miércoles, 12 de octubre de 2016

Cristóbal Rodríguez


Esta es la historia del primer español que quiso entender a los indios americanos, un joven marinero andaluz del círculo de confianza de Colón que abandonó a los colonos y se fue a vivir durante unos años en un poblado, hasta que aprendió su lengua, sus costumbres y apreció su visión del mundo.
El personaje en cuestión se llamaba Cristóbal Rodríguez, marinero, natural de Palos. Conoció a Colón en Sevilla, a finales de marzo de 1493, cuando el almirante acababa de regresar de su primer viaje y se dejaba ver por el Barrio de Santa Cruz, junto a Juan Niño y los otros seis indios que trajo con él, al tiempo que enseñaban animales exóticos y artesanías de oro y de hueso de pez a los atónitos hispalenses. Los Reyes llamaron a Colón el 31 de aquel marzo de 1493, y el almirante partió hacia Badalona el 9 o el 10 de abril. Pero en Sevilla ya habían comenzado los preparativos para el segundo viaje. La excitación que siguió al retorno estaba ahora dando paso a la planificación de un viaje más de colonización que de descubrimiento, que se iniciaría en septiembre de ese mismo año.
«Años de industria»
Por entonces Cristóbal Rodríguez tenía solo 18 años y, sin duda, aquel asombro avivó su curiosidad. ¿Qué mundo era aquel? Es probable que no hubiéramos sabido nada de su vida si no llega a decidir, en aquel preciso momento, embarcarse con Colón. Su rastro es tenue, apenas quedan media docena de documentos con su nombre, y no sabemos mucho de sus motivaciones.
Cuenta Fray Bartolomé de Las Casas que Cristóbal Rodríguez «fue el primero que supo la lengua de los indios de esta isla, y era marinero, el cual había estado ciertos años de industria entre los indios, sin hablar con cristiano alguno, por la aprender». Sabemos por los sueldos de marinería que se enroló en la carabela de Diego Rodríguez y que desembarcó en La Española el 22 de noviembre de 1493.
Una vez allí, vivió con los indios, durante cinco o seis años. No hay memoria sobre su inmersión cultural, y no sabemos si seguía una orden del Almirante, aunque cabe pensarlo. La comunicación con los indígenas taínos era una urgencia para los primeros españoles en las Antillas. Y como lo hizo tan bien, pronto se ganó el apodo de «lengua», a veces dicho en masculino, como un mote, a veces en femenino, apelando a su importante función.
La idealizada llegada de Colón en el cuadro del Museo Naval
Colón había empezado a conquistar La Española por señas en 1492, pero enseguida hizo planes para tener traductores. Entre los indios que fueron llevados a España, había uno, capturado en Guanahaní (San Salvador) que había medio aprendido castellano, y al que Colón había bautizado con el nombre de su propio hijo, Diego Colón. Fue el que hizo de «lengua» con los indios al llegar al fuerte Navidad en 1493 y quien tradujo que todos habían sido asesinados por un cacique taíno: Caonabo.
Cristóbal Rodríguez dominó pronto la lengua común de los taínos y sabía casi todo de sus costumbres. De hecho, es el primer abogado de los indios frente a los abusos de los encomenderos que hubo en el nuevo mundo. Como es lógico, ello le trajo graves problemas, e incluso un largo destierro. Su figura se destaca así como una de esas complejidades que rompen en pedazos los prejuicios de la leyenda negra, un español tan interesante como desconocido.
Desterrado, pero tiene un plan brillante
Pero lo cierto es que Cristóbal Rodríguez conocía todos los matices de los casos concretos y por tanto se arriesgó según su propio entendimiento y arregló en 1504 un matrimonio mixto sin el permiso oficial, y así se casó un tal Juan Garcés con una india de la Concepción. Por ello recibió en 1505 una sanción de 100.000 maravedíes, una enorme suma que bastaba para dejarle fuera de combate, y se sumó una pena de destierro impuesto por el gobernador Ovando. 
El «lengua» se adelantó a los acontecimientos y viajó a España para pedir intercesión ante el Consejo de Indias. La cosa llegó al Rey, que supo escucharle, ya que el «lengua» era muy sagaz y no llegaba con las manos vacías: traía una propuesta harto interesante. Había diseñado una reforma para cobrar los tributos a los indios sin intervención de los encomenderos, y aprovechó su ocasión para denunciar los desmanes del sistema de la encomienda de indios, que los esclavizaba en la práctica, a pesar de ser súbditos del Rey. Fernando el Católico envió al «lengua» de vuelta a La Española con instrucciones específicas a Ovando para llevar su plan a cabo: «El diz que tiene con ellos mucha ynteligençia e que en esto me podria mucho servir. Por endo yo vos encargo e mando que lo resçebays e trateys bien e lo ayays encomendado e mires por el como por seruidor mio en todas las cosas que le tocaren, e le oyays en las cosas tocantes a la dicha negoçiaçion que lleva a cargo e le favorescays en ella, porque el se ha ofrecido de la acabar con los yndios».
Órdenes del Rey
Pero Ovando, a tantas leguas, se las ingenió para hacer caso omiso. En la colonia los encomenderos nunca aceptaron la idea y el gobernador aprovechó esa circunstancia. El plan del «lengua» quedó en agua de borrajas. La desconfianza venía de lejos. En los tumultuosos momentos en los que Colón había caído en desgracia, Cristóbal Rodríguez aparecía como su hombre de confianza. Le había puesto al frente de las negociaciones con el rebelde Francisco Roldán en 1499 y le envió a recibir en 1500 en su nombre al pesquisidor Francisco de Bobadilla, que fue quien ordenaría el inmediato arresto de Colón.
Tal vez era mucho más difícil interceder entre adversarios políticos que en medio de dos culturas tan alejadas como la taína y la española.
Este hombre merece sin duda ser recordado como el precursor de una relación mucho más positiva de los conquistadores con la cultura indígena. Si hay algo que merece recordarse hoy 12 de octubre es la maravillosa complejidad de aquel encuentro. 
Tomado de Jesús García
Félix Velasco - Blog

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