El Instituto Andaluz de la Mujer, organismo dependiente de la Junta de Andalucía, editó hace unas pocas semanas un delicioso manual dirigido a las escuelas de la comunidad en el que insta a las autoridades académicas a organizar los juegos y distracciones de los niños andaluces en función de los criterios políticamente correctos que un selecto grupo de pedagogos ha establecido, al objeto de eliminar las diferencias habituales de distracción que muestran varones y hembras. En la permanente búsqueda de la Arcadia feliz que caracteriza a nuestro socialismo alineante –y alienante–, las lumbreras redactoras del opúsculo han creído dar con la razón final por la que algunos varones rompen en maltratadores en edad adulta: el perverso hecho de que los niños jueguen a fútbol y las niñas, a expresiones lúdicas menos expansivas conduce, antes o después, a que los muchachos cultiven la ira y las muchachas, el miedo, con lo que lo ideal es que los patios de colegios se transformen en un laboratorio social que, como expresa con maldad y agudeza Manuel Morales Do Val en su blog Crónicas bárbaras, concluya en una sociedad hermafrodita en la que la testosterona masculina haya sido laminada y los estrógenos femeninos sean socialmente ignorados.
La guía de educación hermafrodita aconseja qué juegos practicar y qué orden o turnos deben establecerse en función del sexo del infante. En realidad ni siquiera habla de sexo, habla de género. A estas alturas ya resulta absolutamente inútil reivindicar el uso correcto de ambos términos: el ‘género’ es un concepto exclusivamente gramatical –las palabras son las que tienen género, no las personas; nuestro género, en todo caso, es el de Homo sapiens–, pero esta batalla está perdida por mucho que la RAE haya dictaminado la forma correcta de expresarse en este sentido; para esta colección de funcionarios tan correctos como indocumentados ‘género’ y ‘sexo’ es lo mismo.
Para el socialismo andaluz, los niños y las niñas deben de ser intercambiables y expresar las mínimas diferencias posibles más allá de las inevitablemente biológicas; así, el niño unisex será el ideal de futuro que establecerá una sociedad más justa en la que ni siquiera las palabras servirán para discriminar a nadie. La gallinita ciega o el juego de la silla es a lo que, debidamente dirigidos, deben jugar estos niños de laboratorio social, siempre alternando el orden del comienzo de las pruebas, ora niño, ora niña, dejando para otros ámbitos los juegos calificados de incorrectos: la funesta pelota, la funesta muñeca.
Cuando se juegue a saltar la comba se procurará, dice el estudio, que el educador tenga muy en cuenta la altura que alcanza la cuerda para no establecer diferencias entre la capacidad física de varones y hembras, ya que, bajo ningún concepto, se debe establecer competición alguna entre sexos. Juro que estas cosas las dicen los autores, no es exageración de este cronista que, evidentemente, no tiene imaginación para tanto. Orwell reinventado. La dictadura soñada.
Paralelamente y sin apartarse en demasía de esta perla que nos ocupa, diversos colectivos bienpensantes, instituciones públicas que velan por nuestro bien, la Plataforma de Apoyo al Lobby de Mujeres y una asociación supuestamente cultural llamada Colectivo de Jóvenas Feministas han analizado seriamente el origen de la discriminación en el lenguaje y, tras no pocas investigaciones de primer orden, han llegado a la conclusión de que la culpa de todo la tiene el latín. Sí, sí, el latín. En el tiempo del latín –vaya a saber en cuál de sus muchos siglos–, la mujer era esclava y su papel descrito por la lengua ha sido traspasado a las lenguas romances, de ahí la utilización del masculino como género neutro. Toma ya. Con dos cojones. Uy, perdón, con dos cojones no, discúlpenme.
Precisamente por utilizar lenguaje inadecuado como éste, alguna de estas lumbreras ha propuesto que se contemple la posibilidad de sancionar a quien no elabora la puesta en escena idiomática de forma políticamente correcta. De la misma manera, dicen, que se multa a un coche mal aparcado, la autoridad debería multar a quien diga «los maestros» en lugar de decir «el profesorado» (que también es de género masculino, pero bueno), o «los médicos» en lugar de «el personal sanitario». ¡Qué miedo!
¿Se imaginan un comando de furiosas ‘jóvenas’ interviniendo en las conversaciones o enviando multas a los políticos, periodistas, conferenciantes, profesores y demás fauna? Ciertamente excitante. No me digan que los andaluces no tenemos razones más que sobradas para estar entretenidos con todo este amasijo de merluzos –y merluzas–, majaderos –y majaderas– que puebla nuestra hermosa tierra. ¡Somos imparables!
Carlos Herrera