En una ocasión, nuestro incomparable Quevedo apostó con sus amigos una suma de dinero a que era capaz de ridiculizar a la reina (Doña Isabel, esposa de Felipe IV) su regia cojera. Al poco tiempo, fue invitado a una recepción de Palacio. Quevedo se presentó con dos bellas flores, una rosa y un clavel. Al acercarse a la reina, la entregó ambas diciéndo: "Entre el clavel y la rosa, Su Majestad escoja”. Ganó la apuesta.
El propio Quevedo también tenía un problema en el pie que le obligaba a cojear levemente. Se dice que esta anécdota llegó a oídos del propio rey quien, molesto, intentó “devolverle” a Quevedo la jugada. Felipe IV le llamó a audiencia y le solicitó que le compusiera algún verso improvisado en el momento. El autor le pidió un tema sobre el que hacer el verso, diciéndole: “Dadme pie Majestad”.
El rey, aprovechando la frase, y con muy poca fortuna, le alargó la pierna para intentar burlarse del poeta, a lo que éste le respondió: “Paréceme, gran señor, que estando en esta postura, yo parezco el herrador y vos la cabalgadura”.
El propio Quevedo también tenía un problema en el pie que le obligaba a cojear levemente. Se dice que esta anécdota llegó a oídos del propio rey quien, molesto, intentó “devolverle” a Quevedo la jugada. Felipe IV le llamó a audiencia y le solicitó que le compusiera algún verso improvisado en el momento. El autor le pidió un tema sobre el que hacer el verso, diciéndole: “Dadme pie Majestad”.
El rey, aprovechando la frase, y con muy poca fortuna, le alargó la pierna para intentar burlarse del poeta, a lo que éste le respondió: “Paréceme, gran señor, que estando en esta postura, yo parezco el herrador y vos la cabalgadura”.
Félix Velasco
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