domingo, 29 de julio de 2012

Batalla de Karánsebes


Un curioso y trágico incidente que tuvo lugar durante la guerra ruso-turca (1787-1792), en la tarde del 17 de septiembre de 1788, entre diferentes partes de un ejército austríaco que creía estar luchando contra tropas del Imperio Otomano.
El ejército austriaco, con unos 100.000 soldados, estaba organizándose cerca de Karánsebes, una ciudad rumana en la actualidad. Un grupo de húsares partió a explorar el entorno en busca del enemigo. No hubo suerte, y aquel grupo de exploración no localizó al ejército turco, pero sí encontró a un grupo de gitanos que les ofreció un poco de alcohol. Estos húsares, como era de esperar, compraron aquel alcohol y bebieron un poco. O quizás no fue tan poco. La cuestión es que cuando se quisieron dar cuenta, la infantería de su propio ejército les había alcanzado y también querían un poquito de aquella bebida. Los primeros, que habían pagado los barriles, se negaron a compartirlos y se dispusieron a protegerlos.
La mayoría de las tropas austríacas las conformaban pueblos sometidos (italianos, serbios, croatas, húngaros, rumanos) y muy pocos de los soldados hablaban alemán, la lengua del emperador,... Comenzó una pequeña bronca con los húsares por la bebida. Aquello se desmadró ligeramente y finalmente tuvieron que intervenir los oficiales. Uno de estos comenzó a gritar "Halt! Halt!", que en alemán viene a ser "Alto! Alto!". Pero como allí no todo el mundo entendía bien este idioma y el escándalo debía ser considerable, algunos entendieron: "Allah! Allah!". Es decir, alguien estaba gritando el nombré de Alá, y en aquella situación no podían ser otros que los otomanos. Que por otra parte, ni estaban allí y, de momento, no se les esperaba.
La agria disputa entre los dos contingentes que culminó con un disparo al aire. Entonces todo se desató. Los rumanos creyeron que el disparo lo había hecho un francotirador turco y comenzaron a gritar. "¡Turcii! ¡Turcii!", "¡Los turcos!". Los húsares salieron corriendo.
La mala suerte quiso que un grupo de caballería que estaba llegando en aquel momento tomara el barullo por un ataque enemigo, así que se ordenó una carga, sable en mano, contra lo que creía el enemigo.
Los comandantes de artillería, al ver aquella carga de caballería, supusieron que era una carga otomana, y comenzaron a disparar. Todo este jaleo, la lucha, los disparos de artillería... acabaron por descentrar a todo el campamento, y en lugar de organizarse y esperar a ver qué ocurría, comenzaron a disparar.
Algo lógico, estaban en guerra, era casi de noche, había disparos y pelea. Era justo pensar: yo no voy a ser el último en disparar. Y lo inevitable sucedió; los austriacos comenzaron a dispararse los unos a los otros, como por otra parte llevaban rato haciendo.
Ya enloquecidos, los soldados se dispersaron en pequeñas bandas que disparaban a todo lo que se movía, creyendo que los turcos estaban por todas partes. Así se sucedieron las horas de batalla hasta que en un momento dado todos decidieron que había llegado el momento de emprender la huida. Durante ésta el caballo del emperador se espantó y José II acabó en una poza.
Finalmente hubo suerte y todo aquel ejército se replegó para evitar al enemigo, que no era otro que ellos mismos, y la cosa se tranquilizó. Los otomanos llegaron dos días después y descubrieron casi 10.000 muertos y heridos, ¡por fuego amigo!
Félix Velasco - Blog

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