Desde mi punto de vista, lo interesante de la pregunta es que no se puede contestar si no se centra la respuesta en los grandes olvidados de la mayoría de las teorías del liderazgo (y no digamos de los pomposamente llamados programas de desarrollo del liderazgo): los seguidores. A veces se olvida, a menudo con premeditación y alevosía, que el liderazgo es una estructura relacional, y que además de atender a la calidad del líder y del proyecto hay que atender a la calidad de quienes se vinculan a él. Dicho con otras palabras, a veces me pregunto porqué siempre se olvida que la calidad del liderazgo requiere calidad en el tipo de seguidores, y que sin ella no hay buen liderazgo. Pero claro, ¿cómo le explicas a la gente que desarrollar buen liderazgo requiere desarrollar buenos seguidores y no solo buenos líderes, si estamos sumergidos en el papanatismo de creer que quien no aspira a ser líder es un imbécil?
Si se me permite una formulación un poco burda, se trata de plantear claramente que sin buenos seguidores no hay buen liderazgo. La relación y el compromiso tanto con el líder como con el proyecto es responsabilidad de quienes lo asumen. Claro que el flautista de marras tenía seguidores, pero pasivos, acríticos, seducidos, dependientes. Y hoy lo que ocurre es que en situaciones complejas, con graves retos adaptativos que afrontar, lo último que se necesita son seguidores pasivos, acríticos, seducidos y dependientes. En los tiempos que corremos, los líderes mesiánico-heroicos ni están ni se les espera… pero en cambio abundan los pseudolíderes que no están dispuestos a aceptar seguidores activos, críticos, autónomos y autosuficientes. Seguidores que pueden contribuir y estan dispuestos a contribuir y a involucrarse en el proyecto sin pretender jugar el rol de líder. Pero son seguidores con propósito y con conciencia y que, por consiguiente, no estan dispuestos a renunciar a ellas en nombre de cualquier teoría o práctica del liderazgo.
Los problemas complejos a los que nos enfrentamos, el creciente nivel educativo de las personas, y la difusión de información y de opinión que facilitan las tecnologías modifican las condiciones que hacen posible el liderazgo. Sociedades y organizaciones cada vez más basadas en el conocimiento e interconectadas en redes hacen inviable y –literalmente- inconcebible un liderazgo que sólo prentende mandar, dirigir y controlar. Una sociedad en la que las redes son cada vez más determinantes no puede digerir modelos de liderazgo configurados a imagen y semejanza de estructuras jerárquicas.
Liderazgo hoy significa liderazgo distribuído. A todos los niveles de la organización o del sistema social debe potenciarse la capacidad de responder de acuerdo con criterios de liderazgo. No se trata de ser o no ser líder, sino de fortalecer la capacidad de respuesta en situaciones no previsibles ni programables. No se trata de ser o no ser líder, sino de tener los recursos para responder como tal, en cualquier nivel, en función de las capacidades propias ante la situación en la que nos encontremos. Por eso también se requiere el reconocimiento de que el liderazgo es circunstancial: no se trata de ser o no ser líder, sino de reconecer, aceptar y asumir que todas las personas pueden responder como tales en circunstancias y contextos concretos, sin que se espere que lo hagan en todos los ámbitos y momentos de su vida. Hoy los perfiles del liderazgo son plurales, si lo que buscamos son líderes y no clones.
Líderes y seguidores se configuran mutuamente porque el liderazgo es siempre relacional y contextual. Quizá deberíamos analizar menos a los líderes y más las relaciones y los contextos. Por eso, quienes pretenden educar o formar para el liderazgo deberían incorporar también la educación o formación de buenos seguidores. En primer lugar, porque el ejercicio del liderazgo se construye habitualmente sobre la experiencia del seguimiento: todos los líderes vienen de una trayectoria en la que no lo eran. Y, en segundo lugar, porque no habrá buen liderazgo sin buenos seguidores.
Lo que me lleva a concluir que hay que acabar con el binomio líder-seguidores (es decir, disolver la palabra seguidor), y hay que empezar a dar nombre y entidad a lo que corresponde en cada relación y en cada contexto. Es decir, hay que hablar más específicamente de líderes y ciudadanos, empleados, militantes, profesionales… lo que corresponda en cada caso. La palabra seguidor ya retrata a quien la usa.
Si no asumimos que no hay liderazgo sin potenciar a todos los niveles a personas activas, críticas, autónomas, autosuficientes y responsables, después no nos extrañemos ni nos quejemos si en lugar de líderes nos encontramos con aspirantes a flautista.
José Mª Lozano
Félix Velasco - Blog
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