martes, 3 de mayo de 2011

Catarro ideológico

Pero puede que se trate de una impresión equivocada. Cuando yo era niño había pocas distracciones más entretenidas que jugar en la calle y tal vez esa es la razón por la que creo que éramos más sensibles al contacto con la meteorología. Inundaciones y sequías las hubo siempre y si ahora son más espectaculares puede que no se deba a la envergadura real de las catástrofes, sino a su publicidad. En mi infancia la predicción meteorológica era menos una ciencia que una patología y de la inminencia de las lluvias uno no se enteraba por las informaciones científicas, sino por los dolores de la artrosis de la abuela. En las aldeas el pronóstico se hacía con ayuda de la inquietud telúrica del perro, que además de sensibilidad meteorológica, por lo visto, tenía olfato sísmico e intuición para la muerte. De un señor se sabía que tenía los días contados por la actitud melancólica de su perro, aunque a veces ayudaba mucho que, en uso de su intuición para esas cosas, su señora esposa se hubiese puesto al borde del verano a calcetar un jersey de frondosa lana negra. Y no sé si el cuco canta ahora a destiempo o si los salmones desovan prematuramente, pero es obvio que hay una sensación generalizada de cambio climático a pesar de que los más viejos del lugar recuerdan haber vivido situaciones parecidas que entonces ellos no atribuían a los malos usos de la humanidad, sino a designios del Señor que nadie osaba discutir, ni siquiera analizar. Se habla más del cambio climático desde que los asuntos meteorológicos dejaron de ser una ocupación profesional para convertirse en un credo ideológico, en gramática de pancarta. Ya digo que carezco de rigor científico para asegurar que el clima ha cambiado. Mi impresión personal es que ahora llueve menos que antes, aunque luego resulta que mi empírico anciano de cabecera dice lo contrario. La verdad es que hace ya unos cuantos años se vaticinaba una desertización que al final no se ha producido. En algunas zonas del país incluso hay pastizales donde antes sólo echaba raíz el polvo. A mí lo que no deja de sorprenderme es que contra el calentamiento global siempre salgan a manifestarse a la calle unos señores muy abrigados que no van a la playa en agosto por temor a acatarrarse. 
José Luis Alvite
Félix Velasco - Blog

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