domingo, 27 de enero de 2013

Nada de dos Españas

No era fácil pensar que, a los ochenta años de una guerra civil, el país que la soportó querría recordarla, sin antes purificar su recuerdo. Mi generación, desde luego, que conoció a los tirios y a los troyanos de tal guerra, supo muy bien que no quería ni mentarla, y el simple hecho de hacerlo podía hacer suscitar su cólera como, ante la sangre vertida por Aquiles, se alzó el Escamandro. Todos los españoles que vivieron aquel horror estaban de acuerdo en que sucediera cualquier cosa antes que su repetición. Pero otras generaciones posteriores han sentido sus mentes más marcadas por constructos abstractos que por la historia, con su mandil de carnicero y su cuchilla, como nosotros la vimos todavía a poco de acabarse aquella guerra, o nos fue contada en voz baja, y con una seriedad con la que no oímos jamás contar nada. Y, así las cosas, nunca podríamos hablar nosotros de «las dos Españas», un llamativo y simple esquema, que explicaría demasiado para no dejar ver nada detrás.
Y así, en efecto, los españoles tuvieron que asistir, a la extraña y singularísima transformación de la vieja noción biológica de casta no limpia, que nació para señalar a judíos e islámicos, se «espiritualizó» ya en el siglo XVI, y se alargó enseguida hasta incluir en ella a los protestantes, y luego a los ilustrados y a la nueva ciencia que en tiempo de éstos entra en el país. Y «los aldeanos críticos», como los llamará el Conde de Peñaflorida, no pueden sino reír o encolerizarse ante las pelucas y los chapines, pero también ante las intolerables novedades de Kepler, Newton y Gassendi, porque no son cosas españolas. Y las asimilaciones a «judíos» de otros muchos grupos de pensares distintos seguirán hasta mucho después porque, con esa palabra «judíos», no se quiere decir exactamente «los judíos», sino los enemigos del ser nacional que lo niegan y desean transformarlo o liquidarlo, aunque proponiendo, curiosamente, otra ontología de ese ser nacional y otra clase de sangre limpia que además sería nueva y no contendría ninguna de las impurezas antiguas. Y así llevamos ya siglos, entre ontologías y metáforas, arruinando nuestra realidad histórica, cuando no con la limpieza de sangre vieja, sí con la de abstracciones nuevas.
De manera que, por ejemplo, la defensa de la nación, invadida por los franceses que son revolucionarios y nos traen las libertades republicanas, produce entre nosotros una actitud castiza contra esas mismas libertades, pero, a la vez, esa misma defensa produce una revolución política mimética de estas libertades, impidiendo que, como antes por sangres limpias y ahora por abstractos limpios, sea posible un espacio racional en el que puedan coexistir los españolitos de carne y hueso sin recuerdo siquiera de los enfrentamientos de casta vieja y de teoría nueva, cuya primera virtud sería igualmente la extinción de los que no son «suficientemente» como ellos, como si de otra mala casta se tratara.
Así que, mientras en Europa entera, aun con sus altos y sus bajos, al fin pudo encontrarse y coexistir tranquilamente todo el mundo con todo el mundo, no hubo para nosotros los españoles un similar ámbito de encuentro y coexistencia, tranquilo y racional, que durase algún tiempo notablemente entitativo, y hubiese encerrado en el puro conocimiento histórico de archivo nuestro violento pasado.
Hasta cierto punto entonces resultaría inevitable una visión dual y tribal del país y así se comenzó a hablar de dos entidades de España, especie de dos ontologías en perpetua lucha y que por esta razón misma hacía imposible el espacio común de todos los españoles, resucitaba la guerra de castas y producía una psicopatología o algo peor, que nos impide ser conscientes y confesar con tristeza la permanente y siniestra inclinación de los españoles al suicidio colectivo más o menos simbólico o real, que es la trágica realidad: es decir, esa necia dicotomía de las dos Españas, o la otra máscara de las mil y una Españas, que no quieren ser España. ¿Seremos incurables?
José Jimenez Lozano
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Fabricar una nación


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Cuidado con generalizar


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Un buen político


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Luego existo


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Con disimulo


85 diputados prefieren una Cataluña rota, empobrecida y lánguida a la más auténtica y cosmopolita que es parte fundamental del Estado español
AL tiempo que España iba perdiendo sus últimos territorios en Ultramar, al joven y lúcido Ángel Ganivet -válido para las dos Españas- le decaía el ánimo en su destino consular en Riga. Aunque, como granadino, estaba acostumbrado al frío, lo que le helaba el corazón en la capital de Letonia era, por buen español, la decadencia de España, un Imperio venido a menos por la torpeza de muchos de sus gobernantes, la indolencia de la mayoría y la ambición que por lo ajeno solían mostrar, de alguacil hacia arriba, cuantos podían exhibir un mínimo título de poder. Entre frío y frío y en el tiempo que separa su primer intento frustrado de suicidio del segundo y eficaz, Ganivet dejó escrito que una de las ambiciones de cada español es la de llegar a tener en el bolsillo una cédula por la que se le autorice hacer lo que le dicte su real gana. Siglo y pico después de su muerte resulta evidente que son muchos quienes han conseguido la cédula de Ganivet. En el Parlamento de Cataluña, por ejemplo, no menos de los 85 diputados, que si saben de dónde vienen no parecen tener muy clara la idea de dónde van y que, a juzgar por su comportamiento reciente y presente, prefieren una Cataluña rota, descoyuntada, empobrecida, pueblerina y lánguida a la más auténtica y verdadera, pimpante y cosmopolita que es parte fundamental del Estado español.
Los 85 votos a favor que aprobaron en el Parlament el pintoresco proceso que pretenden reservar para los catalanes el «derecho a decidir» que nos asiste a todos los españoles en cuanto afecta a la Nación y el Estado, hicieron de él un uso restrictivo, parcelario y sin provecho alguno, han alterado el patio español en el momento en que el marcador señalaba los seis millones de parados y la perspectiva económica genera en todos los no afectados por la insensatez o el providencialismo -cosas de izquierda- una inquietud ante el futuro que se nos viene encima.
Como es natural, que aquí podemos perder el rumbo y el oremus, pero no el estilo, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, sin aludir al caso Bárcenas, no se ha referido a ninguno de los problemas dominantes. Ignora, ya que evocamos a Ganivet, que el gobernante debe hacer el bien por sí mismo y delegar en otros la factura del mal necesario y, volando volando, ha cruzado el Charco, quizás para instalarse más cerca de la ficción que de la realidad y, con un pasito en Perú y una sentadita en Chile, esperar a que afloje la tormenta o disminuya su interés por parte de los ciudadanos. Si esto fuera el juego del «Palé», o del «Monopoly», no pasaría nada, pero no lo es. Lo que ocurre es cierto, tangible, ruinoso y afecta a muchos ciudadanos que, hartos de toreo de salón donde los toros están proscritos, esperan soluciones y certezas para ir tirando.
Manuel Martín Ferrand
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miércoles, 23 de enero de 2013

Los nuevos servilones

Tenemos crisis de liderazgo, como casi siempre; pero España está viva, muy viva, aunque mal maquillada y peor vestida
hace poco más de un siglo se les decía servilones a los partidarios de la monarquía absoluta. Esa es ya, felizmente, una especie ciudadana extinta, caducada por su propia inutilidad y la concepción plural de una Nación que, mejor que peor, está llena de vida y de talento. Pero es tan hermoso y eufónico, tan rememorador y significante el sustantivo que debiéramos hacer un esfuerzo colectivo, entre quienes no lo somos -naturalmente-, para señalar como servilones a esa nueva raza política con que nos hemos dotado, voto a voto y comicio a comicio. Son servilones, en la nueva acepción que propongo, los militantes de los partidos políticos, independientemente de sus ideologías, que ocupan plaza en los órganos representativos -muchos, demasiados- que integran la estructura del Estado, desde el mínimo municipio rural al Congreso de los Diputados. Los culiparlantes que decíamos antes.
Nuestro sistema electoral, el precio con el que generosamente se retribuyeron el consenso constitucional los partidos en presencia, neutraliza la representatividad del sistema con la mordaza fáctica con que los electos en cada circunscripción silencian, si las tuvieran, las ideas que debieran aportar. Anteponen, en grave traición a sus votantes, los intereses de la sigla a la que les da de comer a la demanda social correspondiente y casi siempre centrada y unívoca. Es una democracia de mala calidad a la que nos hemos ido acostumbrando, en buena medida, adormecidos por el runruneo repetitivo y vano de los líderes y sus discursos huecos y en la inercia maligna de las dos Españas que ya no tienen razón de ser.
Ahora, de repente, una nueva ola de pesimismo nos inunda y aflige. El primer partido del país está bajo sospecha de corrupción; el segundo, sometido a la disensiones internas que pueden trocearlo en parcelas y los demás, sálvese quien pueda, se entregan a la guerra secesionista o a la izquierda alcanforada. Tenemos crisis de liderazgo, como casi siempre; pero España está viva, muy viva, aunque mal maquillada y peor vestida. El déficit se acerca al propuesto y la demanda en los mercados financieros internacionales cubre con creces la oferta del Tesoro que, según contó ayer Luis de Guindos, nunca en la historia había tenido tal volumen de sobredemanda. Además, en un castizo barrio capitalino, una revista minoritaria -Ilustración de Madrid- y castiza dirigida por un viejo periodista, Enrique de Aguinaga, presentaba su número 26 en el que escritores tan admirados como Javier Villán jugaban con la memoria de Benito Pérez Galdós y Antonio Rouco explicaba la devoción de La Almudena. Poliédrica. Esa es España, la que existe. La aparente es el tinglado de la nueva farsa. La oficial y dizque representativa es una ensoñación. Son los nuevos servilones.
Manuel Martín Ferrand
Félix Velasco

martes, 22 de enero de 2013

lunes, 21 de enero de 2013

Políticos

Ya sé que es una obviedad, pero parece que hay que ir recordando que lo que España necesita es más trabajo, honradez, sentido común, dignidad y menos (perdón, ningún) político que prime los intereses de partido a las necesidades de las personas (me niego a decir "pueblo" o "ciudadanos" que es en lo que quieren convertirnos).
Félix Velasco - Blog

sábado, 19 de enero de 2013

Muy mal rollo

La ciudadanía tiene la sensación de que le están robando en sus narices, lo cual puede ser cierto
Muy mal rollo. La clase política se enfrenta a un desafío creciente y difícil: capear la creencia generalizada de que la corrupción alcanza hasta los últimos rincones del patio común. La España política cuenta con el concurso de miles de hombres y de mujeres que ejercen la profesión política, la mayor parte de ellos con remuneración. Del total, la inmensa mayoría trabaja digna y esforzadamente por el bienestar de sus conciudadanos; lo hace con mayor o menor acierto y con mejor o peor disposición, pero lo hace sabiendo que la recompensa es a muy largo plazo y no siempre acontece. Es evidente que nadie acude a la carrera política forzado por una pareja de la Guardia Civil, y que el poder, por pequeño que sea, adopta forma de sirena libidinosa que a muchos obnubila. Cierto es que en el desarrollo de labores políticas hay no pocos inútiles que en la vida civil apenas desempeñarían trabajos rudimentarios y que si han llegado a un cargo es merced a haber crecido en el ámbito de un partido político y a haber realizado el correspondiente meritoriaje, sin embargo también lo es que notables profesionales con proyección indudable abandonan sus quehaceres para dedicar una etapa de su vida al servicio público renunciando a retribuciones más jugosas. De estos segundos los más desconfiados afirman que si dejan bufetes, despachos y parquets por algo será, y que alguna esperanza de trincar albergará su entendimiento, lo cual es el colmo de la desconfianza, pero es lo que hay. Es más, también se desconfía del que llega no teniendo nada: algo estará buscando.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog

martes, 15 de enero de 2013

Desbarajuste soberanista


Los partidos catalanes que apoyan la soberanía y los que mantienen una posición dubitativa contribuyen a este desbarajuste colectivo, producto de una convocatoria electoral fuera de lugar
Los partidos catalanes que apoyan la soberanía y los que mantienen una posición dubitativa contribuyen a este desbarajuste colectivo, producto de una convocatoria electoral fuera de lugar
Los partidos catalanes que apoyan la soberanía y los que mantienen una posición dubitativa contribuyen a este desbarajuste colectivo, producto de una convocatoria electoral fuera de lugar
UN paso adelante y otro atrás. La negociación política sobre la declaración soberanista del Parlamento autonómico, propuesta por CiU y sus socios republicanos, es fiel reflejo del descontrol generalizado que se ha instalado en la política catalana a partir de las elecciones. Artur Mas huye camino de ninguna parte después del fracaso en las urnas, mientras que ERC es el mayor beneficiario de una situación tan esperpéntica que le permite actuar a la vez como socio del Ejecutivo y cabeza de la oposición. Todos los partidos que apoyan directa o indirectamente el sedicente derecho a decidir son culpables de un disparate que tiene desconcertado a los ciudadanos. Duran y todo su partido hacen equilibrios sobre el alambre al tiempo que procuran que pase la tormenta sobre la financiación ilegal. El PSC continúa con la eterna ambigüedad entre un federalismo que nadie define y un apoyo puro y duro al referéndum soberanista. También ICV hace extrañas contorsiones buscando un lugar que todavía no ocupe nadie en este espacio saturado de planteamientos fuera de la realidad. Solo PP y Ciutadans actúan con el razonable sentido común que proporciona la claridad de los principios que defienden y, en el caso del Gobierno, la necesaria prudencia para actuar con responsabilidad ante el desafío separatista.
Todo el mundo es consciente de que la declaración soberanista vulnera frontalmente una Constitución que proclama al pueblo español como titular exclusivo de la soberanía nacional. Es cierto que un pronunciamiento general del Parlamento autonómico carece de efectos jurídicos vinculantes y, por tanto, no puede ni debe ser objeto de una impugnación precipitada ante el Tribunal Constitucional. Otra cosa es la respuesta política, que está perfectamente definida cuando el Gobierno -últimamente, a través de la vicepresidenta- expresa sin rodeos su intención de cumplir y hacer cumplir la Constitución. Los partidos catalanes que apoyan la soberanía y los que mantienen una posición dubitativa contribuyen a este desbarajuste colectivo, producto del confuso resultado que produjo una convocatoria electoral fuera de lugar. Cuando los esfuerzos de todos los gobernantes serios en Europea se dedican a la lucha contra la crisis económica, Artur Mas y quienes le secundan siguen empeñados en atizar conflictos artificiales. Los catalanes y el resto de los españoles asisten perplejos a unas negociaciones en las que nadie sabe cuáles son sus objetivos ni cuál es la finalidad concreta que persiguen, salvo la necesidad de CiU de complacer a sus socios radicales y el propósito de echar leña al fuego a unas cuestiones identitarias que solamente buscan ocultar intereses particulares a corto plazo.
UN paso adelante y otro atrás. La negociación política sobre la declaración soberanista del Parlamento autonómico, propuesta por CiU y sus socios republicanos, es fiel reflejo del descontrol generalizado que se ha instalado en la política catalana a partir de las elecciones. Artur Mas huye camino de ninguna parte después del fracaso en las urnas, mientras que ERC es el mayor beneficiario de una situación tan esperpéntica que le permite actuar a la vez como socio del Ejecutivo y cabeza de la oposición. Todos los partidos que apoyan directa o indirectamente el sedicente derecho a decidir son culpables de un disparate que tiene desconcertado a los ciudadanos. Duran y todo su partido hacen equilibrios sobre el alambre al tiempo que procuran que pase la tormenta sobre la financiación ilegal. El PSC continúa con la eterna ambigüedad entre un federalismo que nadie define y un apoyo puro y duro al referéndum soberanista. También ICV hace extrañas contorsiones buscando un lugar que todavía no ocupe nadie en este espacio saturado de planteamientos fuera de la realidad. Solo PP y Ciutadans actúan con el razonable sentido común que proporciona la claridad de los principios que defienden y, en el caso del Gobierno, la necesaria prudencia para actuar con responsabilidad ante el desafío separatista.
Todo el mundo es consciente de que la declaración soberanista vulnera frontalmente una Constitución que proclama al pueblo español como titular exclusivo de la soberanía nacional. Es cierto que un pronunciamiento general del Parlamento autonómico carece de efectos jurídicos vinculantes y, por tanto, no puede ni debe ser objeto de una impugnación precipitada ante el Tribunal Constitucional. Otra cosa es la respuesta política, que está perfectamente definida cuando el Gobierno -últimamente, a través de la vicepresidenta- expresa sin rodeos su intención de cumplir y hacer cumplir la Constitución. Los partidos catalanes que apoyan la soberanía y los que mantienen una posición dubitativa contribuyen a este desbarajuste colectivo, producto del confuso resultado que produjo una convocatoria electoral fuera de lugar. Cuando los esfuerzos de todos los gobernantes serios en Europea se dedican a la lucha contra la crisis económica, Artur Mas y quienes le secundan siguen empeñados en atizar conflictos artificiales. Los catalanes y el resto de los españoles asisten perplejos a unas negociaciones en las que nadie sabe cuáles son sus objetivos ni cuál es la finalidad concreta que persiguen, salvo la necesidad de CiU de complacer a sus socios radicales y el propósito de echar leña al fuego a unas cuestiones identitarias que solamente buscan ocultar intereses particulares a corto plazo.
UN paso adelante y otro atrás. La negociación política sobre la declaración soberanista del Parlamento autonómico, propuesta por CiU y sus socios republicanos, es fiel reflejo del descontrol generalizado que se ha instalado en la política catalana a partir de las elecciones. Artur Mas huye camino de ninguna parte después del fracaso en las urnas, mientras que ERC es el mayor beneficiario de una situación tan esperpéntica que le permite actuar a la vez como socio del Ejecutivo y cabeza de la oposición. Todos los partidos que apoyan directa o indirectamente el sedicente derecho a decidir son culpables de un disparate que tiene desconcertado a los ciudadanos. Duran y todo su partido hacen equilibrios sobre el alambre al tiempo que procuran que pase la tormenta sobre la financiación ilegal. El PSC continúa con la eterna ambigüedad entre un federalismo que nadie define y un apoyo puro y duro al referéndum soberanista. También ICV hace extrañas contorsiones buscando un lugar que todavía no ocupe nadie en este espacio saturado de planteamientos fuera de la realidad. Solo PP y Ciutadans actúan con el razonable sentido común que proporciona la claridad de los principios que defienden y, en el caso del Gobierno, la necesaria prudencia para actuar con responsabilidad ante el desafío separatista.
Todo el mundo es consciente de que la declaración soberanista vulnera frontalmente una Constitución que proclama al pueblo español como titular exclusivo de la soberanía nacional. Es cierto que un pronunciamiento general del Parlamento autonómico carece de efectos jurídicos vinculantes y, por tanto, no puede ni debe ser objeto de una impugnación precipitada ante el Tribunal Constitucional. Otra cosa es la respuesta política, que está perfectamente definida cuando el Gobierno -últimamente, a través de la vicepresidenta- expresa sin rodeos su intención de cumplir y hacer cumplir la Constitución. Los partidos catalanes que apoyan la soberanía y los que mantienen una posición dubitativa contribuyen a este desbarajuste colectivo, producto del confuso resultado que produjo una convocatoria electoral fuera de lugar. Cuando los esfuerzos de todos los gobernantes serios en Europea se dedican a la lucha contra la crisis económica, Artur Mas y quienes le secundan siguen empeñados en atizar conflictos artificiales. Los catalanes y el resto de los españoles asisten perplejos a unas negociaciones en las que nadie sabe cuáles son sus objetivos ni cuál es la finalidad concreta que persiguen, salvo la necesidad de CiU de complacer a sus socios radicales y el propósito de echar leña al fuego a unas cuestiones identitarias que solamente buscan ocultar intereses particulares a corto plazo.
ABC
Félix Velasco - Blog

Mentiras verdaderas

No existen mentiras verdaderas, aunque las falsas ilusiones del embaucador de turno pretendan disfrazar la realidad de las cosas,... porque la mentira es siempre mentira, se mire desde el ángulo que se mire.

Valores y sensatez

Los valores que elegimos vivir nos convierten en personas, mejores o peores en función de la coherencia que exista entre ellos, así como la forma en que los llevamos a la práctica en la realidad cotidiana. La búsqueda de la verdad, el respeto a los demás, educación sin manipulación, responsabilidad, libertad de elegir el bien sin cortapisas, el esfuerzo, la amistad sincera,... y una sensatez que aconseja no pedir peras al olmo. Sobra mucha crispación y falta cordura. A algunos se les llena la boca exigiendo respeto a las ideas,... pero se les olvida respetar a las personas.
Félix Velasco - Blog

lunes, 14 de enero de 2013

Amado mío - Rita Hayworth

Margarita Carmen Cansino, más conocida por su nombre artístico de Rita Hayworth, fue una de las actrices más emblemáticas de la época dorada del cine estadounidense. Además de ser símbolo sexual indiscutible de la década de 1940, ocupa el puesto 19º en la lista de las grandes estrellas del Séptimo Arte. Su fama como mito erótico se consolidó con Gilda (1946), de Charles Vidor, una de las grandes películas del cine negro. Fue la película que la convirtió en una actriz inolvidable: «Nunca hubo una mujer como Gilda», era el eslogan de la película.
Félix Velasco - Blog

sábado, 12 de enero de 2013

Un asunto sospechoso

Han caído en mis manos algunos libros de texto escolares para niños de diez a trece años. Sólo fueron media docena, aclaro. Ignoro si todos tocan el mismo registro, o por una siniestra casualidad cayeron en mis manos sólo raras bazofias. El detalle es que con ellas se forman escolares en España. No sé si muchos o demasiados, pero da igual: con los que he visto estudian miles de niños. Todo lleva mucho dibujito, mucha estampita, mucho colorín. Como envoltorio. Y dentro, unos textos escritos con desgana, sin criterio. Superficiales y sin sentido. Hasta el punto de que su atenta lectura me deja en la tecla varias preguntas. ¿Quién los hace?, es la primera. ¿Nadie es responsable de su contenido?... Porque, aunque figuran nombres y editoriales, este aspecto parece más bien difuso. No queda claro si se trata de autores con implicación directa o de comités de lectura, supervisores apresurados de textos que redactan otros: mano de obra barata que debe cumplir plazos urgentes, negros sin cualificación y sin motivaciones. Porque dudo que gente solvente, seria, con autoridad docente, sea responsable de algunas de las cosas que he visto.
Resulta menos evidente en matemáticas, por ejemplo. En disciplinas donde dos y dos suman cuatro. Pero cuando se refieren a lengua, conocimiento del medio y cosas así, el desorden y la aparente improvisación saltan a la cara en cada página. Las ideas básicas se pierden en detalles accesorios, lugares comunes, vaguedades facilonas. La Historia se plantea sin cronología, con absurdos y confusos saltos adelante y hacia atrás que nada establecen. Tampoco hay lecturas, o muy pocas. Ni criterio. Sólo ideas simples sin contexto intelectual, ni contrastes. Los textos se limitan a cumplir, supongo, con programas generales; pero no ahondan en nada. Todo es falto de rigor, sin plan último. Sin establecer qué conocimientos debe tener un niño para entender el mundo en el que vive. Sin estrategia para determinar qué interesa que los niños sepan, y cómo lograr que lo sepan: sólo tácticas oportunistas que buscan hacerlo todo fácil y asumible. Hojeando esas páginas comprendo perfectamente por qué hay niños de trece años que conocen los ríos de Valencia o de Extremadura y no los de España. Por qué ignoran qué es una preposición o un adverbio, para qué sirven y cómo deben usarse. Por qué hemos quitado a los chicos la posibilidad de comprender, y de pensar usando lo que han comprendido.
Nadie lo dice porque suena retrógrado; pero cualquier educador serio lo reconoce por lo bajini: ¿cómo es posible que la ley de Educación de 1957, pese a su paternidad franquista, siga siendo -en el país de los ciegos, el tuerto es rey- la más seria y eficaz? ¿La que mejor preparaba a los niños en materias generales como lengua, historia, lectura, redacción, literatura, ciencias naturales?... ¿Cómo es posible que en todos estos años de democracia, con dos partidos alternándose en el poder, no se haya llegado a un pacto de Estado en materia de Educación? ¿Que cada intento de consenso nacional se haya abortado por la vileza política, la cobardía moral, la foto en prensa y el telediario? ¿Que todavía, en este país desmemoriado, absurdo y ruin, haya tontos que sostengan, sin despeinarse, que la actual generación es la más culta y mejor formada de nuestra historia?
¿Quieren saber mi conclusión, con esos libros en la mano? ¿Lo que pienso al considerar que el conocimiento se renueva cada década, pero nuestros textos escolares cambian de año en año?... Pues que a ciertos editores y a quienes eligen esos libros para sus alumnos les importa un carajo la calidad. Todo es banalidad y nada es cultura. Para beneficio, naturalmente, de oportunistas y de golfos. De la educación se ha hecho ideología; y de la ideología, negocio. Vivimos un presente absurdo, sin pasado ni futuro: hemos rebajado la calidad de la enseñanza, y cada comunidad, cada colegio, cada taifa, hace lo que quiere. Nadie combate las faltas de ortografía, la incapacidad expresiva. No se trabaja la lengua, la expresión, la sintaxis, la gramática. Los padres son los primeros en protestar si se aprieta a los chicos en eso. Nadie quiere enfrentarse, comprometerse. En la universidad aprueban exámenes que hace veinte años habrían suspendido en bachillerato. Y así, los chicos llegan a los quince años sin saber nada. Y sin querer saber. Lo que lleva a una última pregunta: los consejeros de Educación, los maestros que eligen esos textos, los colegios, las asociaciones de padres, madres y perritos que les ladren, ¿saben lo que hacen? ¿Tienen un método riguroso, o también en eso, como en tantas cosas, hay cajones que no convendría abrir, por si salen moscas?
Arturo Pérez-Reverte
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miércoles, 9 de enero de 2013

¿Por qué se arrugan los dedos en el agua?


¿Por qué se nos arrugan los dedos en el agua? Una respuesta seria
Todos lo hemos experimentado alguna vez. Cuando pasamos mucho tiempo con las manos en el agua, dándonos un baño o fregando los cubiertos, los dedos en remojo se nos quedan arrugados como los de un anciano. Investigadores de la Universidad de Newcastle han indagado sobre el asunto y han llegado a la conclusión de que este efecto tiene una explicación que tiene que ver con nuestra propia evolución. Los dedos arrugados mejoran nuestro agarre de objetos mojados o que se encuentran bajo el agua, de la misma forma que un neumático con surcos se aferra mejor a la carretera. Es probable que esta capacidad les viniera estupendamente a nuestros antepasados dedicados a recolectar frutos en entornos húmedos.
Anteriormente se creía que las arrugas en manos y pies mojados eran el resultado del paso del agua por la capa externa de la piel, haciendo que se hinche, pero la formación de estas arrugas es en realidad un proceso activo. El arrugamiento distintivo está causado por la constricción de los vasos sanguíneos debajo de la piel, controlada por el sistema nervioso autónomo. Como es un proceso activo, debería tener una función importante. En efecto, los científicos de Newcastle han demostrado que puede ofrecer una ventaja.
En el estudio, publicado en la revista Biology Letters, se pidió a voluntarios que recogieran canicas de diferentes tamaños con las manos normales o con los dedos arrugados después de haber permanecido en agua caliente durante 30 minutos. Eran más rápidos con las canicas mojadas si sus dedos estaban arrugados. Sin embargo, los dedos arrugados no suponen ninguna diferencia a la hora de mover objetos secos. Esto sugiere que las arrugas en los dedos de manos y pies tienen la función de mejorar nuestro control sobre los objetos bajo el agua «o tal vez incluso sobre objetos húmedos en general».
Como neumáticos: «Hemos demostrado que los dedos arrugados dan un mejor agarre en mojado, lo que podría funcionar como las huellas de los neumáticos, que permiten que más parte de la rueda esté en contacto con el firme y se realice un mejor agarre», explica Tom Smulders, autor de la investigación.
A su juicio, en un tiempo remoto, las arrugas en los dedos pudieron favorecer a nuestros antepasados para recolectar alimentos en una vegetación húmeda o en arroyos. «El efecto en los dedos de los pies también supondría una ventaja, ya que pudo permitirles caminar mejor bajo la lluvia».
Esto plantea la pregunta de por qué no tenemos los dedos permanentemente arrugados. «Nuestros pensamientos iniciales son que podría disminuir la sensibilidad en los dedos o aumentar el riesgo de daños cogiendo objetos», apunta Smulders, que no descarta nuevos estudios al respecto.
ABC
Félix Velasco - Blog

domingo, 6 de enero de 2013

El Roscón de Reyes

Llega el día de Reyes y con los regalos de los magos de Oriente, el roscón que echa el cierre a los excesos gastronómicos de las Navidades a base de harina, levadura, azúcar, mantequilla, huevos, agua de azahar, frutas escarchadas y almendras.
El dulce final encierra la expectación por conocer a quién le tocará este año el haba y tendrá que pagarlo o bien será el afortunado de la figura al que se le colocará la corona. El suspense es tan antiguo que se remonta a las fiestas romanas en honor a Saturno, dios de la agricultura.
Las Saturnales se celebraban con motivo del solsticio de invierno y en ellas se comían unas tortas redondas que se repartían también entre los esclavos. El que encontraba el haba seca escondida, era tratado como un rey y si era esclavo quedaba libre ese día. Con la institucionalización de la fiesta de los Reyes Magos en el siglo III, el pastel pasa a vincularse a la Epifanía.
Ya en 1361 en el Reino de Navarra se llamaba Rey del Faba al niño que encontraba el haba en el roscón, según un testimonio del siglo XII recogido por el antropólogo Julio Caro Baroja en «El Carnaval» que también hace referencia a una tradición similar con una torta y una moneda relatada por el poeta andalusí Ben Quzman en la Granada del siglo XII.
Existe una teoría según la cual el dulce llegó a España desde Francia por medio de Enrique IV Rey de Navarra, otros creen que los soldados destinados en Flandes importaron la costumbre que se popularizó bajo el reinado de Felipe V. Sea cual fuere la ruta, el postre se abrió camino en la Península como roscón de Reyes en nuestro país o «Bolo Rei» en Portugal.
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Inauguración del Camp Nou

MEMORIA HISTORICA: 24 de Septiembre de 1957 - Fiesta de inauguración del Campo Nuevo del Fútbol Club Barcelona (así se llamaba).
Imágenes de NODO que gran parte de la actual afición azulgrana desconocerá.
Autoridades, la junta directiva, entrenador y plantillas de jugadores, de todas sus categorías, tuvieron un comportamiento normal, sin la politización secesionista de la que le han cargado los que actualmente se han apoderado del club.
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viernes, 4 de enero de 2013

Idiomas

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jueves, 3 de enero de 2013

Carta a los Reyes Magos - 2013

Queridos Reyes Magos:
Los malos tiempos que vivimos y el mal ejemplo político han hecho desaparecer de nuestra sociedad la actitud positiva, debilitado nuestra creencia en nosotros mismos y en nuestro potencial, generando desconfianza y desesperanza. Ello nos ha conducido al miedo que nos obliga a encerrarnos en nuestro egoísmo, impidiendo la unión honesta y sincera con los demás, llevándonos irremediablemente al fracaso individual y colectivo. Gran parte de los problemas que estamos sufriendo tienen su origen en el abandono del sentido común.
Príncipes de Oriente, habíamos superado la economía de subsistencia y conquistado las comodidades básicas, pero muchos pensaron que el crecimiento era ilimitado y que la mejor manera de impulsar la economía, incluyendo la propia, era vivir a crédito. Ese mismo que ahora nos niegan y que ha puesto a España bajo la picota de especuladores. Los resultados del desbarajuste de esa "fiesta" los sufrimos todos.
Majestades, lo que nos sucede es consecuencia de una cultura de lo inmediato, que no ha contemplado los riesgos a largo plazo. La creatividad y la innovación son partes de un todo, y ese todo es la capacidad del ser humano para aprender lo que otros antes aprendieron, conocimiento acumulativo, y para innovar hay que tenerlo presente, bien sea para apoyarse en él, desprenderse en parte o partir de cero. La educación es otro grave caos que sufrimos, tanto lo que nos enseñan las personas cualificadas, como lo aprendido por uno mismo y la capacidad de aprender de los errores, es básico.
Por todas estas razones, Altezas, si no es mucho pedir llevaos muy, muy, muy lejos a todos los fanáticos, falsos mesías, populistas, secesionistas, corruptos, mediocres,... que pululan por nuestra nación y han hecho de ella su "modus vivendi" durante estos últimos años, inculcádonos prejuicios limitadores, xenofobia, dividiendo a las personas de buena voluntad, sembrando el odio y enfrentandonos unos contra otros.
Así, pues, este año me gustaría que repartiéseis por toda España grandes cantidades de SENTIDO COMUN, SERENIDAD, SERIEDAD, CULTURA, PROSPERIDAD, ESPERANZA, VALENTIA, AMOR Y RESPONSABILIDAD.
Un saludo afectuoso
Félix
Félix Velasco - Blog