¿Vivir otra vez? ¡No, por favor! En ese «gran teatro del mundo» me parece que he asistido a una función profusa y confusa, una función alambicada y «mal construida». No tiene un tema fijo. Los que parecen buenos son los malos y aquellos que parecen malos, son malísimos. Y como nada es lo que parece, lo que empieza mal termina bien y viceversa.
Luego salen unos actores discursivos, dando razones, consejos, admoniciones, advertencias… Se hacen pesadísimos y se les silba. Pero no se van. Otros intérpretes, que se mantienen entre bastidores, indignados por el abuso, vienen y los matan. La cosa se anima.
Pero aquellos interpretan lo mismo, idéntico sermoneo. Son otros los intérpretes, pero con el mismo collar elocuente y fastidioso. Y así, sobrevienen otros despechados y los matan a ellos. Todos contra todos y el tablado se llena de muertos.
Pero vienen los tramoyistas y los retiran en un momento, para que la función continúe. Y ahora sale una escena pastoril y bucólica. Esto es un descanso. ¡Ah! pero existen otros intérpretes, que se mantienen entre bastidores, y a los que no les gusta que la comedia sea tan gazmoña, sin brío, sin violencia… Y a su vez, se rebelan y entran en escena desbaratándolo todo.
Los recién llegados traen otro programa: Organizan procesiones, grandes actos públicos, alzando palios, arrastrando carros de triunfo, con bandas de música y un seguimiento numeroso y bien disciplinado.
Pasan las procesiones, los cortejos y los desfiles. ¿Qué viene ahora? ¡Decepción! Vuelven los discursivos, los razonables y los pesados. –¿Pero no se los habían cargado a todos? –«A todos no, quedan otros tantos». –«¡Ah, qué aburrimiento! Esto es un tostón».
La función aburre. A tal punto que muchos espectadores toman el toro por los cuernos, suben al escenario y adoptan el papel que más les conviene. Dicen que este acto se llama democracia y que la comedia va a tomar otro rumbo, se volverá explícita, consecuente y justa.
Pero también este acto se ha calculado mal. Se dice que todos los intérpretes son hijos de Dios, y todos tienen el mismo derecho a «sobresalir». ¡Y claro! Todos quieren sobresalir a un tiempo, y asimismo, se forma un guirigay de todos los demonios.
Hubiera sido justo que el acto terminase mejor. Pero, de repente, todo el mundo se calla, se escucha una vocecita que se va acercando. –«¿Qué viene ahora, es una sorpresa?». Al fin, se abre paso entre la muchedumbre una mujercita vestida de negro, perorando con una voz de «flauta dulce». Gusta la menudencia y modestia de la figura y gusta la melodía de su flauta dulce.
–«Esta viene a enderezar la comedia» –se dicen muchos. –«Hay que estar atentos». Pasa un buen rato, pasa un rato largo y la melodía se repite incansablemente. –«Pero ¿qué es lo que dice?» –«Siempre lo mismo, que hay que respetar a las mujeres». –«Pero ¡si ya las respetamos! –todo lo que se puede –«¿Por qué ha de repetirlo tanto?» –«Porque no se cansa de ser mujer y está muy satisfecha de sí misma». –«¡Pues mejor para ella!».
No se puede dejar en escena a esa pobre y seductora criatura, reclamando sus derechos eternamente. Y entonces, aparece y la sustituye un «tío cachas», con solo un taparrabos y luciendo unos músculos tallados con escoplo. Lo suyo es proclamar, a vozarrones, que el hombre es el modelo de todas las cosas. ¿Guerra de sexos? Pues ¡vaya un argumento!
La función tiene visos de no terminar nunca, con su correspondiente número de muertos, que nunca han de faltar en una función «como Dios manda». Pero, es que nunca se sabe lo que manda. Es un director que no se explica bien, y al que su propia función le sobrepasa.
Y así, llegamos a viejos, considerando que también hemos formado parte de la comedia, haciendo nuestro papel, sin saber tampoco por qué ni para qué lo hacemos. En conclusión, la función se hace tan insoportable y enojosa, que cerramos los ojos y nos dormimos para siempre. Telón.
Francisco Nieva
Félix Velasco - Blog
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