domingo, 30 de mayo de 2010

¿Y qué voy a hacer ahora?

El segundo gintonic, Pencho se vuelve hacia mí. Hace quince minutos que aguardo, paciente, esperando que se decida a contármelo. Por fin hace sonar el hielo en el vaso, me mira un instante a los ojos y aparta la mirada, avergonzado. «Hoy he cerrado la empresa», dice al fin. Después se calla un instante, bebe un trago largo y sonríe a medias con una amargura que no le había visto nunca. «Acabo de echar a la calle a cinco personas.»
Puede ahorrarme los antecedentes. Nos conocemos hace mucho tiempo y estoy al corriente de su historia, parecida a tantas: empresa activa y rentable, asfixiada en los últimos años por la crisis internacional, el desconcierto económico español, el cinismo y la incompetencia de un Gobierno sin rumbo ni pudor, el pesebrismo de unos sindicatos sobornados, la parálisis intelectual de una oposición corrupta y torpe, la desvergüenza de una clase política insolidaria e insaciable. Pencho ha estado peleando hasta el final, pero está solo. Por todas partes le deben dinero. Dicen: «No te voy a pagar, no puedo, lo siento», y punto. Nada que hacer. Los bancos no sueltan ni un euro más. Las deudas se lo comen vivo; y él también, como consecuencia, debe a todo el mundo. «Debo hasta callarme», ironiza. Todo al carajo. Lleva un año pagando a los empleados con sus ahorros personales. No puede más.
Cinco tragos después, con el tercer gintonic en las manos, Pencho reúne arrestos para referirme la escena. «Fueron entrando uno por uno –cuenta–. La secretaria, el contable y los otros. Y yo allí, sentado detrás de la mesa, y mi abogado en el sofá, echando una mano cuando era necesario… Se me pegaba la camisa a la espalda contra el asiento, oye. Del sudor. De la vergüenza… Lo siento mucho, les iba diciendo, pero ya conoce usted la situación. Hasta aquí hemos llegado, y la empresa cierra.»
Lo peor, añade mi amigo, no fueron las lágrimas de la secretaria, ni el desconcierto del contable. Lo peor fue cuando llegó el turno de Pablo, encargado del almacén. Pablo –yo mismo lo conozco bien– es un gigantón de manos grandes y rostro honrado, que durante veintisiete años trabajó en la empresa de mi amigo con una dedicación y una constancia ejemplares. Pablo era el clásico hombre capaz y diligente que lo mismo cargaba cajas que hacía de chófer, se ocupaba de cambiar una bombilla fundida, atender el correo y el teléfono o ayudar a los compañeros. «Buena persona y leal como un doberman –confirma Pencho–. Y con esa misma lealtad me miraba a los ojos esta mañana, mientras yo le explicaba cómo están las cosas. Escuchó sin despegar los labios, asintiendo de vez en cuando. Como dándome la razón en todo. Sabiendo, como sabe, que se va al paro con cincuenta y siete años, y que a esa edad es muy probable que ya no vuelva a encontrar jamás un trabajo en esta mierda de país en el que vivimos… ¿Y sabes qué me dijo cuando acabé de leerle la sentencia? ¿Sabes su único comentario, mientras me miraba con esos ojos leales suyos?» Respondo que no. Que no lo sé, y que malditas las ganas que tengo de saberlo. Pero Pencho, al que de nuevo le tintinea el hielo del gintonic en los dientes, me agarra por la manga de la chaqueta, como si pretendiera evitar que me largue antes de haberlo escuchado todo. Así que lo miro a la cara, esperando. Resignado. Entonces mi amigo cierra un momento los ojos, como si de ese modo pudiera ver mejor el rostro de su empleado. Aunque, pienso luego, quizá lo que ocurre es que intenta borrar la imagen del rostro que tiene impresa en ellos. Cualquiera sabe.
«¿Y qué voy a hacer ahora, don Fulgencio?... Eso es exactamente lo que me dijo. Sin indignación, ni énfasis, ni reproche, ni nada. Me miró a los ojos con su cara de tipo honrado y me preguntó eso. Qué iba a hacer ahora. Como si lo meditara en voz alta, con buena voluntad. Como si de pronto se encontrara en un lugar extraño, que lo dejaba desvalido. Algo que nunca previó. Una situación para la que no estaba preparado, en la que durante estos veintisiete años no pensó nunca.»
«¿Y qué le respondiste?», pregunto. Pencho deja el vaso vacío sobre la mesa y se lo queda mirando, cabizbajo. «Me eché a llorar como un idiota –responde–. Por él, por mí, por esta trampa en la que nos ha metido esa estúpida pandilla de incompetentes y embusteros, con sus brotes verdes y sus recuperaciones inminentes que siempre están a punto de ocurrir y que nunca ocurren. ¿Y sabes lo peor?... Que el pobre tipo estaba allí, delante de mí, y aún decía: No se lo tome así, don Fulgencio, ya me las arreglaré. Y me consolaba.»
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

viernes, 21 de mayo de 2010

Discurso de El Gran Dictador


"Lo siento.
Pero yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni ayudar a nadie. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas.
Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco.
Más que máquinas necesitamos más humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura.
Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros.
Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oirme, les digo: no deseperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano.El odio pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.
Soldados.
No os entreguéis a esos que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir.
Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina.
Vosotros no sois ganado, no sois máquinas, sois Hombres. Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo lo que no aman odian, los que nos aman y los inhumanos.
Soldados.
No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. El el capítulo 17 de San Lucas se lee: "El Reino de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres..." Vosotros los hombres tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravilosa aventura.
En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia.
Luchemos por el mundo de la razón.
Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.
Soldados.
En nombre de la democracia, debemos unirnos todos."
Charles Chaplin
Félix Velasco - Blog
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miércoles, 19 de mayo de 2010

Balada para los poetas andaluces de hoy


BALADA PARA LOS POETAS ANDALUCES DE HOY

¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora?
¿Qué miran los poetas andaluces de ahora?
¿Qué sienten los poetas andaluces de ahora?

Cantan con voz de hombre, ¿pero dónde los hombres?
Con ojos de hombre miran, ¿pero dónde los hombres?
Con pecho de hombre sienten, ¿pero dónde los hombres?

Cantan, y cuando cantan parece que están solos.
Miran, y cuando miran parece que están solos.
Sienten, y cuando sienten parece que están solos.

¿Es que ya Andalucía se ha quedado sin nadie?
¿Es que acaso en los montes andaluces no hay nadie?
¿Que en los mares y campos andaluces no hay nadie?

¿No habrá ya quien responda a la voz del poeta?
¿Quien mire al corazón sin muros del poeta?
¿Tantas cosas han muerto que no hay más que el poeta?

Cantad alto. Oiréis que oyen otros oídos.
Mirad alto. Veréis que miran otros ojos.
Latid alto. Sabréis que palpita otra sangre.

No es más hondo el poeta en su oscuro subsuelo
encerrado. Su canto asciende a más profundo

cuando, abierto en el aire, ya es de todos los hombres.

Rafael Alberti - Ora marítima, 1953.

El teléfono mentiroso

En una célebre secuencia de Blade Runner, el policía Deckard, interpretado por Harrison Ford, llama desde un teléfono público a Rachel, la joven secretaria/replicante de la corporación Tyrell de la que se ha enamorado hasta las cachas. Y entonces aparece en una pantalla el rostro de la muchacha, como hoy ocurre en las comunicaciones mediante webcam y en las videoconferencias. Recuerdo que cuando vi por primera vez Blade Runner, hace ya veinticinco años, pensé que no tardaría en llegar el día en que todas las cabinas telefónicas incorporasen pantallas que nos permitieran contemplar a nuestro interlocutor; pero me equivocaba por partida doble: las cabinas telefónicas han desaparecido casi por completo, convertidas en armatostes arqueológicos por el auge de la telefonía móvil; y de los videoteléfonos nunca más se supo, pese a que la tecnología que exigen hace mucho tiempo que ha dejado de ser inaccesible o demasiado costosa (en realidad, es casi ya una tecnología obsoleta). Los sótanos de las multinacionales de la telefonía deben de estar abarrotados de prototipos de videoteléfono que nunca se atrevieron a poner en el mercado.
¿Y cuál es la razón de que el videoteléfono no se haya introducido en nuestras vidas? Como cualquier persona no demasiado cándida sabe, el mercado no se rige por la fantasmagórica ley de la oferta y la demanda, sino por la creación artificiosa de necesidades superfluas que generan en el individuo una suerte de voracidad consumista. Así ocurrió, por ejemplo, con el teléfono móvil, que ha cubierto una necesidad que hasta su irrupción nadie había experimentado como tal. ¿Por qué, si se ha logrado que la gente acepte vivir prendida a un artilugio que se convierte en fiscal ubicuo de sus movimientos, no se ha conseguido comercializar el videoteléfono? La razón, de tan evidente, suele soslayarse: el teléfono favorece la impostura, el fingimiento y la ocultación; es un invento que, a la vez que nos hace más accesibles, nos permite emboscarnos con gran facilidad, nos convierte –siquiera durante los minutos que dura el diálogo con nuestro interlocutor– en impostores redomados que representan el papel que la circunstancia exige a cambio de un mínimo esfuerzo. Mientras hablamos por teléfono podemos simular que prestamos una concentrada atención a las tribulaciones de nuestro interlocutor, cuando en realidad nuestra mente vaga por andurriales insospechados. Mientras sostenemos una conversación telefónica en apariencia trascendental podemos zapear en el televisor, podemos saquear la nevera, podemos hurgarnos la nariz, podemos bostezar cuidando de que el descoyuntamiento de la mandíbula no nos delate, podemos incluso intercambiar aspavientos (con frecuencia burlescos y alusivos a nuestro interlocutor telefónico) con alguien que se halla a nuestro lado; y es probable que al otro extremo de la línea esté ocurriendo exactamente los mismo (lo intuimos o sospechamos, pero lo aceptamos sin rubor, porque forma parte del juego establecido). También podemos excusarnos ante nuestro interlocutor alegando que estamos reunidos, o que tenemos visita en casa, o que tenemos que tomar un tren en apenas unos minutos, cuando lo único que deseamos es quitarnos el muerto de encima. El videoteléfono haría imposibles estas imposturas y patrañas: de inmediato, el interlocutor que se despista sería delatado por su expresión ida; y cualquier gesto de desagrado o hastío que en una conversación telefónica introducimos inconscientemente se convertiría ipso facto, a ojos de nuestro interlocutor, en una muestra de indignante grosería, en una descortesía insoportable que alimentaría reproches sin cuento y un sinfín de rupturas amorosas, laborales, empresariales, etcétera. El teléfono, que es un artilugio que `adecenta´ nuestra hipocresía, se transformaría de repente en un diablo cojuelo que dejaría en porreta nuestras intimidades más turbias o simplemente menesterosas.
El videoteléfono nos permitiría mantener conversaciones sólo con aquellas personas a las que no tenemos nada que ocultar o, por el contrario, con aquellas a las que no cesamos de mentir; pero las conversaciones con el resto del género humano se tornarían inviables. Y es que el teléfono es el velo con el que protegemos ese desván de cotidianas mentiras con el que nos desenvolvemos en sociedad; si ese velo fuese removido, tendríamos que renunciar a vivir en sociedad. Y las multinacionales de la telefonía, que lo saben, no quieren ponernos en ese brete, que arruinaría sus cuentas.
Juan Manuel de Prada
Blog - Félix Velasco

martes, 18 de mayo de 2010

Viajar en el tiempo

La máquina del tiempo, la que nos transportaría a través de los siglos, no está contemplada por la ciencia, lo cual supone un freno a las ensoñaciones de los humanos más imaginativos y audaces y un jarro de permanente agua fría para los que no ven límites en la capacidad de invención del Hombre. No obstante, usted se habrá planteado alguna vez a qué lugar del tiempo quisiera ir si ello fuese posible. La mayoría elige momentos de esplendor de su ciudad o su país y, habitualmente, al Jerusalén del siglo cero al objeto de saber todo lo que no sabe de Jesucristo. Unos viajarían al barco del que bajó Colón poco después de que Rodrigo de Triana gritara haber visto tierra; otros –yo mismo–, al día en que Cortés llegó al centro de México; otros, a conocer personalmente a Leonardo, aunque fuese haciéndose pasar por su lechero; otros, a la Roma imperial en una tarde cualquiera de circo; otros, al periodo en el que se construía la Ciudad Prohibida de la dinastía Ming en Pekín; y unos cuantos, muchos, al año en el que el Betis ganó su única liga. Pocos, en cambio, viajarían hacia el futuro, cuando, en puridad, es mucho más desconocido y apasionante: lo que ocurrió en el Descubrimiento o lo que inventó Da Vinci más o menos lo sabemos, pero no somos capaces de imaginar lo que habremos inventado dentro de trescientos años. De la misma forma que un gran científico que viviera en los albores del siglo XX hubiera sido incapaz de vaticinar que podría inventarse el teléfono móvil que permite conversar a un tipo de Sídney con uno de Almería en tiempo real, nosotros hoy tenemos cierta limitación –no tanta, es cierto– para imaginar la vida dentro de tanto tiempo habida cuenta de la progresión geométrica con la que avanza la ciencia. ¿Cómo será su ciudad en el año 2310? ¿Existirá? ¿El criterio conservacionista permanecerá o le dará a todo el mundo por derruirlo todo y crear un mundo nuevo? Sin embargo, algunas cosas sabemos: los científicos adelantan algunos de los escenarios futuros más inmediatos y queda claro que no habrá que esperar tres siglos para presenciar innovaciones espectaculares. Así que pasen unos años, por ejemplo, viajar dejará de ser una pesada espera y un largo recorrido entre lugares distantes: bien saliendo de la atmósfera o bien viajando dentro de ella, unir Moscú y Nueva York será cosa de menos de una hora; de hecho, algunos prodigios de la aeronáutica ya unen Tokio y Washington en sesenta minutos. Cuenta un diario chileno especialista en estas cuestiones que todo lo anterior es cosa de no más de diez años. Olvídense de las dieciocho horas hasta Shanghái que me estoy cargando en estos momentos y de lo que ya hablaremos la semana que viene. Los edificios ya no tendrán cables ni enchufes (los muros servirán de conductores electromagnéticos), las imágenes saldrán de la pantalla al modo de hologramas y las conversaciones en diferentes idiomas no serán problema al disponer de traductores simultáneos prácticamente perfectos. La medicina dará pasos de gigante –hasta ahora los ha dado la cirugía– y la reparación de tejidos dañados resultará accesible mediante las célebres `células madre´, la ceguera será un problema superado mediante ojos biónicos y las adicciones serán superadas con facilidad mediante el uso de vacunas de ultimísima generación. Las fuentes de energía habrán cambiado, dejarán de ser altamente contaminantes y la contaminación será cosa del pasado, es decir, de hoy. Conducir será infinitamente más seguro que hoy en día: vehículos inteligentes permitirán una suerte de piloto automático que hará posible hasta echarse un sueño entre Bilbao y Burgos. Todo ello es posible que no ocurra en todas partes y al mismo tiempo, ya que previsiblemente la velocidad de desarrollo padecerá desniveles territoriales, pero la distancia entre avance y retraso que hoy se marca claramente en el mapa sociopolítico de los países de la Tierra se acortará. Lo único que no nos dice la previsión científica es si el hombre será más feliz. Tendrá instrumentos que le harán la vida más agradable, pero no sabemos si será más justa, como esperamos y deseamos. Lo apasionante, pues, es conocer lo que nos espera, no sólo lo que nos precede.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog

Acero inoxidable


Se denomina "acero" a aquellos productos ferrosos cuyo porcentaje de carbono está comprendido entre 0,05 y 1,7 %.
El acero inoxidable (aleación de acero con un mínimo de 10% de cromo) fue descubierto por accidente, varias aleaciones, consideradas defectuosos, fueron arrojadas a parques de chatarra. En 1013, alguien notó que unas pocas piezas permanecían brillantes, en medio de montones de orín. Los pedazos fueron recuperados y analizados,... y el resultado fue el acero inoxidale.
Félix Velasco

sábado, 15 de mayo de 2010

La primera actuación

Charles Chaplin irrumpió en el  mundo del espectáculo a la edad de cinco años debido a que su madre, artista de variedades, perdió la voz durante una actuación; entonces Charlie salió a escena y cantó una canción. A mitad de la misma los espectadores comenzaron a lanzar monedas, Charlie dejó de cantar y dijo al auditorio que primero iba a recoger el dinero y después terminaría la canción. Los espectadores rieron a carcajadas por la ocurrencia,... fue la primera de millones de risas que en su carrera consiguió Charles Chaplin.
Félix Velasco 

El asesinato del archiduque

El archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austro-húngaro, era un hombre extraordinariamente vanidoso. Cuando iba a una ceremonia de gala, se hacía coser a sí mismo en su uniforme, de modo que no hubiera una sola arruga que empañara su apariencia.
Desgraciadamente, el archiduque llevaba uno de sus uniformes cosidos cuando le dispararon en Sarajevo el 28 de junio de 1914. Fue imposible desabotonar su uniforme, y cuando por fin lo rasgaron con unas tijeras, se había desangrado hasta morir.
Su asesinato en Sarajevo precipitó la declaración de guerra de Austria contra Serbia, que desencadenó la Primera Guerra Mundial, y que produjo más de 10 millones de bajas, con 60 millones de soldados europeos movilizados.
Félix Velasco

lunes, 10 de mayo de 2010

La Fuerza de una Nación - Ralph Waldo Emerson

"¿Qué es lo que hace que los pilares de una nación sean altos y sus cimientos fuertes? ¿Qué es lo que hace que una nación sea poderosa y se atreva a desafiar a los enemigos que lo asolan?
No es el oro, no es su riqueza. Sus grandes reinados desaparecen en el fragor de la batalla y sus astas descansan bajo la arena.
¿Acaso es la espada, acaso su ejército? Preguntad al polvo rojo, de los imperios que han desaparecido. Su sangre se ha transformado vanamente en óxido y su gloria en decadencia.
¿Acaso es su orgullo? Ah¡ eso que hace aparentar a las naciones prósperas, pero Dios las ha terminado por destruir y sus cenizas caen esparcidas a sus pies.
No es el oro lo que hace grande a una nación, no es su espada, ni su orgullo. Son los bravos, los fuertes, los grandes hombres quienes las hacen poderosas. Hombres que permanecen y sufren rectos en la verdad y el honor.
Son los hombres valientes los que trabajan mientras otros duermen... Ellos son los que construyen los pilares de una nación y los levantan hacia los cielos."
Ralph Waldo Emerson
Félix Velasco - Blog

sábado, 8 de mayo de 2010

Aprender a pensar


APRENDER A PENSAR

Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:

"Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que este afirmaba rotundamente que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo.

Leí la pregunta del examen y decía: Demuestre como es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro. El estudiante había respondido: llevo el barómetro a la azotea del edificio y le ato una cuerda muy larga. Lo descuelgo hasta la base del edificio, marco y mido. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio.

Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente.

Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudio, obtener una nota mas alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.

Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.

Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunte si deseaba marcharse, pero me contesto que tenia muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excuse por interrumpirle y le rogué que continuara.

En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta: tomo el barómetro y lo lanzo al suelo desde la azotea del edificio, calculo el tiempo de caída con un cronometro. Después se aplica la formula altura = 0,5 por A por t^2. Y así obtenemos la altura del edificio.

En este punto le pregunte a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota mas alta. Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta.
Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo, tomas el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del Edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.
Perfecto, le dije, ¿y de otra manera?. Si, contestó, éste es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, tomas el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el numero de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el numero de marcas que has hecho y ya tienes la altura. Este es un método muy directo. Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento mas sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla fórmula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio. En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su período de precesión.En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Probablemente, la mejor sea tomar el barómetro y golpear con el la puerta de la casa del portero. Cuando abra, decirle: "Señor portero, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo".

En este momento de la conversación, le pregunte si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares) evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar."

El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de física en 1922, mas conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica.

Al margen del personaje, lo divertido y curioso de la anécdota, lo esencial de esta historia es que LE HABÍAN ENSEÑADO A PENSAR. Por cierto, para los escépticos, esta historia es absolutamente verídica. Aprendamos a pensar, hay mil soluciones para un mismo problema, pero lo realmente interesante, lo auténticamente genial es elegir la solución más practica y rápida, de forma que podamos acabar con el problema de raíz...y dedicarnos a solucionar OTROS problemas.

Ernest Rutherford

miércoles, 5 de mayo de 2010