Félix Velasco - Blog

sábado, 10 de septiembre de 2011

Sopa de gallina

Cuando ocurre una desgracia y sale en los telediarios la noticia, cada vez con más frecuencia se añade el complemento informativo de que las víctimas requirieron atención psicológica para superar el trauma. El consuelo se ha convertido en una profesión y parece que a las pobres víctimas a veces no sólo se les ofrece la ayuda del psicólogo, sino que yo creo que incluso se les impone. Es como si el consuelo ofrecido espontáneamente por los familiares o amigos no fuese suficiente para las víctimas, como ocurrió toda la vida en España, donde la cobertura del apoyo familiar contaba en todo caso con el refuerzo de algo que raras veces fallaba: un plato de sopa. También yo he sufrido las consecuencias de tragedias familiares y encontré consuelo en un tiempo razonable y sin necesidad de que me reconfortase un titulado universitario con sus fórmulas académicas y con esa solidaridad tan profesional que a mí realmente no me significaría nada. Y no vale decir que eran otros tiempos y que la asistencia psicológica es una indiscutible conquista de la modernidad, porque no hace mucho a un muchacho cuyos padres acaban de fallecer en un accidente aéreo le escuché decir que lo que él necesitaba no era un psicólogo, sino alguien que le planchase cuanto antes una camisa para asistir al entierro de los suyos. Raras veces la mente humana es incapaz de sobreponerse al dolor por sus propios medios. Siempre ha sido así y supongo que lo seguirá siendo si alguien no se empeña en convertir definitivamente el dolor emocional en una asignatura universitaria. Por otra parte, dudo que sea conveniente reprimirle a la gente ciertos dolores que pueden ser considerados naturales, del mismo modo que parecería absurdo privar a los seres humanos de su conciencia para que no sufran cualquier clase de remordimientos por sus peores actos. Los hombres somos débiles, pero no idiotas. Podemos sobreponernos casi a cualquier adversidad sin recurrir a la ayuda del psicólogo. Tenía razón aquel muchacho. A cierta edad todos hemos tenido alguna experiencia bien amarga y nos consta que fuimos capaces de salir adelante con una palmada en la espalda. Nadie en mi generación ha echado de menos al psicólogo, no sólo porque entre nosotros nuca estuvo de moda que nos consolasen por dinero, sino, lisa y llanamente, porque todos éramos familia en una casa con mucha gente a la que siempre se sumaba una señora con moño que nos prestaba un pañuelo de lino para el llanto y preparaba como nadie en la cocina aquella sopa de gallina que nos daba ganas de servirle calentita al muerto, que, como suele suceder, era el único que sufría de verdad las terribles consecuencias de lo que le había ocurrido.
José Luis Alvite
Félix Velasco - Blog

viernes, 9 de septiembre de 2011

Por narices

Artur Mas no ha estado muy elegante al pedir que no le «toquemos las narices» con relación al catalán. Ciertamente no creo que nadie se dedique a hacer tal cosa con el presidente de la Generalitat por muy hermosas que pueda tener las aludidas protuberancias. Lo que hace la gente es reclamar aquello a lo que tiene derecho, porque así lo recoge la Constitución y lo reconocen una vez tras otra los tribunales de Justicia en sus sentencias: el derecho a que el castellano sea también lengua vehicular en Cataluña. Y lo que hacen Mas y su gobierno, con el aplauso vergonzante del PSC de Montilla y del PSOE de Rubalcaba, es vulnerar la legislación e incumplir los fallos judiciales, permitiéndose el lujo de airearlo, incitando claramente a la desobediencia. Amén de confundirse y confundir, algo en lo que es un especialista. Dice que «nos tocan las narices a los catalanes con nuestro idioma». Oiga, señor Mas, nadie se mete con el catalán ni lo ningunea ni minusvalora. Al contrario, a todo el mundo le parece perfecto que el catalán sea lengua vehicular en la enseñanza. En segundo lugar, el castellano, como «lengua mayoritaria» que es en realidad en Cataluña, como bien sabe nuestro querido president, es también «el idioma propio» de cientos de miles de catalanes que lo tienen por «lengua materna», a los que se margina «por narices» imponiéndoles un sistema en el que el bilingüismo no se traslada a las aulas ni a la Administración. El único lugar donde pervive el bilingüismo, amen de en la calle y en la sociedad civil, es en los aeropuertos gestionados por el Estado. En todos los demás –Generalitat, ayuntamientos, diputaciones, TVs, radios autonómicas y empresas públicas– el castellano ha sido expulsado e incluso perseguido. Eso es moneda de uso común, lo sabe todo el mundo y a ello han contribuido particularmente los señores Pujol, Montilla y Mas, con la inhibición –por intereses políticos puntuales– de González, Aznar y Zapatero.
A partir de aquí, el único que «toca la nariz» es el molt honorable president, haciendo un problema de algo que, con espíritu de concordia y voluntad de entendimiento, tendría fácil solución: bastaría probablemente con que, amen de las dos horas de español actuales, se obligara a impartir como vehicular en castellano una asignatura troncal de las que hoy (como todas) se imparten «sólo en catalán». Eso no implica modificación alguna del sistema, ni es malo para los estudiantes, sino al contrario. Si, además, decidiera Mas dar en inglés otra de las asignaturas que hoy se dan «solo en catalán», llegaría a la cuadratura del círculo, y probablemente conseguiría un modelo educativo más competitivo del que tiene, claramente deficitario con relación a los dos idiomas (el español y el inglés), más importantes del mundo. 
No es hablar por hablar. Hay cientos de ejemplos. El otro día nos avergonzamos unos periodistas al comprobar el nivel de castellano escrito de cierto político formado en la inmersión, cuando respondía un Chat por internet. No eran faltas de ortografía. Era un auténtico horror. 
José Antonio Vera
Félix Velasco Blog

jueves, 8 de septiembre de 2011

La chulería de la Generalidad

El empecinamiento de la Generalidad catalana en contra del cumplimiento de las sentencias y los autos a favor del castellano en las escuelas debería haber provocado actuaciones legales hace ya mucho tiempo, desde la ya lejana época en la que Pujol implantó el tortuoso experimento de ingeniería social conocido como "inmersión lingüística". Sin embargo, la ausencia absoluta de reacciones más allá de las declarativas ante los constantes desafíos al Estado de Pujol primero, del tripartito después y ahora de Artur Mas, ha generado un ambiente de impunidad absoluta que, al parecer, exime a las autoridades catalanas del acatamiento judicial e incluso presentarse ante la sociedad como víctimas de un supuesto acoso centralista a sus elementos identitarios
El desprecio de los dirigentes nacionalistas al Estado, a los jueces y, lo que es aún más sustantivo, al derecho de los padres y de los escolares a recibir una educación que incluya el español en sus estudios es la verdadera seña de identidad de esa clase política, cuya ostentación del desacato evidencia su escasa, por no decir nula, altura moral. La Generalidad se ha situado notoriamente al margen de la ley, pero no es previsible que ni el PSOE, cómplice del intento de eliminación de todo lo que suene a España en Cataluña, ni el PP puedan forzar la reintroducción del castellano en la educación pública catalana. Como es sabido, la mayoría de los políticos de esa región y con especial intensidad quienes más defienden dicha inmersión, llevan a sus hijos a colegios privados, donde pueden estudiar también en el idioma común de los españoles sin que ello menoscabe sus competencias en catalán. El resto de niños es objeto de una discriminación intolerable, pero que se prolonga ya por espacio de tres décadas al calor de un sistema electoral que hace de los nacionalistas una fuerza imprescindible para la gobernación de España.
Sólo una mayoría absoluta del PP o un pacto de este partido con fuerzas declaradamente antinacionalistas como la formación de Rosa Díez o Ciutadans en Cataluña podría subvertir una situación que ha llevado a la enseñanza en Cataluña a un estado comatoso, con valoraciones escalofriantes en los informes Pisa, incluso por debajo de la media española. Sin embargo, eso es lo de menos para la mayoría de los políticos catalanes y para un gran porcentaje de profesores, cuya función lejos de preservar el catalán consiste en frenar cualquier conato de reintroducción del castellano. Ya el año pasado se negaron a aplicar la tercera hora en español que exigió el Supremo. Y ahora, se chotean de un auto cuya única finalidad es que quien así lo desee pueda procurar a sus hijos una educación pública de una cierta calidad o, al menos, que no desprecie el idioma que hablan más de cuatrocientos millones de personas en todo el mundo.
Libertad Digital
Félix Velasco - Blog

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Darren Hayes & Luciano Pavarotti - O Sole Mio




Che bella cosa e' na jurnata'e'sole
n'aria serena doppo na tempesta
pe'll'aria fresca pare gia' na festa
che bella cosa na jurnata'e sole.
Ma n'atu sole
cchiu' bello, oi ne'
'o sole mio sta nfronte a te!
'o sole, o sole mio
sta nfronte a te...
sta nfronte a te.
Luceno 'e llastre d'a fenesta toia;
'na lavannara canta e se ne vanta
e pe' tramente torce, spanne e canta
luceno'e llastre d'a fenesta toia.
Ma n'atu sole
cchiu' bello, oi ne'
'o sole mio sta nfronte a te!
'o sole o sole mio
sta nfronte a te...
sta nfronte a te.
Quanno fa notte e 'o sole se ne scenne
me vene quase 'na malincunia;
sott' a fenesta toia restarria
quando fa notte e 'o sole se ne scenne.
Ma n'atu sole
cchiu' bello, oi ne'
'o sole mio sta nfronte a te!
'o sole o sole mio
sta nfronte a te...
sta nfronte a te.
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Qué bella cosa es un día soleado,
el aire está sereno después de la tormenta
Por el aire fresco parece una fiesta...
Qué bella cosa es un día soleado
Pero otro sol
más bello, no hay
el sol mío ¡está frente a ti!
El sol, el sol mío,
está frente a ti
está frente a ti
Brillan las vidrios de tu ventana,
una lavandera canta y tiende...
mientras tuerce, estira y canta.
brillan los vidrios de tu ventana!
Pero otro sol
más bello, no hay
el sol mío ¡está frente a ti!
El sol, el sol mío,
está frente a ti
está frente a ti
Cuando llega la noche y el sol ha bajado,
Me invade la melancolía...
Yo me quedaría bajo tu ventana,
cuando llega la noche y el sol ha bajado.
Pero otro sol
más bello, no hay
el sol mío ¡está frente a ti!
El sol, el sol mío,
está frente a ti
está frente a ti.
Félix Velasco - Blog

sábado, 3 de septiembre de 2011

jueves, 1 de septiembre de 2011

Francachela


Reunión de varias personas para regalarse y divertirse comiendo y bebiendo, en general sin tasa y descomedidamente. 
Jarana, merendola, juerga, jolgorio, guateque, comilona o cuchipanda, son algunos términos afines. La palabra francachela se emplea de forma coloquial para designar una diversión bulliciosa; una fiesta donde se come y bebe de manera copiosa, opípara y espléndida.
Félix Velasco - Blog

Nabucco - Verdi


Va, pensiero, sull'ali dorate;
va, ti posa sui clivi, sui colli,
ove olezzano tepide e molli
l'aure dolci del suolo natal!
Del Giordano le rive saluta,
di Sionne le torri atterrate...
Oh, mia patria sì bella e perduta!
Oh, membranza sì cara e fatal!
Arpa d'or dei fatidici vati,
perchè muta dal salice pendi?
Le memorie nel petto raccendi,
ci favella del tempo che fu!
O simile di Sòlima ai fati
traggi un suono di crudo lamento,
o t'ispiri il Signore un concento
che ne infonda al patire virtù,
che ne infonda al patire virtù,
che ne infonda al patire virtù,
al patire virtù!
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Ve, pensamiento, sobre alas doradas;
¡ve, pósate en las praderas, en las colinas,
donde exhalan su fragancia tibios y suaves
los aires dulces de la tierra natal!
Del Jordán las orillas saluda,
de Sión las torres derruídas...
¡Oh, patria mía, tan hermosa y perdida!
¡Oh, recuerdo tan grato y fatal!
Arpa de oro de los fatídicos hados,
¿por qué muda del sauce cuelgas?
Los recuerdos en el pecho reenciendes,
¡háblanos del tiempo que fue!
Oh semejante a los hados de Solima
traes un sonido de crudo lamento,
ojalá te inspire el Señor una melodía
que infunda al padecer virtud,
que infunda al padecer virtud,
que infunda al padecer virtud,
¡al padecer virtud!
Félix Velasco - Blog