sábado, 6 de octubre de 2012

Carnicería Social


Derrumbado el trampantojo, a la sociedad desvinculada y amorfa no le queda más que un odio desnortado, sediento de encontrar culpables
«Nos estáis matando a todos. Esto es sólo carnicería social», rezaba la pancarta de Marcello di Finizio, el hostelero de Trieste que puso a prueba sus dotes de funámbulo sobre la cúpula de la basílica de San Pedro. La expresión «carnicería social» es afortunada, aunque más apropiado sería hablar de charcutería, porque la matanza la están haciendo sobre una sociedad hecha papilla, de carnes blandas e invertebradas, una sociedad sin fibra ni resistencia, que si la pinchan sangra; pero a la que le falta la energía vital para convertir ese dolor en acicate moral. Aquella quimera llamada pomposamente Estado de Bienestar, con su olimpiada de derechos, era el trampantojo que infundió en la sociedad la creencia desquiciada de que se puede vivir sin mirar al cielo y sin abrazar al prójimo; y derrumbado ese trampantojo, la sociedad desvinculada y amorfa se queda sin otro horizonte que el resentimiento. Enrique Jardiel Poncela lo vislumbró proféticamente en el prólogo de su novela La tournée de Dios:
-La Humanidad, descentrada, puesta de espaldas a todas las cualidades espirituales, desdeñosa de lo estimulante y de lo consolador, y enfrentada con todos los materialismos perturbadores y entristecedores, ha perdido la perspicacia de ver dentro de sí, no sabe a qué achacar su mal sabor de boca y se revuelve contra esto y contra aquello, sedienta de venganza y convencida de que debe de haber alguien o algo culpable de que ella no se encuentre a gusto. Esta indignación es para la Humanidad un goce, porque para un miserable siempre es un placer el poder injuriar. Y la Humanidad recurre a esa indignación para hacerse la vida soportable.
Mientras el trampantojo duró, esta indignación sin consuelo se anestesió con un festín de «derechos». Jardiel lo señalaba en aquel prólogo genial: «La palabra derecho sale de todas las bocas: “Yo tengo derecho”. -“¿Con qué derecho?”. -“Defiendo mis derechos”. -“¡No hay derecho!”. -“Estoy en mi derecho”». Pero el festín de «derechos» degeneró inevitablemente en demogresca, que es ese estado en el que todo el mundo se aborrece y murmura y calumnia, y cada individuo se atrinchera en sí mismo, para poder descargar su odio sobre los demás. «A derecha e izquierda -proseguía Jardiel- encuentra uno gentes que desdeñan lo que han logrado, que desean lo que no tienen y que, en el fondo, querrían que nadie tuviese nada». Esta es la verdadera «carnicería social» que nos aflige: un descontento y malestar crecientes que se expresa de las formas más variopintas, desde la flojera y pesadumbre de vivir hasta el vandalismo más feroz; y sobre esta carnicería social previa, lograda en época de vacas gordas, hacen ahora picadillo, en época de vacas flacas. Pero si ahora pueden hacer picadillo con nosotros es porque antes dejamos que nos engolosinaran con todos los materialismos perturbadores y entristecedores que nos descentraron y pusieron de espaldas a todas las cualidades espirituales. Derrumbado el trampantojo, a la sociedad desvinculada y amorfa no le queda más que un odio desnortado, sediento de encontrar culpables: unos, como ese mozalbete mallorquín que coleccionaba explosivos, tratan de desaguarlo poniendo bombas; otros, reclamando la independencia.
Es la tragedia de una sociedad que se ha quedado sin Dios y sin prójimo, la tragedia de una sociedad apóstata, sin fe, esperanza ni caridad. O, como decía Jardiel: «La humanidad, al sacudirse el suave yugo del Espíritu, ha caído bajo el yugo implacable del Destino». Nos están, en efecto, matando a todos; pero antes bebimos alegremente el veneno que nos emborrachó y ahora nos mata.
Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog

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