miércoles, 15 de junio de 2011

Aquello de la guerra

Resulta curioso que la guerra civil se mantenga anclada en el páncreas o los ánimos de los que no la sufrieron, ni la ganaron, ni la perdieron, mientras sus ya pocos supervivientes tratan aquel período con una sensatez pasmosa. Hace pocos días tuve el privilegio de compartir mesa y mantel con dos veteranos de nuestra guerra. Uno de ellos, oficial del bando vencedor; el segundo, oficial del bando derrotado. Ni un ápice de odio o rencor entre ellos. No entienden lo que pasa. Su conversación la guardo como un tesoro de sabiduría. Y los dos padecieron. Los dos fueron heridos y los dos experimentaron el horror de las cárceles y checas. El oficial nacional se salvó por los pelos de morir fusilado en Paracuellos del Jarama en 1936. El oficial republicano estuvo encarcelado durante dos años en una cárcel del franquismo. Les conté que el gran Chumy Chúmez, donostiarra, comunista evolucionado hacia la izquierda moderada, decía que los mejores años de su vida fueron los de la guerra. Escribió un libro al respecto, genial como casi todo lo suyo. Estaban de acuerdo con Chumy. «Más que la guerra, que no fue nada divertida, lo que añoramos es nuestra juventud». «Una guerra civil son millones de guerras civiles. Cada experiencia personal es una guerra diferente». Y hablaban con sosiego, pausadamente y se reían con las anécdotas. Como la que narra Rafael García Serrano en su «Diccionario para un macuto». Frente de batalla tranquilo e intercambio de productos entre los contendientes. Un escenario como el de «La vaquilla» de Berlanga. 
El comandante de la trinchera nacional fue relevado y su sustituto ordenó minar el terreno que separaba a los dos bandos, que se habían hecho amigos. Lo minó pero avisó a los de enfrente. Un centinela republicano no fue puesto al corriente, y mientras hacía su guardia piso una mina y explosionó. Milagrosamente no le sucedió nada, pero se agarró un cabreo monumental y comprensible. Cuando se repuso del susto, y mirando a la posición de los enemigos les gritó: «¡Cabrones!, ¿y ésta es la educación que «sus» da Franco?». En las memorias del general laureado del Ejército del Aire Juan Antonio Ansaldo, el autor detalla sus actividades de un día en San Sebastián. «8.30- Desayuno en familia. 9.30-Despegue hacia el frente. Bombardeo baterías enemigas y ametrallamiento de convoyes y trincheras. 11- Golf rudimentario en Lasarte, inmediato al aeródromo y parcialmente utilizable. 12.30- Baño de sol en la playa de Ondarreta y corta zambullida en el mar.13.30- Mariscos, cerveza y tertulia en un café de la Avenida. 14- Almuerzo en casa. 15-Corta siesta. 16- Segundo servicio de guerra, semejante al matutino. 18.30-Cine. Película anticuada, pero magnífica de Katherine Hepburn. 21- Aperitivo en el «Bar Basque». Buen «Scotch», bullicio, animación. 22,15- Cena en «Nicolasa», canciones de guerra, camaradería y entusiasmo».
El general Ansaldo fue herido en distintas ocasiones y su avión estuvo a punto de ser derribado en diferentes trances, pero su «guerra» no fue comparable a la de un soldado de Infantería. La misma contienda, pero tan diferente. En la aviación republicana el régimen de actividades era similar. Y todo esto lo sonreían esos dos ancianos veteranos de guerra, el vencedor y el vencido, mientras brindaban con un «Rueda» blanco con hielo y se preguntaban por qué los que no han hecho la guerra y han nacido cincuenta años más tarde de su final, siguen empeñados en agrietar la armonía entre los españoles. Y ahí los dejé. A uno en la ribera norte del Ebro y al otro en la del sur. Tranquilamente.
Alfonso Ussía
Félix Velasco - Blog

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