Muy mal rollo. La clase política se enfrenta a un desafío creciente y difícil: capear la creencia generalizada de que la corrupción alcanza hasta los últimos rincones del patio común. La España política cuenta con el concurso de miles de hombres y de mujeres que ejercen la profesión política, la mayor parte de ellos con remuneración. Del total, la inmensa mayoría trabaja digna y esforzadamente por el bienestar de sus conciudadanos; lo hace con mayor o menor acierto y con mejor o peor disposición, pero lo hace sabiendo que la recompensa es a muy largo plazo y no siempre acontece. Es evidente que nadie acude a la carrera política forzado por una pareja de la Guardia Civil, y que el poder, por pequeño que sea, adopta forma de sirena libidinosa que a muchos obnubila. Cierto es que en el desarrollo de labores políticas hay no pocos inútiles que en la vida civil apenas desempeñarían trabajos rudimentarios y que si han llegado a un cargo es merced a haber crecido en el ámbito de un partido político y a haber realizado el correspondiente meritoriaje, sin embargo también lo es que notables profesionales con proyección indudable abandonan sus quehaceres para dedicar una etapa de su vida al servicio público renunciando a retribuciones más jugosas. De estos segundos los más desconfiados afirman que si dejan bufetes, despachos y parquets por algo será, y que alguna esperanza de trincar albergará su entendimiento, lo cual es el colmo de la desconfianza, pero es lo que hay. Es más, también se desconfía del que llega no teniendo nada: algo estará buscando.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog
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