Tiene la intención el Gobierno de impulsar una reforma legislativa que asimile las penas que se imponen por ley a los terroristas callejeros con las que sufren aquellos que dedican una tarde de su vida a perpetrar actos vandálicos en las ciudades con motivo de alguna fiesta de guardar. En la reciente y fallida -y violenta- huelga general convocada por los sindicatos de siempre se vivieron varios incidentes de importancia gradual: existieron, como es natural, piquetes coactivos, insultadores, amenazantes; se dieron los Willys Toledo que se dedicaron a romper bares y a zarandear pequeños propietarios; y se dieron los violentos aprendices de terroristas que aprovecharon la convocatoria y se sumaron a la fiesta con objeto de destruir lo que pillaran por delante (imágenes vistas por todos y que se dieron en Barcelona). De los primeros solo sorprende la resignación con la que unos y otros admiten que su figura esté dentro de la normalidad y que parezca, incluso, saludable. Del cretino del segundo caso, el trastornado ese que dice ser actor y que poco más se representa que a sí mismo, solo cabe aplicarle leyes que penen el acto violento de destruir propiedad privada de los demás. De los terceros habría que hablar más pausadamente. El perfil político no es ajeno a unos grupos de difícil socialización que han hecho del placer de destruir su último fin. Justifican mediante un ideario aterrador toda acción dedicada a atemorizar a su entorno: somos los más fuertes, somos revolucionarios, debemos ser impunes por mediar en nuestros actos el fin irrenunciable de la verdadera justicia... Son de extrema izquierda y en Barcelona han creado su particular parque temático, lo cual no debería extrañar tanto como lo hace. ¿Por qué siempre en Barcelona han de pasar estas cosas? Por la debilidad de las respuestas sociales, mediáticas y políticas que se han tenido con ellos. La esfera sociopolítica barcelonesa está llena de buenas intenciones y de conductas políticamente correctas. Es el paraíso de la corrección política y del buenismo. Ante la existencia de estos capullos en calles o universidades siempre habrá un rector timorato que los ampare o un político compasivo que haga las veces de pésimo traductor social y que entienda y justifique su comportamiento como una muestra contracultural de inconformismo. Siempre habrá un idiota, vengo a decir, que relativice el hecho de que quemen un Starbucks, que los califique como `gamberros´ -que es como decir que son unos `diablillos´ a los que reñir cariñosamente cuando lleguen a casa- o que los defina con una palabra neutra como hace la prensa local en más de una ocasión: `alborotadores´. Como si fuesen unos niños traviesos.
No son alborotadores. Son violentos profesionales del terrorismo callejero, que en el País Vasco tiñen su comportamiento de ideología independentista y en Barcelona lo hacen de leninismo renovado. Son facinerosos que han ido fanatizándose a ritmo galopante, de escasa edad mental y física, y de no poca excitación desmedida ante el pavor ciudadano que puedan crear a su paso, incendiando coches o contenedores, destrozando escaparates, quemando comercios o dedicándose al pillaje. Aparecen cuando surge la ocasión y salen, por lo general, bien parados: unos cuantos detenidos pasan la noche en el calabozo y al día siguiente se van a casa.
Si la ley se endurece hasta lo razonable y las autoridades entienden que tienen un serio problema (parece que ¡por fin! el Ayuntamiento de Barcelona se va a personar en las causas abiertas contra estos tipos), podrá ocurrir con ellos lo que pasó con los integrantes de la mal llamada `kale borroka´: que carguen con la responsabilidad de sus actos y penen por ello y que de su bolsillo o del de sus padres salgan las indemnizaciones por el mobiliario allanado. En tierras vascas tal reforma penal y tal postura administrativa han servido para calmar las llamas de las calles. A pesar de los lamentos que ya creo oír de algunos cómplices ideológicos de esta alegre panda, también pueden servir para arrinconarlos legítimamente en el resto de España.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog
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