domingo, 8 de febrero de 2015

Esos delfines violadores

Hace un par de semanas escribí en esta página, parafraseando un antiguo dicho, que una ardilla podría recorrer España saltando de gilipollas en gilipollas sin tocar el suelo. Y hay quien se ha mosqueado, claro. Ya está el Reverte insultando. Pero lo blanco y en tetrabrik suele ser leche. Asumámoslo. En España, por alguna razón que tiene que ver con nuestra triste historia, con nuestra tradicional, voluntaria y gozosa incultura trufada de complejos y con ese toque de demagogia oportunista que algunos, a falta de otra ocupación decente, han convertido en medio de vida, los extremos de gilipollez nacional pueden ser formidables. Y si a los cantamañanas natos, vocacionales o simples aficionados, añades los simples tontos de infantería -otrosí llamados tontos de baba o tontos del culo-, el número de unos y otros, coincidiendo a menudo en maneras y objetivos, se hace infinito, en plan muchedumbre tan apretada que en cuanto nazcamos unos pocos más acabaremos cayéndonos al agua. Como suele decir Carlos Herrera, que conoce a la peña hasta por las tapas, aquí hay más tontos que botellines de cerveza.
Como el espacio de que dispongo no es mucho, voy a poner sólo dos ejemplos recientes. Pero estoy seguro de que cada uno de ustedes podría aportar su buena docena y media. O más. Uno lo escuché en la radio y otro en la tele. El de la radio fue en boca de una presunta señora que, indignada, reprochaba a un novelista que éste hubiera mencionado la famosa frase de Alejandro Dumas referida a sus propias novelas: «Es lícito violar la Historia, pero a condición de hacerle hermosas criaturas». Como habrán ustedes adivinado, la señora ponía de vuelta y media no sólo al autor de El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros, al que calificó de machista sin escrúpulos, sino también al infeliz juntaletras que se había atrevido a citar la frase. El uso del verbo violar ya era una agresión a la mujer, sostenía la señora. Hasta decir «violar la correspondencia» o «violar la intimidad» lo era, sostuvo, del mismo modo que decir «el terrorismo es el cáncer de la sociedad moderna», como se había dicho un rato antes en el mismo programa, era insultar a todos los enfermos de cáncer. Pero es que, además, según la antedicha dama, el resto de la cita dumasiana justificaba la violación y la presentaba como algo positivo y hasta lícito, lo que ya era el colmo. De ahí pasó a mencionar las violaciones y el genocidio en Bosnia y Ruanda, asegurando que de unas cosas vienen otras, y acabó afirmando con rotundidad: «Nunca leeré una novela de ese Dumas». Pero lo más simpático fue que el novelista que estaba siendo entrevistado, en vez de tomárselo a cachondeo, hablar de contextos socioculturales distintos entre Dumas y lo de ahora, o recomendar a la señora que leyese a Belén Esteban, que habría sido una forma elegante de mandarla a hacer puñetas, se disculpó casi balbuciente, dándole la razón y prometiendo enmendarse en el futuro. El muy tiñalpa.
La otra fue más bonita, si cabe. Más zoológicamente universal. Porque hablando de la imagen simpática que suele tenerse de los delfines, un pavo -esta vez era varón, mi primo- dijo muy serio en la tele que de simpáticos nada; pues ahí donde los ven, con su sonrisa indeleble, los machos son crueles porque «acosan a las hembras y las obligan a mantener relaciones sexuales». A tal afirmación siguió entre los contertulios un silencio, ignoro si horrorizado o desconcertado, que duró unos segundos, antes de pasar a hablar de otra cosa, mariposa. Y ahí, lo confieso malevo, sí eché en falta a alguien que, como la señora indignada con Dumas, se solidarizara con las pobres delfinas, forzadas por los malvados delfinos a tener relaciones sexuales contra su voluntad. Forzadas impunemente por esos fasciomachistas con aletas en la profundidad de los mares. Y ya puestos a ser consecuentes, que denunciara también, exigiendo soluciones urgentes, la triste situación sumisa de leonas, focas, cebras, lobas, conejas, gallinas, palomas mensajeras o sin mensaje, escarabajas peloteras, osas panda, patas azulonas, rinocerontas, tigresas de Ranchipur, urracas, murciélagas, grullas, cernícalas lagartijeras, perras salchicha, canguras australianas e hipopótamas del río Congo, entre infinidad de otras hembras oprimidas y por oprimir. Que, todas ellas, todavía en este siglo XXI, siguen siendo forzadas al sexo con intolerable desconsideración por los machos de su especie, que van al asunto con salvaje brutalidad animal en vez de acercarse a ellas con el debido respeto y la pregunta previa de si están de humor, prenda mía, o les duele la cabeza.
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

Hombres nuevos

Si analizásemos los procesos históricos modernos desde la Revolución Francesa hasta nuestros días, descubriríamos una idea motriz común, presentada bajo diversos ropajes. Tal idea (por supuesto demencial, pero expuesta siempre con ardor desmelenado y fatua convicción) postula que se puede romper drástica y radicalmente con el pasado, fundando una nueva época que cristaliza en hombres nuevos, proyectados hacia un futuro esplendente a lomos del progreso. Esta idea, tan optimista como mentecata, de refundación de la Historia y regeneración humana está en la médula del espíritu revolucionario y se resume en la frase del genocida Jean-Baptiste Carrier, que después de encerrar a miles de antirrevolucionarios en barcos que hizo hundir exclamó exultante: «Convertiremos Francia en un cementerio si no podemos regenerarla a nuestro modo». Todos los movimientos políticos de los dos últimos siglos han hecho propio este desiderátum psicopático, cuyos orígenes debemos buscar en Descartes.
En su celebérrimo Discurso del método, Descartes propone una visión mecanicista de la naturaleza que, aplicada a la sociedad, inspiraría esta funesta idea de 'resetear' el mundo, empezando naturalmente por el hombre. Una vez que el mundo es concebido como una suerte de teorema matemático, resulta inevitable que tarde o temprano surja el deseo de fabricar un mundo más perfecto, habitado por hombres que se hayan despojado de las cargas y gravámenes antiguos (¡el odioso pecado original!), para convertirse en una raza de dioses que imponen su sacrosanta voluntad sobre la realidad, remodelándola, negándola, refutándola y, en caso de que tales técnicas se revelen estériles (como suele ocurrir, porque la realidad es muy tozuda), haciendo como si no existiese. Este voluntarismo vesánico (y a la vez irrisorio) daría lugar a una serie de deformaciones racionalistas que ahora no tenemos tiempo de analizar: revisionismos históricos, idealismos filosóficos y constructivismos antropológicos de toda índole, con frecuencia aberrantes y casi siempre desquiciados. 
Naturalmente, al mecanicismo cartesiano se sumarían luego otras corrientes de pensamiento que contribuyeron a esta tarea de regeneración humana. El naturalismo de Rousseau propiciaría el advenimiento del primer 'hombre nuevo' con nombre propio, el 'ciudadano', que puede guiarse por su voluntad benéfica e infalible, autónoma y soberana. Las hipótesis de Darwin, por su parte, servirían para soñar con una raza de hombres mejor dotados, tanto en el carácter como en la constitución biológica, capaces de desarrollar un sentido ético (y étnico) superior. Al modernismo religioso, por su parte, no le bastó con que la Redención hubiese beneficiado espiritualmente al hombre caído, sino que imaginó al ser humano en un perenne estado de perfectibilidad que lo llevaría (según la alucinada escatología de Teilhard de Chardin) a fundirse con Dios, en un afrodisiaco punto G (perdón, quería decir punto Omega).
Este mito de la perfectibilidad humana es el motor (con carburante adulterado) de todas las utopías, que resucitaron el sueño de una Edad de Oro, despojada de la grandeza con que se revestía en las viejas mitologías paganas y acondicionada a la vulgaridad con olor a berza cocida y estufa mal purgada de las ideologías, que han ido evolucionando desde las orgullosas proclamas del racionalismo más infatuado al vómito balbuciente y sentimental de la razón hecha trizas (según aquel infalible principio mecánico y biológico que nos enseña que todo lo que sube baja). Sobre los quiméricos 'hombres nuevos' soñados por el comunismo, el fascismo o el nazismo nada diremos, pues ya han sido sobradamente diseccionados y hasta vulgarizados por el cine de Hollywood y los tertulianos más analfabetos. Mucho más interesante se nos antoja la figura del 'hombre nuevo' democrático, que en parte es el hombre-masa de Ortega (un hombre orgulloso de su vulgaridad, engolosinado en su bienestar, que sólo se guía por sus apetitos, mientras cree aseguradas la estabilidad política y la seguridad económica), en parte el hombre unidimensional de Marcuse (dedicado únicamente a producir y consumir e idiotizado por los mass media) y en parte el hombre programado de Skinner (un producto de la ingeniería social cuya conducta y pensamiento están inducidos, incluso determinados por el medioambiente, lo cual lo hace felicísimo).
Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog

Una lápida en Melilla

Los límites de Melilla están marcados por el alcance de una bala de cañón lanzada desde una esquina de la fortificación militar de la vieja ciudad, lo que los lugareños llaman El Pueblo y que hoy -a diferencia de años atrás- presenta un aspecto espléndido. La bala pesaba poco, el cañón Caminante fue inclinado en ángulo debido y cargado pertinentemente, y las diferentes balas que marcaron los límites de la ciudad alcanzaron una distancia que permitió a los melillenses expandirse poco a poco en esa figura de abanico que se abrió después de los cañonazos. Corría la mitad del siglo XIX. Tiempo en el que nacía en la República Independiente de Motril un niño llamado Antonio Herrera del Álamo, que, con los años, estaría llamado a servir a su país como militar en la primera agregaduría militar en la embajada de Washington, en la Cuba española, en la que contrajo matrimonio con la criolla Amparo Zayas, y en la Melilla de final de siglo que vio crecer a sus hijos isleños. Antonio defendió la plaza española como joven teniente en la conocida como Guerra de Margallo, allá por 1893, y fue condecorado por ello.
Aquella fue una más de las muchas guerras de los españoles con los rifeños, tribus varias que rodeaban Melilla, y fue así conocida por ser gobernador de la ciudad Juan García Margallo, bisabuelo del hoy ministro de Exteriores. Era la Guerra Chica, preludio de las tragedias que asolaron la milicia española de las dos primeras décadas del siglo XX. Melilla no pasaba de lo que hoy se conoce como la ciudad vieja: fue a partir de la mitad de la década de los años veinte cuando aquellos huertos que rodeaban la fortificación pasaron a convertirse en la ciudad modernista que hoy conocemos y que no deja de asombrar a los visitantes que no tienen ni idea de a qué ciudad llegan. Herreras de tres generaciones ocuparon sus calles, viéndola crecer, primero en guerra y luego en paz, hasta hacerse un conglomerado agradable y cálido como el de hoy, en el que la materia prima de su mar es servida deliciosamente en sus muchos lugares de asiento. Desde Los Salazones a La Pérgola, pasando por La Traviata o el Club Marítimo, Melilla es un bocado delicioso servido con aire español, a fuer de peninsular y beréber, difícil de olvidar.
Iba buscando las calles en las que corría mi padre cuando niño y los rincones que también defendió mi abuelo una vez pasó de soldado a oficial. Y buscaba la lápida que recordaba al motrileño que dejó su vida en la ciudad allá por 1908, después de haber vuelto de campañas imposibles. La encontré. Y anoté que no estaba solo. El mármol rezaba que, además del comandante Herrera, también yacía su hijo político Federico Sabau, teniente de Infantería, muerto en 1921 en Monte Arruit. No podía ser otro que el joven marido de la tía Lola, aquel trueno cubano que tanto amenizó y cubrió de gracia la infancia y adolescencia de todos los sobrinos Herrera, que éramos un ciento. Monte Arruit es uno de los pasajes más trágicos de la historia del Ejército español. Un grupo numeroso de soldados españoles se refugió, después de escaramuzas varias, en una suerte de fortificación en la que poder evitar las acometidas de los salvajes rifeños de la época. Sin agua ni comida, aguantaron las acometidas bebiendo su orina y comiendo betún, hasta que aceptaron el ofrecimiento de rendición de los atacantes. Traicioneros y miserables, fusilaron a cada uno de los soldados que iban saliendo a campo abierto y entraron posteriormente a degollar y masacrar a los que habían entregado sus armas. El panorama puede verse en testimonios gráficos en la Red. Una de las páginas más estremecedoras de las guerras de nuestros militares se escribió en los aledaños montañosos de Melilla, parejos en desgracia al Barranco del Lobo o al Desastre del Annual. De pie ante las letras que recuerdan en un rincón del cementerio de la ciudad a dos españoles de ley, cometí una imperdonable emoción por compartir sangre y apellidos con héroes de una España mucho más difícil que la que hoy felizmente vivimos.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog

sábado, 7 de febrero de 2015

Tu destino es tuyo

 
No te dejes arrastrar por ideologías totalitarias fracasadas, sistemas económicos caducos generadores de pobreza y liderazgos mesiánicos trasnochados. No se puede construir el futuro con ladrillos usados que han demostrado ser incapaces de sostener un mundo global. Tú eres el forjador de tu destino: Sueña y lucha por ser cada día mejor, piensa en grande y pon todo tu empeño en alcanzar tus objetivos. Invierte tu energía en las ilusiones que guardas en tu corazón. Esfuérzate sin cesar en que tus anhelos se convierten en realidad. Lucha por seguir en la batalla cuando hayas caído y nadie esté cerca para ayudarte, pues solo quien confía en si mismo alcanza el triunfo. Alégrate por haber nacido y mira la vida con esperanza. Enfréntate a las adversidades con decisión, determinación y estrategia. Así que levántate y vive tu vida, no la vieja y obsoteta que otros quieren imponerte, porque ¡sólo tú eres el forjador de tu propio destino!
Félix Velasco - Blog

domingo, 1 de febrero de 2015

El asombro inacabable

Leo con desmedido asombro en la edición sevillana de ABC que un grupo de padres de alumnos de un colegio de la muy panadera Alcalá de Guadaíra -CEIP Los Cercadillos- hubo de movilizarse pidiendo firmas para presentar un escrito ante el Defensor del Pueblo Andaluz con el objeto de que los profesores del centro pudieran enseñar, en horas lectivas, el significado de la Navidad. No quedaba ahí la cosa: añadían el ruego de que el loable cargo intercediera para que en el mismo se pudieran decorar paredes y rincones con motivos cristianos alusivos a esas fiestas. Al parecer, en los últimos cuatro años eso había sido imposible. Ahí detuve la lectura, como digo, con el primer sorbo de asombro en mi escasa capacidad deductiva. ¿Un centro educativo español tenía algún tipo de impedimento para explicar que la Navidad es la Navidad por esto y aquello y lo de más allá? ¿Se trataba de un centro financiado por Arabia Saudí o algo parecido y pendía alguna amenaza de muerte sobre ellos? ¿Era un reducto secuestrado por un comando del Estado Islámico con mando a distancia? Qué va, qué va. Al parecer, esa situación se producía desde que se matriculó en el colegio un alumno cuyo padre amenazaba repetidamente a la dirección con denunciarla si transmitían a su hijo cualquier tipo de enseñanza religiosa. Un fanático partidario de la laicidad de la enseñanza pública, a lo que se ve. 
No acababa ahí la cosa: el tal sujeto presentó quejas repetidamente a la dirección, al Defensor del Pueblo y al Observatorio de la Infancia de Andalucía para que no se hablara de la Navidad, ni tan siquiera como una festividad cultural. ¿Fin del asombro?: ni mucho menos. Las exigencias del talibán en cuestión llegaron hasta intentar impedir la interpretación de villancicos, aunque en este caso la Inspección desestimó la reclamación al considerar folclore esas canciones. El centro, al parecer, acojonado ante semejante orate, evitó de alguna manera el asunto de la Navidad en horas lectivas, a pesar de que en los libros aprobados por la Junta aparecen temas en los que se habla de ello con aparente normalidad. El claustro de profesores, asustado como una damisela en un zoológico, prefirió no tener conflictos, aunque eso supusiera dejar al resto de los niños, cientos de ellos, sin referencia navideña. Como si aquello fuera Riad, más o menos. Pero el asombro continúa cuando se lee que, tras la presión de los padres 'normales', se pudieron decorar algunos espacios comunes: solamente, eso sí, con guirnaldas y espumillón, porque el resto de los motivos del árbol no digamos ya el nacimiento este capullo los consideraba religiosos. No se podían colocar angelitos ni campanas ni estrellas fugaces. Ni siquiera las características bolas de árbol navideño, ya que el gilipollas ve en ellas los frutos del árbol del Bien y el Mal del Génesis. El 19 de diciembre, fuera de horas lectivas, se permitió una pequeña fiesta de Navidad, pero los niños no pudieron ir vestidos de pastorcillos ni nada parecido, ya que ello evocaba una escena del belén... fueron vestidos de cotillón. 
Hace pocos años la fiscal Pilar Barrero exigió histéricamente que se retirase un pequeño conjunto de figuras de un nacimiento confeccionado por jóvenes discapacitados de la Fundación Carmen Pardo Valcarce que habían situado en un rincón del edificio de la Fiscalía General del Estado. A lo que se ve, atentaba contra la dignidad del Estado. Lo sorprendente del caso, al igual que en Alcalá, es que el superior de la institución le hizo caso. Y al carajo el belén, o las tres figuras. Como en el colegio, en el que, sorprendentemente, en vez de enviar a la mierda a semejante integrista como tiene que ser un tío así, qué amargura, todos se acongojaron y se plegaron a sus exigencias. A buen seguro no es el único caso, y muchos me dirán que en su centro tampoco pueden desear Feliz Navidad en virtud del laicismo. Un concejal de Sevilla deseaba, el muy cursi, felicidad para el solsticio de invierno. Pero no pasaba nada, nos reíamos todos de él y ahí acababa la cosa. Lo del colegio es una dejación de funciones elementales por culpa de un neurótico con la cabeza trastornada. Fin del asombro.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog

Un verbo que se conjuga poco

Hace unos días, la presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género hizo unas declaraciones en las que abogaba por prohibir los piropos, a los que considera, y cito textualmente, «una auténtica invasión de la intimidad de la mujer». Según ella, la sociedad tiene la piel demasiado fina con respecto a este asunto y nadie tiene derecho a hacer un comentario sobre el aspecto físico de una mujer, porque supone una invasión. Leo la noticia y me pregunto si la señora Ángeles Carmona no tendrá ideas más felices para combatir tan terrible lacra social. Para empezar, le diré que anda muy atrasada de noticias. Como saben bien todas mis congéneres, hace ya mucho tiempo que en España no se oyen requiebros, galanterías ni piropos retrecheros que le alegraban el día a una. Por fortuna tampoco se oyen bastezas e insultos, pero, en nuestro afán de ser políticamente correctos, me temo que con el agua sucia tiramos también al bebé, y ahora ya nadie murmura un elogio ni en la calle ni en ningún sitio por miedo a ser tachado de machista. ¿De verdad cree la señora Carmona que se lucha contra la violencia de género ampliando la brecha ya existente entre los dos sexos? ¿Piensa de veras que el problema se acaba multando a un muchacho por intentar abordar a una chica en un bar, o a un compañero de trabajo por decir «qué guapa estás esta mañana»?
Arguye la señora Carmona que en El Cairo las mujeres se ven obligadas a ir por la calle con auriculares o tapones en las orejas para no oír las ordinarieces que les dicen los hombres. No dudo que así sea, y por supuesto lo deploro, pero supongo que tampoco ignorará Ángeles Carmona que en Egipto se producen violaciones múltiples y otras atrocidades, por lo que prohibir el piropo parece un chiste, comparado con las medidas que habría que tomar parar erradicar la violencia de género. Comparto con ella, en cambio, mi perplejidad al ver cómo ciertas conductas que todos creíamos relacionadas con la cultura machista y con educaciones pretéritas persisten, sin embargo, en las nuevas generaciones. De ahí que las últimas campañas de concienciación estén destinadas ahora a explicar a las adolescentes lo que las mujeres adultas sabemos ya de sobra, que las actitudes violentas o dominantes por parte de sus parejas no son un signo de amor, sino todo lo contrario. Habría que reflexionar entonces qué se está haciendo mal en las escuelas y en las casas para que comportamientos de esta naturaleza sean tan difíciles de erradicar. Yo creo que la solución está menos relacionada con el verbo prohibir y más con el verbo respetar. Acepto que es más fácil apelar al primero que conjugar el segundo, pero a la larga es el único que funciona.
 ¿No sería mejor, en vez de prohibir que los hombres expresen su admiración por las mujeres, enseñarles las muchas y buenas razones que hay para hacerlo? ¿No sería más útil fomentar que, en los colegios, sean los propios niños quienes denuncien comportamientos machistas por parte de otros en vez de reírse y jalearlos? El problema con el verbo respetar es que no admite excepciones en su conjugación. De nada sirve, por ejemplo, que un padre le diga a su hijo que respete a su madre o a su hermana si él no lo hace. Y un maestro, por su parte, clamará en el más desolado de los desiertos recomendando a sus alumnos que traten bien a las chicas si no es un comportamiento que ellos vean en su entorno. Sé que el problema no es fácil y que tiene muchas aristas, pero me parece más sensato no perder la cordura ni el sentido común cuando se trata de lacras tan graves. Más aún, creo que voy a arriesgarme a defender todo lo contrario de lo que sostiene la señora Carmona. Un halago, un requiebro y un piropo bien dichos nunca le han hecho mal a nadie y son exactamente lo contrario de esos exabruptos groseros y faltones que, por fortuna, hace ya años que no se escuchan en ningún callejón ni en ningún parque de nuestras ciudades. Algo que para mí indica que sí hay esperanza para la plena conjugación del verbo respetar.
Carmen Posadas
Felix Velasco - Blog