La verdad de la cuestación del domingo no está en la palabrería de todos los gilipollas que viven del cuento de la solidaridad –siempre supuesta– en España. La verdad está en el óbolo sencillo y sincero de quien deja unos céntimos que, en tierras de eriales malditos, son una fortuna. Ese dinero llega a las misiones, que no son un puñado de niños pijos que quieren experimentar la fascinación de un verano en tierras de secano –y que, en cualquier caso, bienvenidos sean y vuelvan cuantas veces quieran–, sino que están formadas por religiosos que se marcharon de su casa y su pueblo hasta tierras remotas con la sola idea de dar la vida por los demás. Hombres y mujeres de toda España –de toda, castellanos, andaluces, gallegos, catalanes...– han viajado por el mundo para vivir la misma miseria de aquellas personas que han ido a socorrer: han curado heridas, socorrido moribundos, enseñado a leer y escribir, evangelizado a quienes han querido abrazar la Fe católica... Misioneros en África que han arriesgado su vida –y la han perdido– por ayudar a los enfermos de las muy diversas enfermedades que asuelan un continente entero, sean el VIH o el ébola; misioneros y misioneras que han dado su vida a cambio de proteger a chiquillos víctimas de conflictos territoriales absolutamente cainitas que no han respetado vida alguna; misioneros que han volcado sus esfuerzos en enseñar las elementales reglas que permitan que los hombres y mujeres del futuro sean capaces de defenderse en el mundo contemporáneo; misioneros que han sido capaces de conseguir alimentos, vacunas, medicamentos varios que saquen de la condena a muchachos de pocos años o que permitan morir con dignidad a ancianos de tribus diversas. Javieranos, carmelitas, dominicos, esclavas del Corazón de Jesús, que no necesitan aplauso ninguno de la sociedad para seguir haciendo lo que hacen... sólo necesitan medios, dinero, para sacar a varias generaciones del pozo de la condena persistente. Y no necesitan mucho, sólo lo que a usted le sobra y que a lo mejor es el importe de esa cerveza que el domingo puede dejar de beber. No se pueden imaginar lo que es capaz de hacer una religiosa en Camerún o en Ghana con la cerveza que usted no se va a tomar de más. Con su cerveza abstenida puede dar de comer a varios chiquillos o puede facilitarle la vacuna necesaria para que ese negrito de ojos grandes y piel tostada no se muera de malaria. Digo malaria y puedo decir cualquier otra cosa.
Conozco a estos hombres y mujeres. A estos religiosos. Han pasado su vida entera en lugares en los que usted y yo no aguantaríamos ni una semana. Y les he visto volver de mayores y rebelarse para que les dejen volver a morirse entre los suyos, que no somos usted y yo, insisto, sino los más desfavorecidos del mundo, los que no tienen nada –y a pesar de ello sonríen–, los que agradecen su generosidad de domingo, los que celebran la Palabra de Dios, que, afortunadamente, viene acompañada de pan y penicilina. Toda gratitud a las Misiones es poca. No sólo por lo que hacen por ellos. También por lo que hacen por los que estamos aquí: gracias a su esfuerzo nosotros somos mejores.
Arturo PérezReverte
Félix Velasco - Blog
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