Confieso mi desánimo ante asuntos en los que entran en juego valores que dábamos por seguros y poco menos que inamovibles; pero no conviene que el calor de los recuerdos nos ciegue la contemplación analítica del futuro para alcanzar una solución rotunda para quienes, cumplido el conflicto, resultemos ser españoles. Una España sin Cataluña es una desgracia. Y viceversa. Pero sea lo que fuere purguen su culpa quienes, por un concierto fiscal, son capaces de echar los pies por alto y empezar a cantar Els segadors, que es una canción violenta, triste y, aunque himno oficial, claramente desafortunada.
Como suele suceder cuando algo relevante y trascendente nos aflige -supongo que también a los catalanes mientras sigan siendo españoles-, Mariano Rajoy anda atento a otras cuestiones. En Nueva York, donde pretende un taburete en el Consejo de Seguridad y asegura un patrocinio a la risible «Alianza de Civilizaciones» que alumbró José Luis Rodríguez Zapatero, el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, ha dicho que el Gobierno español «tiene problemas de comunicación».
No se explica y tiende a sentirse más listo y astuto que sus colegas internacionales y nacionales. De ahí la enemistad, el recelo y la guerra propiamente dicha. Una cosa es que Mas no venga con mamelucos, como Napoleón, y otra que aquí, a los dos lados de la frontera, no cundan el odio y la pobreza, dos miserias que suelen viajar juntas a poca oportunidad que se les dé de hacerlo. El guardaespaldas mameluco de Napoleón era Rustam Raza, un muchachote. ¿Quién le cubrirá las espaldas al caudillo Mas?
Manuel Martín Ferrand
Félix Velasco - Blog
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