miércoles, 15 de junio de 2011

Del odio a los políticos

Esa estampa castiza de los telediarios, la plebe acosando a los electos, remite a una perplejidad antigua, aquélla misma que manifestó Ortega en España invertebrada, allá por 1922. De dónde, se interrogaba ya entonces, la unanimidad con que las distintas clases expresan su repugnancia feroz contra los políticos. Una ira ecuménica, la de la muchedumbre vociferante, ante la que acaso cabría inferir que los políticos constituyen excepción única a la norma general hispana. Así, frente a una sociedad admirable por el ejemplar cumplimiento de sus deberes, los cargos institucionales encarnarían justo lo contrario: una casta vil lastrada por todas las taras, estigmas y vicios conocidos.
"Diríase", apostillaba, "que nuestra Universidad, nuestra industria, nuestra ingeniería, son gremios maravillosamente bien dotados y que encuentran siempre anuladas sus virtudes y talentos por la intervención fatal de los políticos". Extraña anomalía ésa tan crónica en nuestro país. Una nación ejemplar que, oh fatalidad, se obstina por sistema en ceder la cosa pública a una ristra de rufianes. Raro asunto en verdad. Al respecto, se condena de los partidos su alergia corporativa a la meritocracia. Ese enfangarse en la endogamia de cuyo corolario resulta una selección inversa de las elites: la promoción de los mediocres ante la forzada exclusión de los mejores. Como si idéntica tara no se repitiera, solo que corregida y aumentada, en lo que aún tenemos la humorada de seguir llamando universidad.
O como si el tono medio del periodismo se situase muy por encima de esa triste indigencia intelectual que se achaca a los profesionales de la política. ¿Y qué decir de nuestros empresarios? ¿Dónde está el Steve Jobs patrio? ¿Alguien lo conoce? ¿Dónde aquí los arriscados innovadores capaces de izar fortunas sin necesidad de untar a un concejal de urbanismo? Para qué continuar. Por lo demás, e igual hoy que ayer, los políticos apenas constituyen mero reflejo de la comunidad que los alumbró. Con las excepciones de rigor, gentes no peores que el resto. En fin, más inquietante que coincidir con la pregunta orteguiana a un siglo vista, es hacerlo con su respuesta. Se les detesta, sostuvo, porque los políticos simbolizan la necesidad de todos los grupos de contar con los demás. "A quienes en el fondo se desprecia o se odia", concluiría.
José García Dominguez
Félix Velasco - Blog

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