Murió atiborrado de medallas y laureles, pero el mariscal Montgomery ha pasado a la historia como un hombrecillo petulante. Hay quien le discute incluso su supuesto genio militar. Por ejemplo, se dice que en la campaña de Normandía sus tácticas, premiosas hasta lo exasperante, acabaron costando a la postre miles de vidas.
En plena espuma de sus gestas en el Norte de África, Montgomery explicó así el secreto de su éxito: «No bebo, no fumo, me acuesto pronto y duermo bastante. Por eso rindo al 100%». Al viejo Churchill le faltó tiempo para replicar: «Yo bebo, fumo un puro tras otro y casi no duermo. Por eso rindo al 200%».
El sello de correos con que el Reino Unido saludó el centenario de Churchill mostraba al estadista que derrotó a Hitler con un puro pendiendo de sus labios. El veguero es parte indisoluble de la estampa del premier, que no renunció al humo ni cuando recorría los escombros londinenses tras los violentos bombardeos del Blitz. Era un momento agónico. En 1940 la democracia británica aguantaba en solitario, como un dique incierto frente al régimen más metódicamente sanguinario de la historia. Pero aún no habían llegado las ñoñerías de lo políticamente correcto, por lo que nadie le afeó a Churchill el hecho de que fumase puros mientras se batía en una guerra hórrida.
Hoy también vivimos días duros en Europa. Combatimos contra un enemigo invisible, una crisis con trazas de bronquitis crónica. Pero los males de la UE son anecdóticos frente a los que padecieron los europeos del siglo pasado. Entre 1933 y 1945 se estima que los regímenes homicidas de Hitler y Stalin mataron a 14 millones de civiles en las llamadas «Tierras de Sangre»; Polonia, Ucrania y las Repúblicas Bálticas, principalmente. Nuestros problemas son menores ante aquel genocidio y sería ridículo e hiperbólico comparar a Churchill y Rajoy. Pero ambos tienen algo en común: son conservadores, demócratas y amigos de un buen puro.
Días atrás, Rajoy acudió a The Wall Street Journal para intentar convencer a los periodistas anglos de que España no es Burkina Faso. A la salida, caminó con su equipo por la Sexta Avenida; un instante de asueto. Rajoy fuma entre tres y cuatro habanos al día, como denota su sonrisa. Del mismo modo que otras personas consumen pitillos, o se relajan con una copa, o se machacan hasta la vigorexia, a él lo confortan sus cigarros. Así que prendió uno en la paseata neoyorquina, pero un fotógrafo lo retrató veguero en mano. Conmoción en las redes sociales. Artículos airados de mentalidad leirepajinesca. Lluvia de insultos en las web (siempre desde la cobardía del anonimato). El progresismo al borde del síncope: ¿Cómo puede fumarse un puro con la que está cayendo? ¿Qué hacía Mariano con su puro por Manhattan mientras a la misma hora, al otro lado del Atlántico, el valeroso movimiento indignado intentaba asaltar el Congreso?
Curioso cómo supuestos progresistas acogotan los espacios de libertad privada de manera reaccionaria. ¿Qué tiene que hacer Rajoy en su tiempo libre? ¿Ceñirse un cilicio y vestir un hábito rugoso que le recuerde que estamos en crisis? Tiempos de pensamiento débil, donde se dramatiza cualquier fruslería. País histriónico, que se escandaliza porque se hagan cumplir las leyes de nuestra democracia, o porque un ser humano adulto le dé cuatro caladas a un cigarro.
Luis Ventoso
Félix Velasco - Blog
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