Diversas administraciones autonómicas han comenzado a emitir las llamadas «facturas en la sombra», con las que se informa a los pacientes que han hecho uso de la sanidad pública del importe de sus operaciones quirúrgicas, tratamientos, medicación, etcétera. El propósito de tales facturas, según los voceros administrativos, no es otro sino «concienciar» a los pacientes del coste de los servicios sanitarios, para así lograr un «uso más razonable» de los mismos. A esto se le llama tener mucho morro; más, incluso, que el amigo taimado que, después de hacernos un regalo, se encarga de que sepamos cuánto le ha costado, «olvidándose» de retirar la etiqueta que pregona su precio. Con una diferencia sustancial: el amigo taimado que pretende rebozarnos por los morros su generosidad es, desde luego, más miserable que generoso, pero a fin de cuentas, aunque busque también «concienciarnos» (es decir, ejercer sobre nosotros una mortificante tiranía espiritual, recordándonos que estamos en deuda con él), nadie podrá discutir que, en efecto, nos ha regalado algo, sin mediar obligación alguna. Tal cosa no puede predicarse de las administraciones que emiten «facturas en la sombra», a quienes obliga un deber de servicio público; y, además, ese servicio público no es ningún regalo, sino la justa retribución con que corresponden a nuestro esfuerzo tributario.
Un estudio realizado por EAE Bussiness School nos revelaba hace apenas unas semanas que cada español sufraga anualmente la administración pública con 9.617 euros. Conviene recalcar que se trata de «cada español», no de los españoles que forman parte de la población activa, ni de los españoles mayores de edad, ni de los españoles que tributan por tal o cual impuesto: «cada español» significa que nuestra hija lactante o nuestro abuelo nonagenario también pagan esa cantidad; y puesto que ni nuestra hija lactante ni nuestro abuelo nonagenario cotizan, hemos de concluir que sus partes alícuotas las pagamos nosotros, que estamos en edad de merecer (exacciones). Un régimen administrativo en el que cada administrado tiene que pagar una cantidad semejante es, pura y simplemente, un régimen confiscatorio, infinitamente más aflictivo que el soportado por aquellos pecheros de la Edad Media a los que el analfabetismo contemporáneo pone como ejemplo de sometimiento a la injusticia. Aquellos pecheros tenían que pagar diezmos, primicias, gabelas y montazgos; pero al menos no soportaban la humillación de recibir en el buzón de su casa «facturas en la sombra» en las que sus señores les recordaban el gasto de las huestes que vigilaban los caminos o hacían la guerra al señor vecino que ansiaba anexionarse sus propiedades. Nosotros pagamos 9.617 euros por barba (y también los 9.617 euros de la hija lactante e imberbe y los 9.617 del abuelo nonagenario que se ha dejado crecer la barba, pues el párkinson le impide afeitarse), que valen por todos los diezmos, primicias, gabelas y montazgos habidos y por haber; y aún hemos de soportar que nos choteen, rebozándonos por los morros las facturitas sombrías de marras.
No estaría mal que, cada vez que nos llegase uno de estospapelajos ignominiosos, recordándonos lo que ha costado la estancia de nuestra hija lactante en la incubadora o los medicamentos del abuelo nonagenario respondiéramos emitiendo otra factura en la que les recordáramos el dineral que a nosotros nos cuestan las variopintas, superpuestas, hipertróficas, unánimemente voraces administraciones públicas. Tal vez así se cortaran un poco. O tal vez no. Porque lo que estas «facturas en la sombra» pretenden es, en efecto, «concienciarnos» del coste de los tratamientos sanitarios; pero no, como muy taimadamente esgrimen, para favorecer un «uso más razonable» de los mismos, sino para irnos preparando para un porvenir próximo en el que tales tratamientos dejen de ser un servicio público. Porque no está lejano el día en que nos cobrarán por la incubadora de nuestra hija recién nacida y por los medicamentos del abuelo nonagenario; y para que ese cobro nos resulte menos aflictivo van preparando el terreno con estas «facturas en la sombra», con las que logran ejercer sobre nosotros esa mortificante tiranía espiritual que los bancos mantienen sobre sus morosos. Así, el día en que por fin se decidan a cobrarnos, nos encontrarán temerosos y contritos, avergonzados de haberlos «gorroneado» durante tanto tiempo; y, para entonces, habremos olvidado que anualmente les pagamos 9.617 euros por barba, que por supuesto seguiremos pagando como agradecidos siervos.
Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog
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