domingo, 1 de noviembre de 2015

Ya aburre


A todos nos ha ocurrido con algún amigo que sobresalía en la cuadrilla juvenil, o con algún compañero de colegio que era el líder del grupo. Personas que en su momento descollaban por su ingenio y brillo personal, pero que luego envejecieron mal y defraudaron todas las expectativas que habían concitado. Su chispa se quedó en tic gastado. Su atractiva extraversión derivó en pura plomada. Su liderazgo degeneró en un empalagoso afán de protagonismo. Las ideas llamativas se oxidaron rápido y se redujeron a lo que en realidad eran: ramplones lugares comunes de poco provecho. Me he acordado de muchos envejecimientos fallidos observado con saturación a Pablo Iglesias Turrión, un hombre muy inteligente y bien preparado, que con solo dos años de exposición pública ha logrado algo difícil: convertirse en un personaje insufrible, eso que en el argot de barrio se llamó siempre «un nota».
Una cosa es el amor propio y la necesaria confianza en las capacidades personales. Otra es hacer el ridículo. Ayer Iglesias acudió a La Moncloa, pero no pudo ser un visitante más, no. Tocaba dar la nota, marcar estilo. La liturgia del marketing más facilón. Camisa con mangas recogidas en el otoño madrileño, que se visualice que soy guay, que paso del uniforme de los esbirros de la casta. Librito de regalo para Rajoy en la escalinata (la repetición del chiste del DVD para el Rey). Rueda de prensa inmediata, utilizando una reunión de Estado sobre la unidad de España para darse pote y hacer campaña. 
Paradójicamente, el libro que regaló a «Mariano» -con dedicatoria autógrafa dándole lecciones- es de Antonio Machado, el poeta de la humildad. Como si hubiese intuido la futura existencia de Iglesias Turrión manipulando su nombre, Machado dejó escrito: «Todo narcisismo es un vicio feo, y ya un viejo vicio». Machado, tan buena gente, arrugaría la nariz ante quien con solo 37 años se ha convertido en un ególatra más bien cargante. Hace dos noches explicó en el programa de fútbol de la COPE que si fuese presidente del Gobierno no iría al palco del Real Madrid, cuando sus posibilidades de serlo son nulas. Un tipo que escribió un artículo sobre Jeremy Corbyn, el nuevo líder laborista, y lo tituló: «¿Por qué todos hablan del Pablo Iglesias británico?». Un hombre que se cita en tercera persona, que escucha arrobado su propio verbo, cada vez más afectado y ñoño. Un líder que domina con caudillaje carismático el partido que iba a ser la madre de todas las democracias asamblearias.
Un revolucionario iconoclasta, que en realidad es un niño bien de cómoda cuna de clase media ilustrada. Un predicador de libertades, que emite desde una tele iraní y que coqueteó con la satrapía venezolana y se apoyó en ella. Una veleta ideológica, que modula su mensaje al calor de las encuestas. Un regurgitador de un recetario comunistoide multifracasado. Un madrileño que para defender la unidad de su país propone regalar referéndums separatistas y que tiene una sucursal en Cataluña que no se acaba de saber de qué lado está. Un profesor que por las noches necesita menos «Juego de Tronos» y más Montaigne: «Nadie está libre de decir estupideces. Lo malo es decirlas con énfasis».
Luís Ventoso
Félix Velasco Blog

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