sábado, 31 de marzo de 2012

El pecado y la penitencia

Después de la huelga (29/03/12), la tabarra consabida: que si la huelga ha sido un éxito o un fracaso, que si patatín y patatán. Lo cierto es que la huelga ha sido un éxito rotundo y un fracaso evidente: éxito de las organizaciones convocantes, a las que se ha encargado convertir la calle en un avispero, con la excusa de la enésima reforma laboral lesiva de los trabajadores, como hasta hace cien días se les había encargado mantener la calle como una balsa, ante otras reformas laborales igualmente lesivas; fracaso para los trabajadores cada vez más desprotegidos, cuya representación ha sido secuestrada por estas organizaciones de ideología sectaria. Basta contemplar las imágenes de las manifestaciones convocadas en la jornada de huelga, pululantes de banderas republicanas, para que el carácter sectario de las organizaciones convocantes salte a la vista. ¿De veras la representación de los trabajadores españoles se expresa a través de esa bandera?
La huelga ha servido para que volvamos a escuchar las viejas monsergas contra estos sindicatos sectarios; y, sin embargo, tales sindicatos son los mismos que el sistema alienta, protege y financia opíparamente. ¿Cómo se explica semejante contradicción? Para entenderla, tendríamos que volver la vista atrás un par de siglos. Descubriríamos entonces que el liberalismo, que proclamó pomposamente tantas libertades y derechos humanos, suprimió los gremios y corporaciones, en los que los trabajadores hallaban seguridad y protección, con la excusa de que en el seno de tales gremios se daba una «enajenación de la libertad» de los individuos. Pero héte aquí que, a la vez que se suprimieron las corporaciones y gremios, se potenció la creación de partidos políticos. ¿Es que acaso los partidos políticos no «enajenan» la libertad individual? Por supuesto que sí; pero los partidos políticos, a diferencia de los gremios y corporaciones, debilitan la fuerza de la comunidad, generan rencillas y enfrentamientos en las sociedades naturales, son la cizaña que favorece la destrucción de los vínculos. Cuando surja el movimiento obrero, de resultas de unas relaciones laborales esclavistas, lo hará reproduciendo el modelo de los partidos políticos; y de los hijos de un padre corrompido, aunque se revuelvan contra su corrupción, no pueden esperarse obras buenas. Los sindicatos, inevitablemente, han terminado dividiendo a los trabajadores y descuidando sus intereses reales, para atender intereses ideológicos; y su vinculación a los partidos políticos los ha convertido en un apéndice que repite todas sus lacras: burocracias en perpetua expansión, parasitismo a costa del presupuesto, etcétera. Pero estos sindicatos que se encargan de mantener la calle como una balsa cuando gobiernan los suyos y de convertirla en un avispero cuando gobiernan los contrarios son los mismos que el sistema ha alentado, protegido y financiado opíparamente, porque le convenían mucho más que los gremios y corporaciones de antaño, que favorecían la cohesión de los trabajadores y su representación auténtica.
Yo también desearía que estos sindicatos sectarios desapareciesen; y con ellos las subvenciones que los sucesivos gobiernos les reparten, y los enjambres de liberados, y —en fin— todas las prácticas sindicales mafiosas que han hallado cobijo al calor del sistema. Y desearía que, en su lugar, surgiesen organizaciones que, al modo de los gremios y corporaciones de antaño, representasen en verdad los intereses de los trabajadores, en una situación tan oprobiosa como la actual. Pero esto es, precisamente, lo que al sistema no le interesa; conque en el pecado lleva la penitencia.
Juan Manuel de Prada

Félix Velasco - Blog

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