Imaginemos una urbanización con 17 adosados. Uno de ellos ocupa la mejor parcela, con más sol y más jardín. Además, el constructor ha empleado mejores materiales en esa vivienda. Sin embargo, cada vez que acude al club social de la urbanización, el vecino privilegiado se dedica a echar pestes de los demás, a decir que no lo quieren, a llamarles gorrones y a proclamar que su meta es plantar un muro y separarse. ¿Qué acabará consiguiendo el vecino airado? Pues hacer real la falsedad que denuncia: logrará que el resto del vecindario acabe por no tragarlo. Y el problema es que la familia del quejumbroso, aunque no comparta sus extremosos puntos de vista, pagará el pato, pues el tipo habla en nombre de todos ellos, suplantando su opinión.
La parábola resume lo que están haciendo Artur Mas y su partido: menospreciar a diario a todos los españoles y pregonar que quieren irse, poniendo como pretexto una quimérica incomodidad de Cataluña en España.
¿Atiende la campaña a un problema real? ¿Recibe peor trato Cataluña que León, Galicia o Extremadura? No parece. No recuerdo ahora mismo que Extremadura tuviese autopistas en los años 70; ni que Franco llevase a Badajoz la mayor fábrica de coches de España; ni que hubiese una olimpiada en Vigo en 1992; ni que el AVE pase por Santiago, a donde llegará ¡en el 2018! No. El móvil de Artur Mas y su gente es una fijación de índole sentimental: el sueño de una Cataluña independiente. Y para caminar hacia su meta fomentan desde la Generalitat el desapego hacia España: prohibición del español en la enseñanza; supresión de símbolos de España (los toros); fomento del resabio antiespañol en la prensa que sostienen (casi toda, pues las subvenciones son allí pasmosas); fabulación económica, culpando a España de los agujeros creados por el delirante tripartito; e inversiones a caño libre en la religión identitaria.
En los años 60 y 70, Cataluña era la admiración de España; industriosa, cosmopolita, creativa. Seamos francos: más de 30 años de nacionalismo (Montilla fue más nacionalista que los nacionalistas) no le han sentado bien; ha perdido pujanza en favor de Madrid y Valencia, sociedades más abiertas. Y aún así, goza de una situación económica de privilegio, gracias precisamente a España, con la generosa catalanización, por ejemplo, de compañías tan relevantes como Repsol o Gas Natural-Fenosa.
España quiere y necesita a Cataluña, y viceversa. Rajoy y el PSOE post-Rubalcaba, que habrá de recuperar la E, deben empezar a hablar sin complejos a los catalanes y explicarles con pasión y datos las bondades que les reporta España (entre otras, es el mercado natural que sustenta a sus empresas).
Urge desenmascarar el irritante victimismo de Mas y recordar lo obvio: no todos los catalanes piensan como él. Mas es el presidente de Cataluña, pero aunque no lo crea, no es Cataluña.
Luis Ventoso
Félix Velasco - Blog
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