Como Rey de derecho y Jefe de la Casa Real Española, Don Juan eligió para su uso el título soberano de Conde de Barcelona. Por la singularidad del título, que sólo puede llevar el Rey de España, Don Juan expresó su deseo, en el texto de su renuncia ante el Rey, de seguir siendo el Conde de Barcelona hasta su muerte, aceptando el Rey su petición. Fue Tarradellas el que tuvo la idea de que Don Juan y Doña María descansaran para siempre en el Panteón de los Condes de Barcelona de Poblet. La posterior decisión del Rey de que sus padres lo hicieran en el Panteón de los Reyes del Monasterio del Escorial truncó el proyecto inicial. Don Juan visitó Barcelona en múltiples ocasiones, porque era una ciudad a la que quería apasionadamente y en la que siempre fue bien recibido. Posteriormente vivió allí largas estancias como consecuencia de sus diferentes operaciones de retina y córneas, todas ellas practicadas por los doctores Muiños y Barraquer en la prestigiosa clínica de este último. Cuando Don Juan, invitado por Tarradellas al Palacio de la Generalidad, entró en el despacho del Presidente, ahí estaba el Muy Honorable Josep Tarradellas de rodillas aguardando la llegada del Conde de Barcelona. Tarradellas, aunque parezca mentira, era del mismo partido que Oriol Junqueras. «Saludo y beso la mano a mi señor natural el Conde de Barcelona». Y después de hacerlo, se incorporó con la ayuda de su señor natural. Siendo Presidente Jordi Pujol, Don Juan fue invitado en numerosas ocasiones a la sede de la Generalidad, y tratado con muy especial cortesía. Y del puerto de Barcelona, después de cenar en «Semon», iniciamos en diferentes años las singladuras en el «Giralda», que mientras permanecía atracado en el puerto recibía a cuantos ciudadanos quisieran visitarlo y conocerlo. Don Juan y Barcelona estaban mucho más unidos anímicamente que por el uso de su título soberano.
Cuando falleció, el PSC, CiU y el PP, con el alcalde Pascual Maragall a la cabeza, dieron a una avenida de Barcelona el nombre del Rey exiliado. Avenida de «Joan de Borbó». Escribí que resulta absurdo traducir nombres y apellidos. Don Juan nunca consideró que su apellido era «Borbó», pero tampoco estaba la situación como para poner trabas a lo que era un acto municipal de estricta justicia, histórica, institucional y humana. Me entero ahora de que, por iniciativa de ERC y la complacencia de CIU, con el alcalde Trías a la cabeza, a Don Juan le van a quitar su avenida. Es una agresión más a España, y se hace humillando la memoria de un español ejemplar que amó a Barcelona y Cataluña de manera constante, creciente y apasionada. Parece que les molesta la sombra magnífica del Rey marino. Tan sólo un consuelo a la grosería municipal de Barcelona, esa ciudad grandiosa cada día más habitada por aldeanos de horizontes inmediatos. El nombre que van a quitar de una avenida barcelonesa no pertenece a nadie, porque «Joan de Borbó», a mi modesto entender, no era una persona conocida. Equivale a que retiren de cualquier calle de Bilbao, Vitoria o San Sebastián las placas de la avenida de «Jon de Borbotegui», que nadie sabe quién era, a ciencia cierta.
Los apellidos son intocables. Windsor, Borbón, Orleans, o Schleswing-Holstein. Me gustaría, por curiosidad, saber cómo se dice Schleswing-Holstein –el primer apellido alemán de la Reina–, en catalán. Tiene que resultar tan azaroso como divertido. Pero con independencia de que la avenida que le quitan a Don Juan en Barcelona pertenece a otro señor de muy limitado conocimiento público, la mala intención se advierte. Mala intención de los incultos, los perversos, los groseros y los paletos de ERC y CiU.
Alfonso Ussía
Félix Velasco - Blog
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