Suele decir el veterano y respetabilísimo Carlos Castilla del Pino, buen amigo y excelente compañero de la Real Academia Española, que toda cursilería es una forma de impostura, y que detrás de cada cursi se oculta un canalla o un embustero. El otro jueves se lo oí decir de nuevo, y me quedé con la copla, que resulta especialmente adecuada en los tiempos que corren. No sé si el espíritu será exacto o no; aunque, como prestigioso psiquiatra que es, Carlos tiene mi confianza, pues conoce el paño. Por no salir de la RAE ni de su diccionario, de las tres acepciones que tiene esa palabra, quizá mejorables –y en eso andamos–, las más significativas son las dos primeras: «que presume de fino y elegante sin serlo», y, dicho de una cosa, que «con apariencia de elegancia o riqueza, es ridícula y de mal gusto». Pero los tiempos cambian, y la gente con ellos; o tal vez sea la gente la que termina cambiando los tiempos. El caso es que, habiendo como hay todavía cursis de los de toda la vida, ortodoxos y de pata negra, y habida cuenta de que el término `elegante´ no es el que mejor define los modos, maneras y aspiraciones actuales, la palabra `cursi´ –las palabras también están vivas y evolucionan– se interna con nosotros en el siglo XXI, enriqueciéndose con nuevas connotaciones y variantes. Ampliando su territorio semántico, por decirlo también de un modo a juego, o sea, cursi. Su polivalencia. Eso ocurre en todas partes, claro. Y en España, para qué les voy a contar.
Lo que más se ajusta hoy a la versión moderna de cursi es, en mi opinión, lo políticamente correcto. Aquello que, con apariencia de puesto al día y buen rollito, resulta ridículo y de mal gusto en boca de un fulano que presume, sin serlo y alardeando de ello, de abierto, de puesto al día, de yupi-yupi chicos, de tener todo el día a Pepito Grillo, a Bambi y al borreguito de Norit sentados en el regazo. Y digo que presume sin serlo, porque no me cabe en la testa que alguien con dos dedos de frente –los tontos ya son otra cosa– pueda ser, en el fondo de su corazón, tan sincera y rematadamente gilipollas. Un ejemplo de esto, tomado al buen tuntún, es una reciente circular de la comisión de coeducacion (sic) del Centro del Profesorado de Málaga, que tras encabezar «Estimados compañeros y queridas compañeras» –a cada cual lo suyo, queridas ellas y estimados ellos–, se dirige, en sólo veinte líneas, a «a vosotros y vosotras» y «a todos y a todas», por si están «interesados o interesadas». Dejo al criterio del lector establecer si los firmantes del asunto –un pavo y dos pavas con nombres y apellidos– se creen de verdad lo del estimados y queridas, si se trata de cursis en el sentido clásico o moderno del palabro, o si son, simplemente, tontos de remate.
Y es que en lo cursi posmoderno, o como se diga, el problema reside en que no siempre resulta fácil distinguir. Establecer, por ejemplo, si la bonita anécdota de los juegos de guerra de los ejércitos norteamericano y español puede ser calificada de cursi a secas o entra en el terreno de la imbecilidad absoluta. Las fuerzas armadas gringas tienen un juego llamado American’s Army que desarrolla un programa de combate útil como simulador y entrenamiento de acción bélica rural o urbana. Por su parte, las fuerzas armadas españolas colgaron hace algún tiempo en la red un juego de estrategia cuyo título no adivinarían ustedes por más vueltas que le dieran: Misión de paz –sabía que no lo adivinarían nunca–, a base de reconstrucción y reparto de ayuda humanitaria; que, como todo el mundo sabe, es la razón intrínseca de cualquier soldado. Y no me digan ustedes que esa bella, amable, conmovedora imagen de los soldados y soldadas españoles y españolas desfilando marciales y marcialas con las cartucheras y cartucheros llenas y llenos de Frenadol, tiritas y biberones, camino de Afganistán con la cabra de la Legión disfrazada de Beba la enfermera, no merece un huequecito en la futura edición del diccionario de la lengua española. O dos.
Afortunadamente, lo cursi de toda la vida también sigue ahí, dando solera ortodoxa al invento. Aunque surjan, al compás moderno, nuevas formas de entender el asunto, la cursilería clásica se mantiene tradicional como ella sola, inasequible al desaliento. Con vista al frente y paso largo, haciéndonos pasar buenos ratos echando pan a los patos. Vean, si no, lo que escribe un lector bilbaíno, ebrio de santa cólera después de haber leído en esta página pecadora la frase –rotundamente laica– `dar un par de hostias´: «Ante la reiterada y continua vulneración de los más elementales principios de respeto a la fe cristiana de los lectores, pisoteando, mancillando, agraviando y ultrajando a la Sagrada Eucaristía con su léxico blasfemo, irreverente, procaz y grosero, ruego sean subsanados y reparados hechos y situaciones de este cariz y contexto».
Arturo Pérez-Reverte