sábado, 26 de marzo de 2016

Azotes



En la bipolaridad de la Guerra Fría, había soluciones fotogénicas para militar en la pulsión antioccidental. Véase el Che de Korda. El comunismo tenía coartadas intelectuales y era un bálsamo para la conciencia gracias a propósitos tales como la redención de los oprimidos. Casi era ir a misa de otra manera. Pese a su propio terrorismo en los años de plomo -Brigate, RAF, etc-, y pese a las guerras periféricas y las «black ops» de los servicios secretos, no traía a Occidente la noción de muerte indiscriminada, aniquiladora de toda una civilización, que tiene a los europeos haciendo lacitos y pegatinas de «Je suis», como en un concurso de creatividad mortuoria y de entreguismo sentimental, desde que el contrapeso de la siguiente bipolaridad lo ocupa el yihadismo.

Para comprender la empatía con los yihadistas de los «alcaldes del cambio», capaces de encontrar justificación para una bomba detonada en una cola de facturación o para un ametrallamiento durante un concierto de rock, hay que recordar que el esquema mental de esta extrema izquierda -¡lo nuevo!- no ha evolucionado un ápice desde la Guerra Fría. Siguen viendo en los Estados Unidos, y por añadidura en Occidente, un ente culpable, antagonista, que engendra violencia imperialista. Lo único que han alterado es el actor al que encomiendan el azote y la venganza de sus resentimientos. Y aquí es donde empieza el problema para ellos. Porque no es fácil tomar partido por la Yihad, que no es fotogénica como el Che ni está adornada por coartadas intelectuales, sino que reparte a domicilio muerte indiscriminada por una interpretación religiosa que nos convierte a todos en víctimas potenciales por el mero hecho de existir. Y cuando digo a todos, me refiero también a los musulmanes que luchan desde la primera hora contra el ISIS y cuyas cabezas fueron clavadas en las verjas de las plazas públicas.
¿Se puede empatizar con psicópatas así? ¿Con decapitadores, con asesinos en masa, con forjadores de un mundo en el que los homosexuales son arrojados desde azoteas? La extrema izquierda europea hace todo lo posible por lograrlo pese a la podredumbre del material humano de que dispone para perpetuar el rencor antioccidental que antaño estuvo encomendado al comunismo. Porque ése es su esquema mental: el que impone la idea de que, por definición, toda violencia ejercida contra Occidente tiene un componente de legitimidad porque es una respuesta al imperialismo y al capitalismo. Este automatismo comenzó con el mismo 11-S, cuando la pregunta podrida fue: «¿Qué habremos hecho a estos buenos salvajes para obligarlos a vengarse de esta manera?».
No deja de ser paradójico que, cuando más aislada y residual debería ser esta extrema izquierda en la Europa sometida a ataque, más cerca está de consagrarse como poder institucional en la España antojadiza, subyugada por la cuchilla purgante.
David Gistau
Félix Velasco - Blog 

La voltereta


Convergència no se hizo independentista por convicción sino porque Mas creyó que de este modo remontaría las encuestas adversas y se mantendría en el poder. La primera desviación se produjo en 2012, y durante los siguientes tres años, empujados hacia el abismo por ERC y por un progresivo derrumbe electoral en favor de los republicanos, los convergentes se fueron radicalizando y arrinconando, de modo que el partido gallo de la política catalana, capaz de pactar con todas las gallinas, se fue poco a poco convirtiendo en una gallina más, y no en una de las más atractivas, precisamente. Fue tal el despropósito, que a la gallina convergente le cortaron la cabeza –Mas– pero como hacen algunas gallinas cuando son decapitadas, continuó corriendo por inercia nerviosa, y ahora tenemos este Puigdemont agitado, que no lleva a ninguna parte, y que intenta salvar inútilmente a Convergència del naufragio.
Algunas veces escribí que Mas era gafe y me acusaron de ser demasiado coloquial, pero exactamente como predije, este hombre, con sus propias decisiones y sin que de la nada surgiera un líder carismático y alternativo, ha acabado arruinando su carrera política y la hegemonía de su partido en Cataluña.
Las presuntas redefiniciones ideológicas de los convergentes no son tales. Se trata de meros trucos de maquillaje para intentar engañar a la vez al votante que les queda y al votante que se les fue, porque Convergència no tiene ninguna otra ideología que permanecer en el poder. Así, mientras parece renunciar a la independencia automática y regresar a la idea del referendo y del pacto con España; le exige a Esquerra, netamente independentista, que de repetirse las elecciones generales, concurran con ellos en una candidatura única, en tanto que las encuestas sugieren que el partido de Junqueras podría ampliar su ventaja respecto del pobre Quico Homs y pasar del 9 a 8 actual a un mucho más abultado 10 a 6.
Mas creyó un día de 2012 que si perseveraba en sus excelentes políticas de austeridad, perdería la Generalitat, y así recurrió a la épica secesionista. Hoy su partido entiende que no tiene ni la fuerza electoral ni la política para lograr la independencia, y así recula en busca de alguna fórmula que le permita remontar, o como mínimo disimular la derrota.
No son las ideas, es el cinismo. No es Cataluña, es el poder. No es el nacionalismo, es el oportunismo más rastrero y ajeno a cualquier convicción, que busca renacer aunque sea de las migajas para perpetuar su negocio y su trama, y su modo de vivir de la política catalana.
Si a Mas le juraran que con un giro autonomista volvería a ser presidente y con mayoría absoluta, volvería a hacer la voltereta, que es lo que ha hecho durante toda su vida.
Salvador Sostres
Félix Velasco - Blog

viernes, 25 de marzo de 2016

Bélgica en su laberinto


La Gran Mezquita de Bruselas fue inaugurada en los años sesenta. Financiada por Arabia Saudí y bajo tutela del radical clero wahabita. Allí se formó el núcleo duro del yihadismo europeo.
–Medio siglo después. Era un 9 de septiembre, cuando el comandante Masud recibe, en Afganistán, a dos periodistas europeos. Nadie podía prever lo que sucedería dos días más tarde. Masud, héroe militar contra la URSS, era la única esperanza de un Afganistán libre frente a los talibanes. Apenas iniciada la entrevista, el cámara pulsa su cinturón explosivo. Y Masud muere camino del hospital. Con él se va la última esperanza de un poder afgano no islamista. 48 horas después, dos aviones se incrustarían en las torres de Manhattan. Una guerra empezaba. Ésta en la cual vivimos. Los asesinos de Masud eran yihadistas tunecinos de Al-Qaeda formados en Bélgica. La carta de recomendación de la que hicieron uso para llegar hasta el comandante afgano había sido redactada en el ordenador del número dos de Bin Laden, Ayman Al-Zawahiri. Afganistán quedaba, a partir de ese día, bajo la exclusiva potestad política y religiosa de Al-Qaeda.
–En mayo de 2014, Mehdi Nemmouche, asesina a punta de kalashnikov, a cuatro visitantes del Museo Judío de Bruselas. Nemmouche había completado el ciclo que lleva de pequeño delincuente a asesino yihadista en la madriguera salafista del Molenbeek del cual procedía y donde recibió su primer adoctrinamiento y sus primeras lecciones en el manejo de las armas.
–El 21 de agosto de 2015, dos soldados estadounidenses de vacaciones y un pasajero francés frustran la matanza general que, en el tren Thalys que hace el recorrido de Ámsterdam a París, trata de ejecutar un yihadista armado hasta los dientes. Ayoub El-Khazani provenía de Molenbeek. Como, con casi seguridad, de Molenbeek provenían su kalashnikov, sus nueve cargadores y su pistola automática.
–París, noviembre de 2015. Doscientos asesinados en un concierto de rock and roll y en varias cafeterías colindantes, atentado fallido contra el Estadio de Francia, repleto de aficionados al fútbol y presidido por François Hollande. Todos los asesinos provenían de Molenbeek. El último de ellos, Salah Abdeslam, no pudo ser detenido hasta hace una semana. Durante todo un año, permaneció oculto en esa comunidad al margen de la legalidad belga.
Pero no es de ahora esta tragedia que hace de Bélgica la plataforma principal del yihadismo en Europa. Desde los años sesenta, los atentados antisemitas fueron allí una rutina: en 1969, atentado con granada contra tripulantes de la línea israelí El-Al; en 1979, lanzamiento de granadas contra viajeros israelíes en el mismo aeropuerto de Zaventem en el que se produjo la matanza de anteayer; en 1980, lanzamiento de granadas contra un grupo de escolares judíos en Amberes, un chaval de quince años muerto; en 1981, coche bomba ante la sinagoga de Amberes, tres muertos; en 1982, ametrallamiento de la sinagoga de Bruselas…
Entre tanto, Bruselas se había convertido en la capital de Europa. De la UE, al menos. Y es ése el paradigma de la esquizofrenia en la cual vive nuestro continente. En el mismo espacio, el centro institucional de lo que decía aspirar a ser una primera potencia y la fortaleza blindada de ciudades (Molenbeek en primer lugar, pero no sólo) en las cuales no hay más legalidad vigente que la sharía. Los islamistas se saben en guerra contra una Europa democrática, laica y, por tanto, intolerable. Dan esa guerra. ¿Sabremos, frente a ellos, darla nosotros?
Gabriel Albiac
Félix Velasco - Blog

sábado, 12 de marzo de 2016

Todas las Cataluñas que han sido



Cataluña ha sido muchas cosas. En el imaginario pujolista de los noventa era Lituania. Fue Puerto Rico algo más tarde, como el País Vasco, que también pasó por fases igualmente ridículas. Ni que decir tiene que fue Quebec, ese ejemplo inexplicado según el cual la voluntad irredenta de sus ciudadanos les llevó una y otra vez… a quedarse en Canadá. También ha sido Escocia recientemente: el contratiempo del voto negativo a la independencia –de alguien que en su día sí lo fue– supuso un pequeño revés a las pretensiones de sus líderes, convencidos de que para una vez que se les pregunta podrían decir que sí y ayudar a los demás. Pero ahora, a la vuelta de estos años malditos, Cataluña se ha emparejado a Angola. Y a Albania. Tanto sufrir para llegar aquí. El caso es que Angola y Albania y Camboya gozan de la misma consideración crediticia que el exquisito Principado del noreste peninsular. Ya es triste, pero si la Administración catalana quiere endeudarse, quiere pedir dinero a los inversores para hacer frente a sus planes, va a tener la misma consideración que los tres enclaves anteriormente citados, paraísos del progreso como bien se sabe.
Cataluña debe hasta callarse, cosa que no hace. La culpa de la putrefacción de las cuentas públicas catalanas no está, como intuyen, en la desgraciada actuación de sus sucesivos gobiernos y en el latrocinio de su establishment. La culpa está en España, como anteayer escupió, sin mayor complejo, el peludo Puigdemont. La España del FLA es, por lo visto, la causante de que la Administración catalana deba cerca de setenta mil millones de euros y de que nadie, repito, nadie, le deje dinero. De no ser por los fondos de liquidez autonómica que sufragan todos los españoles –los catalanes también– los funcionarios de Gerona o de Lérida no cobrarían su nómina este mes y todos aquellos proveedores de la Generalitat a los que esta debe dinero no verían ni un solo euro de lo que se les adeuda. Es evidente que esa ayuda del Estado a un territorio como el catalán resulta imprescindible si se quiere guardar equilibrios mayores: un descenso de Cataluña en el ranking afecta a la credibilidad de toda España y perjudica a las cuentas generales, no solo a las catalanas. Lo cual quiere decir que hay que hacerlo, y ya. Pero sorprende que con la misma mano que recogen el dinero de todos los españoles para poder pagar nóminas y pensiones se dispongan a hacer sucesivos cortes de mangas. La abominable España de la que unos cuantos se quieren independizar es la misma a la que acuden desesperados para poder amanecer mañana sin que la soga les apriete el cuello de forma mortal; lo cual, por demás, no va a servir para que haya una cierta consideración en el lenguaje o en los aprecios elementales. España es culpable y no hay más que hablar.
Esa desafección de la que tanto se habla, esa desconexión efectiva que algunos constatan en el quehacer diario catalán, también se produce en sentido contrario, desgraciadamente. En Cataluña vive mucha gente que merece el aprecio y la solidaridad del resto de los españoles, pero a efectos sociales parecen no importar. Cuando una perfecta idiota en forma de alcaldesa (Colau) desprecia al Ejército en función de la ignorancia y el odio sectario que le corre por su cuerpo, muchos creen que todo lo que les pase a los barceloneses les está bien merecido. Como cuando las agencias de rating les equiparan a países de tercera. Y no es eso. O al menos no del todo. No se puede caer en la tentación de considerar Cataluña como un todo encarnado en despreciables tipos como Colau, Mas, Junqueras o Puigdemont. Difícil, pero no hay más remedio.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog