Ahí está esa vieja aspiración de crear «máquinas de forma sexualmente gratificante», que decía McLuhan. En la novela «La Eva futura» (1886), de Jean Villiers de L’Isle-Adam, se contaba la historia de una máquina «electrohumana» hecha a imagen y semejanza de una mujer, Alicia, a la que un tal Lord Ewald, un ricachón inglés, ha dejado de amar y acusa de «tener el mal gusto de razonar». De modo que se hace construir a Hadaly, una voluptuosa monstruita que no somete a los hombres con sus armas de seducción, sino que los incita a una vida espiritual. Como si los hombres, en realidad, sintieran el oculto deseo de ser liberados de sus ocultos (y/o evidentes) deseos por las mujeres. Más recientemente, de la fantasía casi siempre masculina, surgieron los «tableros de mando excitantes y los orificios de ventilación» de Ballard; las muñecas eléctricas programadas para la sumisión; el cibersexo; las «vaginas de polietileno» de la novelas ciberpunk; los mangas pornográficos repletos de insaciables bellezas robóticas que exhiben y ofrecen sin pudor sus pubis de perfectas aleaciones de acero y metales preciosos… Sueños perversos, inquietantes, pues siempre producen copias transformadas del cuerpo de la mujer. La muñeca es inofensiva, adorable, y nace ya sometida. Es la mujer objeto perfecta. Ni ella ni el apetito carnal que despierta se desgastan con el paso de los años. Ni su organismo la incita a pensar, envejecer y morir.
Las actuales mujeres de senos artificiales, mártires del absolutismo estético, quizás se estén aproximando cada vez más a este antiguo ideal de objeto.
Dicen que España está reduciendo peligrosamente la natalidad. Sin embargo, sueña con mujeres de mamas estériles pero gigantescas. Preferimos el sexo recreativo al reproductivo.
Los carnosos ángulos del seno artificial están pensados para el lucimiento público, su dibujo forjado a escalpelo gusta pese a las cicatrices. Y los traseros con implantes plásticos, muy a la moda, facilitan a las usuarias un cojín de por vida. ¿Nos estaremos convirtiendo en «cyborgs»?
Cierto que a la Naturaleza hay que echarle un constante pulso, y procurar llevarle la contraria, pero no se puede ser demasiado optimista respecto a qué resultados –estéticos y morales, entre otros– ofrece forzar al máximo el cuerpo para adaptarlo a un ideal del deseo cada día más difuso y controvertido. El deseo por un cuerpo casi sintético, hasta tal punto transformado y manipulado… ¿no estará ligado a un impulso necrofílico que se ceba especialmente en la figura femenina? Decía John Cohen que «el necrófilo potencial necesita una pareja sumisa, y un cadáver está completamente desprotegido y sin defensas».
Afortunadamente, las mujeres somos ahora no sólo objetos, sino también sujetos (del arte, la política, la ciencia…). Quizás para compensar ese supuesto «poder» femenino, el ojo necrófilo de la Posmodernidad celebra a unas mujeres en vías de robotización. Porque de la mujer de senos operados a la muñeca inflable, al engendro mecánico o al sueño de la mujer lobotomizada y con pinta de «prostituta ahorcada», ¿qué distancia hay? ¿Poca? ¿Ninguna…?
Angela Vallvey
Félix Velasco - Blog
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