Contra lo que piensa Rajoy, la matraca secesionista catalana no va a cambiar, o no sustancialmente, porque mejore la situación económica. El nacionalista no tiene otra meta ni otra prioridad que el nacionalismo: el proyecto de construir su propia nación, la fijación del destino manifiesto, constituye la energía que sostiene su esfuerzo. Y al tratarse de un sentimiento carece del contraste con la realidad que puede desgastar a una ideología. Por tanto, el Estado no puede esperar ya que baje la presión soberanista en un debate que sólo sirve para alimentarla; lo único que puede hacer a estas alturas frente a los iluminados del independentismo es cerrarles las puertas con la misma o mayor determinación con que ellos tratan de abrirlas. Contra la insistencia, resistencia.
Eso es lo que venía a sugerir aquí Jaime Mayor Oreja, un hombre que tiene el grave problema de acertar en sus profecías lúgubres. El tono jeremíaco de sus predicciones le perjudica en una sociedad acostumbrada a las terapias indoloras pero hay que reconocerle que a la larga siempre termina acertando por la sencilla razón de que ha dedicado su vida entera al antipático menester de combatir el nacionalismo. A base de hacerle frente de forma unívoca ha acabado por conocer mejor que nadie a su adversario. Aunque a veces da la impresión de equivocarse por exagerar la inflexión con tristeza derrotista, el tiempo acaba cargando de razón sus pesimistas diagnósticos. Cuesta trabajo dársela porque a nadie le gusta la salmodia de Casandra.
La realidad es que el problema catalán ha desbordado ya en importancia al de la recesión; tan cierto es que una mejoría socioeconómica puede aliviar las tensiones políticas como que el riesgo de amputación nacional compromete la propia estabilidad de la recuperación en ciernes. El proyecto rupturista es una amenaza de primer orden porque una nación no puede recobrarse de un colapso si se fractura. La obligación primordial del Estado es sostener su propia integridad, sin la cual carece de sentido todo empeño por hacerlo viable.
En 2014 el soberanismo va a alcanzar una tensión paroxística al amparo de la efemérides fundacional de su fantasmagoría. Tiene los recursos emocionales suficientes para elevar el ruido a límites imbatibles en un debate normalizado, y por tanto la única respuesta posible a esa escalada es la de asentar la cohesión de España como una premisa innegociable, disuasoria. Al sueño sentimental, mítico, de la independencia hay que ponerle el despertador de una realidad legal e institucional que disipe su quimera. Se trata de dejar claro que la secesión no es que no resulte desaconsejable, sino que es imposible. Y que insistir en ella sólo conduce al marasmo, al fracaso civil. Que es muy probable que ese aventurerismo desquiciado logre antes romper la sociedad catalana que la nación española.
Ignacio Camacho
Félix Velasco - Blog
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