Recordemos que la evolución siempre actuará para intentar maximizar el número de descendientes de un individuo. En los humanos (como en la mayoría de los animales) las mujeres acarrean con la mayor parte de los costes de la reproducción, fundamentalmente porque la gestación del embrión se produce dentro del cuerpo de la mujer. Esto significa que, para las mujeres, la apuesta biológica ganadora consiste en invertir mucho en la supervivencia de cada uno de sus descendientes. Para los hombres, sin embargo, la reproducción es mucho menos costosa; la inversión mínima de un hombre en la reproducción se reduce a unos pocos minutos (siendo generosos) y a unos cuantos miles de espermatozoides. En consecuencia, la apuesta evolutiva ganadora en el caso de los hombres consiste en invertir poco en la cría de su descendencia, y lo máximo posible en (intentar) aparearse con el mayor número de mujeres posibles. Por esta razón, la evolución no ha favorecido en nuestra especie el desarrollo de pechos en los hombres.
Pero, si los pezones masculinos no cumplen función alguna, ¿por qué existen? La respuesta entraña una lección muy importante. Los hombres tenemos pezones porque, aunque no sean útiles, la evolución no funciona eliminando todas aquellas partes que son prescindibles en nuestro cuerpo, sino solo aquellas que resultan costosas. La evolución simplemente no ha prestado atención a los pezones masculinos porque éstos no han supuesto un coste significativo en términos de nuestra supervivencia o nuestro éxito reproductivo. Para entender este hecho conviene resaltar que la evolución no es un proceso dirigido, ni esconde intención alguna, y por tanto no resulta en diseños perfectos, sino en diseños que optimizarán el éxito biológico de cada organismo dadas una serie de contingencias históricas, limitaciones en el desarrollo y el azar.
Esto ha provocado, en innumerables ocasiones a lo largo de la historia de la vida, la aparición de notorias chapuzas en el diseño de los seres vivos. Los pezones masculinos son una de estas chapuzas, y una prueba más en contra de la falacia conocida como el «diseño inteligente». La falacia del «diseño inteligente», tan lamentablemente de moda en los últimos años, consiste en argumentar que los exquisitos y complicados diseños que se observan en la naturaleza solo pueden ser explicados mediante la existencia de un diseñador inteligente. Existen multitud de pruebas que desmontan este argumento, pero quizás una de las más contundentes (y divertidas) es la existencia de estas chapuzas evolutivas. Entre ellas, de los pezones en los hombres.
Pau Carazo
Investigador Marie Curie en el Departamento de Zoología de la Universidad de Oxford
Félix Velasco - Blog
No hay comentarios:
Publicar un comentario