domingo, 24 de julio de 2011

Crisis mental

Una nueva clase dominante y consumidora puede promover un cambio sustancial en la cultura. Estamos viendo en España cómo una nueva clase «pija», de nuevos ricos ignorantes surgidos de la especulación bancaria, los bienamados hijos del «ladrillazo», le están dando un giro a la misma vida intelectual madrileña.
En el área que me es más familiar, yo he escrito y realizado un teatro para el público de mi tiempo, pero la crisis ha venido a revelarme que, este que digo, ya no es mi tiempo. Si esa execrable clase de «pijos» y nuevos consumidores de la cultura han cambiado el panorama y establecido otro lenguaje y otros gustos a su medida, me alegro de haber terminado mi carrera premiado y reconocido, lo cual es un gran consuelo. Pero, por mi parte «la commedia e finita». 
Yo me niego a satisfacer a ese público mostrenco, no puedo hablar su lenguaje televisivo, ni adoptar sus costumbres de feriantes en vacaciones, ni asumir su autoritaria ignorancia. Sospecho que en toda Europa y América sucede algo parecido. Es la crisis mental que conllevan los grandes cambios económicos, los grandes baches y desastres de la historia.
–«Han llegado los bárbaros» –«Pues deje usted de pensar en Platón o en Alcibiades y vuélvase gótico y supersticioso» –«No sé cómo hacerlo, no puedo dejar de ser fiel a principios éticos y estéticos que mamé desde la cuna. Prefiero chapuzarme en el olvido antes que renegar del sofisticado refinamiento cultural y estético de mis mayores. Otros están más dispuestos que yo a servir su pesebre. Si se han entontecido y asilvestrado, lo siento por ellos y ¡allá se las valgan!».
A mis 16 años, ya soñaba con ser dramaturgo. La mayor ambición de un dramaturgo es la de ser bien interpretado y puesto en valor. Pues con este nuevo público y nueva profesión ya puedo despedirme de una pretensión semejante. 
Tiempo antes de que los nuevos bárbaros – al no conocer los cimientos culturales en los que se apoya– interpretasen mi obra tan puerilmente, con una información de bachillerato elemental y botellón culturalista ultrapermisivo, preferí dirigirme yo mismo y arrostrar todas las responsabilidades.
En estos tiempos «un padre anticuado» le dice a su hijo: –«Te aconsejo que vayas a ver esta obra de Chejov, que es un retrato melancólico de la decadente sociedad rusa, en la pre-revolución».
Este chico, buen universitario, con ganas de enterarse, va al teatro y se encuentra con que no hay Rusia, ni melancolía, ni decadencia, ni pre-revolución, sino algo que pasa en otro hemisferio, donde se canta, se baila y se ironiza sobre el precio de la vivienda, o la corrupción administrativa. Cosa que al público «pijotero» y altamente profano le puede parecer de perlas, porque le interesa más divertirse que saber nada sobre el mundo de Chejov.
Los grandes directores históricos, la vieja guardia de la vanguardia –a la que pertenezco– han dado muestras suficientes de cómo su visión personal –estética e ideológica– siempre ha sido complementaria y enriquecedora del texto-base. Se han permitido grandes libertades, estilizaciones máximas, pero siempre como legítimos glosadores, que lo intensifican y exaltan, y no al contrario: Gordon Craig, Max Reinhardt, Gaston Bati, Meyerhold, etc. Mas parece que estos «nuevos bárbaros» los ignoran, o se los pasan bajo la pierna. Hay motivo suficiente para afirmar que la trasmisión de la cultura encuentra en ello un obstáculo insuperable. Se está levantando una muralla entre humanismo y globalización. El hipercapitalismo y los mercados están incidiendo en las sociedades de una manera negativa e involutiva, como se está viendo.
Me despido de mis grandes teatros, tribunas de un público selecto e iniciado, de las formas de concebir un montaje, decorados, músicas, trajes, detalles ínfimos y mensajes intencionados para los más duchos, queriéndose hacer comprender y aceptar por la cumbre del pensamiento y del arte; de los cálculos estilísticos, consultando bibliotecas y museos, de problemas lumínicos altamente sofisticados y tantas «preciosidades inútiles». Ese teatro ya es un panteón y yo un dinosaurio. Hablo como un decadente romano que presiente, angustiado, la amenaza de un futuro medieval y negro.
Francisco Nieva
Félix Velasco - Blog

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