domingo, 3 de abril de 2011

Demolición de un país


En contra de lo que pueda parecer, Zapatero sí ha suscitado un gran consenso. Y es que ha logrado ponernos a todos de acuerdo en algo: ha sido de largo el peor presidente de nuestra democracia. El diagnóstico lo comparten en privado muchos de sus más relevantes compañeros, vergonzosamente silentes, pues callaron mientras sabían que su líder estaba acometiendo la demolición de España desde la propia Presidencia de la nación. Un ejercicio inaudito, animado por un puro oportunismo personalista, y que ha abierto heridas de toda índole que costará restañar. La hoja de servicios del que hoy anuncia que se va (pero que aún pretende atornillarse hasta el 2012) es simplemente pavorosa. Cuando llegó a la Moncloa (merced, no lo olvidemos, a la conmoción inesperada del 11-M), la economía española crecía al 2,8 por ciento, había dos millones de parados y España, prestigiada exteriormente, jugaba a sobrepasar a Canadá e Italia. Hoy somos un país rendido. El paro, con 4,2 millones de desempleados, semeja una plaga bíblica, inabordable. El crecimiento en el 2010 fue negativo (-0,1 por ciento). En lugar de competir con los mejores, ahora sudamos tinta en la triste liga de Portugal y Grecia. No olió la crisis ni ha sabido vadearla. El resultado de sus reformas, tardías, dubitativas, es nulo.
Hay más. Y tal vez peor. Zapatero agitó el avispero territorial, dando alas a un Estatuto catalán que desmontaba el andamiaje constitucional. Reabrió los olvidados enconamientos de la Guerra Civil. Arruinó la imagen exterior de España, con una diplomacia frívola y voluble, que dinamitó un consenso histórico. Agredió a la sociedad civil, con un ejercicio de ingeniería social laicista que supuso un gancho al mentón de un país que sigue sintiéndose mayoritariamente católico. Mancilló el prestigio de las instituciones y quebró la lealtad institucional básica (¡un presidente de España que decía a los catalanes que buscaría la manera de incumplir la sentencia del Constitucional!). Por último, lo más imperdonable: mintió a sus ciudadanos. Y no fue en un tema menor, sino en el asunto medular de ETA. Siguió negociando tras asegurar que no lo hacía. Solo eso le habría costado el puesto en una democracia anglosajona.
Torpeza y vacuidad. Incompetencia y una carencia de valores casi desconcertante. Se va Zapatero y queda la sensación de que hemos vivido bajo la férula de un iluminado que sólo creía en sí mismo. No se le conoce un ideario estable. Hizo real el chascarrillo de Groucho Marx: «Estos son mis principios. Pero si no le gustan, tengo otros». Se postuló como el abanderado de los derechos sindicales, para acometer luego un recorte sin precedentes. Tomó medidas contra el déficit solo 24 horas después de decirle a Rajoy que no tocaba. Nació en Valladolid, se crió en León… y acabó emparejado con los nacionalismos periféricos más desgarradores (aquella imperdonable alianza con un partido antisistema como Esquerra…). Se fue de Irak atolondradamente, para chapotear en Afganistán, Líbano y Libia. Nombró ministros de fuste que le duraban un año (Molina, Bernat Soria). Quiso reformar su partido, pero acabó en manos del viejo valido del felipismo, Rubalcaba, oscuro telón de fondo de todo paisaje. Su único ideario fue el poder, a cualquier precio. Su legado, un hoyo del que España saldrá, sí, pero con sudor y lágrimas.
Luis Ventoso
Félix Velasco - Blog

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