En este planeta azul, o del color que tenga ahora, hay gente aficionada a la ornitología, la ictiología y a cosas así. Fulanos que siguen paso a paso la vida social de las mofetas, las costumbres predatorias de la trucha de vivero o el apareamiento de la hiena del Kalahari. Como le dijo el torero al filósofo, hay gente para todo. Yo mismo, sin ir más lejos, también soy aficionado a la zoología. Me gusta observar, y sobre todo confirmar, el comportamiento de las ratas. Consideren si esta afición viene de antiguo, pues ya en 2004, en esta misma página, publiqué un artículo titulado Las ratas cambian de barco.Que lo mismo les interesa. Y les suena:
«En los últimos ocho años, cada vez que abríamos un diario oencendíamos la radio estaban allí, ellos y ellas, empleados en minuciosas tareas de palmeo fino y succión, peones de brega dispuestos a dar unos oportunos capotazos para ayudar al señorito. Lean algunas columnas de periódico, oigan ciertas tertulias radiofónicas y decidan ustedes. Lo chusco es que uno, que fue puta antes que monja, ya conocía a varios de la etapa anterior. Tenía las fotos de esos mismos jetas peloteando con idéntico entusiasmo a los anteriores amos del cotarro. Incombustibles, inasequibles al desaliento y sin cortarse un pelo, en plan muy bueno lo tuyo, ministro, o hay que ver, presidente, está feo que te lo diga, pero eres un hombre providencial. Y encima, guapo. Siempre dije que tú esto y que tú lo otro. A unos cuantos de esos lameculos tuve ocasión de tratarlos un poco durante mi época de reportero, cuando a veces me tocaba la cobertura informativa de un viaje oficial a alguna zona africana o latinoamericana de mi competencia, primero con la Ucedé y luego con el Pesoe. Pasmaba el compadreo, oigan. Las mamadas.
Luego ganó el Pepé -es un decir, porque en esta puta España nunca gana la oposición; pierden los gobiernos-, y todos los sicarios que llevaban acumulados cuatro trienios ganándose el jornal como finos analistas orgánicos decidieron que, con la coartada moral de contribuir al pluralismo democrático del nuevo tinglado, no había problema en integrarse en las tertulias de radio y en los medios informativos copados por los vencedores. Cobrando, claro. Todo lo contrario: allí podrían aportar su granito de arena, su experiencia y su hombría de bien. Y oigan. Tanta dedicación echaron a lo de templar, que ponías la radio o la tele y siempre salían los mismos, con sus lugares comunes, su demagogia inculta y todoterreno, su osadía a la hora de enjuiciar cualquier tema situado en el cielo o la tierra. Y sobre todo, su descarada adulación al poder que les llenaba el pesebre.
La verdad -las cosas como son- es que en momentos como lo del Prestige y la guerra de Iraq todos esos mierdas se ganaron el jornal, adaptándose con pasmosa flexibilidad a cada coyuntura: virtuosos de la contradicción propia sin consecuencias, especialistas en afirmar lo contrario de lo que afirmaban semanas atrás, maestros en echar cortinas de humo con la coletilla: yo siempre sostuve que. Y ojo: no hablo de quienes, por convicción ideológica o por los garbanzos, justifican su salario de honrados mercenarios trabajando para quien les da de comer. Eso lo hace hasta el que aprieta tornillos en la Renault. No. Hablo de los otros. De ciertos impúdicos polivalentes, útiles lo mismo para un cocido que para un estofado. De los trincones golfos que, entre lametones y lametones, viajes en aviones presidenciales y comidas en La Ancha -donde nunca pagan ellos la cuenta- ensañándose con el débil y adulando al poderoso, tienen los santos huevos de manipular y mentir como ratas, mientras se proclaman sin ningún rubor ecuánimes, equilibrados, vírgenes y honorables.
Y claro. Ahí los tienen de nuevo, cogidos a contrapelo e intentando recobrar el paso perdido. Yo no quería, me obligaron, sólo pasaba por allí. Como para echar la pota, oigan. El espectáculo. Pese a lo mucho que llevamos visto en este desgraciado país, todavía asombra el cinismo, la demagogia, el oportunismo con el que esa gentuza se cambia de bando -mi apuesta clara siempre fue Zapatero, la arrogancia del Pepé no podía terminar bien, etcétera- y se dispone a trincar, a costa de sus perspicaces análisis, también durante los próximos cuatro años. ¿Y saben qué les digo? Que ahí estarán: en las mismas tertulias, en las mismas radios, en las mismas teles y en las mismas columnas de los diarios. Diciendo sin despeinarse lo contrario de lo que decían hace un mes, como si los lectores y los oyentes y los teleespectadores fuésemos gilipollas. Que lo somos. A fin de cuentas, mande quien mande, quienes detentan el poder siempre necesitan a los mismos».
Lo mismo les suena la historia, como digo. Así que para qué voy a escribirla otra vez. Si ya lo hice hace siete años.
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog
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