No uso Twitter por un aquél del desconocimiento. Entro enFacebook de forma más o menos regular, ya que ahí mantengo contacto con viejos amigos de tiempos casi olvidados y, en ocasiones, tengo oportunidad de dar con algún conocido hace años perdido en la espesura del tiempo. Utilizo nombre falso, ya que, para mi sorpresa, el mío auténtico «con sus dos apellidos y todos sus avíos» ha sido adoptado por alguien a quien desconozco. Me da igual, con su pan se lo coma, pero sepan que ése no soy yo, ni mucho menos. Digo lo de Twitter porque, si lo usase, enviaría un mensaje urgente a aquí mi compañero de página Pérez-Reverte. El contenido es sencillo: «Todos somos Reverte», es decir, un mensaje solidario. A él, en conociéndole, me da que le excita mucho más que le abrumen informáticamente con los insultos más descarnados, pero yo me encuentro en el grupo de los que creen que ha sido duro en su crítica, aunque decente en el concepto a reivindicar.
Cuando el terrible Arturo le dice al ya ex ministro Moratinos que ala política se viene llorado de casa, lejos de acusarle de llorona floja le está invitando a mantener un acopio de firmeza absolutamente exigible a un cesante. Nada tengo que decir de la sentimentalidad del ministro de Exteriores y de su bonhomía, que tengo por cierta, pero un jefe de la diplomacia, un ministro del Reino de España, debe tener mejor control de lacrimales. No tenerlo es como no tener control de esfínteres. Desgraciadamente, con el episodio de las lágrimas, Moratinos se arriesga a que ésa sea la imagen que quede después de seis años de gestión, mejor o peor, al frente de los negocios exteriores de España, y ello no hace justicia a un hombre que debe templar sus nervios en momentos particularmente delicados. Cuando cesas, cesas sin más. Si quieres echar un berrinche cuando llegas a casa, lo haces, pero en sesión parlamentaria no parece adecuado. Y en el Parlamento español, inusitado. Pérez-Reverte tiene su forma de decir las cosas. Y su derecho a decirlas. Es evidente que a nadie le gusta que le digan que no ha tenido huevos a la hora de marcharse, pero en sociedades libres la crítica severa está contemplada como higiénicamente necesaria y como símbolo de la libertad de expresión.
Eso lo entiende perfectamente el propio Moratinos, que no hacontestado a la andanada y se ha tragado el sapo caballerosamente, pero no así sus partidarios y sus correligionarios, que en ningún momento han analizado o rebatido inteligentemente el fondo de la frase del escritor. Podemos estar de acuerdo o no, pero seguro que hay razonamientos que podríamos esgrimir a favor o en contra sin apelar a la reacción visceral y vocinglona que ha tenido su entorno, que ha llenado la cuenta de Reverte de improperios ciertamente irreflexivos, los cuales, proviniendo de la chusma anónima de Internet, tienen un sentido, pero haciéndolo de las filas ilustradas del Partido Socialista retratan la genética visceral y tabernaria «ya que estos días se habla tanto de genética» de algunos compañeros de ejecutiva del ministro cesante. Entrar a estos trapos y de esta manera es asombrosamente pueril.
Convertirse en plañidera o en heroína progre en defensa de unapieza del tablero político es una infantilidad semejante a la de quienes se rasgan las vestiduras por haber perdido al tenis de mesa. El hachazo de Arturo a Moratinos tiene explicación desde el papel reservado a los intelectuales en sociedades libres, sean de nuestro gusto o no. Lo otro es miseria corporativa. En el fondo, aquellos que se erigieron en defensores del derecho de Pepe Rubianes a cagarse en la puta España son los mismos que ahora llenan su correo de improperios varios, no siendo casos equiparables: la desmesura de Rubianes insultaba símbolos y sentimientos comunes a millones de personas «aun así, tenía derecho a hacerlo» mientras que el zarpazo revertiano, en cambio, censuraba la actitud concreta de un representante público expuesto por naturaleza de su cargo a la crítica. Ya que muchos se desgañitaron en aquella ocasión en defensa del malogrado actor, yo lo hago hogaño por mi vecino de tres páginas atrás. Yo también soy Pérez-Reverte (ya quisiera).Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog
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