lunes, 2 de noviembre de 2015

El adiós de Héctor


Estoy leyendo tranquilo, disfrutando una vez más del viejo amigo Homero, y de pronto me detengo cuando Héctor, consciente de que va a la muerte bajo los muros de Troya, se despide, armado para el combate, de Andrómaca, su mujer, y de su hijo Astianacte: «Inclinóse gritando el niño, asustado por el aspecto del padre / pues lo aterraban el bronce y el penacho de crin de caballo». Leo de nuevo esas dos líneas del canto VI de la Ilíada, recorro con la mirada los lomos de los libros alineados en los estantes de la biblioteca y pienso que a veces la vida concede extraños privilegios. Curiosas coincidencias. Traduje del griego esos mismos versos en el colegio hace ya casi cincuenta años -recuerdo que mi traducción, más literaria que rigurosa, decía «el casco de bronce de tremolante penacho»-, ignorante, todavía, de que no demasiado tiempo después iba a ver a Héctor despedirse de Andrómaca en la vida real. Y no una, sino muchas veces.
Fueron los libros los que me ayudaron, desde el principio, a mirar el mundo con aplomo. A moverme por él con la certeza creciente de que cuanto veía o iba a conocer ya estaba, de alguna forma, en lo que había leído antes. Cuando con poco más de veinte años vi arder Beirut, o mucho más tarde Sarajevo, reconocí en ellas, sin dificultad, las llamas de Troya; del mismo modo que en cierta ocasión en Eritrea, primavera de 1977, cuando me vi entre cientos de hombres desesperados tras un terrible desastre militar, intentando regresar a casa por un territorio hostil donde derrota equivalía a aniquilación, reconocí en ellos, y también en mí mismo, a los mercenarios griegos que en la Anábasis pelean intentando llegar al mar y a sus hogares. En cierto modo, todo eso lo había visto ya. Lo había leído. Estaba, en cierto modo, preparado para comprenderlo y asumirlo. Para extraer lecciones prácticas de vida, rentabilizándolo en una mirada sobre el mundo y sobre mí mismo. Y es con todo eso, con la mirada que tales libros y vida me dejaron, con lo que ahora escribo novelas. Con lo que hoy hablo de Héctor despidiéndose de Andrómaca. O lo recuerdo.
Lo vi muchas veces, como digo. Lo vi despedirse en diferentes lugares, con rostros y nombres distintos, aunque siempre era la misma escena. La primera vez que fui consciente de eso fue en Chipre en 1974, cuando abrí la ventana de mi hotel en Nicosia y vi el cielo lleno de paracaidistas turcos. Bajé a la calle con mis cámaras colgadas del cuello, y por el camino me crucé con docenas de hombres despidiéndose de sus mujeres e hijos para acudir al combate: griegos morenos, bigotudos, que con el rostro desencajado abrazaban a sus familias y corrían luego en grupos, vecinos, parientes y amigos, hacia los centros de reclutamiento. En los siguientes veinte años tuve ocasión de ver a los mismos hombres -siempre son los mismos hombres- en diversos lugares de la extensa geografía de las catástrofes por la que yo transitaba entonces: Sáhara, Líbano, Salvador, Chad, Nicaragua, Iraq, Angola, los Balcanes... Incluso presencié una escena cuya semejanza con el texto de Homero me estremeció, y todavía lo hace. Entre otras cosas porque su protagonista se llamaba Elie Bou Malham, y era y sigue siendo amigo mío.
Fue en Beirut, todavía en plena guerra. Elie era oficial de una unidad de élite. Yo, que entonces aún era reportero del diario Pueblo, iba a acompañarlo en una misión. Pasábamos por delante de su casa, y quiso ver a su mujer y a su hijita de tres años. Mi amigo iba equipado con casco, cinchas con cargadores, granadas y fusil de asalto colgado al hombro. Llegamos arriba, besó a su mujer, y se acercó a ver a la niña, que estaba en la cuna. La misión iba a ser difícil y la mujer -una de las guapas hermanas Sneifer- lo sabía. Hablaron un rato en voz baja. Después Elie se inclinó sobre la cuna. Llevaba el casco puesto; y la niña, que dormía, despertó sobresaltada al verlo y rompió a llorar. En ese momento, ante mis ojos fascinados, él se quitó el casco, la cogió en brazos, y la niña se calmó y empezó a acariciarle el rostro murmurando «Elie, Elie...». Y entonces fue él, un soldado duro como el pedernal, curtido en años de guerra, quien se echó a llorar. Y yo me retiré despacio, discretamente, y bajé a esperarlo en la calle. 
Sé que a Elie no le gustará que cuente esto, si se entera -con Internet hay pocos secretos-, pero hoy no puedo evitarlo. Homero, el tremolante casco y todo eso. Ya saben: canto VI de la Ilíada. Contarles a ustedes una de esas veces en las que vi a Héctor despedirse de los suyos. Y gracias a los libros leídos, pude reconocerlo.
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

domingo, 1 de noviembre de 2015

Ya aburre


A todos nos ha ocurrido con algún amigo que sobresalía en la cuadrilla juvenil, o con algún compañero de colegio que era el líder del grupo. Personas que en su momento descollaban por su ingenio y brillo personal, pero que luego envejecieron mal y defraudaron todas las expectativas que habían concitado. Su chispa se quedó en tic gastado. Su atractiva extraversión derivó en pura plomada. Su liderazgo degeneró en un empalagoso afán de protagonismo. Las ideas llamativas se oxidaron rápido y se redujeron a lo que en realidad eran: ramplones lugares comunes de poco provecho. Me he acordado de muchos envejecimientos fallidos observado con saturación a Pablo Iglesias Turrión, un hombre muy inteligente y bien preparado, que con solo dos años de exposición pública ha logrado algo difícil: convertirse en un personaje insufrible, eso que en el argot de barrio se llamó siempre «un nota».
Una cosa es el amor propio y la necesaria confianza en las capacidades personales. Otra es hacer el ridículo. Ayer Iglesias acudió a La Moncloa, pero no pudo ser un visitante más, no. Tocaba dar la nota, marcar estilo. La liturgia del marketing más facilón. Camisa con mangas recogidas en el otoño madrileño, que se visualice que soy guay, que paso del uniforme de los esbirros de la casta. Librito de regalo para Rajoy en la escalinata (la repetición del chiste del DVD para el Rey). Rueda de prensa inmediata, utilizando una reunión de Estado sobre la unidad de España para darse pote y hacer campaña. 
Paradójicamente, el libro que regaló a «Mariano» -con dedicatoria autógrafa dándole lecciones- es de Antonio Machado, el poeta de la humildad. Como si hubiese intuido la futura existencia de Iglesias Turrión manipulando su nombre, Machado dejó escrito: «Todo narcisismo es un vicio feo, y ya un viejo vicio». Machado, tan buena gente, arrugaría la nariz ante quien con solo 37 años se ha convertido en un ególatra más bien cargante. Hace dos noches explicó en el programa de fútbol de la COPE que si fuese presidente del Gobierno no iría al palco del Real Madrid, cuando sus posibilidades de serlo son nulas. Un tipo que escribió un artículo sobre Jeremy Corbyn, el nuevo líder laborista, y lo tituló: «¿Por qué todos hablan del Pablo Iglesias británico?». Un hombre que se cita en tercera persona, que escucha arrobado su propio verbo, cada vez más afectado y ñoño. Un líder que domina con caudillaje carismático el partido que iba a ser la madre de todas las democracias asamblearias.
Un revolucionario iconoclasta, que en realidad es un niño bien de cómoda cuna de clase media ilustrada. Un predicador de libertades, que emite desde una tele iraní y que coqueteó con la satrapía venezolana y se apoyó en ella. Una veleta ideológica, que modula su mensaje al calor de las encuestas. Un regurgitador de un recetario comunistoide multifracasado. Un madrileño que para defender la unidad de su país propone regalar referéndums separatistas y que tiene una sucursal en Cataluña que no se acaba de saber de qué lado está. Un profesor que por las noches necesita menos «Juego de Tronos» y más Montaigne: «Nadie está libre de decir estupideces. Lo malo es decirlas con énfasis».
Luís Ventoso
Félix Velasco Blog

domingo, 25 de octubre de 2015

El Napoleón del crimen


Ayer mismo, caminando por la acera de una calle de Madrid, un niño de unos seis o siete años que iba despistado con sus padres, mirando el escaparate de una tienda, tropezó conmigo. Le acaricié la cabeza con una sonrisa, y ya iba a seguir adelante cuando escuché a su padre decirle al crío, con mucha naturalidad. «Mira por donde andas, por favor. Gracias». Y luego me dirigió una mirada de excusa. Entonces el niño, sin mirarme, dijo «perdón» y siguió su camino junto a ellos. Me quedé tan sorprendido por el suceso, por aquella reconvención paterna y la reacción del niño, del todo extraordinarias en estos tiempos, que volví la cabeza para verlos alejarse. Eran dos padres jóvenes, normales. Dos padres de infantería. Pero aquellos diez segundos junto a ellos habían hecho hermosa la mañana, y la calle parecía otra, más despejada y luminosa, y al fin continué mi paseo aún con la sonrisa en la boca, pensando que Dios o el diablo aprietan pero nunca ahogan, y que siempre hay quien se salva, y te salva. O te da esperanza. Que siempre quedan uno, o diez, o cien, justos en Sodoma. E incluso en Gomorra.
Hay días, como ayer, en los que lamento no ser millonario, como el tío Gilito o el que sea su equivalente ahora. Pero no un millonetis cualquiera, sino de verdad, a lo bestia, de ésos que pueden pagarlo todo y comprar cuanto se les pone en el morro. Un fulano con viruta suficiente para crear varios centenares, o miles, de becas para niños bien educados. Niños a los que sus padres les hayan enseñado, previamente, que las buenas maneras hacen mejor el mundo, nos hacen mejores a todos y son mecanismo clave, puerta franca para acceder a lugares y corazones. Niños, por ejemplo, como los de mi amigo Etienne de Montety, que cada vez que invitaba a cenar en su casa hacía que sus cuatro hijos, entonces de entre diez y dieciséis años, se encargaran de recibir y atender a los visitantes, cosa que hacían todos con una formalidad y una responsabilidad exquisitas. O aquel otro zagal de ocho o nueve años que una vez se me acercó con mucho aplomo junto a un bar de la Plaza Mayor y dijo: «Oiga, señor, ¿puede pedirle un vaso de agua al camarero, por favor?... Tengo sed, y como soy pequeño, puede que a mí no me haga caso». 
Por eso digo que, si tuviera una pasta gansa, crearía las becas Reverte Malegra Verte. Mandaría a mis agentes por todo el mundo a buscar niños de ambos sexos bien educados, para pagar sus estudios y dedicarlos luego, cuando fuesen grandes, a la ciencia, las humanidades, la vida social y la política. Y también, de paso, gratificaría a los padres que los educaron. Financiaría el merecido bienestar de quienes les enseñaron a decir buenos días, por favor y gracias, a manejar los cubiertos, a no hablar con la boca llena, a vestirse con decoro según cada momento de la vida, a no tutear a las personas mayores, a comprender que una sonrisa, una palabra adecuada, un gesto cortés y de buena crianza, tan propios de la gente humilde como de la más afortunada, son la mejor tarjeta de visita, todavía hoy, incluso en un mundo que, como el nuestro, se va poquito a poco al carajo.
Pero eso sí. Ya metido en faena, si como dije fuera millonetis sin límite y sin tasa, también es posible que se me fuera la pinza y me diese un chungo en plan Bin Laden, o Doctor No, o profesor Moriarty -el Napoleón del crimen, enemigo de Sherlock Holmes-, y comprara una isla llena de aparatos electrónicos, misiles nucleares y Úrsulas Andress, o lo que equivalga ahora a eso; y también un gato de Angora para acariciarlo en plan canónico mientras enviaba por el mundo a mis sicarios en plan ninjas suicidas, en comandos implacables que se curraran la otra cara de la luna. Algo así como una brigada pesticida, letal, higiénica, secuestradora y exterminadora de padres de niños, e incluso de algún niño que otro -todos acaban siendo adultos- de esos groseros y maleducados que empujan en las puertas, permanecen mudos ante las palabras «buenos días», ignoran cómo se pronuncia un «por favor», tutean al lucero del alba y no han dado las gracias a nadie en su puta vida. Y ordenaría a mis esbirros especial ensañamiento y torturas refinadas tipo Fumanchú con los padres de familia que se dejan las gorras y sombreros puestos en los locales públicos, gritan al teléfono móvil, entran en calzoncillos y chanclas en los restaurantes, se hurgan la nariz y se rascan las axilas, los huevos o el chichi -seamos paritarios- mientras te empujan en el metro o el autobús. Veneno, soga y puñal, oigan. Sin piedad. Y yo reiría en mi isla, juas, juas, juas, con risa de malvado Carabel, viéndolo todo por videoconferencia, mientras acariciaba al gato. 
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

12 de octubre de 2016


Después de pasadas casi dos semanas de la Fiesta Nacional de hogaño, es aún hora de salir del asombro que produjeron, en personas sensatas, las salidas de pata de banco de alguno de los mamarrachos y cretinos más granados de la fauna nacional. Sé que volver a ello podrá producirles pereza a muchos lectores que ya han empezado a olvidar las sandeces escritas y dichas con motivo del Día de España, pero entiendan que, en ocasiones, hay que dejar algunos días en la nevera, antes de comerla, la carne recién sacrificada con el objeto de que esté en su punto de maduración. Y en su punto puede parecer ya. Desconozco algún país de nuestro entorno que padezca, en fecha tan señalada, una acumulación de zotes como el que padece España cuando llega el 12 de Octubre: pienso en los países vecinos y descarto que ni siquiera los últimos llegados a Francia vomiten estupideces el 14 de julio. Pienso en Gran Bretaña o en Alemania y me cuesta creer que un buen puñado de mamertos cuestione los días en los que cada patria es celebrada por sus ciudadanos. En España, en cambio, se agolpan en el inodoro los que sienten la necesidad de evacuar alguna genialidad que les transporte inmediatamente al olimpo antisistema de la estupidez. Cuando no es la crítica al Ejército por su desfile, es el retorcimiento histórico de la fecha del 12 de Octubre; cuando no la censura al sistema constitucional, es el insulto a la Virgen del Pilar. La pobre y muy limitada alcaldesa de Barcelona arremetía contra la discreta parada militar con la que se ensalzó la fecha elegida en el Parlamento como la más representativa de España. Seguramente no la ha comparado con el desfile de dos horas y media con el que sus colegas de Corea del Norte celebraron recientemente el 70 aniversario del partido que martiriza a diario a sus ciudadanos. Espectacular desfile, todo sea dicho, prácticamente perfecto. También calificaba de genocida la gesta española del Descubrimiento: el hispanista John Elliot asegura que a los españoles los han pintado de crueles y se lo han creído. La Leyenda Negra.
Veamos. El 12 de octubre de 1492 no comenzó ningún genocidio. Un genocidio es el exterminio completo de un pueblo, y eso, de ocurrir, ocurrió en otras latitudes más al norte y en otra colonización. Analizar hechos de hace quinientos años con reflexiones simplistas del siglo XXI es una muestra de severa limitación intelectual: en 1492 comenzó la expansión de un Estado a punto de formarse mediante el vector de la lengua y la religión en ámbitos del mundo desconocidos hasta entonces. La misión estuvo llena de excesos, como ha ocurrido en todas las colonizaciones, pero ni aquello eran reinos idílicos ni parece que fuera preferible la actuación de los colonos en otros lares. Murieron millones de indios, pero mucho más por los virus que portaban los exploradores y conquistadores que por la codicia y el número de estos. La gripe, desconocida para la inmunidad de los pobladores de aquellos territorios, como el sarampión o la viruela, resultaron letales. Aquel viaje de Colón en cáscaras de nuez y en compañía de un puñado de intrépidos audaces cambió radicalmente el mundo. Y eso se hizo en nombre de España. Y en el mismo español que se sigue hablando en todo el continente. Fijaos bien, hatajo de truchas, cualquier país que gozara en sus gestas de esta misma fecha y este mismo significado estaría celebrando durante semana y media cada año el acontecimiento. Piensen en la vecina Francia: ¿se imaginan la que organizarían si pudieran presumir de haber descubierto América y de que todo quisque hablara en francés? No habría días ni horas en todo un mes, cosa que me resultaría comprensible.
En cambio, en España hay que aguantar una y otra tontería a cuenta de un pasaje histórico absolutamente relevante en el peso y paso de los días. O hay que soportar el agotador cansancio que produce una miembro de Podemos diciendo que someterían a referéndum la elección de la Fiesta Nacional. Como si no tuviéramos nada mejor que hacer. 
Ya llegará el 12 de Octubre del año próximo: ¿a que podré repetir textualmente este artículo? 
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog

sábado, 17 de octubre de 2015

Una vida nerviosa


Un profesor universitario amigo me confiesa desolado que una amplia mayoría de sus alumnos son por completo incapaces de leer un libro; y que, entre los pocos que afrontan su lectura, sólo un puñado puede comprenderlo. Aunque recomienda a lo largo del curso diversas lecturas que complementan sus apuntes, cuando llegan los exámenes comprueba que casi nadie ha seguido su recomendación; y los pocos alumnos que le comentan los libros recomendados suelen ser pícaros que recopilan en interné cuatro reseñas birriosas, en un esfuerzo estéril por camelarlo. Pero nada ha conturbado tanto a mi amigo como un episodio que le aconteció recientemente: un alumno le solicitó permiso para grabar en vídeo sus clases; como mi amigo se resistía a aceptar, temeroso sobre todo del destino que luego pudieran correr tales grabaciones (que ya imaginaba divulgadas en youtube y, por supuesto, utilizadas para escarnecerlo), el alumno le confesó atribulado que era incapaz de estudiar sus apuntes, porque apenas se ponía a leerlos perdía la concentración. Sólo contemplando el vídeo de sus clases podía llegar a aprender y memorizar las lecciones. Asustado, mi amigo preguntó a su alumno cómo lograba, entonces, estudiar las demás asignaturas; y el alumno le confesó que mediante el mismo método, asegurando que por interné se pueden encontrar numerosos vídeos y presentaciones de PowerPoint que permiten ir aprobando a cualquier universitario remolón, aunque sea sin excesiva brillantez.
Mi amigo no es hombre abstruso ni alambicado; se expresa en un español correctísimo, incluso levemente 'didáctico', y apenas recurre a las oraciones subordinadas cuando expone sus lecciones. Sucedía, sin embargo, que su alumno era incapaz de mantener la atención fija; era incapaz de entender los razonamientos más elementales; era incapaz de seguir el hilo de un relato escrito. Mi amigo se quedó perplejo y horrorizado ante su confesión; y al principio no supo si expulsarlo de clase con cajas destempladas o concederle que grabase su lección. Pero pensó que ambas soluciones eran improductivas; así que citó al alumno en su despacho, en un intento de comprender mejor las causas de su deterioro cognitivo. El alumno acudió contrito al despacho de mi amigo, como quien acude al confesionario, y en varias conversaciones le reconoció que toda su vida, desde que se levantaba hasta que se acostaba, estaba ligada a los diversos cacharritos y artilugios que le permitían mantenerse on line con amigos y allegados: guasapeando, tuiteando, intercambiando vídeos, hablando por el skype, a veces con varios a la vez, en un intercambio excitante.
Inevitablemente, el cerebro de aquel muchacho había acabado por acompasarse a esta vida nerviosa y aturdidora, entretejida de impresiones fugaces y asediada de estímulos cambiantes. Su atención se había acabado convirtiendo en un pájaro enjaulado que salta a cada instante de uno a otro balancín, por no detenerse nunca a considerar que está encerrado. Su repudio de la letra impresa era una consecuencia natural de ese aturdimiento; no podía entender un razonamiento mínimamente complejo por la sencilla razón de que su cerebro se exasperaba tratando de hilvanar sus proposiciones, tratando de desentrañar el significado de sus palabras, y buscaba los mensajes inmediatos, netos, ramplones: las consignas, los apóstrofes, los enunciados más sencillos que le permitiesen saltar de inmediato a cualquier otra simpleza que irrumpiese, a modo de relámpago fugaz, en su cerebro. Todo ello envuelto en una especie de ansiedad eufórica, como si el acopio incesante de estímulos fuese la droga que su cerebro necesitaba para no perecer del todo, o para vivir esa vida sin poso ni reposo, sin cognición ni discernimiento, una vida a modo de incesante carrusel de novedades huidizas en la que no hay tiempo para leer, ni para meditar, ni para conversar, ni para rezar, ni para amar, ni para hacer ninguna de las cosas que hasta hace poco nos distinguían como humanos. Una vida descerebrada y desalmada, ligada a una pantalla táctil, que tal vez sea el paso previo (y tal vez sin retorno) a nuestro internamiento en la trituradora, allá donde formaremos la papilla humanoide que conviene a los nuevos tiranos.
Porque cada vez resulta más evidente que esta vida nerviosa es el cimiento de una nueva esclavitud, mucho más aberrante que ninguna otra que la haya precedido: una esclavitud de esclavos eufóricos, ansiosos de su droga, felices con su droga... ¡Y con título universitario! 
Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog

Cuerpo de pecado con cara de arrepentimiento


Hace tiempo que quiero dedicar una Pequeña Infamia al fenómeno de la barba, que me llena de perplejidad. Pertenezco a esa generación que adoraba al Che Guevara y soñaba con descubrir la playa bajo los adoquines de París en mayo del 68 y, de haber nacido hombre, seguro que me habría dejado una. En aquel entonces, hablo de los sesenta y setenta, había barbas para elegir. Uno podía decantarse por una a lo Trotsky, y pasear con aire meditabundo con un libro de Sartre bajo el brazo. O dejársela de chivo, y caer por alguna tertulia emulando a Valle Inclán. Había barbas contestatarias como estas pero también las había aristocráticas. Entre estas últimas podía uno escoger, por ejemplo, parecerse a Jorge V de Inglaterra, como hacía el guapísimo príncipe Miguel de Kent, u optar por la de Nicolás II de Rusia. Su terrible muerte consiguió rodear al personaje de tal fascinación y misterio que, en ciertos círculos, su barba era muy imitada. Y luego estaba la más famosa de todas, la del Che antes mencionada, que era la que, con diferencia, más adeptos tenía y que las chicas adorábamos acariciar, que no mesar (Aprovecho aquí para recordar -pequeña nota informativa- que pese a lo que muchos puedan creer, "mesar" es todo lo contrario de acariciar. Quiere decir, literalmente, "arrancar los pelos con la mano").
Cuento todo esto para que vean que no soy una persona antibarba. Al contrario, forma parte de mi educación sentimental, por no decir sexual. Por eso, porque me encantan los hombres barbudos, estoy de lo más sorprendida por la que ahora infesta casi todas las caras masculinas sin distinción de edad, inclinación política o clase social. Me refiero a esos pelos a medio crecer, hirsutos, muchas veces canos y siempre desprolijos que están tan de moda. Me encantaría que alguien me explicara el insondable misterio de por qué, cuando los hombres se cuidan más que nunca, dedican horas al gimnasio para estar esculturales, se forran a antioxidantes, usan cremas botox y hasta se depilan (otro misterio insondable para mí, pero vamos a lo que vamos) les ha dado por este look. ¿De qué sirve, me pregunto yo, tener un cuerpo digno de una estatua de Praxíteles, unas piernas lampiñas de efebo y un cutis de ninfa si luego van y arruinan por completo el efecto dejándose esa barba a medio crecer a lo Yasser Arafat? ¿Cuándo y de la mano de quién entró en nuestras vidas esta tendencia que hace que muchos vayan por ahí pareciendo un perroflauta vestido de Armani? Yo comprendo que pueda quedar sexy ver a un adolescente o incluso a un veinteañero con barba de dos días y con aspecto de haberse levantado recién de la cama. Pero pasados los treinta, y no digamos los cuarenta -los cincuenta y los sesenta mejor ni mencionarlos-, a nadie, y quiero decir a Nadie, le queda bien esta apariencia. Ni a Brad Pitt, que no me gusta nada, ni a Jeremy Irons, que me encanta, ni a ningún otro de los ídolos del celuloide, de modo que calculen cómo le sienta al común de los mortales. Para más pasmo, el aspecto "barba de tres días, me cachis qué guapo soy", suele completarse con un llamémosle peinado de pelos revueltos o de punta como si el bello de turno acabara de meter los dedos en el enchufe. ¿No es un poco incongruente hacer todo lo posible por tener aspecto de adolescente y al mismo tiempo cultivarse una testa de espantapájaros? Sé que clamo en el desierto, porque las modas son implacables, arrasadoras y no se puede luchar contra ellas. Lo único que espero es que la próxima -y ya toca cambio por fortuna-, sea más favorecedora que esta. ¿En qué consistirá? Sea la que sea, seguro que gustará más que la actual. Esta me recuerda algo que mi abuelo decía de las damas añosas a las que, por tener una bonita figura, les daba por embutirse en vestidos de veinteañeras. Él las llamaba cuerpos de pecado con cara de arrepentimiento.
Carmen Posadas
Félix Velasco - Blog

La hucha del domingo


El próximo domingo España se llenará de huchas del Domund. Yo era postulante de niño chico, como posiblemente lo fuera usted también. Entonces, aquellas huchas mostraban las cabezas de negritos y chinitos. Son un tesoro vintage. Hoy, habida cuenta de la cantidad de individuos presos de la corrección política, serían impracticables. Siempre surgiría algún hipersensible denunciando violentamente el desprecio racista con colectivos menos favorecidos por el reparto de la riqueza y tal y tal. Me imagino a las Colau y diversos cretinos de la fauna hispana subiendo tuits furiosamente en defensa de la dignidad de no sé qué.
La verdad de la cuestación del domingo no está en la palabrería de todos los gilipollas que viven del cuento de la solidaridad –siempre supuesta– en España. La verdad está en el óbolo sencillo y sincero de quien deja unos céntimos que, en tierras de eriales malditos, son una fortuna. Ese dinero llega a las misiones, que no son un puñado de niños pijos que quieren experimentar la fascinación de un verano en tierras de secano –y que, en cualquier caso, bienvenidos sean y vuelvan cuantas veces quieran–, sino que están formadas por religiosos que se marcharon de su casa y su pueblo hasta tierras remotas con la sola idea de dar la vida por los demás. Hombres y mujeres de toda España –de toda, castellanos, andaluces, gallegos, catalanes...– han viajado por el mundo para vivir la misma miseria de aquellas personas que han ido a socorrer: han curado heridas, socorrido moribundos, enseñado a leer y escribir, evangelizado a quienes han querido abrazar la Fe católica... Misioneros en África que han arriesgado su vida –y la han perdido– por ayudar a los enfermos de las muy diversas enfermedades que asuelan un continente entero, sean el VIH o el ébola; misioneros y misioneras que han dado su vida a cambio de proteger a chiquillos víctimas de conflictos territoriales absolutamente cainitas que no han respetado vida alguna; misioneros que han volcado sus esfuerzos en enseñar las elementales reglas que permitan que los hombres y mujeres del futuro sean capaces de defenderse en el mundo contemporáneo; misioneros que han sido capaces de conseguir alimentos, vacunas, medicamentos varios que saquen de la condena a muchachos de pocos años o que permitan morir con dignidad a ancianos de tribus diversas. Javieranos, carmelitas, dominicos, esclavas del Corazón de Jesús, que no necesitan aplauso ninguno de la sociedad para seguir haciendo lo que hacen... sólo necesitan medios, dinero, para sacar a varias generaciones del pozo de la condena persistente. Y no necesitan mucho, sólo lo que a usted le sobra y que a lo mejor es el importe de esa cerveza que el domingo puede dejar de beber. No se pueden imaginar lo que es capaz de hacer una religiosa en Camerún o en Ghana con la cerveza que usted no se va a tomar de más. Con su cerveza abstenida puede dar de comer a varios chiquillos o puede facilitarle la vacuna necesaria para que ese negrito de ojos grandes y piel tostada no se muera de malaria. Digo malaria y puedo decir cualquier otra cosa.
Conozco a estos hombres y mujeres. A estos religiosos. Han pasado su vida entera en lugares en los que usted y yo no aguantaríamos ni una semana. Y les he visto volver de mayores y rebelarse para que les dejen volver a morirse entre los suyos, que no somos usted y yo, insisto, sino los más desfavorecidos del mundo, los que no tienen nada –y a pesar de ello sonríen–, los que agradecen su generosidad de domingo, los que celebran la Palabra de Dios, que, afortunadamente, viene acompañada de pan y penicilina. Toda gratitud a las Misiones es poca. No sólo por lo que hacen por ellos. También por lo que hacen por los que estamos aquí: gracias a su esfuerzo nosotros somos mejores.
Arturo PérezReverte
Félix Velasco - Blog

lunes, 12 de octubre de 2015

Fiesta de la Hispanidad


El capitán del Ejército uruguayo Ángel Camblor ganó en 1932 un concurso internacional que buscaba dotar de una bandera a toda la Hispanidad. Su diseño lo componen tres cruces moradas sobre fondo blanco y la mitad de un sol naciente. Sin embargo, como ha ocurrido de forma crónica con los símbolos nacionales, la enseña es hoy una completa desconocida en España, donde la Hispanidad ha sido en demasiadas ocasiones menospreciada. El cariz precolombino del diseño, con un sol de inspiración inca, tampoco ha ayudado a que esta bandera fuera asumida en España.
En 1987 quedó establecido que el Día de la Fiesta Nacional de España sería el 12 de octubre, lo cual trajo consigo la eliminación del nombre de «Día de la Hispanidad» de esta festividad. Era considerada, y lo sigue siendo a nivel popular, como de la Hispanidad porque el 12 de octubre 1492, festividad del Pilar, Cristóbal Colón hizo tierra en Guanahani, actualmente en las islas Bahamas, y tomó posesión del lugar en nombre de los Reyes Católicos. El navegante desconocía que se trataba de un nuevo continente y no podía imaginar la trascendencia de su acto. Colón, de hecho, creyó que había llegado a Cipango (Japón). Desde entonces, la fecha ha sido usada por diversos países iberoamericanos para celebrar el encuentro de las dos culturas que dieron lugar al Nuevo Mundo. 
Sin embargo, cada país ha denominado la fiesta con distintos nombres en función de la conveniencia política, como por ejemplo «Día de la Madre Patria» o «Día del descubrimiento». En España, se eligió originariamente la designación de «Día de la Raza», una denominación creada a propuesta del exministro español Faustino Rodríguez-San Pedro, como Presidente de la Unión Ibero-Americana, que en 1913 pensó en una celebración que uniese a España e Iberoamérica, eligiendo para ello el día 12 de octubre. En 1918 la fiesta de la Raza alcanzó el rango de fiesta nacional. 
A principios del siglo XX, no obstante, el concepto de Hispanidad estaba en desuso. No fue hasta 1926 cuando un obispo vizcaíno, Zacarías de Vizcarra, recuperó el término de Hispanidad y propuso en un artículo de prensa publicado en Buenos Aires cambiar el nombre a la festividad. Cinco años después, Ramiro de Maeztu, que había sido Embajador de España en Argentina, leyó el artículo e hizo suya la defensa del cambio de nombre. En este contexto reivindicativo de la Hispanidad, surgió en paralelo la iniciativa americana de crear una Bandera de la Hispanidad (o Bandera de la Raza Hispánica) en un concurso continental organizado en 1932 por la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou, proclamada «Juana de América». El lema que acompañaba a la enseña fue «Justicia, Unión, Paz y Fraternidad», aquellos valores que Camblor señalaba como representativos de los hispanos.
Las características de la bandera creada por Ángel Camblor, que era un capitán de origen vascofrancés del Ejército Nacional de Uruguay, eran una bandera blanca (símbolo la paz), tres cruces, que simbolizan las dos carabelas y la nao con la que Cristóbal Colón descubrió el Nuevo Mundo, y el signo del Inti (el «sol de mayo» de la mitología incaica), que representa el despertar del continente americano. El color púrpura de las tres cruces, a su vez, aluden al color característico supuestamente del león de la Corona de Castilla y León, lugar de nacimiento del idioma común, según explica su diseñador en el libro «La bandera de la raza símbolo de las Américas en el cielo de Buenos Aires» (1935).
La Bandera de la Raza Hispánica fue izada por primera vez el jueves 12 de octubre de 1932, en la Plaza de la Independencia de Montevideo, y fue oficialmente adoptada por todos los estados de Hispanoamérica como bandera representativa en el marco de la VII Conferencia Panamericana reunida en diciembre de 1933 para una raza que, según Camblor, «está compuesta por levadura de indios y españoles; de hombres y mujeres venidos más tarde de todas las regiones de la tierra. Es la raza espiritual, sociológica: más del alma que de los huesos».
El hecho de que la Fiesta Nacional de España (Día de la Hispanidad) coincida con la patrona de Zaragoza y de la Guardia Civil se trata de una mera coincidencia, puesto que la virgen que ostenta el título de Reina de la Hispanidad es Santa María de Guadalupe de Extremadura, cuya festividad se celebra el 8 de septiembre. La íntima vinculación del santuario de Guadalupe, tanto con el descubrimiento de América como con su colonización y evangelización, está documentada, siendo así una de las causas invocadas por la Unesco el 11 de septiembre de 1993, cuando declaró a Guadalupe Patrimonio de la Humanidad. «Porque la famosa imagen de la Virgen de Guadalupe ha sido el símbolo más representativo de la cristianización de una gran parte del Nuevo Mundo», argumentó la Unesco.
Con todo, se mantiene todavía vivo el debate teológico sobre cuál de las dos vírgenes debería gozar del título de patrona de la Hispanidad, en función de su importancia en el descubrimiento de América. Asimismo, el apóstol Santiago el Mayor es el patrón protector de España, así como el santo del Arma de Caballería y del Ejército de Tierra.
César Cervera
Félix Velasco - Blog

sábado, 3 de octubre de 2015

Comuna de Presidents


¿Cómo no se nos había ocurrido antes? El conflicto para designar presidente de la Generalidad de Cataluña se soluciona —tal y como ha propuesto la número dos de la CUP— con una presidencia coral. Vamos, que no haya un solo presidente, que haya cuatro. Déjenme respirar hondo antes de soltar la carcajada.
Convendría, en primer lugar, que las fuerzas insurgentes nacidas entre el Besós y el Llobregat se pusieran de acuerdo. Han malgastado saliva durante un puñado de días asegurando que bajo ningún concepto apoyarían una investidura de Artur Mas, y ayer, a una hora poco sospechosa de intoxicaciones etílicas, aseguraron que no quieren enterrar el futuro de nadie y que en ese triplete o escuadrón de presidentes podría estar el reyezuelo del «tres per cent». En el caso de no llegar desmentido posterior, habrá que convenir que poco les ha durado la firmeza. Y aún bien de aclarar ese pequeño detalle acerca del futuro del rey Artur, tampoco estaría de más que desarrollasen la idea de la coralidad presidencial. Cuatro presidentes no es una coral, es un orfeón, una tuna o, mejor, una comuna. Sólo falta añadir que esa especie de Soviet Supremo debería ser, por demás, rotatorio, es decir, cuatro presidentes cada seis meses y vuelta a empezar. Y así hay más riqueza de matices.
Convengamos que hasta en el Soviet Supremo había uno que mandaba. Y mandaba mucho; tanto que tenía derecho a disponer de vidas y haciendas, pero en esta disposición transversal del poder que sugiere la muchacha del flequillo cortado a machete no queda claro quién tiene la última palabra. El pueblo, ya sé; pero es un engorro consultar a todo el pueblo cada que vez que haya que decidir qué tipo de orden se le da a TV3 o cuántos enfermos deben entrar en cada habitación. Los partidos de raíz asamblearia padecen esa enfermedad de la mano alzada y es normal que simulen un rechazo a la personificación del poder, pero de ahí a organizar un gobierno de cuatro presidentes va un mundo. Llevando al extremo la genial idea, podrían sugerir un gobierno con solo presidentes, sin consejeros: luego nombran una especie de «conseller en cap», que es el que trabaja, y que haga de portavoz y coordinador de sus superiores, todos muy honorables aunque vistan de jersey de lana.
Creíamos que la política catalana ya no podía regalarnos más momentos de hilarante surrealismo: cuán equivocados estábamos. La cruel y terminal enfermedad de corrección política que vive esa comunidad hace que cada día sea mejor que el anterior y que cada ocurrencia supere la barbaridad de ayer. Después de soltar con toda solemnidad esa gilipollez vendrá un día posterior en el que cualquier otro turista disponga una tontería desmenuzada en el plato lista para saborear. Nuestros amigos catalanes tienen mucha razón para lamentarse de su destino reciente, pero habrán de convenir que de su propio seno salen los votos que confían en personajes como los mentados, que no solo quieren nacionalizar, independizarse, prohibir y someter cualquier tipo de idea liberal, sino que también pretenden instaurar una santísima trinidad o un cuarteto de gloria para administrar las cosas públicas. Como Podgorni, Breznev y Kosiguin en sus buenos tiempos, que llevaban al unísono la gestión de aquel fracaso que tanto gusta a estos muchachos. Es verdad que luego quedó solo Breznev y que la felicidad del trío duró poco, pero ahí está para la historia por si quieren hacer alguna analogía.
Lo que les falta a los del nordeste español es que los gobiernen cuatro en vez de uno. Definitivamente, la política catalana ha perdido la cabeza. Y, en el caso de estos muchachos, hasta la sandalia.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog

viernes, 2 de octubre de 2015

Tiempo de héroes (y de villanos)


En 1992 el politólogo estadounidense de origen japonés Francis Fukuyama se convirtió en una celebridad mundial gracias un libro titulado 'El fin de la historia y el último hombre'. En él sostenía que la lucha de ideologías había terminado como consecuencia de la caída del comunismo, lo que propiciaba el fin de las guerras. Según él, tal coyuntura histórica dejaba como única opción viable la democracia liberal tanto en política como en economía. O dicho en sus propias palabras: «El fin de la historia en que nos encontramos significa el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, pues los hombres satisfarán sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas». Eran los felices noventa, el mundo prosperaba y las sociedades avanzadas se miraban el ombligo. La corrección política nos volvió a todos más sensibles hacia causas como la vida sana, el ecologismo, el respeto a los animales. Crecía la clase media y a ella se incorporaban todos los años cientos de miles de personas. Primaba ser más solidarios, más tolerantes y comprensivos. Civilizados, en último término. Éramos dignos hijos del nuevo siglo que alumbraba, nunca antes el mundo había estado más lejos de la barbarie. Pero cayeron las Torres Gemelas y nació un nuevo monstruo, fruto del resentimiento y fanatismo de unos (léase los islamistas) y de la imbecilidad de otros (Bush y sus mariachis) y aquí estamos inaugurando el segundo milenio más o menos igual increíble, pero cierto que como comenzó el primero, con guerras de religión. No quiero arruinarles la mañana hablando de lo que ya sabemos y tememos. 
Del avance del Estado Islámico, de su inaudita crueldad, ni de los millones de personas que huyen de ella. Sí me gustaría, en cambio, apuntar lo único bueno que estas confrontaciones tienen: el hacernos más humanos, el despertar lo mejor que anida en nuestros corazones. Con sesenta millones de refugiados y desplazados como hay en este momento en el mundo, aquella sociedad hedonista y narcisista cuyas mayores preocupaciones eran la obesidad, por ejemplo, o el más ramplón arribismo, de pronto, se ha dado cuenta de qué va la vida realmente. Se acabaron las pavadas y jalear a 'iconos' imbéciles como Paris Hilton o las Kardashian, ahora es tiempo de Héroes. Como Jalid Asaad, de 82 años, que murió decapitado en ejecución pública y su cuerpo colgado de una columna por negarse a revelar el lugar secreto en que había escondido tesoros arqueológicos de Palmira. O como el niño Aylan, cuyo pequeño cadáver ha desatado la mayor ola de compasión de los últimos tiempos, obligando a los políticos del mundo entero a replantear su actitud con respecto a los refugiados. Ahora, todos estamos dispuestos a ayudar, a comprender, a compartir. Pero conviene no olvidar que si este es tiempo de héroes también lo es de villanos. Las emergencias sacan lo mejor, pero también lo peor del ser humano y ahí están como muestra las patadas de la reportera Petra Laszlo o los primeros brotes neonazis en Alemania. Ahora mismo, no son más que feas excepciones condenadas por todos, pero estamos solo al principio de esta nueva situación. ¿Qué pasará dentro de un año, y de dos, y de tres? Fukuyama se equivocó estrepitosamente en los noventa pensando que era el fin de la Historia. Creyó que, muertas las ideologías, no habría motivos de confrontación, que todos seríamos civilizados, perfectos, miríficos y no fue el único en creerlo. Olvidó olvidamos el factor humano. El hombre es capaz de todo lo mejor como estamos viendo por fortuna en este momento, pero también de lo más mezquino, lo más abyecto. Conviene estar vigilantes por aquello que decía Cicerón (que era bastante menos cándida paloma que Fukuyama) de que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla. 
Carmen Posadas
Félix Velasco - Blog

sábado, 19 de septiembre de 2015

No hay huevos


Da igual. Por muchos avisos que mandes acerca de la ruina que supone sentirse independientes –y serlo, evidentemente– nada cambiará la opinión de los que viven en la lluvia de azufre de la química sentimentaloide. Es inútil confrontar racionalidad con sentimentalidad: gana la puesta en escena, la épica pequeña de cuarto de baño, la ensoñación infantil. Les han prometido la Arcadia Permanente y se lo han creído, y ante eso no hay Junker que valga, ni Merkel, ni Cameron, ni Obama, ni la madre que los crió. Presumen de ser una colectividad guiada por el «seny» y son, en su mitad más expresiva, unos adolescentes inmaduros ensimismados en melancolías absurdas. La otra mitad, salvo meritorias excepciones, no saca la cabeza del agua por temor a la exposición al sol: y no acaban de entender que así, aunque se evite la insolación, lo más probable es perecer ahogado.
Si yo fuera independentista sospecharía muy mucho de mis iniciativas si fuera de mi corral me apoyaran los más tontos de la clase. La imposible independencia de Cataluña es sólo refrendada y jaleada por sujetos del tipo Willy Toledo, lo cual desalienta al más pintado. Pero digo, da igual. Entiendo la épica menor de los que se sienten protagonistas de la historia, pero no acabo de entender a los que, con todos los datos en su mano, juegan con el fuego del futuro vacío, nudoso, casi estéril. Allá cada uno, podrá decir usted, y tendrá razón, pero me sorprende que empresarios catalanes le tengan más miedo a Artur Más que a perder el mercado que les sustenta.
El Círculo famoso de empresarios catalanes que tanto se juega en este sopicaldo ha optado por la equidistancia. No le ha dicho a los separatistas «estáis jugando con nuestras empresas, con nuestro patrimonio, con el trabajo de miles de familias», no. Le ha dicho «no es lo mejor, pero pedid luego un referéndum». Ha pedido la consecución de una ilegalidad para quitarse de en medio, como siempre, y no dar un paso al frente en defensa de sus intereses. Es evidente que los separatistas encabezados por ese dislate de Más han presionado hasta la náusea a Fomento del Trabajo y al Círculo en cuestión, prometiéndoles un futuro sin impuestos o un presente sin ayudas. Y éstos, a buen seguro, han pensado que es más cómodo dejar que los votantes le den la mayoría a los independentistas, cosa que ocurrirá puede que por incomparecencia de los contrarios –que seguirán quedándose en casa si nada lo remedia–, para después reclamar un cierto toque de queda, una moratoria de incendios, una salida rápida de los bomberos para apaciguar fuegos innecesarios. No lo dicen ahora porque no se atreven. Lo dirán después y con la boca contrita. Nadie espere heroicidades. Muerto Lara, Bonet hay sólo uno. El dueño de Freixenet, una suerte de héroe solitario, le dijo a sus trabajadores: después de la independencia perderemos la Denominación de Origen, tendremos que pagar aranceles, perderemos también mercado, ya no seremos competitivos y muchos de ustedes, lamentablemente, se quedarán sin trabajo. La verdad desnuda. No espere que eso lo digan los de Gallina Blanca, por ejemplo. 
Será interesante comprobar cuántos capitales saldrán pitando de Cataluña al día siguiente de la victoria de Juntos Por El Sí. Ni siquiera el día en que salga algún iluminado al Balcón, el Gran Balcón Soñado. No. El mismo día de la victoria de los separatistas. Ayer se publicaba un dato interesante: las empresas con sede en Cataluña caen en bolsa cuatro veces más que las del Ibex 35 (elconfidencial.com). Aten esa mosca por el rabo. ¿Quién quiere sacrificar gratuitamente su patrimonio? Desde luego no todos los empresarios que, en cuanto pueden, te lloran en el hombro lamentando los aconteceres. Claro que siempre se les puede decir que quien quiere tortilla antes o después tendrá que romper los huevos. Y lo malo es que no hay huevos.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog

sábado, 5 de septiembre de 2015

Responsabilidades colectivas

Ayer, tras ver la foto de ese ángel dormido a la orilla de la muerte, se me despertó la incorrección política ante el exceso de ayes teatralizados y demagógicos de este Occidente en permanente búsqueda de la autoinculpación por todo lo que ocurre más allá de nuestras soberanías personales. No pude por menos que pensar en la machacona insistencia en crear culpables colectivos que tiene buena parte de la biempensante sociedad de este lado de las guerras o de la miseria. Pareciera que usted, bien individualmente, bien de forma conjunta, fuera el culpable de la muerte de un pobre chiquillo, su hermano y un puñado de personas más. 
Convengamos de partida que ni usted, ni yo, ni Europa en su conjunto somos responsables de la espiral de destrucción a la que se ve sometida Siria o Iraq. Usted no es el Daesh, ni forma parte de las mafias que acarrean personas a cambio de muchos dólares en embarcaciones abarrotadas camino a ninguna parte. Usted no es El Assad, ni es la resistencia Siria, ni ha invadido aquél país con cuchillos degolladores, ni es el malo de la película. Usted tiene bastante con salir adelante cada día y escudriñar el futuro en busca de oportunidades. Pero usted, como yo, como todos, no puede dejar de estremecerse ante la visión descarnada de la tragedia. Eso no debe llevarnos a diagnosticar equivocadamente el monto de las culpas: no es el fracaso de Europa, como machaconamente se repite de forma simple e impostada, es el fracaso de Siria, en todo caso. Ese pobre chiquillo de poco más de tres años huía de la mano de su padre de un infierno que no somos capaces de imaginar y a lo más que podemos llegar, más allá de compadecernos, es a entender que hay que realizar un esfuerzo por acoger a los que huyen y comprender a los gobernantes comunitarios cuando tomen la decisión de darles cobijo. Sin embargo, será correcto estremecerse también por todos aquellos niños que no mueren en el mar pero que sí mueren en Alepo, asesinados por el islam fanático. Miles de ellos hasta ahora. Y hasta ahora no han agitado sentimientos y conciencias, de quien los tenga. 
Aún peor que esta visión que ha sacudido el remordimiento occidental es la de un bebé asesinado y pisoteado por un Imán fanático. Anda por ahí el video y hay que tener valor para verlo, sin entrar en ese debate un tanto exquisito en el que nos entretenemos los periodistas cuando nos planteamos si ofrecer o no la carnicería completa. Una cosa es conmoverse y otra moverse, y hacerlo en la dirección adecuada. No nos engañemos: la solución es bélica y consiste en enviar soldados bien armados hasta acabar con toda esa chusma. No basta con bombardear. Europa, tan estupenda, debe hacerse a la idea de que los ejércitos no son oenegés con pistolas, ni son meros instrumentos de «misiones de paz». Y los Estados Unidos, aunque vea de lejos el problema de los refugiados masivos, no debe mirar para otro lado y pretender que sea Irán quien saque las castañas del fuego sirio. A algunos les costará diferenciar entre malos y muy malos y puede que haya que tragar con la presencia en aquél escenario de un asesino compulsivo como el dictador sirio, pero antes o después habrá que tomar posiciones. Eso o abrir las puertas para que entre un país entero y sea deglutido por sociedades agotadas como son la mayoría de las europeas. Evidentemente, a los cristianos de aquellos lares hay que protegerlos de la voracidad criminal de los fanáticos islamistas, pero también a no pocos musulmanes igualmente víctimas, y a paseantes y a descreídos, a grandes y pequeños. Vayamos haciéndonos a la idea.
Pero guarde firmemente un convencimiento: que no le cuenten cuentos, no hay culpables colectivos. Y a ese niño no lo ha matado usted.

viernes, 7 de agosto de 2015

Dinero, sueños y felicidad

La realización personal implica algo distinto para cada individuo, dependiendo de su cultura, necesidades y situación. Disfrutar de la vida, de una conversación, de los amigos, de la familia, sentirse bien con uno mismo,... son algunos de los ingredientes de la felicidad. Podríamos explicarla de mil maneras diferentes pero, aunque cada uno tengamos nuestra propia definición, todos coincidimos en una cosa: nuestro objetivo principal en la vida es encontrarla.
- ¿El dinero no compra la felicidad? - Tal vez no lo haga, pero sí podría hacerte la vida menos infeliz. Las principales preocupaciones de las personas son la ansiedad financiera, los problemas de salud, la inseguridad laboral, y tener que hacer tareas aburridas y agotadoras. Bien invertido, el dinero podría aliviar estas inquietudes.
- ¿Al cumplir mis sueños seré feliz? - Es común pensar que encontrarás la plenitud después de lograr tus planes, pero la felicidad no deberían depender del éxito, sino acompañarte en el camino hacia él. De hecho, si te sientes feliz al crear y perseguir una meta, podrían aumentar tus posibilidades de alcanzarla.
O tal vez sea más sencillo, como afirmaba Albert Schweitzer: “la felicidad no consiste en otra cosa que en tener buena salud y mala memoria”.
Félix Velasco - Blog

sábado, 1 de agosto de 2015

Tontos de verano

Como los tintos de verano, bebida espumosita y valdepeñística con nombre de chirigota gaditana, los tontos de verano. Son legión. Como las citadísimas bicicletas, los tontos son para el verano. Un tonto, en verano, se ve venir desde más larga distancia que en invierno. El tonto de verano salta más a la vista que el tonto de entretiempo. Si para el invierno consagré la clasificación entomológica de Tonto con Balcones a la Calle, el de verano es un tonto con los balcones abiertos, para que le entre el fresquito. Sin agotar la nómina, he aquí una primera aproximación al Catálogo de Tontos de Verano, que prometo ampliar en próximas entregas con la colaboración siempre impagable de mis lectores:
El tonto de la botella.- Suele ir en pantalones cortos y chancletas, pero se le reconoce por la botella de agua mineral que siempre lleva en la mano. El tonto de la botella ha oído en los consejos médicos para el verano que hay que hidratarse y lo sigue al pie de la letra. Porque el tonto de la botella no bebe: se hidrata. Existe una versión femenina del tonto de la botella, resultado de la obligatoria paridad: la tonta del botellín. En vez de la botella en la mano lleva el botellín de agua mineral dentro del bolso.
El tonto del bronceador.- Este se ha aprendido perfectamente lo del melanoma y menudo coñazo te pega con el peligro del melanoma cuando te ve extenderte el bronceador normal y corriente que te has comprado. Para el tonto del bronceador, el bronceador de toda la vida no es bronceador: es el protector solar, ¡toma ya! Y la bronca te la pega como uses un protector normalito, de factor 5 o así. Como no sea de factor 30 o factor 50, prepárate para la monserga del melanoma que te va a colocar el tonto del bronceador. Y por el contrario, haz la prueba: dile que usas un Protector Pantalla Total, que seguro que te da un homenaje y hasta te canta «El Veranito», la canción en plan León y Quiroga con música de Georgie Dann y letra del Cortinglés.
El tonto de la hoja de reclamaciones.- El tonto de la hoja de reclamaciones se lo pasa mucho mejor en verano que en invierno. En invierno protesta menos. Pero en el verano está en todo lo suyo. Te lo encuentras en el chiringuito, en la agencia de viajes, en la recepción del hotel, en la oficina de alquiler de coches, siempre dando por saco, formando cola de los otros clientes que esperan, hasta que el tío sale con cara de satisfacción tras exigir sus derechos en la hoja de reclamaciones que ha presentado, y que suele ser de un papel con el mismo uso que el Renova o el Scott.
El tonto del refrescante.- Es un tonto exclusivo que tienen para el verano las agencias de publicidad. Derrochan tanta imaginación (¡por aquí, mira cómo se me ha quedado el dedo!) que todo te lo venden como refrescante: la película más refrescante, el programa de televisión más refrescante, la bebida más refrescante, el viaje más refrescante... La que tenéis que refrescar es vuestra imaginación, so tontos.
El tonto con niños en Inglaterra.- He comprobado para qué mandan los niños a Inglaterra estos tontos. No para que estudien inglés, sino para que el tonto con niños en Inglaterra pueda presumir diciéndote que los ha mandado. La antitítesis del tonto con niños en Inglaterra era mi recordado amigo Eduardo Osborne, que decía: «No, yo no mando a los niños a Inglaterra para que aprendan inglés; los mando para que por lo menos aprendan a hablar bajito como los ingleses...»
Tontos de verano, tontos con suplemento de vista al mar. Y eso que no he hablado del que ayer tuvo su día de gloria: el tonto forofo de José Tomás, al que los toros le suelen importar un ca...tálogo de tontos de verano.
Antonio Burgos
Félix Velasco - Blog

Errores

Es listo quien comete errores y aprende de ellos. Pero quien aprende de los errores de los demás es inteligente, y tal vez, sabio porque puede aprender mucho, mucho, mucho más.
 La tendencia humana es tratar de ser listo, no sabio. Hay quien, ignorando las lecciones que le brinda su entorno, les gusta afirmar: “Tengo derecho a equivocarme, déjame cometer mis errores, la experiencia propia es mejor que la teoría ajena…” 
Pero por muchos errores que uno cometa, la Humanidad a lo largo de la Historia, ha cometido muchos más, cientos de millones más,... y seguramente, algunos más graves.
 ¡Las oportunidades que se pierden de ser inteligente o sabio, colocándose adelante de la mayoría empeñada en equivocarse y no en aprender!
Félix Velasco - Blog

martes, 28 de julio de 2015

No siempre el problema de España son los políticos

No siempre el problema de España son los políticos, también lo son...
- Aquellos a los que no les gusta leer o ven telebasura.
- Aquellos que no quieren estudiar o lo hacen de manera mediocre.
- Aquellos a los que no les gusta madrugar y lo hacen refunfuñando.
- Aquellos que no quieren trabajar o lo hacen sin dar lo mejor de si mismos....
- Aquellos que viven esperando el viernes y dejan de "vivir" el resto de la semana.
- Aquellos que se despiertan de mal humor el lunes y amargan la existencia a quienes conviven con ellos.
- Aquellos que solo piensan en fiestas y no tienen ni un pequeño barniz de cultura.
- Aquellos que solo saben hablar de futbol y hacen de ello el centro de su existencia.
- Y muy especialmente aquellos que votan con odio y una emocionalidad desmedida, sin pensar con lógica ni razonar suficiente.
Félix Velasco - Blog

sábado, 11 de julio de 2015

Taras Bulba

Novela épica de los cosacos del Dniéper, Tarás Bulba es un relato repleto de acción, de heroísmo, de traiciones, de pasiones y de los vastos espacios esteparios que durante siglos ocupó y defendió este feroz pueblo guerrero. La historia de este indomable caudillo cosaco y de sus dos hijos, de su continuo batallar contra los polacos y de su tremendo y heroico final nos traslada en volandas a ese do...minio mágico e inagotable en el que se funden mito e historia. El protagonista de la novela es en realidad el pueblo cosaco, de origen eslavo y asentado después del siglo X en las estepas que hoy conforman gran parte de Ucrania y el sur de Rusia. Pueblo cuya imagen estereotipada es la de unas gentes más bien salvajes, levantiscas y celosas de su libertad, consumados jinetes y juerguistas de campeonato (tan diestros en el danzar como en el beber).
Félix Velasco - Blog

Notas de Albert Einstein - 1896

guerra civil


miércoles, 24 de junio de 2015

Mokusatsu: la palabra que cambió la historia

Una palabra de Kantarō Suzuki, que fue militar japonés y que en abril de 1945 fue nombrado Primer Ministro, con 77 años, fue el que sin desearlo ni esperarlo, cambió el rumbo de los acontecimientos.
Poco después de ser nombrado Ministro, durante la Segunda Guerra Mundial, los aliados celebraron la conocida Conferencia de Potsdam, que incluía entre sus acuerdos un ultimátum a Japón instándole a rendirse sin condiciones. Según se sabe, Suzuki y sus hombres eran partidarios de aceptar las condiciones y acabar con la guerra que allí viviína de forma definitiva, de hecho, querían gestionar el momento con mucho cuidado y delicadeza.
Cuando le preguntaron a Kantarō Suzuki por la Conferencia de Potsdam y sus repercusiones en Japón, éste quiso ser cauto, por lo que utilizó una palabra que probablemente y debido a lo que después sucedería, no fue la más adecuada por ser demasiado ambigua. Kantarō dijo que estaba adoptando una posición de mokusatsu con respecto a lo expuesto en las conclusiones de Potsdam. El problema es que esta palabra, mokusatsu, tiene dos significados: el primero es como “guardar silencio por el momento”; el segundo significado es “ignorar”. La ambigüedad de la palabra hizo que la Agencia de Noticias Japonesa cometiera un grave error, el de dar por buena el segundo significado y traducir las declaraciones de Sukuzi indicando que Japón ignoraba el ultimátum de Potsdam.
La postura de Japón que se deducía de aquel mensaje del primer ministro Kantarō Suzuki hizo que el presidente de Estados Unidos, Truman en aquel momento, decidiera usar la bomba atómica. Aquel error de interpretación o traducción costó la vida de miles de personas.
Historia
Félix Velasco - Blog

sábado, 20 de junio de 2015

En nuestras trece

Sorprendí el otro día en la televisión a unos periodistas deportivos enzarzados en el debate de si Cristiano Ronaldo es mejor o peor que Messi. No es la primera vez que escucho una discusión tan grotesca; así que imagino que constituye una atracción televisiva habitual. Y digo grotesca porque, para cualquier persona que no esté completamente ofuscada por predilecciones partidistas, resulta evidente (basta ver jugar a cada uno un par de partidos) que Messi es un jugador infinitamente más dotado que Cristiano Ronaldo, infinitamente más perspicaz, habilidoso y desarmante del adversario. Con esto no quiero decir que Cristiano Ronaldo sea malo, sino todo lo contrario (aunque, desde luego, a chupón no lo gana nadie); pero Messi es superlativo y portentoso. El gol que Messi le cascó a mi amado Athletic de Bilbao en la última final de la Copa del Rey, por ejemplo, sería imposible que lo cascase Ronaldo; y esta imposibilidad es constitutiva, ontológica y, por lo tanto, irremediable.
Pero yo no quería hablar aquí de Messi y Cristiano Ronaldo, sino de ese españolísimo rasgo de carácter que consiste en «sostenella y no enmendalla», aferrándonos a las convicciones propias, aunque carezcan de fundamento, y permaneciendo siempre en nuestras trece, aunque la realidad nos lleve la contraria. Este obcecamiento, que en otras latitudes se considera síntoma de desvarío, en España es considerado conducta meritoria y hasta virtuosa; y como alimenta las esperanzas de otros obcecados que sostienen el mismo delirio, el delirante acaba convirtiéndose incluso en líder de masas, o siquiera en influyente prócer. Así, por adición de obcecados, se construyen facciones irredentas a las que luego el sistema pone a dialogar demagógicamente, para fingir que a través del diálogo se logra el entendimiento. Pero el resultado de tales diálogos es tan estéril y disparatado como el de esas tertulietas deportivas donde se debate si Cristiano Ronaldo es mejor que Messi.
En realidad, el recurso del diálogo, tan socorrido entre los demagogos (diálogo entre creyentes y ateos, entre marxistas y liberales, entre blancos y negros, etcétera), se cuenta entre los más inútiles, cuando no existe voluntad de allanarse ante la realidad. En un mero trueque de palabras no puede existir posibilidad de entendimiento si previamente los 'dialogantes' no han hecho firme propósito de renunciar a los sentimientos y hacer uso de la razón, meditando las enseñanzas que la realidad nos ofrece. Cuando esto no ocurre (que es la mayoría de las veces), el diálogo se torna contraproducente y aturdidor, como se prueba en las tertulietas televisivas, donde tirios y troyanos sueltan su morralla sin que nadie convenza a nadie, sino más bien al contrario; y con unos efectos demoledores sobre las masas que consumen tal bazofia, que poco a poco se convierten en ejércitos de obcecados, jenízaros de tal o cual proveedor de morralla.
Siendo del todo sinceros, ni siquiera en su expresión filosófica el diálogo ha rendido grandes servicios al entendimiento. Esto se puede apreciar leyendo a Platón, cuyos diálogos no desembocan en una tesis, sino que más bien suscitan en el lector una sucesión de dudas irresolubles, a las que puede dar respuesta acogiéndose a las opiniones que vierten los diversos participantes en tan nobles coloquios. Pues, si en los diálogos platónicos no se alcanza el grado suficiente de entendimiento que conduce a la formulación de una tesis, ¿qué diremos de los diálogos entre españoles, discutidores y litigantes por naturaleza, que a lo largo de los siglos han gastado ingentes cantidades de saliva e ingenio sin llegar nunca a entenderse, sino por el contrario logrando que sus posiciones se enconen cada vez más? Los dos últimos siglos, desde las Cortes de Cádiz hasta nuestros días, que han sido los más dialogantes, han sido también los de más honda división entre españoles: con frecuencia solventada a tiros; y, en esta fase pacifista de la Historia, mediante una demogresca azuzada por la partitocracia que poco a poco convierte nuestra patria en un pandemónium grotesco.
Dialogar, debatir, discutir, de nada sirve cuando no se comparten premisas y no existe voluntad de entendimiento. Y sólo puede haber entendimiento cuando se acepta que existen realidades objetivas que no pueden estar siendo sometidas constantemente a controversia. Salvo que el fin del diálogo no sea el entendimiento, sino la mera locuacidad; pero no debemos olvidar que todas nuestras guerras civiles han salido de los debates y tertulias que mantenían nuestros obcecados e influyentes próceres.
Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog 

Hacer el ganso

En este año de reiteradas citas electorales, además de la extenuación que produce tanto prometer la Luna, tanta trola y tanto «y tú más», una de las cosas que más me irritan es ver a padres -y madres- de la patria haciendo el ganso. Que si uno se desnuda porque dice que no tiene nada que ocultar, que si al otro le da por hacer puenting porque no sabe cómo ingeniárselas para salir en las noticias. Por lo visto, ya no les basta con jugar a la petanca con jubilados, besar niños en los parques o darse un baño de masas en el mercado preguntando a cuánto están las alcachofas. Como lo único que importa es la foto, imaginación al poder, todo vale, cuanto más chusco o imbécil, mejor. Claro que una ya debería estar curada de espanto, porque en la tele no hacen otra cosa. Y no hablo ahora de políticos, sino de personajes supuestamente interesantes de otros ámbitos. Antes, en los programas de entrevistas solían traer, qué sé yo, a un actor, a un escritor o a una cantante para intentar desvelar eso que llaman su «lado humano». Aún recuerdo aquel viejo programa titulado A fondo, en el que entrevistaban a Borges, a Rosa Chacel, a Dalí o a Adolfo Marsillach para hablar de todo un poco. Es verdad que el programa era un tanto estático, sin apenas otro plano que la cara del invitado o, todo lo más, el inserto de alguna foto de juventud o la carátula de sus libros. Pero lo que contaban era tan fascinante que se pasaba en un suspiro la hora y pico que duraba la emisión. Ahora, en cambio, si invitan a alguien interesante a un programa de estas características, lo normal es que lo pongan a hacer una tortilla, a saltar a la comba, a bailar la conga o a matar marcianos en una videoconsola. Y ninguno rechista. Tan acostumbrados están -estamos- a la tiranía de la imagen que hasta Michelle Obama encontró, no hace mucho, de lo más normal que la presentadora de un programa la pusiera a hacer flexiones; qué superguay, la primera dama por los suelos haciendo músculo, ya tenemos asegurado el trending topic del día. Es así. Nadie precisa estrujarse las meninges para decir algo memorable. Pasará mucho antes a la posteridad (o al menos al efímero cuarto de hora de gloria que ahora otorga la modernidad) mostrando su destreza con el yoyó o, tal como le ocurrió al príncipe Harry hace unas semanas, realizando una danza maorí de esas en las que hay que poner cara de bestia y soltar gruñidos. Y luego se asombran cuando los niños, en vez de decir que de mayores quieren ser astronautas, médicos o incluso futbolistas como antes, proclaman que quieren ser «famosos». Tienen toda la razón, para qué molestarse. Te ahorras los cinco o seis años de universidad o de cualquier tipo de preparación y vas directo a lo que importa, hacer el ganso. De hecho hay gente que ya vive de eso. Como los que cuelgan vídeos en YouTube, por ejemplo. Un tipo que se inmortaliza dejándose cubrir por un enjambre de abejas, otro al que le da por comer cuarenta huevos fritos o caminar por el pretil de un rascacielos. Y ni siquiera es indispensable jugarse el bigote o la salud. Vale también colgar las pedorretas de su retoño o su destreza haciendo un castillo con mondadientes. Si el vídeo se vuelve viral (y lo consiguen algunos verdaderamente chorras), se forra uno. Eso por no hablar de los famosos youtubers, claro. Me refiero a esos jóvenes que día a día cuentan a sus innumerables fanÿs cosas tan interesantes como la discusión que tuvieron anoche con sus viejos o pormenores de su vida sentimental o sexual. No me pregunten cómo ni por qué, para mí es un misterio insondable, pero todas estas sandeces tienen millones de visitas que se traducen en pasta constante y sonante. Saben una cosa...... a medida que escribo estas líneas empiezo a ver la luz. Con cada palabra que tecleo descubro lo equivocada que estoy y aquí mismo me retracto, me convierto y me caigo del caballo como Saulo camino de Damasco. Estoy completamente desfasada. Lo que hay que hacer es precisamente eso, graduarse en chorradas, licenciarse en filfas, doctorarse en gansadas. ¿Pero en cuál? ¡Ya la tengo! Se me acaba de ocurrir una que me va al pelo. Seguiré informando. 
Carmen Posadas
Félix Velasco - Blog

La gymcana de los idiotas

Esto parece una gymcana (¿se dice así?), una de esas pruebas de esfuerzo en las que los contendientes deben superar determinados obstáculos y obtener el premio al más completo: el que más salta, el que más corre, el que tiene mejor cintura, el que resulta más habilidoso. La constitución de los ayuntamientos ha brindado un ramillete de participantes de gymcana dispuestos a epatar al jurado y a mostrar su capacidad para superar el «más difícil todavía». Y, en función de ello, cuesta decidir quién se lleva el primer premio gracias a la masiva participación de mamarrachos en la prueba final de acceso al escañín de concejal. Parece que hubieran dicho «es mi minuto de gloria y ahora o nunca» y así han prometido su cargo, menos por Snoopy, por un puñado de soflamas extraordinarias: unos por la revolución, otros por la república, otros por «la gente», otros por el feminismo, otros por el ajuste de cuentas, otros por la «libertad del territorio», otros por el «odio a las oligarquías» y otros por la madre que los parió, que a tenor de lo visto se quedó muy tranquila. Nunca tanta demagogia de farfolla se dio de manera tan profusa: los ha habido que han rechazado la vara de mando (como si fuera algo que hubieran de llevar hasta el inodoro), los ha habido que han teatralizado su llegada en bicicleta a los consistorios, o su utilización del metro o del autobús, o su sorpresa por las dimensiones de sus habitáculos de trabajo. Los ha habido que han increpado a los militares que asistían protocolariamente a las tomas de posesión, así como otros han increpado violentamente a los que consideraban inadecuados para el nuevo tiempo revolucionario que encarnaba su elección. Los ha habido que se han precipitado a proponer estupideces propias de este tiempo de cretinos. Y los ha habido que han escenificado como un ballet de meticulosa sincronización toda una suerte de proclamas vengativas propias de tiempos en las que no habían nacido ni sus padres. Todos ellos, por cierto, apoyados y aupados por este generador de perplejidad que ha resultado ser el Partido Socialista Obrero Español, el más perfecto de los tontos útiles jamás hallado en las campas de la representación política española de todos los tiempos.
Puede resultar cierto que de la danza al crimen media un trecho largo, pero habrá que ver cuánto tiempo transcurre entre que un mamerto de los aupados a la gobernanza local suelta su diarrea verbal y, por otra parte, descubre que el problema del tráfico no se soluciona apelando a la lucha del Che. Es evidente que llegará un día en el que las cosas no se arreglen con eslóganes de coleta barata y casposa, y ese será el día en el que se apercibirán de que las alcantarillas no se limpian con ideología de quincalla y en el que los administrados, por muy sectarios que sean, reclamarán resultados prácticos como solución a sus problemas, los cuales no se solventan por el hecho de que la cuentista de su alcaldesa llegue en metro a trabajar (cosa que apenas durará tres días antes de que reconozca no tener más remedio que utilizar su coche oficial). Veremos si en ese momento los profesionales de la venganza absurda se vuelven a desencantar y se dan cuenta de que las cosas no se solucionan revocando acuerdos con la Santa Sede o prohibiendo la fiesta de los toros, como algún imbécil propone. Nadie nos quitará, no obstante, el recuerdo del bochornoso espectáculo que han ofrecido durante los primeros días de fiesta la serie de inútiles que la ciudadanía y los pactos vergonzantes han colocado en el machito de las cosas. Han creado un escenario absolutamente idóneo para que todos los inversores nacionales e internacionales echen a correr y no paren hasta llegar a Baden-Baden. Sitio que muy cercano me parece.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog

domingo, 7 de junio de 2015

Piensa con coherencia

345-Hombre-pensando
Saber pensar correctamente, es una habilidad intelectual necesaria para disponer de una adecuada calidad de vida, que permita mantener una sana distancia con la emocionalidad condicionada por la masa. 
Pensar responde a una motivación, que puede estar originada en el ambiente natural, social, cultural, o en el sujeto pensante. Huyamos de fundamentalismo fanático, una pequeña idea puede entrar a nuestra mente como algo inofensivo, dependiendo de como pensamos esa idea, puede llegar a convertirse en una creencia, después en una convicción y cuando ha llegado hasta este punto; la idea comienza a influir en nuestros sentimientos y emociones. Esa pequeña idea llega a formar parte de la programación de nuestra mente, no esta como información almacenada solamente, sino como una parte fundamental de la programación. Seamos prudentes y seleccionemos con quién nos relacionamos, procurando que nadie siembre en nuestra mente odio, rencor, intransigencia, fanatismo, respuestas interesadas, ideologías,...
La filosofía es la única disciplina que se plantea las "grandes preguntas", y la inteligencia es la herramienta para entender lo que pasa y acercarse, poco a poco, a la solución de las mismas.
Vivimos en un mundo global (aunque algunos sigan recluidos en su "tribu"), de "fibra ancha", que precisa de inteligencias abiertas, no de mentes estrechas.
Epicuro es clarísimo cuando afirma que todo hombre es filósofo. 
Claridad y atención al mundo real son las características, una vez fuera de los muros de la familia, el colegio y la universidad, para aprender a interpretar el futuro próximo, y de forma difusa el más alejado. Porque el futuro siempre llega, es el hoy del ayer por el que algunos no se preocuparon y vivieron únicamente el presente que otros han decidido. 
La obsesión por el "hoy" es buenista; desde el punto de vista intelectual, es conveniente ampliar el horizonte y dirigir la curiosidad hacia otras épocas pasadas (para aprender de sus aciertos y errores) que no eran menos interesantes desde la perspectiva del pensamiento, y tratar de desentrañar y forjar para el que ya hemos puesto cimientos o qque tendremos que poner. No vivamos prisioneros del presente, construye tus sueños, ilusiones y esperanzas,... y permite que tu espíritu se desparrame en el tiempo.
Félix Velasco - Blog

sábado, 16 de mayo de 2015

Capacidad para tomar decisiones

Una de las características de las personas felices es que entienden que su capacidad de tomar decisiones es un poder para convertir su realidad actual en aquella que desean. Tanto si somos consciente, como si no lo somos, todo el tiempo estamos tomando decisiones que afectan a nuestra vida. Y no sólo se trata de decidir si como pollo o pescado. El poder y la influencia de la decisiones se extiende a otro nivel mucho más interior: Pensamientos, emociones, actitudes, reacciones, acciones, respuestas, creencias…
Félix Velasco - Blog

Tus amores

    Averigua cuáles son las cosas que amas en la vida y haz de todas formen parte de tu vida y de tu tiempo… De hecho, aquello que amas es lo que debería ocupar la mayor parte de tu tiempo, de tu dedicación, de tu pensamiento y de tu esfuerzo por mantenerlo cerca de ti.
    Félix Velasco - Blog

sábado, 9 de mayo de 2015

Un tonto no descansa.

 

No hay nada más peligroso que un tonto con iniciativa.
Félix Velasco - Blog


miércoles, 6 de mayo de 2015

No todo es relativo


De la incertidumbre nacida en el siglo pasado se alimentó el relativismo, que es la principal característica de las corrientes filosóficas y sociales de la posmodernidad, donde todo es válido, pero a la vez nada es del todo cierto.
Las ciencias también fueron influenciadas por esa forma de ver el mundo, donde la Historia parecía demostrar que ya nada era tan seguro como antes. Teorías científicas como el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, la Paradoja de Schrödinger o l...a Teoría del Caos, se deben en parte a todo este proceso.
A pesar de ello la realidad sigue imponiéndose: NO TODO ES RELATIVO. Tal vez sea relativo el olor de las flores en una tarde de primavera, o la interpretación del poema 20 de Neruda. 
Pero no lo son los los ingredientes activos de los medicamentos, ni los cálculos que debe hacer un ingeniero para levantar un puente, ni la forma como fue asesinado Julio César, la Ley de la Gravedad,... Millones de estudios, análisis, comprobaciones y dobles comprobaciones prueban que hay certezas sobre las cuales estamos construyendo nuestro progreso como Humanidad. Y los métodos utilizados para conseguirlo están siendo utilizados en la investigación de otras miles de futuras certezas en todos los campos, desde la secuenciación del ADN con nanotecnologías hasta la formación de agujeros negros a partir de las supernovas.
No todo es relativo,... salvo en las estrecha mentes relativistas.

domingo, 3 de mayo de 2015

Incomprensible prestigio de una bandera

En el pueblo de mi madre, en Ateca, un municipio cercano a Calatayud, escuché las historias domésticas de la II República, y las grandezas y miserias de la guerra civil. Hoy, al repasar el ensayo que publiqué en la editorial Temas de hoy, «Prietas las filas», me doy cuenta de que la historia de Roberto, perteneciente a una familia en la que uno de los miembros fue fusilado por el frente popular, a los 17 años, por estudiar en un seminario, y otro primo hermano sufrió la misma mala suerte, a manos de los nacionales, por estar afiliado a UGT, fue una destilación o un resumen de esas narraciones contadas al amor de la lumbre, cuando al butano le aguardaban todavía muchos años para su triunfo, y en los pueblos la gente se calentaba y cocinaba con el fuego del lar, de la chimenea del siglo XII.
No hay casi nada más grosero que citarse a sí mismo, pero ya se excusaba don Miguel de Unamuno con el «perdonad que hable de mí mismo, pero soy el hombre que mejor conozco».
Me eduqué en un buen Instituto de Enseñanza Media, el «Goya», de Zaragoza, donde se rendía obediencia obligatoria a la parte ideológica, que se constreñía a una sola asignatura, llamada «Formación del Espíritu Nacional». Fuera de ese ámbito, a ningún profesor le escuché una palabra a favor del Régimen, ni un comentario en contra. Eso sí, cuando te adentrabas en la «formación del espíritu nacional» los argumentos eran bastante maniqueos: los falangistas, los nacionales, sacaron a España del desastre que habían representado «los rojos». Como mi rebeldía hunde sus raíces en la pubertad, confieso que «los rojos» me comenzaban a ser simpáticos, porque uno siempre tiene una cierta tendencia a ponerse de lado de los vencidos, pero cuando volvía a Ateca, y se narraban los avatares de la II República, mi ánimo decaía bastante. Había luces, como el magnífico grupo escolar construido en tiempos de la República, y cuyos avanzados principios arquitectónicos y pedagógicos sirven para las actuales generaciones, pero también las cacicadas de izquierdas que se oponían, simétricamente, a una larga tradición de cacicadas de derechas impunes y consolidadas.
Tras la adolescencia, mi interés por ese periodo de la Historia de España nunca decayó. Y no había libro, artículo o revista, procedente de donde fuera, que abordara el asunto, para el que no dispusiera de tiempo. Quiero decir que me he echado al coleto las partidistas versiones de la editorial «Ruedo ibérico» y los trabajos algo más objetivos de Hugh Thomas, de Preston o de Viñas, y pronto discerní que la mayoría de los historiadores se colocaban ellos solitos en dos bandos: o furibundos defensores de la II República o enemigos acérrimos de la misma, más o menos sutiles, más o menos groseros.
Cualquier acontecimiento relevante, pasado el tiempo, mantiene su cuota legendaria, y da lo mismo que se trate de una tarde de toros con colofón de cogida mortal, que de una batalla. Lo que no resultaba nada legendario era escuchar, en aquellas veladas nocturnas de Ateca, las vejaciones de los republicanos a los conservadores que tenían algún patrimonio, ni la historia dramática del republicano escondido en una tumba del cementerio del pueblo para no ser encontrado por los vencedores de la guerra, al que su mujer acudía, cada noche, para llevarle algunas viandas. Lo terrible fue que, además de la entrega de alimentos, hubo alguna entrega lógica dentro de la relación marital, y la mujer se quedó embarazada. Naturalmente, no podía confesar que el hijo que llevaba en su vientre era un legítimo fruto del matrimonio, y hubo de sufrir la maledicencia y los insultos –ese «puta», soltado al paso– de sus pocos caritativos vecinos.
La misma proclamación de la II República, proveniente de unas elecciones municipales, resulta una extravagancia, pero el ambiente parecía propicio para no aguardar a unas elecciones generales, y se instauró con el aplauso de los intelectuales, algunos de los cuales, al poco tiempo, observando la deriva del exceso revolucionario, comenzaron a separarse, siendo un antecedente el «no es esto, no es esto» de Ortega y Gasset, en 1931.
Hace poco, releyendo las memorias de Niceto Alcalá Zamora, al que nadie podrá acusar de no ser republicano, puesto que era el presidente de la República, volví a encontrarme con uno de esos episodios, que siempre creí en la adolescencia que eran inventos del franquismo. Cerca de la sede de la Presidencia, hoy sede de la Autonomía de Madrid, hubo un incendio en una iglesia, intencionado como solía ser la costumbre. Don Niceto se preocupa de que se llame a los bomberos, y éstos acuden con presteza, pero al llegar a la iglesia incendiada se encuentran con un cordón de policías que, en lugar de prestarles ayuda y colaboración, les impiden el paso, siguiendo órdenes no se sabe de quién, seguramente de alguien que temía que la hoguera quedara en sólo cuatro imágenes de santos chamuscados.
Meses más tarde, un puñado de esos policías, marchan al domicilio del jefe de la oposición, Joaquín Calvo Sotelo, lo secuestran y lo asesinan, que es algo así como si, hoy, unos policías del Ministerio de Interior acudieran a la casa de Pedro Sánchez, lo sacaran a empujones y le pegaran unos tiros en la cabeza. Después, vendría el horror sobre el horror, donde los resentidos de cada bando, los envidiosos y los canallas sacaron lo peor del ser humano. Recuerdo, estremecido, oír contar a mi madre que vino un primo segundo de Calatayud con el que no mantenían mucha relación, vestido con uniforme falangista, preguntando si les molestaba alguno del pueblo, y mi abuela tuvo las agallas de contestar que allí, el único que molestaba era él. Pero los matones existían, los frustrados, los asesinos vocacionales que sólo necesitan la bandera de una patria o de una revolución para dedicarse a lo que les gusta, con la seguridad de que la bandera o la revolución rodearían de impunidad sus fechorías.
¿Y eso es para sentirse orgulloso? ¿Y ése es un tiempo al que se intenta volver como epítome de la sociedad feliz?
Recuerdo a mis tíos Bernabé y Manolo; a mis tías, Gloria y María, zurciendo calcetines, mientras Arsenio, un vecino, cuenta historias que yo creo que no me interesan, pero que eran novelas terribles, películas de terror rodadas en el plató de la vida. Y, por eso, cuando veo a esos jóvenes, exhibir con orgullo la bandera republicana, siento una lástima confusa, porque no estoy seguro si es que les han mentido sus padres o enarbolan su desconocimiento con el entusiasmo del que sólo son capaces los ignorantes profundos.
Luis del Val
Félix Velasco - Blog