Es terrorífico el cinismo que gastan los nacionalistas cuando en este histórico y enésimo arreón hablan de una solución democrática, pacífica y europea; cuando siendo ésta la prédica, los hechos se traducen en la quema de banderas, en la amenaza, el chantaje, la intimidación, la victimización y la denuncia vacía y barriobajera disfrazada del más cutre de los patrioterismos.
¿Qué quiere decir eso de que los españoles no somos amables con los catalanes? ¿A qué viene esa embustera doctrina del maltrato con el que todos, al alimón, nos empeñamos en castigar a los ciudadanos de Barcelona, Tarragona, Lérida y Gerona? ¿Qué tipo de obsesión puede conducir a esas peligrosas soflamas que son puestas como herramientas para la consecución de suicidas objetivos políticos?
Este osado Artur Mas, convertido fulgurantemente en catedrático de la segregación, asegura que ni se ha vuelto loco ni está arrastrando a la apócrifa nación catalana hasta lo más alto de la colina. No tiene razón en lo primero, porque sí parece haber perdido el buen juicio. Pero da de lleno en lo segundo: ni los paladines ni las víctimas del nacionalismo catalán están escalando hacia cima alguna; al contrario, están descendiendo un terraplén que les podría llevar a una penosa escombrera.
Alfonso Merlos
Félix Velasco - Blog
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