jueves, 27 de septiembre de 2012

Independencia


Dejando a un lado los territorios de América y Filipinas que se fueron perdiendo gota a gota, a lo largo de un siglo, un poco por la dinámica de la Historia y un mucho por la falta de atención e inteligencia de los sucesivos gobernantes de ese tiempo, hacía ya un par de siglos que no nos acuciaba por estos pagos una «guerra de la Independencia», como la que sostuvimos contra Napoleón y sus ejércitos. En esta ocasión el «enemigo» no ha tenido que cabalgar desde lejos para llegar al «frente», ni organizar levas ciudadanas para nutrir sus batallones, ni gastar fortunas en la adquisición de pólvora y armamento. La independencia pretendida por Artur Mas presenta la nota singular, genuinamente catalana, de que no les cueste un céntimo de euro a los ciudadanos de Cataluña. Cursa con cargo al Presupuesto General del Estado Español, del que trata de emanciparse. Es posible que, como ocurre en los pleitos de familia, la Virgen de Montserrat termine por entenderse con la del Pilar o alguna otra de la devoción española tradicional, y no llegue la sangre al río; pero unas elecciones plebiscitarias que arman el cañón de la discordia están en marcha y tienen fecha señalada.
Confieso mi desánimo ante asuntos en los que entran en juego valores que dábamos por seguros y poco menos que inamovibles; pero no conviene que el calor de los recuerdos nos ciegue la contemplación analítica del futuro para alcanzar una solución rotunda para quienes, cumplido el conflicto, resultemos ser españoles. Una España sin Cataluña es una desgracia. Y viceversa. Pero sea lo que fuere purguen su culpa quienes, por un concierto fiscal, son capaces de echar los pies por alto y empezar a cantar Els segadors, que es una canción violenta, triste y, aunque himno oficial, claramente desafortunada.
Como suele suceder cuando algo relevante y trascendente nos aflige -supongo que también a los catalanes mientras sigan siendo españoles-, Mariano Rajoy anda atento a otras cuestiones. En Nueva York, donde pretende un taburete en el Consejo de Seguridad y asegura un patrocinio a la risible «Alianza de Civilizaciones» que alumbró José Luis Rodríguez Zapatero, el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, ha dicho que el Gobierno español «tiene problemas de comunicación».
No se explica y tiende a sentirse más listo y astuto que sus colegas internacionales y nacionales. De ahí la enemistad, el recelo y la guerra propiamente dicha. Una cosa es que Mas no venga con mamelucos, como Napoleón, y otra que aquí, a los dos lados de la frontera, no cundan el odio y la pobreza, dos miserias que suelen viajar juntas a poca oportunidad que se les dé de hacerlo. El guardaespaldas mameluco de Napoleón era Rustam Raza, un muchachote. ¿Quién le cubrirá las espaldas al caudillo Mas?
Manuel Martín Ferrand
Félix Velasco - Blog

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