jueves, 30 de junio de 2011

Master and Commander - Boccherini theme

Piratas del Caribe - Tema

Marisol.."Háblame del mar marinero"



Háblame del mar marinero,
háblame del mar,... hablame...
dicen que hay toros azules
en la primavera del mar ,
que el sol es el caporal ,
y las mantillas las nubes ,
que las mueve el temporal
dicen que hay toros azules
en la primavera del mar...
háblame del mar marinero,
dime si es verdad lo que dicen de él,
desde mi ventana no puedo yo verlo,
desde mi ventana el mar no se ve,
háblame del mar marinero ,
cuéntame qué sientes alli junto a él
desde mi ventana no puedo saberlo
desde mi ventana el mar no se ve.........
Dicen que el barco navega ,
enamorado del mar,
buscando sirenas va ,
buscando sirenas nuevas ,
que le canten al pasar
dicen que el barco navega ,
enamorado del mar....
Háblame del mar marinero ,
dime si es verdad lo que dicen de él ,
desde mi ventana no puedo yo verlo,
desde mi ventanna el mar no se ve
háblame del mar marinero
cuéntame que sientes alli junto a él,
desde mi ventana no puedo saberlo
desde mi ventana el mar no se ve.....
háblame del mar marinero ...
háblame del mar..... háblame....

"Paso firme". Marisol - Pepa Flores. Un rayo de luz.


Luchemos noblemente con mucha valentía
Que no dude la gente de nuestro gran valor.

Las manchas de la ropa se lavan con jabón
las nuestras lavaremos con sangre del corazón.

A por ellos
los valientes
con la espada
con los dientes.
Soy guerrero,
huelo a sangre,
y ya quiero,
combatir.

¡En marcha los luceros,
desfilen mis valientes!

¡No os vayáis valientes!

Con las balas enemigas
nos haremos los valientes
nos haremos gachas migas
y palillos de los dientes.

Con paso firme y marcial
marchemos codo a codo a luchar
y no se piense nadie rendir
y no se piense nadie rendir
que es preferible morir.

Con paso firme y marcial
marchemos codo a codo a luchar
y no se piense nadie rendir
y no se piense nadie rendir
que es preferible morir.

Teresa Berganza - Las morillas de Jaén


Tres morillas me enamoran
en Jaén
Aixa, Fátima y Marién.
Tres morillas tan garridas
iban a coger olivas
y hallábanlas cogidas
en Jaén
Aixa, Fátima y Marién.
Y hallábanlas cogidas
y tornaban desmaídas
y las colores perdidas
en Jaén
Aixa, Fátima y Marién.
Tres morillas tan lozanas
iban a coger manzanas
en Jaén
Aixa, Fátima y Marién.
Una a uno y uno a una
se quieren bien
Aixa, Fátima y Marién.
  (Canciocilla popular del sXV)

Narciso Yepes - Fantasía para un Gentilhombre

Narciso Yepes - Concierto de Aranjuez

Narciso Yepes - Recuerdos de la Alhambra

Narciso Yepes (Romance Anonimo)

Los Regulares, un siglo de Historia


Las Fuerzas Regulares, conocidas actualmente como Grupos de Regulares, con presencia en Ceuta y Melilla, celebran sus primeros 100 años de historia en los que han conseguido ser la unidad más condecorada del Ejército español.
Así lo atesoran sus 73 Laureadas de San Fernando, 18 de ellas colectivas, sus 61 medallas militares colectivas y 208 individuales, un palmarés que, por ahora, no iguala ninguna otra fuerza del Ejército español.
Las Fuerzas Regulares nacieron en Melilla por Real Decreto el 30 de junio de 1911, constituidas fundamentalmente por indígenas y que tienen como antecedentes unas unidades de "carácter irregular" llamadas "Gums", "Idalas" o "Harkas", mandadas por oficiales españoles y que llevaban a cabo misiones en la zona del Protectorado.
Los grandes resultados obtenidos en la zona por estas unidades "irregulares" llevó al Gobierno a crear unas fuerzas, con personal indígena, pero de carácter regular, matiz que dio nombre a la unidad, que se denominó "Fuerzas Regulares".
La primeras bajas, cinco meses después
La historia de las Fuerzas Regulares se ha puesto de manifiesto este año en numerosos actos que ha venido celebrando la Comandancia General de Melilla como conferencias, juras de bandera, exposiciones e inclusola publicación en prensa de varios capítulos que resumen todo lo que han marcado estos cien años.
El "bautismo de fuego" de los Regulares tuvo lugar cinco meses después de su creación, donde se produjeron las primeras bajas de las 90.000 que ha sufrido esta unidad a lo largo de su centenario.
Fue en Buxdar, campaña a la que siguieron luego otras como la del Kert, un año después, donde el teniente Jaime Samaniego consiguió la primera de las Laureadas.
Hasta 1914 las Fuerzas Regulares sólo contaban con presencia en Melilla, pero a partir de esta fecha se crean nuevos Tabor en Ceuta, Tetuán, Lareche y Alhucemas.
Con el Desastre de Annual en 1921, esta unidad pierde a la mayor parte de sus efectivos, pero pronto consigue recuperarse para continuar con la denominada guerra de África, cuyo final se inicia con el desembarco de Alhucemas en 1925, considerado el primer desembarco anfibio de la historia bélica.
Terminada la contienda en África, la Guerra Civil española supuso una expansión de los cinco Grupos Regulares, con once tabores cada uno.
Sin embargo, una vez terminada, se tuvieron que reorganizar, ya que había 70.000 hombres sirviendo en ellos, de los cuales el 90 por ciento eran indígenas.
Se inicia entonces una nueva distribución hasta que la independencia de Marruecos motivó que muchos de los soldados indígenas se unieran a las fuerzas armadas de dicho país, lo que produjo el repliegue hacia Ceuta y Melilla, las únicas dos ciudades que cuentan todavía con su presencia.
A pesar de su relativa reciente historia, los Regulares son una de las unidades más significativas: su peculiar uniforme que recuerda a las contiendas de África, con el tarbu, particular sombrero rojo, o su paso lento en los desfiles, les diferencia del resto.
Agencia EFE
Félix Velasco - Blog

miércoles, 29 de junio de 2011

¿Qué Estado? ¿Qué Nación?


Envuelto en la armadura de su estolidez, deliró ayer el presidente. No es nuevo. Hablamos de alguien que llegó al cargo merced a una rara carambola: su partido daba por perdidas las elecciones en 2004, buscó sacrificar a un desechable don nadie; no había otro más adecuado a ese desairado papel que el tal Rodríguez Zapatero. Y llegó lo no previsto: el 11M. Gobernó. Trajo la ruina.
Daba vergüenza oírle farfullar ayer tonterías económicas que no entendía. Pero no, vergüenza daba al principio. Ahora concita el aburrimiento y el enfado. ¿Cómo ha podido permitir el Parlamento que una nulidad así dispusiera de siete años para completar su política de tierra quemada? Es terrible la responsabilidad de quienes no han sabido —más allá de las siglas de partido— negociar juntos la destitución de un sujeto fuera de sus cabales y, por tanto, perjudicial en igual medida para todos. Un insensato no tiene ni color ni ideología. Tiene sólo peligro.
Tampoco es un azar que este desastre sucediera. Es el síntoma final de una serie de fatales carencias de la España contemporánea. No hay Estado ya. No hay nación siquiera. No hay nada más que un turbio tejido de intereses, de los cuales da muestra poco equívoca el afán con que las gentes que gobiernan batallan por buscarse un buen empleo internacional antes del definitivo desastre. Lo más lejos posible. Allá donde poco se sepa de sus habilidades.
No hay Estado. Democrático. Si es que lo que define a un Estado democrático sigue siendo aquella contraposición de poderes que teorizara Montesquieu: la que imponía que, por la fuerza de las cosas, el poder refrenara al poder. Viene de atrás la destrucción: de la felipista ley orgánica del poder judicial, que enterró la hipótesis constitucionalista de 1978. Es lo que llega ahora al paroxismo en esa horrible farsa, que trueca algo que no es poder judicial, el Tribunal Constitucional, en irregular instancia de casación de la última instancia jurisdiccional: el Tribunal Supremo. El modo en el cual Zapatero garantizó al PNV la anulación de la sentencia del Supremo sobre Bildu, a manos de la institución partidista que preside el señor Sala, hubiera provocado una crisis de Estado en otros sitios. Aquí no.
No hay Gobierno. Ni un átomo de eso quedó, desde el día mismo de hace más de un año en el cual la UE dictó —bajo amenaza de intervención— a Zapatero el viraje de su política económica. Hay ministerios descoordinados, que no saben a qué juegan. Y hay uno que suplanta a la Presidencia: el ministerio a cargo del control policial. Que su titular sea el próximo candidato socialista es lo único serio —¿o preocupante?— en esta farsa.
No hay nación. La «cuestión discutible y discutida», de la cual partió la era Zapatero, ha acabado por construir realidad a su medida. Zapatero creó, primero, el disparate de aceptar dos sujetos constituyentes distintos en el estatuto —Constitución, de hecho— de Cataluña. Lo remató, finalmente, cuando obtuvo del Constitucional una sentencia encaminada a encarrilar la mayoría independentista en el próximo parlamento vasco. ¿Nación? Ni discutible, ni discutida. Dinamitada. Es la histórica herencia del hombre que soñaba con pasar a la historia. Puede dormir tranquilo: ya ha pasado.
Gabriel Albiac
Félix Velasco - Blog

El último patriota

Hacer leña del árbol caído no es agradable ni elegante, pero el presidente del Gobierno no nos deja otra opción con su discurso de ayer, engañoso, inoperante y vacío, como si quisiera cerrar su mandato con una muestra de lo que ha sido todo él. Ni una sola palabra de arrepentimiento por la cadena de errores cometidos desde que negó la existencia de una crisis hasta que se vio obligado a renunciar a la reelección debido a ella. Ni la más ligera admisión de responsabilidades por la calamitosa situación en que deja España. Ni una sola verdad sobre el pasado, el presente o el futuro. Solo las viejas y trilladas mentiras sobre el posible inicio de la recuperación en la segunda mitad del año, los obligados guiños a la izquierda —incluidos los «indignados» del 15-M— y las puñaladas arteras al PP, dando a entender que es el culpable de nuestras desgracias por no apoyarle en sus reformas. Olvidando, primero, que esas reformas no son suyas, sino le han venido impuestas desde fuera. De por sí nunca las hubiera hecho. Y segundo, que ni siquiera las está llevando a cabo con la diligencia y profundidad que requieren, razón de que sigan apremiándole desde las instancias internacionales. En resumen, el Zapatero de siempre, traicionando a todo el mundo, empezando por él mismo.
Pero lo más obsceno en este discurso sobre el estado de la nación, que lo único que tuvo bueno fue ser el último, estuvo en el aroma patriótico —¿o patriotero más bien?— que le insufló. El mismo personaje que cuando le preguntaron si España era una nación contestó que «ese es un concepto discutido y discutible»; el que se lanzó a una negociación con Eta sin saber dónde se metía; el que prometió a los nacionalistas catalanes darles lo que le pidieran y ha rebajado el nivel de nuestro país en todas las clasificaciones internacionales, se nos presenta ahora como un cruzado de los de «¡Santiago y cierra España!», atreviéndose incluso a acusar de falta de patriotismo a quienes le critican. Y eso, no, señor Zapatero, eso es ya demasiado. Usted puede revisar toda la memoria histórica que quiera, tener sus ideas sobre qué se hizo bien o mal en el pasado y dar sus opiniones al respecto, faltaría más. Pero darnos lecciones de patriotismo, no. No, porque para eso hay que creer en el propio país, cosa que usted, lo siento, ha demostrado creer muy poco. Ahora dice que «es necesario un esfuerzo colectivo para superar la crisis». No era lo que decía cuando, aliado con los que no se sienten españoles, trataba se establecer un cordón sanitario en torno a los que no pensaban como usted, es decir, a media España por lo menos. Lo mínimo que pudo usted hacer ayer, fue disculparse por ello. No lo hizo, sino continuar con sus insidias. Lo que quiere decir que su último discurso sobre el estado de la nación fue tan falso como lo que ha venido haciendo al frente de ella.
José María Carrascal
Félix velasco - Blog

Diferencias en la percepción cromática entre hombres y mujeres

Félix Velasco - Blog

El patético

Solo faltó que los dos leones que flanquean el pórtico del Palacio de Congresos, fundidos con el bronce moro de Wad-Ras por Ponciano Ponzano, agitaran sendos pañuelos blancos en señal de despedida a José Luis Rodríguez Zapatero para que el patetismo de la primera jornada del Debate sobre el estado de la Nación fuera completo. El presidente, lacrimógeno y ucrónico, recitó la sarta de naderías de su discurso y lo remató despidiéndose de la Cámara, de la oposición, de su propio grupo parlamentario y de cuantos por allí pasaban o se amontonaban en sus desordenados recuerdos. De hecho, cerró su perorata como debiera concluir, si llega a pronunciarla, la del final del Debate de Presupuestos que es lo que nos tiene anunciado; pero, como aconseja la experiencia, no es cosa de sacar conclusiones de sus gestos ni de tomarle demasiado en serio. Tampoco a la ligera, que el poder, como los toros, tiende a resultar imprevisible y siempre es susceptible de una derrota que haga pupa.
Tan hueco y desaconsejado se presentó ayer el todavía líder socialista y ya declinante jefe del Ejecutivo que, en puridad, solo tuvo dos apuntes pretendidamente sustanciosos en su salmodia parlamentaria: el apunte de un servicio de socorro a quienes viven la tribulación de la deuda hipotecaría, algo que se escapa de sus posibilidades presupuestarias, y la proclama de una regla de gasto para las Autonomías que, sensu contrario, ya está en los Presupuestos. Nada de nada. Incluso menos que eso. Es lo inevitable en quien ya ha acabado su repertorio y, por evitar el mutis, insiste en el concierto.
Aunque algunos melómanos le llaman «Patética» a la sexta, y última, sinfonía de Chaikovski, la mayoría tenemos por la auténtica «Pathétique» la sonata para piano nº 8 de Beethoven. En el territorio de la política española no hay confusión posible. Nadie osaría disputarle a Zapatero el título exclusivo de «el patético». Se le han acentuado, en contradictoria simultaneidad, las ojeras y la sonrisa y, asincrónico en el gesto, transpira melancolía. No supo ponerse en pie, en la solemnidad de un desfile, ante la bandera norteamericana y ahora tiene que arrodillarse ante una realidad que no quiso ver venir y, peor todavía, a la que no ha podido enfrentarse. Es otro signo de su tremenda irresponsabilidad. Aunque, para él, sea algo discutido y discutible, la Nación no tiene por qué someterse al trago amargo de un líder derrotado por los acontecimientos y tan aferrado a su propio poder que, con su actitud, impide la labor de su relevo socialista y, lo que es más grave, la de su sucesor en el Ejecutivo. Patético. Y me quedo corto.
Manuel Martín Ferrand
Félix Velasco - Blog

martes, 28 de junio de 2011

No es una guerra

Lo de Afganistán no es una guerra. Lo dijo Zapatero en el Congreso. «Se trata de una misión bélica, no de una guerra». Cualquier día, ante un plato de jamón, se aventurará a decir: «Se trata de la pata de un cerdo, pero no es un jamón». El problema es que España ha entregado a eso que no es una guerra y que los cejeros han olvidado por completo noventa y seis vidas. Noventa y seis soldados de España caídos en Afganistán en cumplimiento de su deber y en una misión bélica, que de guerra nada. A las guerras van los soldados cuando el Gobierno del Partido Popular los envía a misiones de paz. Entonces se arma la marimorena. Pero esta supuesta «misión bélica» que nos ha costado noventa y seis vidas de noventa y seis héroes no le importa, ni afecta, ni hiere, ni le molesta a ningún farsante paniaguado y pesebrista de la llamada «cultura». Noventa y seis caídos y centenares de heridos, pero no es una guerra, vaya por Dios. ¿Cómo vamos a combatir con nuestros aliados de civilizaciones? Ellos sí luchan contra nosotros, porque no han tenido acceso a la gran idea de Zapatero. La Alianza de Civilizaciones –¿sigue Mayor Zaragoza en el chollito?–, esa descomunal soplapollez de nuestro presidente del Gobierno, no ha tenido respuesta entre los talibanes. Y nos han matado a noventa y seis soldados en medio de la afonía oficial y el silencio de los golfos. Sucede que una buena parte de la izquierda no considera sagrada la vida de los soldados, y menos aún, si quien la ha puesto en riesgo es un Gobierno socialista. Y aquí no tiene sitio ni cabida la polémica. Son nuestros soldados, nuestros militares, los de todos, y su honor es el que salva nuestro deshonor, y su valentía es la que cubre nuestra cobardía, y su sacrificio es el sustento de nuestra comodidad, y su espíritu el contraste de nuestra indolencia. No tengo duda de que por escribir todo esto voy a ser señalado como un fascista peligroso. Si ése es el precio, lo pago honrosísimo. La señora ministra de Defensa nos tendría que explicar desde el Parlamento, con más acierto que su Presidente del Gobierno, la diferencia que se establece en su particular idioma entre una guerra y una misión bélica. Y si insisten, tanto ella como su desvencijado jefe en no reconocer que nuestras Fuerzas Armadas han sido enviadas a Afganistán a combatir contra los talibanes, contra Al Qaeda y contra el terrorismo islámico, tendremos sobradas razones para responsabilizarlos de la muerte de nuestros noventa y seis héroes caídos en esa guerra que no existe aunque se considere una misión bélica, odioso juego de palabras del cinismo buenista y majadero que hoy impera en España. A todo esto, los indignados no se indignan con la muerte de nuestros militares caídos y heridos en una guerra figurada. Les importa un bledo. Y para rizar el rizo de la indignidad y el oportunismo, coincidiendo con la muerte de los últimos dos soldados españoles, «llamadme Alfredo» hace un guiño a la izquierda radical y planea reducir en 40.000 los efectivos de nuestras Fuerzas Armadas, ya ajustadas hasta el límite en su personal. Los ejércitos, le guste o no a «llamadme Alfredo», son fundamentales y no admiten más reducciones de plantilla y presupuestos. No se quejan los militares, porque apechugan con lo que les venga, pero han alcanzado la frontera de la operatividad. No se merecen propuestas demagógicas, sino el reconocimiento a su heroica labor. ¿Por qué en lugar de soldados y marineros no se planea «llamadme Alfredo» reducir en 40.000 el número de sindicalistas liberados que no dan con un palo al agua? No habrá respuesta.
Alfonso Ussía
Félix Velasco - Blog

lunes, 27 de junio de 2011

Luz a oscuras

En los últimos años he desarrollado una cierta prevención hacia las actitudes intelectuales que seguramente tiene mucho que ver con el progresivo descreimiento al que llegamos los hombres a medida que envejecemos. Se trata sobre todo de recelo ante el intelectual, una figura que con cierta frecuencia no se dedica a explicar con claridad las ideas profundas, sino a oscurecer los conceptos más elementales. Es como si la claridad le diese miedo, como si temiese caer en la vulgaridad de que se le entienda lo que dice. Lo suyo es explicar la luz aflojando la bombilla. Al intelectual le apasiona complicar los conceptos de manera que a los demás les parezca que la sencillez es una malformación de la inteligencia, un defecto que conviene corregir. Consideran motivo de descrédito intelectual que sus ideas puedan ser entendidas sin necesidad de explicaciones que las hagan resultar aun más confusas. Al intelectual lo que le apasiona es sentirse en minoría, pero no en una minoría vulgar, sino en una minoría admirable, como si fuese un héroe del pensamiento, el depositario del estoicismo de la luz, la referencia heroica del talento incomprendido. Por eso leen novelas de las que dicen que son complejas porque no se atreven a admitir que están mal escritas. O presumen de deleitarse escuchando composiciones musicales que parecen escritas bajo la influencia de cierta insensibilidad al ruido. Es cierto que hay conceptos equívocos que sólo se pueden entender bien empleando toda la capacidad de nuestra inteligencia, pero no lo es menos que a veces lo que hace el intelectual es oscurecer un concepto meridianamente claro para que su comprensión parezca lejos del alcance de la gente corriente. Nada asusta tanto a un intelectual como la posibilidad de que a sus seguidores sus ideas les resulten fácilmente comprensibles. Necesitan presentarse como tutores exclusivos de la inteligencia y es seguramente la razón por la que jamás aclaran una duda si no es a costa de sembrar dos dudas nuevas. A lo mejor es que la condición de intelectual reside en su facilidad para iluminar una idea arrojando más oscuridad sobre ella, algo tan absurdo como sin duda lo sería fabricar hielo con agua y un soplete. ¿A que se debe ese miedo del intelectual a ser comprendido? ¿Teme acaso que su prestigio se resienta por culpa de que sean accesibles sus ideas? El caso es que a mí esa clase de intelectual me recuerda un poco el caso del médico que se sirve de su pésima caligrafía para oscurecer un diagnóstico del que no está muy seguro. Pero allá ellos, los intelectuales vanidosos y confusos. Los demás humanos podemos vivir sin la irónica oscuridad de sus iluminaciones intelectuales. Mucho menos lúcidos que nosotros, los cerdos consiguen fabricar jamón sin saber biología.
José Luis Alvite
Félix Velasco - Blog

Una mentira más

Acabamos de asistir a otra de las grandes mentiras –ésta con menos trascendencia institucional– del Gobierno socialista (no sé si es ya de Rodríguez Zapatero). Me refiero a la batalla existente dentro del propio Gobierno por mantener el límite de velocidad en los 110 kilómetros por hora o por volver a los 120. Como la mayoría de los españoles considera la reducción como una metedura de pata, nos muestran a un Rubalcaba victorioso defendiendo lo que desean los ciudadanos. ¡Venga ya! Puro electoralismo. La puesta en escena tras el Consejo de Ministros rayó con la obscenidad. Pero lo que importa es que así no hay forma de que nos tomen en serio. ¿Cómo van a confiar en España con este Gobierno sin una idea clara ni razonable? De las otras las tiene por seguidillas, a raudales. La perogrullada del 110 fue abroncada por todos. Ése sí que fue un acontecimiento planetario, sideral incluso. Y Zapatero, a su bola. Por más que el mundo opine lo contrario, está convencido de que el mundo se retractará. Ni se han reducido los accidentes, ni ha disminuido el consumo de gasolina (el descenso ha sido debido a la crisis) ni la decisión era sostenible. No sé cómo ni quién convenció a Zapatero, porque, según mi amigo Rogelio, ni ha conducido ni ha ido a 110. El mundo desarrollado nos contempla asombrado. Ayer a 120, hoy a 110, mañana a 120. Ayer las comunidades autónomas podían endeudarse, hoy por la mañana no, por la tarde algunas, al día siguiente todas. Ayer una ley de cajas, hoy otra, mañana cualquiera sabe. Afuera están perplejos. Así es la vida.
Iñaki Zaragüeta
Félix Velasco - Blog

domingo, 26 de junio de 2011

Volantazos

Estamos en manos de un grupo de arbitristas inestables y desorientados que se equivocan en lo importante y en lo accesorio, en lo grande y en lo chico. Gobiernan a bandazos no ya de conveniencia ni de encuestas, sino de puro desconcierto. Han hecho del error un sistema y de la autoenmienda un arte. Y es tal su confusión, su pérdida de sentido, que ya no sólo no aciertan más que cuando rectifican sino que hasta las correcciones parecen nuevas modalidades de extravío.
Ignacio Camacho
Félix velasco - Blog

Los humildes

Es sorprendente la cantidad de pensamientos y sentimientos encontrados, contradictorios, que puede ocultar un individuo cualquiera. Me sorprende a mí mismo que, en medio del fragor de mi existencia de ambicioso competidor teatral –un terreno bastante pantanoso–, los humildes hayan despertado en mí sentimientos parecidos a los de la madre Teresa de Calcuta. Algo que podría mover a risa. Pero, en verdad, es una bien profunda identificación, que me desarma y hace que me sienta tan desposeído y vulnerable como ellos, que me llore a mí mismo por todos. 
Esto tiene un origen remoto, que pudiera diagnosticarse clínicamente como un trauma infantil. ¿Por qué secreta rendija entraron los humildes a ejercer esa rara y específica presión sobre mi ánimo? Lo voy a contar.
Tenía yo unos siete años y asistía a la escuela pública, que lindaba con las afueras de mi pueblo. Era una deslumbrante mañana de La Mancha, la clase estaba terminando y, de repente, otro chico de la misma edad que yo, vestido pobremente, me dijo: –«Mi madre ha muerto». –«¿Y cómo estás aquí?», le pregunté. El niño no me contestó, sino que me propuso: –«¿Quieres verla?». –«Bueno, ¿dónde está?». –«Aquí cerca».
Y durante el recreo, nos escapamos y el niño me llevó a una huerta y una casita de las afueras. Ni en la huerta ni en la casita había otras personas que nosotros dos. Reinaba una especie de silencio animado de perfumes huertanos y piar de pájaros. Una luminosa desolación.
Entramos en la casa y, en la primera habitación, estaba la joven muerta en su féretro, muy arreglada, con su traje oscuro «de vestir», las manos cruzadas, con un crucifijo pequeño de metal y una ramita florida de no sé qué. A la cabecera, lucían un par de hachones. Hacía mucho calor.
Los dos, cogidos de la mano, nos detuvimos ante la muerta sin decir palabra. Yo me fijaba en sus zapatos puntiagudos, negros, algo separados en ángulo y con la suela sin gastar, como de estreno. No sé qué de terrible y estremecedor veía en aquellos zapatos.
¿Por qué no había nadie en la casa, por qué aquel niño no había tenido otro refugio que asistir a la escuela, como todos los días? No vi que llorase, sino que parecía estar orgulloso de mostrármela, tan elegante y tan compuesta… Y tan solemnemente cadavérica. Algo extraño y conmovedor. Un pobre y humilde chavalito, que presumía de «madre muerta».
Igualmente, sin decir palabra, salimos al exterior. El trino de los pájaros y el rumor de los insectos, el sol taladrante sobre la huerta y la soledad de aquel lugar se fijaron en mi memoria como el marco natural y cotidiano que rodeaba a aquel chavalito reconcentrado y tan serenamente triste. Que luego ha representado para mí a toda una infinidad de niños tristes y humildes, niños de mi tierra y de más allá.
No sé qué especie de amor y de angustia ante la inocencia y la humildad se adueña de mí, suscita una interrogación sin respuesta, en la que no puedo invocar a Dios. Ni siendo «de izquierdas», ni siendo comunista, ni siendo misionero ateo, ni sacrificándome por ellos evitaré que existan siempre, que siga siempre produciéndose aquello de…
–«Mi madre ha muerto». –«¿Y cómo estás aquí?». –«¿Quieres verla?». –«Bueno, ¿dónde está?». –«Aquí cerca». 
Y luego, gravitando sobre nosotros, aquella luminosa desolación. ¿Cómo podemos definir ese «tirón emocional» de positivo o negativo? Me paraliza en la «pena y el amor», como si asistiera con todos al velatorio de mi madre muerta, mi humilde mamá, vestida con sus mejores galas y sus zapatos a estrenar, para que la entierren con la mayor decencia y compostura.
Mi amigo pequeñín, mi precioso compañerito, siempre serás mi hermano, siempre iremos juntos, de la mano, hacia el misterio sin salida, envueltos en la misma radiante desolación de aquel huerto y aquella casita de las afueras.
Francisco Nieva
Félix Velasco - Blog

Aído, de la agencia del Flamenco a asesora en la ONU

La ex ministra de Igualdad, defenestrada por el propio Zapatero en su remodelación de Gobierno de octubre de 2010 -y actual secretaria de Estado de Igualdad- se va a Nueva York para ejercer de segunda de abordo en UN Women, organismo dependiente de la ONU.
Se trata de un paso más de la ex ministra, nacida en Alcalá de los Gazules en 1977, que empezó su carrera en la Junta como directora de la Agencia Andaluza para el desarrollo del Flamenco. Es un ejemplo paradigmático de carrera meteórica en política, incluso a pesar de sonoras polémicas como la que hizo referencia a su muy bien situada pareja sentimental.
Ayudada, eso sí, desde las instancias del partido, la ex ministra pasa ahora a ejercer un cargo de asesora y deja para el recuerdo un enorme número de frases y meteduras de pata que, sin embargo, dan testimonio de su paso por el Gobierno de España.
1. "...los miembros y las miembras de esta comisión"
La ministra defendió en un pleno del Congreso la creación de un teléfono para maltratadores creando una nueva palabra. Un lapsus que luego trató de justificar como sigue.
2. "Guay y Fistro no lo tuvieron tan difícil para entrar en el DRAE"
De esta curiosa manera Aído trató de defender el supuesto "neologismo" de las "miembras". En la cadena SER, la entonces ministra no logró otra cosa que profundizar en su famosa metedura de pata.
3. "Un feto de trece semanas es un ser vivo, pero no es un ser humano"
Mucho más serio, por lo que significa, fue la excusa de la entonces ministra para su ley del aborto.
4. "¿Qué valor daba Aznar a la vida humana cuando nos metió en una guerra injusta e ilegal?"
Aído defendió, de nuevo, su ley del aborto refiriéndose al ex presidente y la guerra de Irak –y no a la de Afganistán- aprobada de acuerdo a las leyes nacionales e internacionales.
5. "Cualquier joven puede ponerse tetas sin que sus padres lo sepan"
Aído comparó el aborto con una operación estética para tratar de atajar críticas. De nuevo, no le salió bien. Con la ley de Autonomía del Paciente por bandera, la ex ministra comparaba el aborto sin consentimiento paterno con una operación de aumento de pecho.
6. "Esto de las cofias, es que yo no lo aguanto. Habría que ponérselas también a los hombres."
La escritora Reyes Monforte relató una anécdota que hace referencia a la ya ex ministra. Aído se opone al burka de esa manera.
7. "A la ministra de Igualdad la atacan porque no pueden soportar que una mujer joven y de pueblo pueda ocupar un sillón en el Consejo de Ministros"
En una entrevista en El País en julio de 2010 la entonces ministra, siempre a la defensiva, dio su visión personal de los ataques. Y hablando de sí misma en tercera persona.
8. "A veces siento que hay un avatar de Bibiana Aído que dice cosas que yo no he dicho nunca"
En esa misma entrevista la gaditana reflexionaba en alto y de esa manera sobre la visión que de ella da la prensa.
9. "Vamos a crear una biblioteca para y por mujeres"
"En España sólo se hacen bibliotecas para todos los españoles". La biblioteca, centrada en estudios de género, está abierta "a hombres y mujeres", señaló luego Aído.
10. "Teléfono para resolver las dudas de los hombres"
Una de sus ideas, de la cual se desprende que el hombre es el único capaz de maltratar. Por no mencionar la utilidad práctica de un teléfono para personas dispuestas a agredir a su pareja, y no para víctimas. Tal y como se expuso en Libertad Digital, la ministra tuvo que rectificar de nuevo: es para "resolver las dudas de los hombres", llegó a decir.
11. "Los que me critican, que ladren"
La ministra cree que los ataques sufridos desde todos los sectores se deben a los intentos de hacer daño al concepto de igualdad entre hombres y mujeres.
J.M. González
Félix Velasco - Blog

sábado, 25 de junio de 2011

Manos de sepulturero

A mucha gente le fascina la idea del éxito y organizan sus vidas en función de conseguirlo. Cada vez con más frecuencia se confunde la popularidad y el éxito. Se puede ser popular como resultado de un esfuerzo profesional reconocido, pero también se consigue lo mismo sin haber hecho nada importante en la vida. O por haber hecho las cosas mal, que es como consiguen su popularidad algunos políticos y muchos criminales. No hay que indagar demasiado para recordar el caso de personas que fueron famosas a su pesar y se defendieron de la popularidad con uñas y dientes, como en el caso del escritor J. D. Salinger, capaz de defender a tiros su discreta vida casi de ermitaño. En cambio sufrió mucho en su ostracismo su colega Ernest Hemingway, incapaz de sobreponerse a la pérdida de la popularidad y a su declive profesional. En televisión vemos con frecuencia a chicas que se hacen famosas por unirse a tipos populares y que no tienen otro mérito que el de someterse, con abnegada disciplina, a la cirugía plástica y a las pruebas en el taller fallero de la modista. La de la carne femenina sin oficio es una popularidad efímera que tiene un elevado gasto de mantenimiento y se esfuma sin remedio a medida que se marchita la belleza. Mujeres hermosas que fueron populares hace sólo algunos años, sufren ahora los rigores de un anonimato al que se saben incapaces de sobreponerse. La televisión tiene un hambre insaciable de novedades cosméticas y come más carne que las fieras del circo. A veces uno se detiene en esos programas y se da cuenta de que, en según que circunstancias, el éxito sólo es una indigna manera de arrastrarse bajo el ominoso peso de la lisérgica luz del plató que causa estragos en esos rostros femeninos demacrados por los excesos a los que a veces lleva la fama. Es como si muchas de esas criaturas desdibujadas, con el rostro drenado por la ginebra o por la voraz mordedura del tiempo, supiesen a ciencia cierta que la puerta por la que se sale del plató de televisión puede ser en su caso la misma por la que se entra al tanatorio. Sin duda no ignoran que por la portada de la revista se llega también a la página de las esquelas. Y si se fijasen bien, se darían cuenta de que el tipo que les prueba la ropa en el camerino tiene las manos del sepulturero que cava para ellas una fosa en ese remoto lugar del cementerio en el que ni siquiera Dios es más popular que la muerte.
José Luis Alvite
Félix Velasco - Blog

jueves, 23 de junio de 2011

Pensarás


Hemos llegado a una situación en la que ya, el único mandamiento moral que puede sostener a la humanidad es: "Pensarás".
Félix Velasco - Blog

miércoles, 22 de junio de 2011

Aun quedan flores que no mueren cerradas


A veces conviene replantearse la vida y recuperar el placer por las cosas elementales. Encontrar dinero en la mano al abrir el puño no es necesariamente más hermoso que si al abrir los puños te encuentras con la enorme riqueza de tener las manos limpias. Si abriéramos más los ojos nos dariamos cuenta de que incluso en la oscuridad .
José Luis Alvite
Félix Velasco - Blog

Una llave

¿Quien no se dio alguna vez malos pasos en la vida? Hagas lo que hagas, quien quiera saber de ti podrá encontrarte siempre al final de tus pisadas. Incluso en los momentos de mayor soledad te quedará la esperanza de que haya un café caliente aguardando por tus labios frios en algún lugar; y en tu bolsillo, una llave que dé en alguna puerta.
José Luis Alvite
Félix Velasco - Blog

Kerétaro

NO, no he escrito en el título el topónimo mexicano Querétaro con las normas de ortografía que un día que probable-mente estaba pasado de maracas se le ocurrieron a García Márquez. He escrito Kerétaro por envidia a la salud de la lengua española al otro lado de la mar oceana, a propósito de la encuesta convocada por el Instituto Cervantes para determinar la más hermosa palabra de nuestro idioma, en la celebración del Día E, la fiesta del español en el mundo. (A propósito de la E: para Día E, los ya olvidados días de vino y rosas del Plan E que en paz descanse, donde tiramos los millones y millones que no teníamos en arreglar las aceras que estaban divinamente.)
Envidio a los mexicanos porque han proclamado el orgullo de su topónimo, y no como en este Reino, donde la lengua española ha perdido la guerra de la geografía frente a los otros idiomas peninsulares. Si Querétaro estuviera en las Vascongadas, ya no sería Querétaro, qué va, Querétaro habría sido desterrado por españolista y opresor. Sería Kerétaro. A mí lo que de verdad me hubiera gustado es que en ese concurso del Instituto Cervantes, más que elegir la palabra más hermosa, le hubiéramos hecho un funeral de tres capas al más bello topónimo castellano desterrado de los letreros de las carreteras, de los listados de Correos y hasta del mapa del tiempo por la dictadura de las otras lenguas peninsulares. Tan hermosa como Querétaro es la palabra Fuenterrabía, y, ya ven, ha dejado de existir. Decir Fuenterrabía es atentar contra las libertades del pueblo vasco. Aunque estemos hablando en castellano, debemos decir Ondarribia u Ondabirria, una cosa así. ¡Vamos, como si dijéramos London y no Londres, y Firenze y no Florencia!
Donde el Instituto Cervantes debería defender la lengua española es, por ejemplo, en las Cortes, donde se ha ordenado que incluso escribiendo en castellano pongamos Vizcaya con falta de ortografía, porque hay que decir Biscaia, ¡toma ya! Y hay que decir Gipuzkoa, con K, y sin U detrás de la G inicial, con lo que como yo no sé fonética vascuence (ni Dios lo permita), cuando la leo como «Jipúzcoa». Como hay que escribir Getaria, que yo leo como «Jetaria», topónimo que suena a la jeta que le echan los dictadores de las otras lenguas peninsulares para imponer su criterio frente a la riqueza del español.
El Instituto Cervantes debería echar el resto para defender los topónimos castellanos en los telediarios y en la prensa escrita. Para que Lérida siguiera siendo Lérida y no Lleida. Para que Gerona siguiera siendo Gerona y no Girona. Para que las Illes Balears fuesen las Islas Baleares de toda la vida, y que cuando salen por la tele en el mapa del tiempo las reconozcamos. Yo no reconozco a Eivissa. Como no sé que cuando dicen San Boi de Llobregat están hablando del San Baudilio de toda la vida. Como no sé que Vilanova i la Geltrú es Villanueva y Geltrù, para mí la conjunción copulativa se sigue escribiendo con y griega y no con i latina, como esos charnegos ridículos que renuncian a su patria andaluza y para catalanizarse se hacen poner en el DNI: «Josep Antoni García i Pérez».
Qué maravilla Colombia, Perú, México, Cuba, Puerto Rico, donde no hay topónimos de derechas y topónimos de izquierda, topónimos opresores y topónimos políticamente correctos. Donde Querétaro sigue siendo Querétaro y no Kerétaro.
Antonio Burgos
Félix Velasco - Blog

martes, 21 de junio de 2011

Tiras para rascar



La pirotecnia para la verbena de San Juan. Era el petardo más "inocente" para los niños pequeños. Se cortaba en tiras, se rascaba contra la pared y chisporroteaba, ta-ta-ta-ta-ta…
Pero muchos niños lo mojaban con la lengua, pues donde lo aplicabas húmedo salía un extraño brillo, debido al fósforo.
Félix Velasco - Blog

La pérdida de España

Han transcurrido mil trescientos años. Y sin embargo, algunos de los efectos de aquel acontecimiento, malaventurado para la Cristiandad europea, siguen proyectando sus consecuencias todavía entre nosotros. Dos partidos políticos enfrentados, especialmente en torno a la cuestión sucesoria, desgarraban la Monarquía wisigoda. Y uno de ellos, el de los witizanos, que contaba con ayudas entre la alta nobleza y el alto clero –Julián y Opas se incrustarían en nuestra leyenda– decidieron recurrir al auxilio de los berberiscos recientemente convertidos al Islam, confiando en que les permitirían destruir a Rodrigo y hacerse dueños del poder. Perolos que con Tarsis vinieron y destruyeron en Guadaleta al monarca visigodo, obedientes a su emir Muza, decidieron los contrario: ahora el poder es nuestro y vamos a quedarnos con él. Muchas veces sucede esto a lo largo de la Historia; quienes buscan aliados acaban siendo simples instrumentos en sus manos. El Islam, abierta la brecha, amenazando a Europa por todos sus flancos, dio enorme impulso a la expansión. Treinta años después o quizas algo más tarde, un monje mozárabe que vivía en las afueras de Coirdoba, cuyo nombre ignoramos, comenzó a pensar en todo esto. Y descubrió que no se trataba únicamente de la caída de un sistema político, el reino visigodo de Toledo, sino de algo más; y la calificó de «pérdida de España». Ciertamente era así. Lo que se había perdido era algo más que un esquema político, cuyas deficiencias describe sin la menor duda, sino todo un modo de ser, de creer y de esperar, herencia de Roma de donde procedía también y muy precisamente el nombre, Hispania. Los musulmanes comenzaron precisamente por borrar este nombre y, recurriendo a raíces anteriores, fabricaron el de al-Andalus. Pero al-Andalus no coincidía con la Península. Allá en los altos valles cantábricos o pirenaicos, focos de resistencia habían conseguido afincarse, obteniendo incluso una mínima victoria que fue engrandecida con posteriores leyendas. La gran cueva no quería ser parte de al-Andalus. Ella era «España». Y todavía en broma decimos los asturianos que, a fin de cuentas, Asturias es España y todo lo demás tierra conquistada. Una de las grandes singularidades históricas estaba ahí. Fue ella la única nación que el Islam no pudo retener: en un esfuerzo, focos de resistencia lograron recobrar el territorio perdido. Y, al final, rondando la fecha clave de 1492, un humanista, el bachiller Palma, pudo decirnos: «Quien vido a España un reino, un principado tan grande». Pero volvamos ahora a nuestro amigo el anónimo monje mozárabe que trataba de continuar la línea de San Isidoro. Para él, un acontecimiento decisivo acababa de producirse: el año 732, Carlos Martel había conseguido detener el empuje musulmán y obligarle a dar la vuelta. Y el mozárabe llama a los soldados del carlovingio «europenses». Aquí ya no cabe duda. Es Europa la que se enfrenta a los que hablan la lengua árabe y, desde el latín, y no desde el germánico, defiende un mundo en el que la persona humana es protagonista. Y esos retazos que aún siguen en pie de la antigua Hispania son reconocidos también como parte de Europa. De este tampoco cabe la menor duda; aun partida en pedazos, España sobrevive como una nación. Es cierto que este término se aplica durante la Edad Media de muy diversas maneras ya que lo que intenta significar es naturaleza o nacimiento. Pero resulta muy significativo que en ningún momento haya dejado de considerarse parte de Europa, cuando ésta todavía prefería llamarse Christianistas o Universitas cristiana. Los resistentes de los altos valles y del litoral cantábrico muestran un agradecimiento profundo a Carlomagno y lo que él significó. Cuando pudo incorporar a sus dominios la parcela oriental del Pirineo, llamó a este dominio Marca Hispánica. Y cuando Asturias II que es una parte de ese ámbito carlovingio. Primera lección que de estos acontecimientos remotos que ahora conmemoramos, aunque sin celebrarlos, es ésta: los partidos políticos deben tener sumo cuidado; a veces, en sus enfrentamientos, aparte de la batalla por el poder, están poniendo en juego la estructura misma de aquello que dicen estar dispuestos a defender. Se debe establecer muy claramente el orden de valores prestando atención y servicio a aquello que es verdaderamente importante, el bien de la «república». Así al menos lo expresaban los documentos medievales. Segunda lección: España es una nación y de ella se hacen eco preferente muchos de los autores medievales. El que escribe un poema sobre Fernan González no duda en decir que «de toda España Castilla es lo mejor». A lo que replica años más tarde las Crónicas del Ceremonioso: nadie piense de otro modo ya que «Cataluña es la mejor tierra de España». Se me dirá que me estoy moviendo en medio de las brumas del pasado. Pero no puedo olvidar que cuando los mercaderes cántabros y vascongados forman, en Brujas, una Universidad dotada de privilegios para su comercio, la denominan «nación española». Como emblema, ya que en ella predominaban los vizcaínos, escogieron para sí el árbol de Guernica y los lobos que formaban el esquema de la Casa de Haro que acababa de fundar Bilbao. Tercera lección y, sin duda, la más importante. Esa nación española se vincula íntimamente a Europa, de la que forma parte. Es mucho lo que Europa debe a España, pero es mucho más lo que ésta debe a Europa. Olvidarlo, en estos momentos, sería causar un gran daño. Pero Europa tiende a la unidad, considerándola como muy superior a los apartamientos que tanto daño nos hicieran durante siglos. Y parece que los españoles, al menos en número apreciable, estamos optando por una solución divergente. El año 711 es un buen instrumento para la meditación. En la Historia, los errores que se descubren tienen también una gran importancia.
Luís Suárez
Félix Velasco - Blog

Pocos

Lo cierto es que en Madrid fueron pocos los manifestantes presumiblemente indignados. Uniformidad antisistema, estudiado desaliño marginal y espesura corporal acentuada por el calor. Treinta y cinco mil personas se reúnen en Madrid por cualquier motivo, y sin contar con tanta propaganda en los medios de comunicación afines a la izquierda. El cantante José Guardiola, en la década de los sesenta y con su canción estrella «Di Papá» interpretada al alimón con su hija, congregó en Madrid a veinticinco mil almas. La Capital de España es muy generosa en la aportación de masas para lo que sea. El salón de actos de la Lotería Nacional se llena en cada sorteo, por poner un ejemplo lacerante. ¿Ustedes conocen algo más aburrido que un sorteo de lotería? Madrid se abre a toda cachupinada.
Mientras pasaban por las cercanías de mi humilde casa me vino la pregunta. ¿Por qué han necesitado siete años y medio para indignarse? 
Y supe responderme. Porque se avecina un período de poder político liberal y conservador. La izquierda –lo escribí días atrás–, no sabe perder en las urnas, y este movimiento no tiene otro objetivo que entorpecer la normalidad institucional y social cuando los socialistas, los hacedores del desastre, se vayan a casa. Ahora piden una huelga general. No tengan dudas al respecto. Se convocará pocas semanas después del cambio clamorosamente anunciado. La huelga general inmediata no entra en sus planes. Se enfadarían los que manejan, desde la sombra, el timón de sus rumbos.
Justo es reconocer que, al menos en Madrid, la manifestación fue pacífica, entendiendo como tal la ausencia de violencia. Pero han cambiado las simpatías. La constante ocupación de espacios públicos ha contribuido a la pérdida de muchos afectos ciudadanos. La ciudadanía comprensiva se ha formulado la misma pregunta. ¿Por qué siete años y medio para indignarse? ¿Por qué no se indignaron cuando se alcanzó la cifra de cuatro millones de parados, dos años atrás? Y vamos a Mourinho. ¿Por qué, por qué y por qué?
He hablado con muchos de los originales indignados. Casi todos ellos, jóvenes. Gente variopinta y por lo general, estupenda. Algunos quedan en el movimiento. Otros se han ido porque han detectado una obsesiva simpatía hacia el 15-M de la opinión y los medios controlados o influidos por el PSOE. No entienden que los culpables se conviertan en sus propagandistas y protectores. Y todos ellos, incluidos los que se mantienen, aseguran que la infiltración ideológica y partidista es la que manda en la actualidad, dentro del caos, en la tardía indignación. «Al principio olíamos a sudor. Pero ahora olemos a política, y eso ha desvirtuado nuestro esfuerzo».
Madrid es una ciudad, y vuelvo a ello, generosa y abierta. Reunió a más de un millón de personas cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco.
Y aunque muchos se molesten, a un millón y medio de españoles –vinieron desde todos los puntos de España–, en la última visita del Papa Juan Pablo II. Treinta y cinco mil personas no marcan ni el principio ni el final de una época. A Enrique Tierno Galván le acompañaron en su entierro un millón de madrileños, y dos años más tarde los socialistas perdieron las elecciones. Madrid es emotiva y acogedora, y sabe medir por experiencia.
Es la ciudad más manifestada de España. Los indignados con siete años y medio de retraso han convocado a quince mil personas más que José Guardiola cantando el «Di Papá». Pues no es mucho, la verdad.
Alfonso Ussía
Félix Velasco - Blog

domingo, 19 de junio de 2011

Cafe del Mar - The legend


Félix Velasco - Bolg

Siempre las mismas ratas

En este planeta azul, o del color que tenga ahora, hay gente aficionada a la ornitología, la ictiología y a cosas así. Fulanos que siguen paso a paso la vida social de las mofetas, las costumbres predatorias de la trucha de vivero o el apareamiento de la hiena del Kalahari. Como le dijo el torero al filósofo, hay gente para todo. Yo mismo, sin ir más lejos, también soy aficionado a la zoología. Me gusta observar, y sobre todo confirmar, el comportamiento de las ratas. Consideren si esta afición viene de antiguo, pues ya en 2004, en esta misma página, publiqué un artículo titulado Las ratas cambian de barco.Que lo mismo les interesa. Y les suena: 
«En los últimos ocho años, cada vez que abríamos un diario oencendíamos la radio estaban allí, ellos y ellas, empleados en minuciosas tareas de palmeo fino y succión, peones de brega dispuestos a dar unos oportunos capotazos para ayudar al señorito. Lean algunas columnas de periódico, oigan ciertas tertulias radiofónicas y decidan ustedes. Lo chusco es que uno, que fue puta antes que monja, ya conocía a varios de la etapa anterior. Tenía las fotos de esos mismos jetas peloteando con idéntico entusiasmo a los anteriores amos del cotarro. Incombustibles, inasequibles al desaliento y sin cortarse un pelo, en plan muy bueno lo tuyo, ministro, o hay que ver, presidente, está feo que te lo diga, pero eres un hombre providencial. Y encima, guapo. Siempre dije que tú esto y que tú lo otro. A unos cuantos de esos lameculos tuve ocasión de tratarlos un poco durante mi época de reportero, cuando a veces me tocaba la cobertura informativa de un viaje oficial a alguna zona africana o latinoamericana de mi competencia, primero con la Ucedé y luego con el Pesoe. Pasmaba el compadreo, oigan. Las mamadas. 
Luego ganó el Pepé -es un decir, porque en esta puta España nunca gana la oposición; pierden los gobiernos-, y todos los sicarios que llevaban acumulados cuatro trienios ganándose el jornal como finos analistas orgánicos decidieron que, con la coartada moral de contribuir al pluralismo democrático del nuevo tinglado, no había problema en integrarse en las tertulias de radio y en los medios informativos copados por los vencedores. Cobrando, claro. Todo lo contrario: allí podrían aportar su granito de arena, su experiencia y su hombría de bien. Y oigan. Tanta dedicación echaron a lo de templar, que ponías la radio o la tele y siempre salían los mismos, con sus lugares comunes, su demagogia inculta y todoterreno, su osadía a la hora de enjuiciar cualquier tema situado en el cielo o la tierra. Y sobre todo, su descarada adulación al poder que les llenaba el pesebre. 
La verdad -las cosas como son- es que en momentos como lo del Prestige y la guerra de Iraq todos esos mierdas se ganaron el jornal, adaptándose con pasmosa flexibilidad a cada coyuntura: virtuosos de la contradicción propia sin consecuencias, especialistas en afirmar lo contrario de lo que afirmaban semanas atrás, maestros en echar cortinas de humo con la coletilla: yo siempre sostuve que. Y ojo: no hablo de quienes, por convicción ideológica o por los garbanzos, justifican su salario de honrados mercenarios trabajando para quien les da de comer. Eso lo hace hasta el que aprieta tornillos en la Renault. No. Hablo de los otros. De ciertos impúdicos polivalentes, útiles lo mismo para un cocido que para un estofado. De los trincones golfos que, entre lametones y lametones, viajes en aviones presidenciales y comidas en La Ancha -donde nunca pagan ellos la cuenta- ensañándose con el débil y adulando al poderoso, tienen los santos huevos de manipular y mentir como ratas, mientras se proclaman sin ningún rubor ecuánimes, equilibrados, vírgenes y honorables. 
Y claro. Ahí los tienen de nuevo, cogidos a contrapelo e intentando recobrar el paso perdido. Yo no quería, me obligaron, sólo pasaba por allí. Como para echar la pota, oigan. El espectáculo. Pese a lo mucho que llevamos visto en este desgraciado país, todavía asombra el cinismo, la demagogia, el oportunismo con el que esa gentuza se cambia de bando -mi apuesta clara siempre fue Zapatero, la arrogancia del Pepé no podía terminar bien, etcétera- y se dispone a trincar, a costa de sus perspicaces análisis, también durante los próximos cuatro años. ¿Y saben qué les digo? Que ahí estarán: en las mismas tertulias, en las mismas radios, en las mismas teles y en las mismas columnas de los diarios. Diciendo sin despeinarse lo contrario de lo que decían hace un mes, como si los lectores y los oyentes y los teleespectadores fuésemos gilipollas. Que lo somos. A fin de cuentas, mande quien mande, quienes detentan el poder siempre necesitan a los mismos». 
Lo mismo les suena la historia, como digo. Así que para qué voy a escribirla otra vez. Si ya lo hice hace siete años. 
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

Visor


Una pasada,... lo más parecido al Internet del momento.
Félix Velasco - Blog

Dios y la política

Este es un tema recurrente. ¿Hay normas que están por encima de las propias constituciones de los estados? Para los anglosajones, desde luego que sí. En los billetes de dólar se lee la apelación a la creencia en Dios; y por encima del poder real de los británicos existe la figura divina a la que se apela para la salvación del reino: «God save the Queen». Efectivamente, por más laicista que sea un estado, hay determinadas normas que están por encima de la opinión pública o, incluso, de la voluntad nacional expresada en un momento determinado. Es la única forma de impedir que determinados totalitarismos, derivados de catastróficas situaciones económicas o políticas, se impongan en algunos momentos de la historia de las naciones arrasando, al fin, esa misma voluntad popular que los ha aupado. Escucho últimamente a algunos políticos del Partido Popular que quieren justificar sus actitudes corruptas, que han sido avalados por la expresión de las urnas democráticamente manifestada en las últimas elecciones locales. Especialmente en la Comunidad Valenciana. Y nada hay más erróneo y antidemocrático que eso. Pues los políticos deberían saber que lo que el pueblo ha dicho blanco hoy mañana dice que es negro y se queda tan tranquilo, ya que para eso es pueblo. ¿O acaso no han leído el «Julio César» de Shakespeare? Dios, desde luego, no avala esta política o aquella otra. Al César hay que darle lo suyo y a Dios lo que le es propio. El respeto a las creencias, la humildad del ser humano ante la inclemencia, el saber que hay normas que están por encima de nosotros que deberíamos respetar, desde luego nos hacen más fuertes. Y el despreciar todas esas creencias resulta letal para principios tan fundantes de la vida democrática, como son la libertad, la igualdad y la caridad o fraternidad.
Jorge Trías
Félix Velasco - Blog

sábado, 18 de junio de 2011

La gallina de los huevos de oro

Érase una Gallina que ponía
un huevo de oro al dueño cada día.
Aun con tanta ganancia mal contento,
quiso el rico avariento
descubrir de una vez la mina de oro,
y hallar en menos tiempo más tesoro.
Matóla, abrióla el vientre de contado;
pero, después de haberla registrado,
¿qué sucedió? que muerta la Gallina,
perdió su huevo de oro y no halló la mina.

¡Cuántos hay que teniendo lo bastante
enriquecerse quieren al instante,
abrazando proyectos
a veces de tan rápidos efectos
que sólo en pocos meses,
cuando se contemplaban ya marqueses,
contando sus millones,
se vieron en la calle sin calzones.
Félix María Samaniego
Félix Velasco - Blog

Cuestión de manchas

Suele considerarse natural, casi irremediable, que los jóvenes sean de izquierdas y que evolucionen hacia posiciones conservadoras a medida que avanzan hacia la vejez. Según esa idea, el ideario político guarda más relación con la biología que con el pensamiento, de modo que los jóvenes se posicionan en la izquierda casi con los mismos criterios atléticos con los que a esa edad se deciden por el lanzamiento de jabalina. Después se hacen mayores y se acercan a la vejez con una actitud ideológica conservadora que les hace abominar de los excesos de la juventud y renegar sin vacilaciones de las alegrías hormonales de la adolescencia. Desde esa óptica fisioideológica, la evolución hacia posiciones de derechas no sería una conquista intelectual, sino la consecuencia de un fracaso físico. De acuerdo con esa simpleza conceptual tan querida por los propagandistas de la izquierda impulsiva y torácica, uno se reconvierte a la derecha casi al mismo tiempo que merma su capacidad para el desenfreno, es decir, no cuando hace una reflexión inteligente y revisa su pensamiento, sino cuando constata que le falla la próstata. Ocurre también con frecuencia, casi con el rigor de una norma, que las ideologías se corresponden con una forma distintiva de vestir y que un intelectual no puede ser considerado canónicamente de izquierdas si en su manera de arreglarse no es evidente ese calculado desaliño indumentario de los actores progres, que se gastan un dineral en parecerse al tipo que les pide limosna en la puerta del cine. Todos conocemos el caso del escritor que no debe su prestigio a lo que cunde entre sus lectores una obra prolija e incontestable, sino a lo bien que le sientan la chaqueta con coderas, la pashmina y el sombrero. No está bien visto que el intelectual parezca que viene del sastre y se presente recién aseado. En este país suele confundirse con ligereza el pensamiento y la presencia, la cultura y la perfumería, de modo que tratándose de un escritor de izquierdas, hará alarde de que adora el desencanto y desprecia el éxito, para que quede fuera de toda duda que la suya es una existencia abnegada, estoica, casi misérrima, aunque al llegar a casa mire por encima del hombro a la cocinera y se enjuague la mano de escribir vertiendo una infusión de farmacia en la vajilla del té.
José Luis Alvite
Félix Velasco - Blog

Del 15-M al 15-J

Desde la Transición no se daban tantas fatídicas combinaciones. Unos meses más y el legado de ZP pasará directamente al Guinness. Hace ya un mes, en la jornada de reflexión, lo escribí en esta misma columna: «Esperemos que, tras el pretendido boicot al PP y el asalto simbólico a los bancos de Valencia y Cádiz, las movilizaciones del 15-M sigan siendo pacíficas. Porque lo que sí sería una lástima es que lo que ha comenzado siendo la movida ilusoria de jóvenes utópicos acabe en siete días enredada entre okupas, antisistema, radicales y oportunistas». Lástima, sí, porque exactamente así es como ha terminado. Con la peor patulea acampada aún en la Puerta del Sol, con el asalto a un acto universitario del Príncipe, con el secuestro a los parlamentarios catalanes, con el boicot a la constitución de parlamentos y consistorios, y con algún oportunista infiltrado en la movida, como Cayo Lara, pescador, sin éxito, en río revuelto. Éste es el cuadro y ya está al completo. Bajo la pasividad del Ministerio del Interior, que, literalmente, no sabe por dónde atajar la indignación. Difícil lo tiene el candidato del PSOE, porque la violencia genera un factor de imitación peligroso, que si no se detiene se multiplicará exponencialmente como estamos viendo. El poli bueno que pretendía ser Rubalcaba tendrá que tornarse en poli malo o salir del Ministerio poniendo pies en polvorosa.
De momento este miércoles, el 15-J, hemos vivido el episodio más grave derivado del movimiento 15-M, como ha sido el secuestro del Parlamento de Cataluña, el más serio acaecido en España desde el 23 de febrero. De lo que los políticos tendrán que extraer lecciones, y cambiar si cabe algunos de sus «habituales»comportamientos. Porque, ¿acaso los ciudadanos entienden que Zapatero responda que «no» le preocupa la deriva del 15-M? ¿Acaso es razonable que el ministro del Interior huya de los periodistas sin dar explicaciones? ¿Acaso es sensato que el responsable del desastroso dispositivo policial del Parlament, Felip Puig, llegara al pleno en helicóptero y lo abandonara por el mismo procedimiento? Las redes sociales se han llenado de quejas contra este personaje, por enviar a la mayoría de los diputados al linchamiento colectivo, mientras él aterrizaba en el debate como si fuera a una promoción de una estrella de Hollywood. Hasta los Mossos infiltrados que mandó fueron descubiertos por los alborotadores. No se me ocurre una comedia de policias que supere semejante trama. De comedia estaríamos hablando si no fuera porque la realidad es extremadamente grave. La crisis económica sigue desbocada, la prima de riesgo se acerca a su máximo histórico, la parálisis política nos retrotrae a treinta años atrás, la irrelevancia de España en el mundo no tiene precedentes en democracia, la crisis institucional galopa de un organismo a otro, el Tribunal Constitucional ha reventado sus costuras y la calle arde, sin predecir cómo y cuándo acabarán las insurgencias. Desde la Transición no se habían dado tantas fatídicas combinaciones. Unos meses más y el legado de Zapatero pasará directamente al Guinness.
Gloria Lomana
Félix Velasco - Blog

Gregarismos que matan

El fino juicio que dio Eugenio D´Ors sobre el «gregarismo» en una de sus «glosas» no fue una intuición sino el fruto de terribles experiencias. «Mucho se ha hablado contra los rebaños de carneros —escribió— pero ¡hay que ver las desbandadas de los carneros!». Obviamente aludía a la Semana Trágica, a Asturias, a la Guerra Civil,…
Cesar Alosnso de los Ríos
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miércoles, 15 de junio de 2011

Aquello de la guerra

Resulta curioso que la guerra civil se mantenga anclada en el páncreas o los ánimos de los que no la sufrieron, ni la ganaron, ni la perdieron, mientras sus ya pocos supervivientes tratan aquel período con una sensatez pasmosa. Hace pocos días tuve el privilegio de compartir mesa y mantel con dos veteranos de nuestra guerra. Uno de ellos, oficial del bando vencedor; el segundo, oficial del bando derrotado. Ni un ápice de odio o rencor entre ellos. No entienden lo que pasa. Su conversación la guardo como un tesoro de sabiduría. Y los dos padecieron. Los dos fueron heridos y los dos experimentaron el horror de las cárceles y checas. El oficial nacional se salvó por los pelos de morir fusilado en Paracuellos del Jarama en 1936. El oficial republicano estuvo encarcelado durante dos años en una cárcel del franquismo. Les conté que el gran Chumy Chúmez, donostiarra, comunista evolucionado hacia la izquierda moderada, decía que los mejores años de su vida fueron los de la guerra. Escribió un libro al respecto, genial como casi todo lo suyo. Estaban de acuerdo con Chumy. «Más que la guerra, que no fue nada divertida, lo que añoramos es nuestra juventud». «Una guerra civil son millones de guerras civiles. Cada experiencia personal es una guerra diferente». Y hablaban con sosiego, pausadamente y se reían con las anécdotas. Como la que narra Rafael García Serrano en su «Diccionario para un macuto». Frente de batalla tranquilo e intercambio de productos entre los contendientes. Un escenario como el de «La vaquilla» de Berlanga. 
El comandante de la trinchera nacional fue relevado y su sustituto ordenó minar el terreno que separaba a los dos bandos, que se habían hecho amigos. Lo minó pero avisó a los de enfrente. Un centinela republicano no fue puesto al corriente, y mientras hacía su guardia piso una mina y explosionó. Milagrosamente no le sucedió nada, pero se agarró un cabreo monumental y comprensible. Cuando se repuso del susto, y mirando a la posición de los enemigos les gritó: «¡Cabrones!, ¿y ésta es la educación que «sus» da Franco?». En las memorias del general laureado del Ejército del Aire Juan Antonio Ansaldo, el autor detalla sus actividades de un día en San Sebastián. «8.30- Desayuno en familia. 9.30-Despegue hacia el frente. Bombardeo baterías enemigas y ametrallamiento de convoyes y trincheras. 11- Golf rudimentario en Lasarte, inmediato al aeródromo y parcialmente utilizable. 12.30- Baño de sol en la playa de Ondarreta y corta zambullida en el mar.13.30- Mariscos, cerveza y tertulia en un café de la Avenida. 14- Almuerzo en casa. 15-Corta siesta. 16- Segundo servicio de guerra, semejante al matutino. 18.30-Cine. Película anticuada, pero magnífica de Katherine Hepburn. 21- Aperitivo en el «Bar Basque». Buen «Scotch», bullicio, animación. 22,15- Cena en «Nicolasa», canciones de guerra, camaradería y entusiasmo».
El general Ansaldo fue herido en distintas ocasiones y su avión estuvo a punto de ser derribado en diferentes trances, pero su «guerra» no fue comparable a la de un soldado de Infantería. La misma contienda, pero tan diferente. En la aviación republicana el régimen de actividades era similar. Y todo esto lo sonreían esos dos ancianos veteranos de guerra, el vencedor y el vencido, mientras brindaban con un «Rueda» blanco con hielo y se preguntaban por qué los que no han hecho la guerra y han nacido cincuenta años más tarde de su final, siguen empeñados en agrietar la armonía entre los españoles. Y ahí los dejé. A uno en la ribera norte del Ebro y al otro en la del sur. Tranquilamente.
Alfonso Ussía
Félix Velasco - Blog

Del odio a los políticos

Esa estampa castiza de los telediarios, la plebe acosando a los electos, remite a una perplejidad antigua, aquélla misma que manifestó Ortega en España invertebrada, allá por 1922. De dónde, se interrogaba ya entonces, la unanimidad con que las distintas clases expresan su repugnancia feroz contra los políticos. Una ira ecuménica, la de la muchedumbre vociferante, ante la que acaso cabría inferir que los políticos constituyen excepción única a la norma general hispana. Así, frente a una sociedad admirable por el ejemplar cumplimiento de sus deberes, los cargos institucionales encarnarían justo lo contrario: una casta vil lastrada por todas las taras, estigmas y vicios conocidos.
"Diríase", apostillaba, "que nuestra Universidad, nuestra industria, nuestra ingeniería, son gremios maravillosamente bien dotados y que encuentran siempre anuladas sus virtudes y talentos por la intervención fatal de los políticos". Extraña anomalía ésa tan crónica en nuestro país. Una nación ejemplar que, oh fatalidad, se obstina por sistema en ceder la cosa pública a una ristra de rufianes. Raro asunto en verdad. Al respecto, se condena de los partidos su alergia corporativa a la meritocracia. Ese enfangarse en la endogamia de cuyo corolario resulta una selección inversa de las elites: la promoción de los mediocres ante la forzada exclusión de los mejores. Como si idéntica tara no se repitiera, solo que corregida y aumentada, en lo que aún tenemos la humorada de seguir llamando universidad.
O como si el tono medio del periodismo se situase muy por encima de esa triste indigencia intelectual que se achaca a los profesionales de la política. ¿Y qué decir de nuestros empresarios? ¿Dónde está el Steve Jobs patrio? ¿Alguien lo conoce? ¿Dónde aquí los arriscados innovadores capaces de izar fortunas sin necesidad de untar a un concejal de urbanismo? Para qué continuar. Por lo demás, e igual hoy que ayer, los políticos apenas constituyen mero reflejo de la comunidad que los alumbró. Con las excepciones de rigor, gentes no peores que el resto. En fin, más inquietante que coincidir con la pregunta orteguiana a un siglo vista, es hacerlo con su respuesta. Se les detesta, sostuvo, porque los políticos simbolizan la necesidad de todos los grupos de contar con los demás. "A quienes en el fondo se desprecia o se odia", concluiría.
José García Dominguez
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lunes, 13 de junio de 2011

The Wild Wild West - Intro



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Los héroes de Hogan - Intro



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El mundo en sus manos - Carrera de barcos



Félix Velasco

Jugando a la revolución

He ido contemplando con creciente desazón la manera en que en las últimas semanas desde los más diversos medios se apela a llevar a cabo una revolución desde la calle. La excusa han sido esos ocupantes ilegales de los más diversos lugares públicos cuyo paradigma se encuentra en el poblado de chabolistas a que se han visto reducidas la Puerta del Sol de Madrid o la Plaza de Cataluña en Barcelona. Mientras una maraña de individuos –que va de los antisistema a los que creen en un despertar de la conciencia cósmica pasando por la extrema izquierda ignorante y casposa de toda la vida– se dedica a hundir la economía y la higiene de los que viven en las cercanías de los lugares que tienen la desgracia de verse ocupados, no han faltado las voces que se han dedicado a vocear las consignas más irresponsables y a jugar a la revolución. Es cierto que, por regla general, semejante actividad la han llevado a cabo desde un lugar tan cómodo como el que se encuentra frente las cámaras de una televisión o en la columna de un periódico. Sin embargo, no por ello su conducta resulta menos irresponsable y peligrosa. Que este sistema democrático deja mucho que desear y que necesita algunas reformas urgentes no seré yo quien lo niegue. Estoy convencido de ello y llevo años diciéndolo. Pero una cosa es que se inste a esas reformas de manera legal y a través de las instituciones pertinentes y otra, bien distinta, es que se dediquen a forzar el menor cambio gente a la que nadie ha elegido, que se ha arrogado una autoridad de la que carece y que además quebranta la ley por sistema sin importarle un bledo las consecuencias que eso pueda tener sobre los demás. Pueden vocear lo que quieran e incluso –que no es el caso– acertar, pero su conducta difícilmente podría ser más antidemocrática siquiera porque España no es Egipto ni Túnez ni aquí existe una dictadura islámica aunque, a veces, pueda parecerlo. Una de las grandes desgracias de la Historia de España ha sido la dificultad para que los españoles comprendieran lo que es el imperio de la ley al estilo de, por ejemplo, británicos o norteamericanos. Que esa lamentable conducta se disfrace de indignación no cambia las cosas. Por si fuera poco, los que sueñan con mover el barco para alzarse con el santo y la limosna están dando muestra de una ignorancia histórica palmaria. La Historia de las revoluciones –ingleses y norteamericanos son la excepción– muestra que los que las inician siempre acaban devorados por el proceso que pusieron en marcha. Algunos, como Lafayette o Kérensky, tuvieron suerte y pudieron exiliarse. Sin embargo, Danton y Robespierre; Trotsky y Kámienev acabaron ejecutados. A fin de cuentas, no podía ser de otra manera porque las revoluciones se sabe cuando comienzan, pero no cómo acaban. Si alguien anda fantaseando ahora con el soviet callejero, con la caída de la monarquía – ¡algún majadero llegó a augurarla hace unas semanas porque había elecciones municipales!– con la toma del poder al estilo de la Marcha de Roma mussoliniana es un loco peligroso que pasa por alto una eventualidad más que posible, la de que los mismos espectros que está conjurando lo arrastren por las calles para colgarlo de una farola.
César Vidal
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Medianoche en Sol

Como el detective privado de «Medianoche en París», que se equivocó de puerta y se encontró en el siglo equivocado, los «indignados» del 15-M querían salir en mayo del 1968 y se han encontrado en el de 2011, completamente distinto. El M-68, que no empezó en París ni en el 68, sino en el 66 en la universidad californiana de Berkley, es decir la «revolución contracultural», iba contra los usos de la que Galbraith llamaba la «sociedad opulenta», una sociedad saciada, a la que sobraban medios y faltaban alicientes, por lo que sus hijos predicaban «hacer el amor y no la guerra», tiraban billetes a los corredores de bolsa en Wall Street y seguían a los Beatles como los niños de Hamelín al flautista. En otras palabras: eran el producto de la abundancia.
Mientras los acampados en la Plaza del Sol o la de Cataluña son el producto de la miseria, con cada vez menos medios y peores expectativas. La situación ha dado la vuelta y esos acampados resultan tan anacrónicos como un señor de chistera —por cierto, Antonio, enhorabuena por ese articulazo sobre el artilugio— en un concierto de rock, a no ser que quisiera hacer un chiste, cosa que no creo, pues los tiempos no están para chistes.
Aunque hay de todo entre ellos. Por un lado, están los abuelos que no pudieron estar en el París del 68 y no quieren morirse sin vivir algo parecido. Luego están los jóvenes que habiendo oído hablar del Paris del 68 quieren montarse un revival siguiendo instrucciones de un filósofo jubilado que les ordena indignarse. Siguen los indignados con buenas razones, al no tener trabajo, ni perspectivas, ni ideales. Y por último, están los que no teniendo nada que hacer se apuntan a un bombardeo, encantados de poder continuar sin dar golpe, ahora ya con una «causa». Sin darse cuenta de que el horno no está para bollos.
Puede incluso que no esté ni para pan. Así que la gente pasa de ellos, si es que la dejan pasar, por lo que los evita dando un rodeo, con gran disgusto de los comerciantes del lugar, los grandes perjudicados. Y es que la gente no quiere acampadas, quiere soluciones y lo que discuten esos acampados suena a música celestial. En fin, que se han equivocado de lugar y de fecha. Y como sigan acampados terminarán siendo un estorbo público, si no lo son ya. El 15-M no puede ser el 68-M, no por aquello de Marx «la historia se repite, primero como tragedia, luego como comedia», sino por la simple razón de que todo ha cambiado de 1968 a 2011. Y o se echa uno a la calle a derribar el régimen frente a los tanques, como han hecho los jóvenes árabes, o que se queda uno en casa tocando la guitarra. Lo que no puede hacer es irse a la plaza mayor a pedir que todo siga como antes, que es lo que esos «revolucionarios» piden, porque, sencillamente, ese antes ya no existe.
José María Carrascal
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domingo, 12 de junio de 2011

El sonido de aquellas teclas

La semana pasada mencioné las viejas máquinas de escribir. Dije que conservaba dos en casa, aunque en realidad son tres. La tercera es una antigua Underwood con la que no escribí nunca, aunque se encuentra en perfecto estado; y las otras, dos recias y fieles Olivetti: la Línea 98 y la portátil Lettera 32. A éstas les tengo especial afecto por razones distintas. Con una escribí, tachando con las letras x y w y corrigiendo a mano cada folio, mis tres primeras novelas. La otra conserva su funda original, en la que hay dos viejas pegatinas: una con el nombre del diario Pueblo y otra con la frase I love Beirut, confesión pintoresca si consideramos que la pegué allí durante la batalla de los hoteles de 1976. Y esa abollada carcasa, que protegió la máquina en viajes y sobresaltos diversos, tiene en la parte interior, escrita a bolígrafo, una frase que resume los veintiún años que anduve como reportero dicharachero de Barrio Sésamo: Todos los días puede conmemorarse el aniversario de alguna barbaridad. 
Acabo de enterarme de que la empresa Godrej & Boyce, de Bombay, última fabricante de máquinas de escribir, ha cerrado porque hasta los parias de la tierra teclean ya con ordenata. Lo siento por mi hermano de tinta Javier Marías, único escritor entre los que conozco que permanece fiel a su vieja Olivetti, Olympia o la que sea -no recuerdo la marca ni puedo telefonear para preguntarle por ella, porque el rey de Redonda es poco madrugador y a estas horas está frito-. El caso, como digo, es que el tañido funeral de esa campana deja a Javier en desamparo técnico ante su vicio solitario. Si antes le costaba encontrar quién reparase el viejo cacharro o conseguir recambios de cinta, a partir de ahora le resultará imposible, o casi. De manera que esta página me sirve para acompañarlo en el sentimiento. 
También sirve para recordar, con un punto de melancolía, rostros y situaciones unidos al tableteo de las máquinas de escribir. Redacciones de diarios de cuando un periodista todavía se ciscaba en lo políticamente correcto, los redactores jefes no eran robots mingafrías sino interesantes cruces genéticos entre perro de presa, padre confesor, tahúr cínico y madame de burdel; y los periodistas, desde el curtido veterano al osado cachorrillo que heredaba su olfato y maneras, éramos una banda de piratas descreídos, puteros, burlangas, rápidos de ojo y de tecla: desalmados capaces de prostituir a nuestras hermanas o novias con tal de firmar en primera página, siempre a caballo entre el mundo de afuera y aquellas fascinantes redacciones llenas de humo de tabaco, con tazas de café manchando las mesas y botellas de whisky en los cajones, junto al repiqueteo constante de los télex y el tacatatatactac de docenas de dedos febriles golpeando recias máquinas de escribir; duros artefactos sonoros en los que se tecleaba con furia, pasión, rencor, ilusión, ansia de revancha, de aventura, fama, gloria o dinero, en redacciones frecuentadas por los mejores periodistas del mundo: fascinantes escuelas de oficio y de vida donde, cuando repicaba un teléfono a las dos de la madrugada, en plena timba donde algunos se jugaban la nómina cobrada esa misma tarde, cuando ya sólo se oía el tecleo de la máquina de escribir del crítico teatral -Alfredo Marquerie era el nuestro- que acababa de llegar del café Gijón tras cubrir un estreno, asomaba la cabeza por la puerta de su mampara un redactor jefe para decir: «No cojáis el teléfono, cabrones, que puede ser una noticia». 
Todo acaba, o cambia. Es natural. El sonido suave y monótono de las teclas de ordenador simboliza lo que es ahora el mundo de escritores y periodistas. Más cómodo, sin duda. Escribes, corriges, imprimes. Ganas tiempo y eficacia. Pero oigan: fui furcia antes que monja, y les aseguro que ningún teclado moderno transmitirá nunca la sensación perfecta del ruido de una máquina de escribir en sintonía con tu estado de ánimo, las ideas fluyendo violentas de la cabeza a los dedos, la pasión de contar una historia, real o imaginada, en el tableteo casi musical de un artefacto que vibraba con mecánica perfecta, lo mismo en redacciones ruidosas que en solitarias habitaciones de hotel, en el resguardo de una trinchera o una casa en ruinas, bajo el neón de un techo o a la luz de una linterna. Con aquellos timbrazos del carro al acabar cada línea y el sonido de los tipos metálicos al golpear cinta y papel, formando palabras, frases, historias del mundo que en otro tiempo pateamos y conocimos, escritas en treinta líneas y sesenta y cuatro espacios el folio.
Arturo Pérez-Reverte
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El anti-arte

Un cacho de carne llamado Jan Fabre, a quien el papanatismocontemporáneo califica de «maestro de la provocación« y no sé cuántas gilipolleces más, expone en la Bienal de Venecia una «versión» (que en realidad es perversión) de la sublime Piedad de Miguel Ángel que se halla en la basílica de San Pedro, en Roma. La perversión del cacho de carne, perpetrada en mármol de Carrara como la excelsa obra que envilece y denigra, sustituye el rostro de la Virgen María por una calavera; y, en un rasgo de pueril narcisismo característico de todos estos fantoches que tratan de colarnos sus esputos infecciosos como si fueran verdadero arte, la Virgen calaverizada sostiene en sus brazos un Cristo con los rasgos del cacho de carne, cuyo cuerpo en descomposición bulle de moscas y escarabajos, mientras porta en su mano derecha un cerebro, donde -según nos explica, orgulloso, el cacho de carne- se halla «el alma del individuo». Y, por si aún nos quedara alguna duda sobre su credo artístico, el cacho de carne apostilla: «El cuerpo humano es mi objeto de investigación. Su metamorfosis, la transformación de la materia: eso es todo lo que me interesa». ¡Pues vete a un depósito de cadáveres a disfrutar de tus intereses, cacho de carne, y quita tus sucias manos de Miguel Ángel! 
Inevitablemente, el adefesio del cacho de carne ha «suscitado una fenomenal polémica», que es de lo que viven (opíparamente) todos estos embaucadores que tienen de artistas lo mismo que yo de flaco; y, encaramado en la polémica, el cacho de carne aprovecha para pavonearse y dárselas de «terrorista poético» que «hace que la gente piense, que discuta y que asuma su cuerpo y su mente» (sic). ¿Hasta cuándo habremos de aguantar tanta paparrucha disfrazada de hondura? El adefesio del cacho de carne no es, a la postre, más que una expresión (especialmente degenerada, si se quiere) de las escurrajas del anti-arte, ese vómito de humores biliosos que viene después del empacho y la vomitona propiamente dicha. La primera fase del anti-arte (el empacho) fue la copia académica, el pastiche delicuescente y superferolítico, que necesitaba vampirizar el verdadero arte por falta de inspiración, pero que aún le tributaba cierta veneración (envidiosa y amargada, pero veneración a fin de cuentas, como la que los hombres achacosos e impotentes tributan a los hombres sanos y viriles). La segunda fase del anti-arte (la vomitona) consistió en expulsar y execrar el verdadero arte, suplantándolo por el garabato, el aspaviento y la pacotilla inmunda, como si los hombres achacosos e impotentes lograran convencernos de que sus achaques (agudizados) son un signo saludable y su impotencia una prueba de fecundidad, logrando además que los hombres sanos y viriles sean recluidos en lazaretos, como peligrosos apestados. En esta tercera fase del anti-arte (el vómito de humores biliosos), representada por el cacho de carne que comentamos, el anti-artista ya no se consuela con vampirizar el arte original, ni siquiera con suplantarlo con sus chafarrinones diarreicos: necesita corromperlo, degradarlo, desfigurarlo, prostituirlo; necesita, en fin, para obtener alivio, enfangarlo en su misma abyección, como el criminal pervertido que, incapaz de soportar sus achaques o su impotencia, busca consuelo contagiando con los miasmas de su enfermedad al hombre sano, o castrando al hombre viril. En la primera fase del anti-arte, el signo distintivo era la frustración; en la segunda, la ira energúmena; en esta tercera fase, el anti-arte se expresa a través de la maldad deliberada, a veces disfrazada con una máscara paródica (recordemos al bufonesco Duchamp, pintándole bigote y perilla a laGioconda), a veces (como le ocurre al cacho de carne que ahora comentamos) envuelta en un manto de soberbia campanuda. Pero si la parodia es instrumento predilecto de los pobres diablos, la soberbia es rasgo constitutivo de los diablos de alcurnia; por eso es inevitable que este anti-arte en fase terminal acabe afirmándose a través de la profanación: puesto que el mal es incapaz de alcanzar y abrazar la Belleza, necesita vestirla de puta y llevarla al burdel, necesita envilecerla, rebozarla en su vómito, hacerla chapotear en su pudrición, para asombro o irrisión de los papanatas (a veces tan solo tontos útiles, a veces tarados que comparten con el anti-artista su misma putrescencia y degeneración) que, mientras contemplan la belleza hecha trizas (la belleza convertida en puta por rastrojo), se refocilan en gustoso aquelarre, encumbrando adefesios como los que perpetra ese cacho de carne llamado Jan Fabre.
Juan Manuel de Prada
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