Eran cerca de las nueve de la noche cuando un mozo de las almohadillas se me acercó: “Qué, ¿nos vamos?”. “Tire usted, que ahora voy yo”. Llevaba cerca de 20 bajo los dos brazos y eso hizo. Despareció por la bocana del tendido alto del dos –el de capotes– camino de su cuartucho, junto a la puerta de arrastre. Junto a la jodida puerta de arrastre por dondeayer desapareció para siempre el último toro de esta Monumental. Y de allí al desolladero, donde ayer no sólo se trajinaron a los toros sino donde también se despachó una buena parte de la cultura catalana y la voluntad y el ánimo de tantas personas de bien.
“Tire usted, que ahora voy yo”. Algunas señoras de la limpieza se afanaban en sanear las gradas del cielo catalán y algunos rezagados se hacían fotos para el recuerdo y jugueteaban a los toros en el ya histórico coso barcelonés, recogiendo los últimos saquitos de arena. Ahora, dijo el señor alcalde de la ciudad, albergará algún tipo de equipamiento, sea un centro comercial o un espacio natural, ecológico y juvenil destinado a preservar la tribu y a mostrar los errores cometidos en el pasado. Un panteón. Una especie de museo Auschwitz en Cataluña.
Y a todo esto una niña se arrancó armoniosamente a vociferar desde el callejón: “¡Viva Cataluña!”. El último alarido de los muchos que desde el sábado han trufado el coso barcelonés y de los que ya sólo restaba rescatar los ecos que quedarán para la historia y que, sin la menor duda, seguirán escuchando los que dentro de algunos años vengan aquí de compras o a contemplar el horror que albergó durante casi un siglo. Como también se verán, si Dios es justo, las rodillas en tierra del catalán Serafín Marín, besando el albero y llorando como un niño cuando recogía las dos orejas del último toro de esta Monumental de Barcelona. Dudalegre se llamó. Un toro para la historia de la tauromaquia.
Eran las nueve de la noche y aún resonaban en los tendidos y en la arena los ecos y el sentimiento, las lágrimas, la pasión y las emociones de estas dos tardes de gloria en Barcelona. Así terminó el día.
Un día que comenzó como muchos en este septiembre a orillas del Mediterráneo. Soleado y templado. Me dejé abandonar camino de La Monumental de Barcelona. Solo, pesaroso, melancólico, moroso. Diagonal y después calle Marina. En la esquina con Diputació comenzaron a resonar los primeros gritos, el alma al aire de tantos catalanes y tantos y tantos españoles –y hasta franceses–, el sonido de gloria de estos días en la Ciudad Condal: “¡Libertad, libertad, libertad!”. Uno de los muchos sufrientes se arrancó con el corazón: “Esto es lo más bonito que hay en el mundo. Por aquí han pasado cien años de toreo y los mejores toreros. Llevo cuatro o cinco días sin dormir”. Y no me extraña, es de esos que mamó el toreo de la mano de su padre cuando le acercaba a La Monumental de los años cincuenta, para ver, entre otros, al gran Chamaco –el de “Mañana, Chamaco y dos más”–. Gente buena, sin arrugas, sobre la que descargaron toda la saña los de la acera de enfrente. Los 20 –y me quedo largo– que durante estos días no han parado de lanzar improperios sobre los aficionados. Y ayer especialmente: “Adéu”, “Hasta nunca”, “RIP”. Los muy canallas.
Y eran las seis y media de la tarde cuando José Tomás pisaba el ruedo barcelonés para recibir a su primero. De negro luto y oro iba el de Galapagar –el mismo color que el día anterior vistiera el genial Morante–. Antes, volvió a sonar el himno de Els Segadors para acompañar el paseíllo. Y, una vez más, la plaza en pie entre gritos y aplausos, pidiendo al cielo de La Mercè un milagro, que se antoja imposible por el interés de unos y la desidia de otros.
Eran las seis y media de la tarde cuando Tomás comenzó a forjar su antológica faena en la plaza catalana. Y lo hizo en la boca de riego, entrelazando una tanda de verónicas sublimes, templadas, escandalosas, a un buen toro de El Pilar. Con la muleta afianzó toda su faena por el pitón izquierdo con naturales eternos. Para la historia quedará la serie de molinetes rematados con un pase de pecho interminable. Estocada y dos orejas pedidas con pasión, con la misma pasión con la que también se pidió el rabo que, aunque se cortó, el presidente no concedió.
Y parecido delirio se vivió cuando el madrileño brindó su segundo toro al público catalán y a todos los aficionados de España. Su último toro en la plaza de La Monumental de Barcelona. Pero no acompañó. Con mucha menos clase que su hermano, Tomás tuvo que ejecutar pases con cuentagotas. Eso sí, calmados y templados, especialmente sublime fue un pase del desdén último. Saludo final desde los medios y apoteosis.
Pero el barcelonés Serafín Marín tampoco podía salir de vacío de esta plaza, la que más le dio y por la que tanto ha luchado durante este último año. Y fue con su segundo y último de la historia de los toros en Cataluña, que los percherones arrastraron al desolladero con sumo cuidado. El jodido desolladero. ¡Cuántas lágrimas se vertieron ayer en La Monumental! ¡Cuántas emociones desparramadas por la arena! ¡Cuánto dolor y cuánta injusticia! Tanto y tanto que ni soy capaz de vislumbrar ni creo que sea capaz de trasmitir.
Por las calles de Barcelona se llevan a hombros a Mora, Tomás y Marín. Por las calles de Barcelona transcurre el arte infinito. Y un brindis final: para los aficionados catalanes, para la tauromaquia y para este periódico, que me ha dado la oportunidad de vivirlo. Punto y final a los toros en Cataluña.
Javier Sedano
Félix Velasco - Blog
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