sábado, 19 de septiembre de 2015

No hay huevos


Da igual. Por muchos avisos que mandes acerca de la ruina que supone sentirse independientes –y serlo, evidentemente– nada cambiará la opinión de los que viven en la lluvia de azufre de la química sentimentaloide. Es inútil confrontar racionalidad con sentimentalidad: gana la puesta en escena, la épica pequeña de cuarto de baño, la ensoñación infantil. Les han prometido la Arcadia Permanente y se lo han creído, y ante eso no hay Junker que valga, ni Merkel, ni Cameron, ni Obama, ni la madre que los crió. Presumen de ser una colectividad guiada por el «seny» y son, en su mitad más expresiva, unos adolescentes inmaduros ensimismados en melancolías absurdas. La otra mitad, salvo meritorias excepciones, no saca la cabeza del agua por temor a la exposición al sol: y no acaban de entender que así, aunque se evite la insolación, lo más probable es perecer ahogado.
Si yo fuera independentista sospecharía muy mucho de mis iniciativas si fuera de mi corral me apoyaran los más tontos de la clase. La imposible independencia de Cataluña es sólo refrendada y jaleada por sujetos del tipo Willy Toledo, lo cual desalienta al más pintado. Pero digo, da igual. Entiendo la épica menor de los que se sienten protagonistas de la historia, pero no acabo de entender a los que, con todos los datos en su mano, juegan con el fuego del futuro vacío, nudoso, casi estéril. Allá cada uno, podrá decir usted, y tendrá razón, pero me sorprende que empresarios catalanes le tengan más miedo a Artur Más que a perder el mercado que les sustenta.
El Círculo famoso de empresarios catalanes que tanto se juega en este sopicaldo ha optado por la equidistancia. No le ha dicho a los separatistas «estáis jugando con nuestras empresas, con nuestro patrimonio, con el trabajo de miles de familias», no. Le ha dicho «no es lo mejor, pero pedid luego un referéndum». Ha pedido la consecución de una ilegalidad para quitarse de en medio, como siempre, y no dar un paso al frente en defensa de sus intereses. Es evidente que los separatistas encabezados por ese dislate de Más han presionado hasta la náusea a Fomento del Trabajo y al Círculo en cuestión, prometiéndoles un futuro sin impuestos o un presente sin ayudas. Y éstos, a buen seguro, han pensado que es más cómodo dejar que los votantes le den la mayoría a los independentistas, cosa que ocurrirá puede que por incomparecencia de los contrarios –que seguirán quedándose en casa si nada lo remedia–, para después reclamar un cierto toque de queda, una moratoria de incendios, una salida rápida de los bomberos para apaciguar fuegos innecesarios. No lo dicen ahora porque no se atreven. Lo dirán después y con la boca contrita. Nadie espere heroicidades. Muerto Lara, Bonet hay sólo uno. El dueño de Freixenet, una suerte de héroe solitario, le dijo a sus trabajadores: después de la independencia perderemos la Denominación de Origen, tendremos que pagar aranceles, perderemos también mercado, ya no seremos competitivos y muchos de ustedes, lamentablemente, se quedarán sin trabajo. La verdad desnuda. No espere que eso lo digan los de Gallina Blanca, por ejemplo. 
Será interesante comprobar cuántos capitales saldrán pitando de Cataluña al día siguiente de la victoria de Juntos Por El Sí. Ni siquiera el día en que salga algún iluminado al Balcón, el Gran Balcón Soñado. No. El mismo día de la victoria de los separatistas. Ayer se publicaba un dato interesante: las empresas con sede en Cataluña caen en bolsa cuatro veces más que las del Ibex 35 (elconfidencial.com). Aten esa mosca por el rabo. ¿Quién quiere sacrificar gratuitamente su patrimonio? Desde luego no todos los empresarios que, en cuanto pueden, te lloran en el hombro lamentando los aconteceres. Claro que siempre se les puede decir que quien quiere tortilla antes o después tendrá que romper los huevos. Y lo malo es que no hay huevos.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog

sábado, 5 de septiembre de 2015

Responsabilidades colectivas

Ayer, tras ver la foto de ese ángel dormido a la orilla de la muerte, se me despertó la incorrección política ante el exceso de ayes teatralizados y demagógicos de este Occidente en permanente búsqueda de la autoinculpación por todo lo que ocurre más allá de nuestras soberanías personales. No pude por menos que pensar en la machacona insistencia en crear culpables colectivos que tiene buena parte de la biempensante sociedad de este lado de las guerras o de la miseria. Pareciera que usted, bien individualmente, bien de forma conjunta, fuera el culpable de la muerte de un pobre chiquillo, su hermano y un puñado de personas más. 
Convengamos de partida que ni usted, ni yo, ni Europa en su conjunto somos responsables de la espiral de destrucción a la que se ve sometida Siria o Iraq. Usted no es el Daesh, ni forma parte de las mafias que acarrean personas a cambio de muchos dólares en embarcaciones abarrotadas camino a ninguna parte. Usted no es El Assad, ni es la resistencia Siria, ni ha invadido aquél país con cuchillos degolladores, ni es el malo de la película. Usted tiene bastante con salir adelante cada día y escudriñar el futuro en busca de oportunidades. Pero usted, como yo, como todos, no puede dejar de estremecerse ante la visión descarnada de la tragedia. Eso no debe llevarnos a diagnosticar equivocadamente el monto de las culpas: no es el fracaso de Europa, como machaconamente se repite de forma simple e impostada, es el fracaso de Siria, en todo caso. Ese pobre chiquillo de poco más de tres años huía de la mano de su padre de un infierno que no somos capaces de imaginar y a lo más que podemos llegar, más allá de compadecernos, es a entender que hay que realizar un esfuerzo por acoger a los que huyen y comprender a los gobernantes comunitarios cuando tomen la decisión de darles cobijo. Sin embargo, será correcto estremecerse también por todos aquellos niños que no mueren en el mar pero que sí mueren en Alepo, asesinados por el islam fanático. Miles de ellos hasta ahora. Y hasta ahora no han agitado sentimientos y conciencias, de quien los tenga. 
Aún peor que esta visión que ha sacudido el remordimiento occidental es la de un bebé asesinado y pisoteado por un Imán fanático. Anda por ahí el video y hay que tener valor para verlo, sin entrar en ese debate un tanto exquisito en el que nos entretenemos los periodistas cuando nos planteamos si ofrecer o no la carnicería completa. Una cosa es conmoverse y otra moverse, y hacerlo en la dirección adecuada. No nos engañemos: la solución es bélica y consiste en enviar soldados bien armados hasta acabar con toda esa chusma. No basta con bombardear. Europa, tan estupenda, debe hacerse a la idea de que los ejércitos no son oenegés con pistolas, ni son meros instrumentos de «misiones de paz». Y los Estados Unidos, aunque vea de lejos el problema de los refugiados masivos, no debe mirar para otro lado y pretender que sea Irán quien saque las castañas del fuego sirio. A algunos les costará diferenciar entre malos y muy malos y puede que haya que tragar con la presencia en aquél escenario de un asesino compulsivo como el dictador sirio, pero antes o después habrá que tomar posiciones. Eso o abrir las puertas para que entre un país entero y sea deglutido por sociedades agotadas como son la mayoría de las europeas. Evidentemente, a los cristianos de aquellos lares hay que protegerlos de la voracidad criminal de los fanáticos islamistas, pero también a no pocos musulmanes igualmente víctimas, y a paseantes y a descreídos, a grandes y pequeños. Vayamos haciéndonos a la idea.
Pero guarde firmemente un convencimiento: que no le cuenten cuentos, no hay culpables colectivos. Y a ese niño no lo ha matado usted.