Ayer, tras ver la foto de ese ángel dormido a la orilla de la muerte, se me despertó la incorrección política ante el exceso de ayes teatralizados y demagógicos de este Occidente en permanente búsqueda de la autoinculpación por todo lo que ocurre más allá de nuestras soberanías personales. No pude por menos que pensar en la machacona insistencia en crear culpables colectivos que tiene buena parte de la biempensante sociedad de este lado de las guerras o de la miseria. Pareciera que usted, bien individualmente, bien de forma conjunta, fuera el culpable de la muerte de un pobre chiquillo, su hermano y un puñado de personas más.
Convengamos de partida que ni usted, ni yo, ni Europa en su conjunto somos responsables de la espiral de destrucción a la que se ve sometida Siria o Iraq. Usted no es el Daesh, ni forma parte de las mafias que acarrean personas a cambio de muchos dólares en embarcaciones abarrotadas camino a ninguna parte. Usted no es El Assad, ni es la resistencia Siria, ni ha invadido aquél país con cuchillos degolladores, ni es el malo de la película. Usted tiene bastante con salir adelante cada día y escudriñar el futuro en busca de oportunidades. Pero usted, como yo, como todos, no puede dejar de estremecerse ante la visión descarnada de la tragedia. Eso no debe llevarnos a diagnosticar equivocadamente el monto de las culpas: no es el fracaso de Europa, como machaconamente se repite de forma simple e impostada, es el fracaso de Siria, en todo caso. Ese pobre chiquillo de poco más de tres años huía de la mano de su padre de un infierno que no somos capaces de imaginar y a lo más que podemos llegar, más allá de compadecernos, es a entender que hay que realizar un esfuerzo por acoger a los que huyen y comprender a los gobernantes comunitarios cuando tomen la decisión de darles cobijo. Sin embargo, será correcto estremecerse también por todos aquellos niños que no mueren en el mar pero que sí mueren en Alepo, asesinados por el islam fanático. Miles de ellos hasta ahora. Y hasta ahora no han agitado sentimientos y conciencias, de quien los tenga.
Aún peor que esta visión que ha sacudido el remordimiento occidental es la de un bebé asesinado y pisoteado por un Imán fanático. Anda por ahí el video y hay que tener valor para verlo, sin entrar en ese debate un tanto exquisito en el que nos entretenemos los periodistas cuando nos planteamos si ofrecer o no la carnicería completa. Una cosa es conmoverse y otra moverse, y hacerlo en la dirección adecuada. No nos engañemos: la solución es bélica y consiste en enviar soldados bien armados hasta acabar con toda esa chusma. No basta con bombardear. Europa, tan estupenda, debe hacerse a la idea de que los ejércitos no son oenegés con pistolas, ni son meros instrumentos de «misiones de paz». Y los Estados Unidos, aunque vea de lejos el problema de los refugiados masivos, no debe mirar para otro lado y pretender que sea Irán quien saque las castañas del fuego sirio. A algunos les costará diferenciar entre malos y muy malos y puede que haya que tragar con la presencia en aquél escenario de un asesino compulsivo como el dictador sirio, pero antes o después habrá que tomar posiciones. Eso o abrir las puertas para que entre un país entero y sea deglutido por sociedades agotadas como son la mayoría de las europeas. Evidentemente, a los cristianos de aquellos lares hay que protegerlos de la voracidad criminal de los fanáticos islamistas, pero también a no pocos musulmanes igualmente víctimas, y a paseantes y a descreídos, a grandes y pequeños. Vayamos haciéndonos a la idea.
Pero guarde firmemente un convencimiento: que no le cuenten cuentos, no hay culpables colectivos. Y a ese niño no lo ha matado usted.
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