sábado, 19 de febrero de 2011

Real Carenero, Puerto Real, límite de la España libre

Se lleva la fama el acoso y cerco de Cádiz por los franceses, aquellos fanfarrones que tiraban bombas mediante las cuales las gaditanas se hacían tirabuzones, pero lo cierto es que los que de verdad saquearon, quemaron y destruyeron la joya atlántica de España fueron los ingleses -acompañados por holandeses- bastantes años antes de la invasión napoleónica. Luego, por cosas de la historia, ayudaron como aliados a que los franceses de Soult y Victor salieran pitando de Andalucía, pero a finales del XVI el conde de Essex y sus chicos hicieron fosfatina la ciudad y robaron todo lo que les cupo en su flota pirata e invasora. Los franceses que sí entraron en Cádiz fueron los Cien Mil Hijos de San Luis, que, aunque mucho más civilizados que los ladrones y violadores de Napoleón, a lo que venían era a derrocar la España liberal que había apuntado maneras en San Fernando, primero, y en Cádiz, después. Pero los otros, los gabachos fetenes, los que aterrorizaron a media Europa, no pasaron del Real Carenero de Puerto Real, desde cuyas proximidades intentaron un día sí y otro también bombardear la capital con sus potentes cañones, no consiguiéndolo con efectividad. De ahí los tanguillos 
El Real Carenero fue, desde sus primeras piedras a la vera del puente Zuazo, el germen astillero al que la bahía de Cádiz ha dedicado sus cuitas a lo largo de los años. En aquellas instalaciones se repararon los navíos que entraron o salieron por el caño de Sancti Petri antes o después de tomar rumbo a la recién descubierta América; los Reyes Católicos ordenaron su construcción, los Austrias lo empujaron y llegó a su esplendor en tiempo de Borbones -cosa que entusiasma al alcalde de Puerto Real, mi muy monárquico Pepe Barroso-. La construcción del Arsenal de la Carraca acabó con su quehacer y, desde mediados del siglo XVIII, el Carenero languideció. Pero no desapareció: ha sido club de putas, parking, solar abandonado, pasto para el olvido y la ruina... hasta que la iniciativa de los alcaldes de San Fernando y Puerto Real, además de la ayuda del Ministerio de Fomento, ha empezado a restaurar el complejo marítimo militar y ha logrado casi concluir un trabajo primoroso e históricamente importantísimo. Si la batería de defensa del puente Zuazo no hubiese frenado la obsesión de los franceses -atrincherados en Chiclana- por Cádiz, el desenlace de aquellos años hubiera sido notablemente distinto: los gabachos abandonaron la zona cuando creyeron quedar en una pinza complicada después de que las tropas de Wellington obtuvieran la decisiva victoria en la Batalla de Salamanca. Madrid se recuperó y se marchó José Bonaparte, que aseguran los historiadores que no fue tan mal rey. Aquí, en la bahía que hoy languidece sin remedio, quedó el rastro del asedio en una situación de letargo decadente. Hasta bien entrada la década de los cincuenta, la única manera de llegar a Cádiz era cruzar el puente Zuazo, habiendo atravesado, antes, Puerto Real y cruzando todo San Fernando, después. Ese puente histórico construido de piedra ostionera resguardó la única España libre en la Guerra de la Independencia y merece ser monumento de referencia de esta España que olvida o ignora sus hazañas con una facilidad asombrosa. En el Real Carenero, una vez concluidos los trabajos de restauración, se deberá instalar un homenaje museístico a aquellos hombres y mujeres que resistieron dos años de asedio y a aquellos otros que trabajaron los buques que conquistaron América. Una interesante oferta hotelera completará el conjunto. Con la que está cayendo, con la ruina general, con los recortes obligatorios y con todo lo que le ronda a la crisis global -y a la gaditana en particular, ya casi crónica, permanente, inevitable-, el último empujón está pendiente de los trámites que todos imaginamos; pero la empresa es tan extraordinaria que no merece caer en el olvido, antes bien todo empuje será poco. 
No olvide que representa una España de la que merece la pena sentirse orgulloso. Y eso, desgraciadamente, no puede decirse de todo nuestro acontecer.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog

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