domingo, 15 de mayo de 2011

Esas puñeteras ruedas de prensa

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Los periodistas somos tipos raros, un tanto ensoberbecidos, poco solidarios entre nosotros, excesivamente dados a la rivalidad y particularmente partidistas. Digamos que tenemos poca tendencia a la asepsia y a la higiene más elemental a la hora de informar. Y que, con excepciones, somos fácilmente influibles. Dicho lo cual, nada de lo anterior justifica que nos tengamos que tragar sapos como la pretensión política de utilizar nuestro trabajo como un mero instrumento de correo. De las ruedas de prensa sin preguntas hablo, pero también de otras cosas. 
Las asociaciones de prensa federadas en la FAPE han presentado un manifiesto contra las ruedas de prensa sin preguntas y han instado a los medios a boicotear los actos en los que el convocante no admita preguntas. Recordemos que una rueda de prensa la convoca quien quiere emitir una opinión o dar una noticia, no la convoca la prensa con una pistola en el pecho de quien es objeto de información. No es de recibo que se quiera, sin disimulos, utilizar a la prensa como mero altavoz; lo razonable sería que los convocantes contratasen publicidad y consiguieran así que se conociese su mensaje, pero no que pretendan reducir el trabajo del periodista al de vocero. Los medios de comunicación, con sus defectos o sus excesos, intermedian entre la sociedad civil y los diferentes tipos de poder, más o menos institucionalizados, y tratan de conseguir que aquellos representantes políticos con responsabilidades en la gestión de asuntos públicos -o con pretensiones de tenerlas- contesten a preguntas sobre cosas de las que no quieren hablar. Uno puede emitir, de vez en cuando, si la gravedad de un asunto lo aconseja, una declaración institucional, pero no hacer de cualquier chorrada algo «institucional», al igual que no se puede tragar con las informaciones que los aparatos de propaganda de los partidos ofrecen como producto final, enlatado por ellos como si fuera una pieza confeccionada por la redacción de un medio cualquiera. 
Por otra parte, los dos grandes partidos pactaron un atraco en forma de ley según la cual las televisiones públicas y privadas debían ofrecer información, cronómetro en mano, de forma equiparable a la representación parlamentaria de cada bloque. Es decir, no existía libertad de información al alcance de los periodistas. Puede entenderse en televisiones públicas, pero era y es un absurdo en las privadas, a las que se les pretende privar de la más elemental de las libertades, la de criterio. De tamaño despropósito se ha querido desmarcar el Partido Popular, pero eso no evita que lo suscribiera entusiasmado: si uno dice que no va a reclamar minutaje a las televisiones privadas, lo mejor que puede hacer es no pactar una ley que lo impone. Ya solo nos falta a los periodistas tener que informar con una báscula de pesaje.
Políticos y periodistas mantienen, desde siempre, una complicada relación en la que hay que buscar permanentemente nuevos equilibrios. Ambos colectivos se necesitan y, a la vez, tienen objetivos no coincidentes, pero pretender usar la fuerza de la ley y de determinadas costumbres para imponer su propaganda es un exceso a todas luces denunciable. Afortunadamente se incuba un atisbo de rebeldía y por parte de la, a veces, indecisa profesión periodística. Lo mejor que pueden hacer los que asisten a una «rueda de prensa» sin preguntas es levantarse y dejar al pimpollo en soledad para que la próxima vez que se convoque a los medios sepa a lo que atenerse. No obstante, hay visiones más matizadas: como bien señala el maestro Víctor de la Serna, coincidiendo con el Día Mundial de la Libertad de Prensa, esas ruedas parecen más de molino que de otra cosa, aunque a veces no haya más remedio que cubrirlas para no evitarle información a los lectores, oyentes y espectadores. 
Servidor, en cualquier caso, subscribe el Manifiesto contra las ruedas de prensa sin preguntas. Que progrese. 
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog

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