lunes, 1 de noviembre de 2010

Conciliación

Anda mi amigo Ignacio Buqueras empeñado, desde la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios que preside, en cambiar los hábitos laborales de los españoles, que según los estudios demoscópicos son los más caóticos, dilatados e improductivos del orbe. Resulta que el español es quien más tiempo dedica al trabajo; y también quien más estérilmente se lo dedica, alargando su jornada hasta horas inhóspitas que asfixian su vida familiar. Y para suscitar una reflexión social sobre la necesidad de conciliar trabajo y vida familiar ha organizado Ignacio Buqueras un congreso en Valladolid, al que ha tenido la deferencia de invitarme. Es un asunto poliédrico este de los horarios laborales y la conciliación familiar. Parece evidente que en otros países vecinos en los que se trabaja menos horas el índice de productividad es mayor; pero no parece tan claro que la vida familiar salga beneficiada, si consideramos que plagas como la del divorcio los fustigan en igual o mayor proporción que a nosotros. Parece evidente también que la mera importación de hábitos europeos no es el remedio que mejor encaje con el particular temperamento español; y aun sospecho que tal importación acabaría causando graves desarreglos de conducta entre nuestros paisanos. Los holandeses, por ejemplo, a eso del mediodía, interrumpen durante un rato sus quehaceres laborales para ingerir (escribo «ingerir» porque a eso no se le puede llamar «comer») un sándwich; y enseguida se ponen otra vez a trabajar, hasta concluir la jornada. 
Yo he visto cómo lo hacen; y es uno de los espectáculos más tristes de acabamiento humano que haya podido presenciar: para conciliar la vida laboral y la vida familiar hay que empezar por reconciliarse con la vida, y reducir las comidas a una mera ingesta de calorías es como hacer oposiciones a la muerte. En España, desgraciadamente, se han comenzado a imponer hábitos tan infrahumanos y mortuorios; y el resultado es calamitoso, pues agrava en el trabajador el sentimiento de que su trabajo (y, por extensión, la vida) es una mierda, lo que no redunda precisamente en una mayor «productividad»; por no añadir que, de vuelta a casa, ese sentimiento sigue amargando sus horas, y comunicándose a quienes lo rodean. El holandés tal vez vuelva a casa antes que el español, pero es para trasladar el infierno de una vida mortuoria al hogar; y así no hay conciliaciones que valgan. Yo creo que la única «conciliación» posible es la que nace de una vida plena; y no hay vida plena allá donde el trabajo (que, a fin de cuentas, es una «maldición bíblica») se convierte en prioridad absoluta, allá donde deja de ser una necesidad más o menos onerosa y se torna gustosa esclavitud, erigiéndose en sustancia de la propia vida (a la que contamina de muerte), en el astro solar en torno al cual giran los otros aspectos de la vida (reducidos ya a despojos), como planetas de órbita concéntrica. Ésta es una vida sin sentido de la jerarquía; y allá donde no hay jerarquía termina instaurándose el caos: pronto esos planetas subordinados acaban convirtiéndose en asteroides de órbita extraviada, acaban condenados a vagar en las tinieblas exteriores y a ser deglutidos por algún agujero negro. 
Una vida que prioriza el trabajo nada puede conciliar; porque cuando a lo que es subalterno (por muy necesario que sea) se le concede el rango de primordial, lo que es primordial acaba siendo subalterno; y sobre esta subversión desnaturalizadora nada bueno ni vivo se puede construir, como ocurre siempre que lo que es de naturaleza inferior se encumbra a una naturaleza superior. Y, sin embargo, todo se pretende construir sobre esta subversión. Aceptamos que el «éxito laboral» es condición indispensable para la «realización» personal; sacrificamos nuestras plurales vocaciones en aras de un trabajo que ni siquiera es nuestra vocación; aceptamos las renuncias más ímprobas con tal de promocionarnos en el trabajo; e, inevitablemente, cuando nos falta el trabajo somos como muertos en vida, porque previamente se la hemos entregado. La conciliación entre dos cosas que son de naturaleza distinta sólo se puede alcanzar cuando previamente hemos determinado la naturaleza de cada cosa; y determinar la naturaleza de las cosas exige establecer su jerarquía. Cuando se subvierte la naturaleza de las cosas y se altera su jerarquía, el caos «la muerte» ya se ha adueñado de nuestras vidas; y contra el caos «contra la muerte» no valen horarios.
Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog

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