sábado, 27 de agosto de 2011

La edad de la violencia

En no pocas ocasiones, se ha enfatizado desde esta sección el hecho de que el siglo XXI se caracteriza, por encima de cualquier otra cosa, por la ausencia de un liderazgo en el pensamiento –o por decirlo de otro modo más directo si cabe, por un vacío teórico pasmoso, que ha dejado huérfano de ideas a un tramo histórico crucial. En un principio, la detección de este mal quedaba circunscrita en el marco de un ámbito fudamentalmente académico y endogámico, afectado por cierta nostalgia de tiempos anteriores, preñados de grandes pensadores e intelectuales. Pero conforme se suceden los acontecimientos, y la tan manida crisis económica ha dejado de ser un accidente o evento fatal para convertirse en el cimiento podrido de nuestra sociedad, la referida ausencia de tendencias fuertes de pensamiento ha conllevado que no exista un canal identificado suceptible de venicular reflexivamente todo el malestar presente en el día a día de cualquier ciudadano. 
¿A dónde queremos llegar con esta exposición de motivos? Al hecho de que, en 2011, las alternativas a la crisis ya no se discuten o son elaboradas en ámbitos intelectuales, sino que se construyen en la calle, en la revuelta, en el descontrol de una multitud incapaz de atender a los requerimientos provenientes del discurso, de la palabra. Desde las derivas intimidatorias del 15 – M hasta la actual huelga general que asola Chile, pasando por los disturbios en el Reino Unido, lo cierto es que la violencia se está convirtiendo en una norma que, curiosamente –y esto es lo más preocupante-, no siempre es reprimida o condenada con la diligencia y voluntad que se requiere. Parece como si la única posibilidad que tienen algunos de sobrevivir, de no morir aplastados por el peso de su propia incompetencia fuera alentar sibilinamente la propagación de un caos, en el que sus errores aparecen confundidos y minimizados. En el rechazo de la violencia hay «grados», matices hasta peligrosos que hacen de su impugnación una materia relativa, sobre la que ya no existen absolutos éticos. Difícilmente, esta sociedad va a poder superar la situación tan delicada en la que se encuentra si, como consecuencia del malestar reinante, se comienzan a cuestionar estratégicamente determinados principios de convivencia, básicos para el mantenimiento de la buena salud de cualquier democracia.
P. Alberto Cruz Sánchez
Félix Velasco - Blog

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