hace poco más de un siglo se les decía servilones a los partidarios de la monarquía absoluta. Esa es ya, felizmente, una especie ciudadana extinta, caducada por su propia inutilidad y la concepción plural de una Nación que, mejor que peor, está llena de vida y de talento. Pero es tan hermoso y eufónico, tan rememorador y significante el sustantivo que debiéramos hacer un esfuerzo colectivo, entre quienes no lo somos -naturalmente-, para señalar como servilones a esa nueva raza política con que nos hemos dotado, voto a voto y comicio a comicio. Son servilones, en la nueva acepción que propongo, los militantes de los partidos políticos, independientemente de sus ideologías, que ocupan plaza en los órganos representativos -muchos, demasiados- que integran la estructura del Estado, desde el mínimo municipio rural al Congreso de los Diputados. Los culiparlantes que decíamos antes.
Nuestro sistema electoral, el precio con el que generosamente se retribuyeron el consenso constitucional los partidos en presencia, neutraliza la representatividad del sistema con la mordaza fáctica con que los electos en cada circunscripción silencian, si las tuvieran, las ideas que debieran aportar. Anteponen, en grave traición a sus votantes, los intereses de la sigla a la que les da de comer a la demanda social correspondiente y casi siempre centrada y unívoca. Es una democracia de mala calidad a la que nos hemos ido acostumbrando, en buena medida, adormecidos por el runruneo repetitivo y vano de los líderes y sus discursos huecos y en la inercia maligna de las dos Españas que ya no tienen razón de ser.
Ahora, de repente, una nueva ola de pesimismo nos inunda y aflige. El primer partido del país está bajo sospecha de corrupción; el segundo, sometido a la disensiones internas que pueden trocearlo en parcelas y los demás, sálvese quien pueda, se entregan a la guerra secesionista o a la izquierda alcanforada. Tenemos crisis de liderazgo, como casi siempre; pero España está viva, muy viva, aunque mal maquillada y peor vestida. El déficit se acerca al propuesto y la demanda en los mercados financieros internacionales cubre con creces la oferta del Tesoro que, según contó ayer Luis de Guindos, nunca en la historia había tenido tal volumen de sobredemanda. Además, en un castizo barrio capitalino, una revista minoritaria -Ilustración de Madrid- y castiza dirigida por un viejo periodista, Enrique de Aguinaga, presentaba su número 26 en el que escritores tan admirados como Javier Villán jugaban con la memoria de Benito Pérez Galdós y Antonio Rouco explicaba la devoción de La Almudena. Poliédrica. Esa es España, la que existe. La aparente es el tinglado de la nueva farsa. La oficial y dizque representativa es una ensoñación. Son los nuevos servilones.
Manuel Martín Ferrand
Félix Velasco
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